Náufragos (3ª parte)

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Náufragos (3ª parte)


13 de diciembre de1621
Por la mañana la resaca del ron hizo que pasáramos gran parte de ella cobijados del sol y la luz bajo el toldo. A medio día fui a recoger algunos higos y otras frutas a la selva y los dejé durmiendo. Carlos estaba especialmente cansado después de la «fiesta nocturna» y Daniel tanto más, al pobre, le hicimos beber mucho hasta que cayó fulminado por el alcohol.
Volví con ellos cargada de frutas y nos las comimos allí mismo. El día era espléndido, el sol brillaba con fuerza y el azul del mar, contrastaba con el celeste del cielo y el amarillo anaranjado de la arena, y hacia el interior, el verde intenso de la selva. Mientras comíamos me sentía satisfecha, una agradable sensación me inundaba, después de todo lo pasado allí estaba yo con mis hijos y en cierta medida me sentía feliz, a pesar de mis pecados. Esperaba que el señor supiese comprender nuestra situación de abandono en aquel remoto lugar.
Por la tarde tiré de ellos para que se levantaran y diésemos un paseo, hasta que lo conseguí. Carlos no dejaba de darme abrazos y besos, lo que me preocupó, por si Daniel notaba que estaban fuera de lo normal. Así que yo también lo recompensaba a él con besos y abrazos espontáneos, procurando de ese modo que fuese cosa de tres en lugar de sólo dos.
Por la noche volvimos a encender la hoguera y comimos cangrejos asados, estaban deliciosos. Carlos propuso abrir otra botella de ron, le dije que en otra ocasión sería, no era bueno beber tanto y la resaca aún nos duraba de la noche anterior.
Durante la cena Carlos no dejaba de mirarme y luego miraba a Daniel. Al acostarnos yo sabía que él esperaba el momento en que su hermano durmiese para lanzarse sobre mí y efectivamente, cuando su respiración se hizo profunda lo oí incorporarse y acercarse arrastrándose por la arena hacia mí.
De la hoguera ya sólo quedaban los rescoldos anaranjados que apenas iluminaban nuestros cuerpos en la playa.
Cuando estuvo casi encima de mi me besó en mi escote y luego bajó hasta mi cuello, entonces sentí su mano subir por mis muslos y adentrarse en lo prohibido, aunque no era la primera vez me estremecí al sentir su mano sobre mi flor en íntimo contacto, pues no llevaba bragas.
Yo contraataqué cogiendo su verga, que para mi sorpresa estaba ya en plena erección. Lo masturbé, sintiendo la suavidad de su piel y la dureza de su mástil en mis manos y deseé tenerlo dentro en ese momento, me acerqué a su oreja y le susurré que nos alejáramos, no fuésemos a despertar al pequeño Daniel con nuestros sonidos amorosos.
Lo cogí de la mano y comenzamos a andar por la playa. La luna, casi llena aquella noche, permitía que nos pudiésemos ver en aquella oscuridad. Destacando nuestras ropas blancas, mi camisón y sus calzoncillos bajo la luz plateada astro rey de la noche.
Podíamos ver también las olas, escuchábamos su rumor cuando se deshacían sobre la arena, fue entonces, bajo aquel cielo estrellado, cuando en un ataque de sensatez tras la calentura de su acercamiento, traté de explicarle que no podíamos hacer aquello todo el tiempo, que el demonio se llevaría nuestras almas pecaminosas.
Le conté lo que me preocupaba, quedarme embarazada de él en aquella perdida isla y él pareció comprender mi preocupación.
Nos sentamos en la arena y nos quedamos callados, uno junto al otro. El silencio de la noche y la ligera brisa nos envolvían, mientras nuestros pensamientos se esparcían entre el arrepentimiento y la lujuria.
Yo, en secreto, deseaba arrancarme la ropa y gozar de nuevo de su verga dentro de mí y él, supongo que también.
Casi podía oír su respiración y me imaginaba los latidos de su corazón mientras sentía el mío latir con fuerza bajo mi pecho. Cuando su mano se posó sobre la mía en la arena sentí cómo éste se aceleraba.
Nos miramos bajo aquella luz espectral, nuestros rostros plateados resplandecían a la luz de la luna. Yo le acaricié el rostro y bajando la mano seguí por su pecho hasta el ombligo, donde no en atreví a bajar más y la retiré.
Carlos me imitó y con su mano me acarició las mejillas, luego la bajó y menos sutil que yo tomó mis pechos con ella y los apretó suavemente sobre el camisón.
De nuevo mi corazón se aceleró y mi respiración comenzó a agitarse. El deseo se disparó en mí y presa de él tomé su verga en mi mano de nuevo, sacándola por el agujero de sus calzoncillos la empuñé sobre su piel y apretándola la moví con deseo.
Carlos me abalanzó sobre mí y me tumbó en la arena, me desató el camisón y lo bajó descubriendo mis pechos, entonces me los chupó, se zambulló en ellos y juntándolos con sus manos los saboreó con sus labios. Yo gemí de puro placer bajo él y deseé con todas mis fuerzas que siguiera y me tomase.
Mi mano buscó de nuevo su verga y la cogió con fuerza, sintiendo su vigor y poder. Él buscó mi entrepierna y sus dedos corrieron por mi flor mojándose en mis jugos hasta que los deslizó en mi interior sin dificultad, ¡qué excitada estaba!
Fue entonces cuando por sorpresa me besó en los labios, sentí su aliento mezclarse con el mío y su saliva con la mía. Aunque no me desagradó, pensé que aquello no estaba bien, una cosa era el sexo y otra los besos en la boca. Así que puse mi mano en sus labios carnosos y le susurré: no. Tan sólo eso bastó para que abandonase la idea y se zambullera de nuevo en mis pechos, chupándome los pezones sin mucha delicadeza, pero eso me excitaba tremendamente y grité como una loca.
Carlos enloqueció, se quitó su calzoncillo y me abrió los muslos para colocarse entre ellos. Yo, presa de una tremenda excitación, me remangué el camisón y me coloqué para que me tomase. Entonces él se echó sobre mí, sentí su peso aplastándome y su verga buscando y encontrando el camino hacia mi interior, me llenó con furia, llegando a hacerme daño con ello, pero no me importó, me excitó aún más y aferrándome a sus fuertes hombros él la condujo una vez más a mi interior y ya no paró de llenarme de gozo y placer.
Me embestía con fuerza, yo la sentía entrar y salir de mí y gozaba con cada embestida. En ese momento, incomprensiblemente, mi mente me recordó el peligro de quedar en cinta y dije basta. En un gesto súbito lo empujé y lo hice salir de mí.
Sin comprender, el intentó tomarme de nuevo, pero yo me negué. Me puse a cuatro patas y tomando su cabeza por el pelo la conduje hasta mi culo, le grité: “¡Cómetelo!”; a lo que él respondió con sus dudas, pero mi mano tiró de su pelo hasta que su boca chocó con la parte baja de mi espalda.
Sentí su lengua acariciar mi ano, me estremecí y le grité de nuevo: “¡Así, sigue comiendo!”.
Carlos asumió su nuevo rol y comió mi ano durante un rato más, yo gocé con su lengua y recordé como mi marido me inició en aquella oscura práctica sexual, la misma que yo me disponía a practicar con mi hijo.
A continuación, tomé su verga en mi mano y la masturbé para ponerla lo más dura que pude, tras lo que me coloqué delante de ella y sin soltarla la conduje hasta mi secreto agujero.
Carlos me dejó hacer, seguramente atónito viendo por dónde pretendía que su verga entrase, seguramente expectante ante esta nueva arte amatoria.
Me concentré, me costó hacerla entrar en mi ano, pues era ya mucho el tiempo que no practicaba por ahí, me escupí en mi mano y extendí mi saliva por mi ano, luego repetí la operación y la extendí por la verga de Carlos para retomar mis intentos de penetración anal.
Ahora ya casi entró, con la lubricación extra todo fue más fácil y tras dos o tres empujones la sentí llenarme mi oscuro agujero, presionándome las paredes, pero gozando de tan fuerte opresión.
Cuando la tuve dentro me volví para apoyarme de nuevo con mis manos y a cuatro patas quedé una vez más. Carlos pareció complacido y aferrándose a mis nalgas comenzó a moverse despacio en este mundo nuevo.
Yo sentí sus profundas y suaves penetraciones y recuperé mi excitación y placer. Sobre todo ayudaron mis manos, que secretamente se deslizaron hasta mi flor y comenzaron a acariciar sus pétalos, llegando mis dedos a penetrarla llenándose el néctar que de ella manaba mientras que Carlos seguía deslizando su verga por mi estrecho agujero.
Tan pecaminoso acto tuvo un inconveniente, las sensaciones eran tan intensas para Carlos, que al poco de comenzar a tomarme no pudo aguantar y explotó regándome con su néctar en mi oscuro agujero justo cuando más estaba gozando y más suave se había convertido la penetración.
Yo seguí moviéndome un tanto furiosa porque hubiese terminado tan pronto, pero él debió sentir dolor y se retiró de mí, lo que me disgustó mucho más. Así que me revolví y lo tiré a la arena.
Me coloqué encima de su cara y la cubrí con mi sexo y comencé a restregárselo por su boca y su nariz mientras furiosa lo agarraba por su pelo y lo sujetaba.
El pobre Carlos debía estar tan impresionado por mi acción que permaneció debajo de mi, y sacó su lengua instintivamente como cuando le obligué a lamer mi culo. Yo seguí a lo mío, sintiéndome inmensamente feliz por el placer que me producía el contacto de su boca con mi tierna carne. De nuevo vinieron a mí los recuerdos de las calientes noches que pasé con mi marido, explorando nuestros cuerpos entre pensamientos de arrepentimiento y deseos de profundo placer.
Caí fulminada por un orgasmo fenomenal, convulsionándome quedé tendida en la arena, ¡oh si, como gocé aquella noche! Que el señor me perdone, pero así fue.

20 de diciembre de 1621
En los siguientes días no paramos de mantener relaciones carnales, lo hacíamos como conejos, en cualquier parte. En cuanto dábamos esquinazo al joven Daniel, Carlos me penetraba, tanto por delante como por detrás y gozábamos intensamente.
Era muy excitante, sentirme acechada por él o acecharlo yo. Cuando iba a lavar la ropa, me ponía en el lago, junto a sus piedras arrodillada para frotar las prendas con el agua y las rocas. Entonces Carlos se acercaba sigilosamente desde atrás, yo sólo lo escuchaba cuando ya estaba muy cerca, entonces me sonreía y sin moverme dejaba que me tomara aparentemente por sorpresa.
Rápidamente hundía su lengua en mi sexo para calentarme y a continuación me introducía su verga apasiona y enérgicamente, comenzando alocada cabalgada hasta que explotaba en su éxtasis. Luego me dejaba allí, en la misma posición en que me había encontrado, entonces yo tomaba mis manos y me acariciaba hasta alcanzar mi clímax, luego me adentraba en el lago y tomaba un baño para limpiarme bien.
Le enseñé a controlar sus jugos y a sacar su verga de mi flor momentos antes para derramar estos en el suelo y no dentro de mí. Carlos aprendió bien la lección y por ese particular pude estar más tranquila en nuestros encuentros. Aunque alguna vez admito que era yo misma la que se saltaba la prohibición, por ejemplo, cuando lo acechaba por las noches y lo veía dormido. A traición me subía a su lomo y lo cabalgaba entre sueños hasta que mi orgasmo me tiraba al suelo, como un potro salvaje.
Mientras tanto, Daniel andaba muy pendiente de nuestros movimientos. Un día cuando estaba bañándome y él vigilaba que no hubiese ninguna alimaña cerca me hizo una revelación.
— Mamá, anoche me desperté y no estabais, ¿dónde fuisteis?
— ¡Ah sí Daniel, fuimos a dar un paseo por la playa! — contesté nerviosa intentando dar esquinazo a sus dudas.
— Bueno es salí a buscaros y oí unos sonidos extraños, pensé que os había pasado algo malo y me acerqué, pero cuanto más cerca estuve supe que aquellos sonidos no eran por dolor y extrañado me acerqué sigilosamente con curiosidad. Entonces vi a mi hermano desnudo encima tuyo a la luz de la luna, tú también yacías desnuda bajo él y proferías esos extraños sonidos que yo escuché al acercarme.
Estaba tan avergonzada porque nos hubiese descubierto “in fraganti” que no sabía qué contestarle.
— ¡Oh Daniel nos viste! —exclamé yo sintiéndome tremendamente avergonzada—. Es que estábamos... verás era un juego nuevo que Carlos y yo hacemos —le dije con gran vergüenza sin saber qué mentira inventar para excusar nuestro comportamiento.
— Bueno madre, yo ya sé lo que hacíais, esos sonidos tampoco eran nuevos para mí, los escuchaba cuando papá volvía a casa tras una larga travesía y los siguientes días cuando estaba de descanso con nosotros. Ya no soy ningún niño —aseguró Daniel algo molesto por mi intento de engaño—. Tal vez hice mal espiándoos, lo sé, no debí hacerlo.
— No fue tu culpa Daniel, no hiciste mal en buscarnos... y bueno luego nos encontraste y nos viste. ¿Piensas que lo que hacíamos está mal? —le pregunté yo sin estar muy segura de qué decir.
— No lo sé mamá, Carlos es ya mayor e imagino que tú echas de menos a papá, ¿verdad?
— ¡Oh si, mucho hijo! ¿Tú también?
— ¡Claro mamá! Pero esa no es la cuestión, lo que hacíais lo hacen todos los mayores, ¿verdad?
— Si hijo, todos, es algo natural como el comer o el beber —contesté yo con sinceridad, ya no quería mentirle más.
— Yo a veces me toco mis partes mamá y estas se ponen duras y me gusta tocarlas. ¿Eso está mal, ¿no?
— No hijo, tu hermano también lo hace, no te martirices por ello —le dije tranquilizándolo mientras le acariciaba el pelo.
— A veces cuando estoy vigilando mientras te bañas o haces tus necesidades, te miro, siento que está mal, pero me atrae tu cuerpo de mujer, mamá.
— ¿En serio? —le pregunté con sorpresa, en el fondo sentía cierto orgullo porque mi Daniel fuese ya un hombrecito como los demás.
— Yo soy joven, pero a veces cuando te veo desnuda también siento deseos de acariciarte, entonces mis partes se ponen duras y quiero tocarme y también tocarte. ¿Eso es normal?
— ¡Absolutamente! —afirmé tajante.
Mientras esto pasaba yo estaba desnuda en el agua de espaldas a Daniel, y al hacerme la revelación no puede evitar girarme y desde entonces le estaba hablando de frente, mostrándole mis pechos desnudos parcialmente sumergidos en el agua del lago. Daniel me miraba sorprendido.
— ¿Te gustaría acariciarme? —le pregunté sacando mis pechos del agua para que él los viera mientras me pasaba una mano por mi pecho desnudo sintiendo como me ruborizaba.
— Entonces, ¿yo también podría hacer lo que te hace Carlos? —preguntó el incrédulo.
— Bueno hijo, os quiero a los dos por igual y todos estamos solos y seguiremos mucho tiempo solos en la isla me temo. No es justo que te niegue a ti lo que entrego a Carlos. Desnúdate y acércate —le indiqué mientras permanecía desnuda frente a él y éste no dejaba de mirar mis pechos mojados con sus pezones endurecidos por el agua.
A toda velocidad mi Daniel se desnudó, mostrándome su joven verga en erección, algo más pequeña que la de Carlos, con menos pelo, pero yo diría que casi más bonita y bien formada. Entonces se metió al agua y se acercó a mi algo atropelladamente chapoteando al entrar. Me hizo gracia verlo tan nervioso.
Cuando estuvo frente a mi le sonreí, tomé su mano y la posé en uno de mis pechos, paseándola por todo él, hasta terminar en el pezón, luego con la otra le dije que hiciera lo mismo en mi otro seno.
— ¿Son suaves, te gustan? —le pregunté guiñándole un ojo.
— ¡Oh sí, mucho! —contestó el un tanto alterado.
Hice que se girase y entonces lo abracé por la espalda, pegando mi cuerpo al suyo, acariciándolo con mis pechos y mi piel desnuda, busqué su falo y lo tomé con mi mano, estaba tan suave al tacto y duro como un clavo.
Comencé a masturbarlo al tiempo que besaba su mejilla, su cuello y chupaba su oreja. No tardó mucho en correrse en mi mano bajo el agua, incluso entre los estertores casi se cae hacia adelante, de modo que tuve que sujetarlo fuerte.
— ¡Oh! —dijo al fin—, creo que me he mareado un poco.
— ¿Te ha gustado? —le pregunté yo mientras se daba la vuelta.
— No sé, es algo raro, pero sí, ¡me ha gustado mucho! —asintió el un poco confundido—. Pero mamá, podré hacerte algún día lo que te hacía Carlos.
— ¡Bueno! —le sonreí—. No tengas prisa hijo, hay muchas formas de placer que te gustará probar antes.
— Entonces algún día sí, ¿no? —insistió nervioso.
— Si tú quieres sí, algún día —claudiqué finalmente—. Y ahora, ¿por qué no me dejas un poco sola? necesito algo de intimidad para relajarme, ve a ver qué ha cazado tu hermano, ¿vale?
— De acuerdo —asintió y salió del agua.
Cuando vi desaparecer entre los matorrales, me relajé y me dediqué a masturbarme recordando este primer encuentro sexual con pequeño y adorable Daniel, que a partir de ese día ya había dejado de ser mi inocente Daniel, pero seguiría siendo mi adorable Daniel.
Fue su primer encuentro con una mujer, aunque fuese con su madre, por otro lado, con quién mejor, pues nadie lo amaría más en toda su vida y no lo traicionaría ni se cansaría de él nunca.

Esa misma noche…

Por la tarde hubo tormenta, así que nos trasladamos a la cueva a dormir y como hacía frío decidimos beber un poco de ron para entrar en calor y poder dormir mejor. De madrugada desperté abrazada a mi hijo Daniel y no sé por qué eché mano a su falo y lo descubrí erecto y a punto.
Comencé a masturbarlo suavemente para ver si estaba despierto, y de inmediato se giró y quedó de cara a mí, sin duda no podía dormir.
Me despojé de mi camisón y le quité sus calzones, quedándonos desnudos bajo la manta. Me cercioré de que Carlos dormía como un tronco y abrazando su cabecita lo atraje hasta mis pechos y se los puse delante de la boca.
No tardó mucho en adivinar mis intenciones y dulcemente me chupó los pezones hasta ponerlos duros y puntiagudos, primero uno y luego otro.
Pegué a él mi cuerpo desnudo, procuré que su falo estuviese cerca de mi espeso monte de Venus, de modo que con el movimiento rozase mis carnes más delicadas. Esto gustó mucho a mi hijo que enseguida comprendió el juego y volvió a zambullirse en mis pechos capturándome con sus labios mis gordos pezones.
Como cada vez estaba más cachonda decidí iniciarlo en las artes de la cópula de una vez y subiéndome encima suyo me clavé su falo en mi flor. Él dio un fuerte resoplido y se puso muy tenso cuando esta entró en mí, por lo que me quedé muy quieta hasta que éste sus músculos se relajaron.
Entonces comencé el movimiento, muy suave, pues no quería que terminase muy pronto y que no pudiese saborear el néctar del placer. Así que lo hice, muy lentamente.
Creí que de esta forma apenas me excitaría, pero con asombro descubrí que mi placer no era menor sino todo lo contrario.
Mientras me movía de lado frente a él, le acariciaba el pelo y la espalda, también bajaba hasta sus pequeñas y firmes nalgas y se las palpaba. Todo era tremendamente delicioso.
Pero yo necesitaba más estimulación así que me subí encima de él y me clavé estaca profundamente, apretando mis caderas hasta sentirla muy adentro en mi flor.
Mis pechos colgantes se balanceaban sobre su boca mientras él los chupaba alternativamente y yo me movía como una gata en celo encima de su semental.
Aunque seguía yendo despacio, lo hacíamos tan bien que cuando me quise dar cuenta estaba ya en puertas del orgasmo y sintiéndolo próximo aceleré el ritmo hasta que provoqué la llegada de su clímax, moviéndose inquieto debajo de mi mientras me abrazaba y se convulsionaba con su cabecita aún entre mis pechos.
Yo seguí a lo mío y no paré hasta alcanzar el goce final cayendo rendida encima de él.
El pobre tuvo que avisarme de que lo estaba aplastando para que me apartase a su lado y siguiéramos durmiendo.
Al alba desperté con la agradable sensación de mi flor siendo penetrada por segunda vez aquella noche. Por sorpresa Daniel me había tomado mientras yo dormía, echándose encima de mí y acertando con mí valle del placer deslizó su verga a través de él y me tomó sin permiso, tampoco es que le hiciera falta.
Se agitaba nervioso encima de mí así que lo abracé, abrí más mis piernas para facilitarle el acceso a lo que tanto deseaba de mí y traté de relajarlo acariciándole la espalda y su duro y pequeño trasero.
No tardó mucho en venirse encima de mí, retorciéndose de placer, yo lo acuné entre mis pechos y lo abracé hasta que se sus temblores se aplacaron y poco a poco se calmó.
Con él encima mío me sentí feliz de poder darle el placer al que todo hombre tiene derecho, sí yo era su madre, ¿y qué? Estábamos en una isla desierta y sólo nos teníamos a nosotros mismos, seguramente terminaríamos nuestros días allí y ante esta perspectiva no hay tabúes que resistan.
Mi querido y amado Daniel ya era un hombre completo, ya había abonado la niñez para siempre y yo, mientras lo abrazaba, me sentía feliz por haberme compartido tan íntimamente con él.
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1 comentario - Náufragos (3ª parte)

elfalca
Muy buen relato! Van 10 y espero el próximo capítulo