Aventuras y desventuras húmedas: Primera etapa (6)

Con un ojo abierto y restos de saliva caliente por sus labios, Sergio comenzó a desperezarse. Hizo crujir sus huesos estirándose como un gato y de un salto, gracias a la energía de la juventud, se levantó de la cama, acercándose con paso perezoso al gran ventanal por donde la luz se introducía.
Apoyado en la ventana, observó cómo los rayos del sol golpeaban en el agua recreando una gran masa de cristal, “tiene que estar calentita, en su punto” pensó. No pasó desapercibido para él, que en pleno jardín sobre una tumbona, su tía estaba leyendo lo que parecía una revista. Se había vestido con un bikini que sin duda le quedaba mejor que el bañador de su sobrino. El atuendo lo coronó con una pamela para evitar rayos del sol y como guinda del pastel el cóctel que había dicho que se iba a tomar, mujer de palabra.
Sergio sonrió con cierta ironía, lo primero que le vino a la mente era una de esas escenas de una película para adultos. Una mujer madura se encuentra dorándose al sol, cuando el joven jardinero hacia acto de presencia y… lo demás es historia.
La sonrisa pícara de su rostro, se comienza a desvanecer cuando comprueba que la escena que recrea en su mente no cesa, sino que se retroalimenta. Tiene que sacudir su cabeza como un cachorro mojado para alejar ese pensamiento, “¿a qué ha venido eso?” pensó con cierta sorpresa. Sabe muy bien que no es una mujer cualquiera… ¡Es su tía la que está abajo!
Lo malo de todo eso era que mientras su cerebro proyectaba unas imágenes muy vividas su mano con total involuntariedad, se dirigía a su entrepierna con ganas de amasarla fuertemente. Aunque peor era… que esa zona, había agrandado considerablemente de tamaño.
Alejándose de la ventana, evitó seguir pensando de esa forma y colocándose el bañador percibió el pequeño bulto que no disminuida en su entrepierna. Decidió mejor esperar un rato y enfriar del todo la zona antes de bajar donde su tía. No tardó en conseguirlo y con la certeza de que todo estaba como debía estar bajó y salió al jardín.
—¿Qué tal, tía? ¿Se está bien al sol?
—No lo sabes bien, ¿vienes a acompañarme? —asintió— tómate algo si quieres, tienes un mini bar en la cocina.
—No gracias, no me gusta beber si no estoy de fiesta, soy raro.
—Lo que quieras, cariño —poniéndose las gafas de sol— entonces disfruta del sol.
—Tú ya estás bien morena —matizó el joven sentándose en la otra hamaca.
—Si hay sol, no hay día que no baje a relajarme.
—Yo también lo haría, te envidio.
Cogió un poco de la crema solar de Carmen para esparcirla por su cuerpo, mientras la mujer sorbía de su copa.
—¿Qué sueles hacer en el día a día?
—Pues un poco de todo. Si no es verano, pues voy a la compra, hago la comida, me veo alguna película o serie que me guste, salgo con tu tío a tomar algo y si no está, quedo con las amigas. Si hace bueno, le dejo hacer esas tareas más a Sol. La ayudo un poco, pero a las mañanas bajo al sótano donde tenemos un pequeño gimnasio. Hago algo de deporte todos los días y después… tomo el sol. A las tardes suelo tomar algo si está Pedro y si no… pues también —alzó su copa.
—Eso del gimnasio es nuevo, alucino contigo tía. Teniendo gimnasio privado en casa, normal que parezcas más joven.
—¡Calla ya por favor, cielo!, ya en dos días he recibido más halagos que en un año —tristemente, era verdad— vas a hacer que me sonroje. Pero bueno, no es un gimnasio, tenemos una cinta para correr, par de bicis y unas pesas para hacer algo de ejercicio, mañana baja si quieres, estaré allí.
—Es que de verdad, igual te parece una estupidez, o quizá sea desde mi posición de adolescente. —podría ser— Tengo la teoría que las mujeres a poco que os cuidéis, ya sois un cinco.
—¿Cómo que un cinco?
—Por la nota, un cinco sobre diez. No digo que seáis un número, solo que si os pongo en escala de ser aceptable o no. Una mujer que se cuida lo tiene fácil para llegar a ese mínimo, por lo menos a mi gusto claro, no sé si me entiendes.
—Sí, te entiendo… —jugó con la pajita y después añadió— pero aclárame, ¿Aprobar para qué? —preguntó con una sonrisa maléfica, sabía muy bien a que se refería.
—Pues, ya sabes, no hace falta que lo diga —trato de evitar un gesto nervioso.
—Vale, vale, no hace falta que lo digas, pero explícame esa teoría tuya.
—Para mí, una mujer ya delgada, que cuide su cuerpo, pues ya tendrá un 5 de nota. —ante el comentario de Sergio, Carmen con un poco alcohol en sus venas, no pudo contener la risa.
—O sea… que poniendo notas a las mujeres ¡eh!
—Joé tía te lo he dicho antes, que es por calificar, por enumerar de alguna forma, no me tomes por un tipo de hombre superficial.
—Es broma, Sergio. Te entiendo, cariño, sigue anda.
—A ver, en mi humilde opinión… si una mujer se cuida, pues, tendrá mi atención, así igual queda mejor dicho.
—Entonces, muchas mujeres llamaran tu atención o tendrán tus “cincos” —volvió a reír.
—Aparte de tus vaciles, que los conozco muy bien… te lo voy a explicar mejor. Para mí, casi todas las mujeres llaman mi atención, no es que me gusten todas, no soy un salido. Añadiré que si tienen un buen cuerpo, pues seguro que… pues eso… ya sabes.
—Bueno, ahora mi sobrino que se despelota sin problema delante de mí tiene vergüenza de decir una palabra que empieza por F. A ver dila, mueve la boquita así… que te oiga tu tía, fo… fo… —entre el calor y el cóctel, Carmen estaba más cerca de tener el puntillo.
—Follar, si… —aunque pasaba vergüenza, a Sergio le encantaba cuando su tía se ponía así de pesada— Es que a ver tía… no me líes. —se tuvo que reír de por el nerviosismo— Sigo. Pues eso, mira así de fácil, mis cálculos matemáticos son que el 90% de las mujeres, son… —le costó repetirlo— para lo que he dicho antes, eso seguro y luego un 5% son las que tendrías algo más, estos datos son oficiales de la Universidad de Melo Invento.
Carmen comenzó a reírse a mandíbula abierta de tal forma que acabo por pegarle la risa a su sobrino. Incluso una pequeña lágrima salió de sus ojos tras las gafas de sol, hacía mucho que no se reía de esa forma, ni lo recordaba.
—Y en ese 90% —logró decirle al serenarse— ¿no tendrías algo más con ninguna? Que exigente.
—Nooo —dijo volviendo a tomar la palabra— estos porcentajes son a primera vista, ese noventa por cien pues lo harías mínimo y de las otras casi te enamoras.
—¡Ah! Comprendo, vale, vale, ¿y el otro 5%?
—Bueno… algún listón tendré que poner, ¿no?
Carmen de nuevo comenzó a reír sin parar. Le encantaba escuchar a su sobrino y más cuando trataba esos temas, su risa era incontrolable hasta casi el punto que se le cae su copa encima. No era en ningún momento forzado, estar con Sergio le hacía tan bien que incluso aquellas pequeñas gracias la hacían desternillarse.
—O sea que poco límite tienes.
—¡Oye que sí! Paso. Sé que me estás vacilando, tía, lo has entendido de maravilla, deja de reírte de mí. —Aunque trataba de parecer malhumorado no lo conseguía, ver a Carmen reírse de esa forma le causaba felicidad.
—No, Sergio, te juro que me interesa, cuéntame más —dijo con un tono mimoso.
—Pues creo que es todo, poco más puedo añadir.
—Háblame de ese 90%, cuéntame donde tienes ese listón… me encanta escuchar cuando estoy tomando el sol, me relaja.
—Pero no te duermas que eso me cabrea —su tía volvió a sonreír aguantándose esta vez la carcajada. Estaba tan bien, tan relajada, de nuevo su mente le advirtió, “demasiado bien…”— pues a ver. Mi listón, supongo… que está en mujeres o muy feas, o muy pasadas de peso, o quizá inaguantables, creo que ya te puedes hacer una idea.
—Fuera. Las quitamos, ¿qué más?
—Lo demás entra en el rango que podría estar una noche. O sea aunque sea algo feíta, pero si tiene un cuerpo espectacular, o al revés, que no tenga un gran cuerpo, pero sea muy guapa, no sé… ya sabes jugando con los límites. ¿Te haces a la idea? Manejándome en ese espectro.
—No está mal tu clasificación, tienes un gran abanico de mujeres, bueno… casi todas.
—Es que para qué me voy a limitar, la gran mayoría de mujeres tienen puntos fuertes, qué más da que otra parte no sea buena. Puede que tengan unos kilos de más, pero sean majísimas o quizá con cuerpo de escándalo, pero no tan guapas, pues a mí me vale.
—¿Con unos kilos de más como los míos? —dijo ella con curiosidad señalándose su vientre.
—Anda por favor, tía. Tú no tienes kilos de más, lo que no tienes es el cuerpo definido, como una chica deportista, pero nada más, a mí los cuerpos así me encantan.
—¡Uy! Qué bien saber que no estoy debajo de tu límite. No podría imaginarme estando en ese 5%, ¡Qué horror! —dijo con cierto tono dramático y alzando la voz.
—¿Cómo vas a estar ahí? —rápidamente pensó en lo que había dicho. Un error de cálculo por las rápidas preguntas de su tía y por la comodidad de la situación. Rápido su mente le advirtió que se corrigiera— digo sí. O sea tú eres mi tía —casi se indignó al ver que la mujer no paraba de reír.
—Mi amor, que te lías… —Carmen le sonrió mirándole por encima de las gafas con sus ojos azules— pero me quedo más tranquila sabiendo que estoy en tu límite. Imagínate que no, no podría ni dormir —le seguía vacilando y Sergio lo aguantaba con una fría mirada. Aunque los ojos azules de su tía se la derretían— aunque que metas a tu tía dentro de esa clasificación, no sé yo si está bien.
—Tía, de verdad, no paras ¡eh! Paso de ti. Me voy al agua a que me dejes un rato en paz.
En verdad, su tía entraba de sobra y más viéndola con aquel bikini. Sergio sabía que una mujer así estaría en el puesto que quisiera. Tenía que ser sincero consigo mismo, ya que había tenido épocas en las que su tía solía aparecer en su imaginación para ciertos alivios sexuales y no habían sido pocas veces… que va.
Sin embargo, aquello siempre le pareció un juego, como un sueño. Algo que jamás sucedería, una cosa irreal, como imaginar a una estrella famosa del cine la cual jamás te cruzarías. Esa leve barrera de moralidad, fantaseando con un familiar la había rebasado hacia años, pero sumergiéndose en el agua, algo le pasó fugaz por la mente “¿si fuera real, me atrevería?”.
La miró de nuevo mientras nadaba, sumergiéndose dentro del agua templada y sofocando cierto curioso calor que le había nacido. Carmen tenía un cuerpo casi en forma, con unas piernas sin marcas de la edad, un vientre que podría pasar por cualquier compañera de la universidad. Para nada era fea, es más, era muy guapa y Sergio lo sabía, ese rostro juvenil que también poseía su madre le daba una belleza que el joven nunca negó.
Todo ello, sumado a unos pechos que para el muchacho pasaban la barrera de la perfección. “Una mujer así, podría acercarse al 10, esta bueni…” dejó de pensar para no sentirse mal por terminar la frase y reprimió lo inevitable. El calor de su interior se convirtió en una ola que recorrió su cuerpo y una muy conocida sensación eléctrica atravesó su espalda hasta llegar a sus genitales. Se zambulló dentro del agua para ocultar sus sentimientos y también, porque se dio cuenta de que los penetrantes ojos azules de su tía, le volvían a observarle por encima de las gafas de sol.
****
La tarde trascurrió bajo el sol, mientras Sergio entraba y salía del agua, Carmen disfrutaba del calor en la hamaca. Ninguno de los dos quiso salir de casa, la suma del viaje y las horas pasadas a merced de los rayos de sol les había agotado. Por lo que lo decidieron, prepararse unos sándwiches y asaltar el sofá junto con pijamas calentitos. Las noches veraniegas en el pueblo daban un cambio considerable con respecto al día, incluso tuvieron dudas de si una manta sería necesaria.
Carmen cerró las ventanas de casa, la ventilación diaria se daba por finalizada, prohibiendo de esta forma la entrada al frío que luchaba por hacerse hueco. Acomodados en el sofá y degustando los sándwiches que se habían preparado, Sergio encontró una película después de recorrerse todos los canales. Carmen sin nada mejor que ver, aceptó ponerla.
Recostada en el sofá la mujer al ver que la película no le llamaba del todo, por pura inercia se echó un vistazo a sí misma. Vio el pijama que llevaba puesto asaltándola de pronto una imagen muy nítida, ella dándose crema en el hotel con su sobrino en la cama y aquel salto de cama tan sexy adornando su piel. Estaba claro que el pijama que llevaba ahora, era mejor opción para el clima del pueblo. Sin embargo recordó como en su habitación, mientras elegía que ponerse justo antes de bajar al salón, había estado pensando.
Una cierta curiosidad o quizá por influencia de las copas de la tarde su mente le saltó una pregunta, “¿por qué no ir algo más ligerita? Al final, tampoco hace tanto frío”. Decidió que lo más correcto era ponerse el pijama largo, que quizá volver a ponerse algo similar al hotel seria “inadecuado”.
En el sofá seguía pasándose la mano por el pantalón largo que le tapaba ambas piernas. Las mismas que brillaban al sol horas antes, “ya me las ha visto…” se decía mientras tocaba la caliente tela. En la parte de arriba, una camiseta de tirantes y una rebeca vieja hacían el conjunto de perfecto para las noches veraniegas. La camiseta si tenía cierto escote, no obstante el poder tapárselo con la rebeca le hizo pensar que aquella prenda sí que era adecuada.
Apenas se le veía nada, lo podía comprobar ella misma desde su posición elevada. Solamente una pequeña parte de un canalillo más que atrayente y por algún motivo que su mente no asimilaba, trataba de cazar a su sobrino por si alguna de sus miradas curiosas llegaba a aparecer.
La película transcurría a un ritmo que apenas interesaba a la mujer. Ella daba vuelta a su mente que debido al alcohol estaba en constante movimiento. Recordó las palabras de su sobrino, como hacía referencia a que con el bañador era lo mismo que ver a alguien en ropa interior. En parte si era cierto, quizá podrías ver la misma porción de carne, por lo que llego a una conclusión más que razonable. Si ya la había visto en bañador, no habría problema en verla el escote o incluso… en ropa interior, “¿no?”.
Sergio que sentado en el sofá trataba de poner atención en la película, había visto a su tía bajar las escaleras con su pijama e intento observar sin ser visto, algo que por poco lo consiguió. Lo que no consiguió fue frenar una mano traviesa que involuntariamente acudió como un rayo a su entrepierna para agarrar con fuerza un aparato reproductor que comenzaba a activarse.
Los días sin expulsar ese preciado líquido que tanto placer le daba comenzaban a pesar. Su cabeza giraba como una peonza y no podía creerse lo que veía, su tía le estaba resultando muy atractiva… demasiado. Por mucho que lo meditara no encontraba una razón lógica, durante toda su vida Carmen le había parecido una mujer atractiva. Sin embargo no pasaba de ese límite entre lo posible y lo imposible, una barrera la cual nunca se imaginó ni acercarse. No obstante, desde esa tarde, le parecía que esa frontera era mucho más cercana de lo que se hubiera planteado jamás.
En mitad de la película, el joven no soporto más las ganas de admirar a su tía y giro la cabeza para verla. Allí sentada con los pies en el sofá realmente se la veía preciosa, tan guapa como siempre y como… nunca antes. Aunque lo mejor y lo peor era que según su cuello se movió y sus ojos observaron a Carmen, se dio cuenta de que ella había hecho lo mismo, en el mismo instante.
Ambos se miraron por un segundo demasiado extenso. Sergio luchó contra sus instintos más primarios de adolescente para no bajar sus ojos y ver aquella porción mínima de pechos que su tía tenía al descubierto.
—Sergio, tú crees en serio, ¿qué a tu madre le haría bien estar aquí aunque fuera unos días? —su voz sonaba suave, tenue, similar a un canto en la noche.
—Pienso que sí, se libraría de algunos agobios. Además podría estar en su pueblo y si hay tiempo ver la casa donde se crio, siempre he creído que viene menos de lo que le gustaría.
—Se me ha ocurrido una cosa. Es solo una excusa para que venga —Sergio le invitó a seguir y Carmen se propuso a contarle lo que había pensado mientras él chapoteaba en el agua— he mirado una compañía para traerme el coche. Ya sabes, para que alguien vaya, me lo recoja y me lo traiga hasta aquí. Esto es lo que se me ha ocurrido aunque lo veo un poco descabellado, ¿si le digo que lo traiga y que yo le pago la vuelta?
—Pues… —lo meditó con calma— no es mala idea. Pero se lo tienes que pedir como favor, si no quizá le dé una pereza terrible. Lo bueno es que mi padre no puede porque está trabajando y mi hermana ni tiene edad para conducir. Puede ser una opción, me encantaría que viniera y disfrutara. Eso sí, quizá si estáis las dos solas os lo paséis mejor.
—¿Y tú? Apenas has podido disfrutar de mi compañía y yéndote mañana, menos aún.
—Ya, y si… —una idea le rondaba, pero no le salían las palabras, se moría de vergüenza por pedirlo.
—¿Sí, cariño?
—Admito que he soltado esa frase para que me ayudaras a decirla. —respiró hondo— ¿Y si no me quisiera ir? —después del viaje y de la estancia con su tía, algo le obligaba a quedarse— me refiero, si quisiera quedarme más tiempo.
—Te diría, que algún día te deberías manchar a estudiar —le lanzó un gesto dulce con su rostro— por mí, te puedes quedar todo el verano si quieres. Pero unos días más están bien… me parece, que no podrías haber tenido una idea mejor. ¿Puedo preguntarte una cosa? —asintió— ¿Por qué ese cambio de parecer?
—No sé —decirle que un sentimiento extraño le evitaba querer separarse de ella, no era una opción. Aunque ¿cómo decirlo de una forma más dulce…?— notó que aquí es donde debo estar, me apetecía mucho estar con mis amigos, es evidente, pero tía, me parece que también debo pasar tiempo contigo. Es como si lo necesitase, como si tuviera que priorizar a mi familia —en verdad, solo a su tía, sin embargo ni se le hubiera ocurrido decir eso— ¿suena raro?
—Más raro suena que me metas a tu tía en tus clasificaciones. —Sergio sabía que era una broma, pero su tono había sonado serio.
—Tía, por favor…
—Vale, mi vida, ya paro… —posó sus ojos azules en los del chico para decirle lo que sentía— no me parece extraño. Yo… quiero que te quedes conmigo, sabes que me encanta estar con mi sobrino favorito y después de lo bien que lo hemos pasado, quiero pasar más tiempo juntos.
—Pues si me acoges en tu casa… me quedo. Y si por casualidad, le apetece venir a mi madre me podría quedar hasta que ella quisiera, ya sea estando con mis amigos… o con vosotras.
—Aunque una cosa, si me vuelves a llamar vieja te vas a la calle. Ni aquí, ni donde la abuela ¡eh! —sonrió de manera pícara y en vez de golpear, acarició a su sobrino con el pie en el muslo.
—Es que, tía, tengo que confesarlo, no te lo quería decir para no herir tus sentimientos. —el joven trataba de implementar el máximo de drama posible a su voz— Si no entras en mi lista no es por parentesco, eso da igual… es porque que eres una VIEJA.
—Serás ca… —arrojó un cojín al rostro a su sobrino, esta vez con fuerza— ¡Fuera de mi casa ahora mismo!
Ambos rieron de una forma contagiosa, como lo venían haciendo durante todo el viaje. En ese momento, mientras las risas cesaban, de nuevo un pensamiento fuera de lugar paso fugaz por la mente de Carmen. Una pregunta que la agitaría por dentro, ¿en verdad podría estar en su clasificación aunque fuera su tía? Quería preguntárselo, casi necesitaba saberlo. El mero hecho de imaginarse que un chico como él, la viera tan atractiva como decía la descolocaba por completo.
De pronto, todavía con esa pregunta en su mente, su cerebro fue golpeado como si de una ola llegada del mar se tratase, sin embargo vacía de agua y llena de preguntas. Todas englobaban el mismo tema, eran sobre ella y su sobrino, aunque UNA se alzó por encima de otra. Una que la haría tragar saliva y concentrarse en las imágenes de la televisión para no delatar lo intranquilo de su cuerpo “¿si estoy en su clasificación? Quiere decir que me fo…”.
Trató de ocultar esa marea de sentimientos que atravesaban su estómago haciéndola casi sentirse indispuesta. Lo aguantó con estoicismo, sin embargo no consiguió aprisionarla del todo dentro de su cuerpo.
Un temblor atravesó su ser hasta llegar a la entrepierna, apretó ambos muslos contra su sexo con la intención de contener lo incontenible. Por momentos logró serenarse, sabiendo que no podía poner barreras a esos pensamientos. Suspiro como una chimenea sacando el calor sobrante de su cuerpo, los sentimientos se le estaban arremolinando en una única zona y la iban a hacer desmallarse.
No sabía que le había pasado, pero pensar aquello, le había hecho sentirse de una forma de la que hacía años no tenía conocimientos.
—Tía —saltó Sergio al de un rato— no sé si es buen momento, pero siempre he pensado que las noches son buenas para hablar, ¿te gustaría hablar de Pedro?
—No lo sé —dijo dudando sin saber si era buen momento o no. Ni siquiera sabía si era un buen momento para estar a solas con Sergio.
—Sé que no es comparable, una cosa es lo mío con Marta, solo llevábamos 3 años, lo que tú sientes al final es infinitamente peor. Quiero que sepas que estoy aquí estos días para lo que necesites, si te apetece hablar, hablamos, si quieres chillar, lo haremos juntos. —Sergio dibujó una sonrisa únicamente dirigida por y para ella— Y por supuesto si quieres llorar, pues te abrazaré hasta que se te pase.
Carmen se quedó perpleja ante aquellas palabras. Un escalofrío le recorrió la espalda teniendo de forma veloz y punzante. Su estremecimiento fue tal, que disimulo levantándose y acercando la manta. Sentada en el sofá de nuevo se da cuenta de que no está cómoda… el problema es que no podría estar más cómoda.
Por un rato al menos, trata de seguir el hilo de la película, pero le es imposible, aunque su rostro parece sereno, bajo la manta todo su cuerpo está vibrando.
—Sergio, gracias por tu ayuda. ¿Me puedes resolver una duda? —Carmen se mojó los labios— ¿Dónde estabas cuando tenía 20 años? Siempre me he imaginado que un hombre tiene que tener tus valores, tu bondad, tu amabilidad, tu… Tu todo cariño. Te lo digo muy en serio.
—Creo que no era ni un proyecto todavía —los dos sonrieron, aunque sus mirabas eran diferentes. Los ojos azules de Carmen trataban con esfuerzo embelesar a su sobrino y aunque no lo sabía, lo estaba consiguiendo.
—Si alguna vez consigues viajar al pasado. ¿Sabes no? Como en la película. —gracias a su padre, Sergio tenía una buena cultura fílmica— Pues que no se te olvide pasar a visitarme. —seguía con la broma, aunque su sobrino sintió que el tono cambiaba. Notaba que las bromas de Carmen habían finalizado y en el fondo, muy en el fondo la mujer lo decía en serio.
—Todavía queda para que inventen eso... —salió del paso como pudo. No es que se sintiera incómodo por el tema de conversación, sino por no saber manejar la situación, estaba superado.
Sergio la sonrió y Carmen se quedó con el mismo gesto. Tenía el rostro enrojecido y seguía tapándose casi por completo el cuerpo, salvo el rostro con el cual no debajo de mirar al joven. No le quito la vista de encima durante unos cuantos segundos más, sus ojos no la dejaban que separase la mirada de aquel, lo tenía prohibido. Bajo aquel gesto que no mostraba ningún sentimiento, sus manos estrujaban la manta escondidas en el anonimato tratando de rebajar la tensión de su alma, sin embargo no sirvió de mucho.
—Sería gracioso.
Acabaron ambos riéndose de manera nerviosa, para seguir atendiendo a la película sin que ninguno de los dos hablara. Carmen tenía una sensación que el corazón le iba a salir por la boca, estaba sofocada, “¿Por qué he dicho eso?” se preguntaba, aunque sabía muy bien por qué.
Sus recuerdos estaban borrosos al recordar la sensación que le embargaba por todo su cuerpo, pero la había sentido años atrás. Recordaba los primeros años con Pedro, con los chicos en el pueblo, incluso con aquel profesor en la universidad con el que no logro culminar. Lo comenzaba a saber exactamente, la respuesta surcó su cabeza como un comenta y gritó en su interior “¡Estoy caliente!”.
Sergio en cambio, intentaba no pensar en nada, dejar la mente en blanco y que el pequeño bulto (por el momento) que nacía en sus pantalones siguiera siendo eso, solo un pequeño bulto. Sin embargo, su mente de adolescente comenzó a carburar. El viaje y esa tarde, sumado a una abstinencia sexual, habían hecho que su cabeza diera rienda suelta a su imaginación, donde una película siempre poco verídica cobraba más realismo que nunca.
Mientras Sergio seguía con sus historias la película de la televisión terminó. Ambos subieron a sus respectivas habitaciones, despidiéndose en silencio con un simple movimiento de manos, que denotaba una tensión muy poco habitual entre ellos.
Carmen concilió el sueño rápidamente, la exposición al sol la agotaba, sin embargo a Sergio le costó más. Tenía aún un pene a mitad de erección que guerreaba por seguir firme. Lo había conseguido disimular en la subida a cama, aunque ahora no sabía qué hacer con él. No quería masturbarse, no por el hecho de pensar en su tía, por supuesto no hubiera sido la primera vez, sino por cierto código caballeresco extraño de no mancillar la casa de Carmen. Jamás se había tocado el miembro en allí y quería que siguiera siendo de esa forma, en el fondo, chorradas.
Al final, el sueño acabó por derrotarlo y sin separar la mano de su entrepierna, como si de un juguete se tratara, soñó con algo que no recordaría al día siguiente. Un viaje al pasado, encontrándose con una joven y preciosa Carmen, la cual no solo le esperaba con los brazos abiertos, sino también… con las piernas.
CONTINUARÁ

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