Aventuras y desventuras húmedas: Primera etapa (2)

El pequeño coche que tenía funcionaba de maravilla, eso sí, estaba algo destartalado, pero bueno, perfecto para un joven con el carnet recién sacado. Nunca le había fallado, pero cada vez que se montaba temía por ello, era algo innato, escuchar el motor le hacía suspirar de alivio. Con dos puertas delanteras, sin aire acondicionado y con las maletas ocupando tanto los asientos traseros como el maletero, comenzaron su aventura.
—Gracias, hijo, no es que me quisiera ir, pero no quería aprovecharme de la hospitalidad de tus padres más tiempo, ¿tú me entiendes a qué sí?
—Que menos tía.
—Me haces un gran favor, si quieres estos días te puedes quedar en casa, no hace falta que estés solo donde la abuela, así no tienes que hacerte la comida.
—No te preocupes, me encuentro bien solo, muchas veces… incluso lo prefiero.
—Ya, pero… no me vas a dejar sola a mí ¿verdad?
—Eso es jugar sucio. —Sergio rio de la misma forma que su tía y añadió— No sé, ya veré, tenemos tiempo de pensarlo son 6 horas de viaje. Bueno, y… no te asustes, pero es la primera vez que hago un viaje tan largo.
—Que bien, morir en la carretera, mi sueño hecho realidad. —esas gracias con un tono de sarcasmo a Sergio le encantaban y no entendía por qué a los demás no.
—¿Qué tal están mis primas?
—Pues abandonando a su madre y con sus futuros maridos, haciendo sus futuras vidas. Ya tengo ganas de que alguna se decida a darme un nieto para cuidarle y que alguien me quiera.
—Con la suerte que tienes te van a tocar todo nietas. Admítelo tía, voy a ser al único que puedas malcriar —por supuesto Carmen rio.
—Ay, mi niño… siempre me ha dado pena tenerte tan lejos, pero bueno por lo menos nos vemos a menudo.
—Me gustaría que nos viéramos más, aunque sí, así es la vida, que se le va a hacer. ¿El tío que está haciendo?
—Yo qué sé, cariño —con un tono de que el tema le aburría— sus negocios insoportables. Va a comprar algo por allí, no sé si para la empresa u otra empresa, sinceramente Sergio, ni lo sé, ni me importa. De lo que tengo ganas es que venda su dichoso negocio o se lo traspase a nuestras hijas y vivir lo que queda sin preocupaciones.
—Tiene que absorber mucho tiempo.
—Y vida, cariño y ¡VIDA!, eso es lo más importante.
—¿Por qué lo dices? —a Sergio le picó la curiosidad.
—Al final —resopló para seguir diciendo— piénsalo, estos viajes suceden a menudo, y ha sido así toda la vida. Por suerte, ahora es menos habitual, pero he pasado mucho tiempo sola y quieras que no, una quiere a su marido cerca, así me puedo quejar de él, ¿o no? —Sergio la sonrió como contestación.
—Sé de lo que hablas… bueno no, porque no estoy casado y no me ha pasado, pero te entiendo —Carmen sonrió agradecida ante su comprensión.
—Tú, ¿qué tal con la chica que estabas?
—Ya no estamos…
—Vaya, —llevándose una mano a la boca— no lo sabía, tu madre no me ha dicho nada, y ¿fue hace mucho?
—Hace más o menos medio año.
—Entonces no te me vas a poner a llorar como una madalena, ¿o sí? —no esperó una respuesta, solo observó la mueca de su sobrino y añadió de forma más seria— ¿qué tal estas?
—Bueno, podría estar mejor. A ti es la única que no me gusta mentir, Carmen, estoy mal, pero no voy a llorar. —la miró demostrándole sinceridad y luego pensó en que era la primera vez que lo hablaba abiertamente con alguien— Me dejó después de 3 años. ¡Por su ex! Que hacía 3 o 4 años que no lo veía —no pudo evitar sonreír de la incredulidad— ¡Es que es acojonante!
—¡Qué me dices! O sea que va y deja a mi sobrino —enfatizando el MI— ¿por uno que hace 4 años que no ve? Esa chica ni era la adecuada, ni sabe lo que ha perdido.
—Es que no me lo podía creer. A ver tía, es que eso es ser un poquito cabrona… y lo peor es que cuando estaba conmigo, ¿qué pensaba en él?
—Mejor que no te hagas ese tipo de preguntas, porque no te van a solucionar nada. Ahora toca abrir las ventanas y que entre aire fresco a tu vida.
—Ojalá. A ver en el pueblo si me puedo olvidar un poco del tema. Aunque todavía la tengo en el Facebook y eso ya sabes… me cuesta quitarla.
—¿Qué la tienes, para ver su foto y recordarla?
—Es difícil de explicar tía.
—¿Esperas volver con ella? —Carmen estaba más que interesada.
—¡No! —Sergio casi indignado.
Carmen cogió el móvil de su sobrino que estaba al lado de la palanca de cambios.
—Pon el dedo.
—Que vas… —lo puso sin pensar y sin darse cuenta de las intenciones de esta, aunque en su subconsciente, sabía lo que ocurriría— no tía, a ver espera…
—Calla anda. —Después de un minuto, le volvió a decir— Ya está eliminada, solucionado. Ahora ¿de qué quieres hablar?
Sergio no pudo más que abrir los ojos por lo ocurrido. Se sintió tan sorprendido que no daba crédito, pero más todavía por la sensación de paz que recorría su cuerpo al no tener más a aquella mujer en su vida. Sabía que lo tendría que haber hecho el mismo mucho antes, sin embargo no había podido, quizá su problema era que no quería admitir que la relación había terminado. Aun así, el fino dedo de su tía había sido la salvación y ahora, se sentía mucho mejor.
—Pues ni idea, pero… gracias, tía, me has quitado un peso de encima, alucinante. ¡Qué tonto soy!
—Cambiemos de tema, así no lo piensas. Cuéntame, ¿qué tal esta mi hermana?, la he visto algo delgada.
—Sí, está más delgada, todo es por el estrés, ¿ya sabes lo de la empresa de papá? —ella asintió— Esperamos que no. Pero el tema de los despidos está en el aire y no saben si le va a tocar. Además, yo estoy en la universidad… otro gasto y mi hermana… cada vez es más estúpida.
—No hables así de tu hermana —sonó en el mismo tono recriminador de su madre.
—Ya… es que está en una edad malísima, insoportable tía. No obstante tienes razón, no debería meterme con ella. —Recordando el tema principal añadió— Volviendo a mamá, lo que pasa que está agobiada, intento ayudar como puedo… he estado trabajando a la par que estudio. No creo que tengamos problemas con el dinero, pero ya sabes cómo es, se preocupa mucho.
—Sabes que a nosotros, nos va bien. Si a tu padre le pasa algo y necesitase dinero, le daría lo que me pidiera.
—Ya sabes que no te lo pedirá jamás —contestó rápido Sergio— es muy orgullosa, creo que eso lo heredé de ella, aun así no creo que haga falta, tía, de verdad.
—Tú eres mi espía en la casa, si pasa algo grave me llamas sin dudar y os presto nuestra ayuda. Os quiero muchísimo y no puedo permitir que estéis mal, sois mi familia.
—Lo sé tía, pero de verdad no le des vueltas, todo se solucionará tarde o temprano, lo único que quiero, es que mamá esté más feliz y ya.
Por un momento, cesó la conversación entre ambos y dejaron que la música que sonaba en la radio les tomara el relevo, mientras el sol iba desapareciendo entre las montañas.
—¿Has conducido alguna vez de noche? —su tía estaba intrigada.
—¿Un trayecto largo? Nunca.
—¿Estás seguro de hacerlo? Aún quedan unas horas de carretera.
—Sí, claro que sí… —su confianza decaía según contestaba— bueno… supongo ¿no?, no tengo sueño… pero… me has metido la duda.
La hora de viaje se había cumplido, quizá Sergio se encontraba fresco en ese momento, pero la incertidumbre sobre cómo serían las horas restantes afloraron en él. Carmen sacó el móvil mientras negaba con la cabeza, comenzando a hacer una búsqueda rápida.
—No nos la vamos a jugar. Me he vestido para hacer un viaje, no para morir. En veinte minutos pone que hay un buen hotel, paramos y dormimos. Prefiero llegar mañana a la mañana que no llegar.
—Como tú digas. Te invito que ha sido culpa mía. Creo que me he venido un poco arriba saliendo a la tarde.
—¿Un poco? —Rio al tiempo que el sol desaparecía casi por completo— la verdad, eres testarudo, sí que te pareces a tu madre, aunque también a mí. Pero calla, pago yo.
Llegaron al hotel en el mismo tiempo que lo indicaba el móvil de la mujer. Según entraron las instalaciones sorprendieron a Sergio dándole la sensación de estar en un lugar lujoso, un sitio “caro”. En recepción les comentaron que solo quedaban dos habitaciones y ambas para matrimonio. La mujer con toda normalidad tomó la palabra.
—Bien, cualquiera de las dos nos vale, la cosa es descansar.
Una vez entregadas las llaves en un rapidísimo papeleo por parte de la recepcionista, cogieron el ascensor para subir y poder descansar. Sergio que aún se sentía algo culpable, en un gesto algo tonto de compensación, decidió subir él todas las maletas. Su tía le sonrió añadiendo un único comentario.
—Algo es algo.
Según abrieron la puerta, contemplaron lo amplia que era la habitación. Con una parte para ver la televisión en la que había dos sofás y más atrás, la cama enorme al igual que la estancia. Desde allí tumbados y con tranquilidad, podrían ver la televisión sin tener que pasar a la parte de la “sala” como la denominó el joven en su cabeza. Como colofón, Sergio entró en el baño, el cual le pareció tan grande como lo era su propio cuarto, estaba en un hotel lujoso, no cabía duda.
—Pero, ¿tía donde me has traído? —el joven no podía salir de su asombro.
—Al primero que me salía con buenas puntuaciones y de calidad, ¿te preparas y bajamos a cenar?
—Sí, sí, claro.
Sergio se aseó con presteza en el inmenso baño, para después colocarse el mismo chándal que había llevado toda la hora de conducción. En cambio, Carmen sí que se había preparado mejor y su piel estaba recubierta con unos ropajes parecidos al primer día que cruzó la puerta de su hermana.
—¡Quietooo hijo! —Le saltó la mujer según le vio salir del baño— ¿cómo vas a bajar así que pareces un pordiosero?
—¿Qué pasa? —Sergio en realidad no lo comprendía.
—Sergio, estas ropas están sudadas del viaje, y el pantalón… ¡Si está roto y todo!
—Pero apenas se ve y además, si vamos a estar sentados.
—Calla por favor, a ver abre la maleta —dijo su tía acercándose a esta.
Carmen se paró a revisar toda la maleta por más de cinco minutos en los que Sergio esperaba de pie pacientemente. Pareció que al final la mujer encontró algo de su agrado y se lo lanzó al joven que lo atrapó al vuelo. Era una camisa de cuadros y un pantalón vaquero corto, ahora Sergio sí que se veía con mejor “pinta”.
Con el permiso y beneplácito de Carmen, bajaron al restaurante que quedaba al lado de recepción. Sergio al entrar, no puedo evitar fijarse en que todos los que estaban cenando, lo hacían en parejas. La luz era muy tenue, muy acogedora, dando un toque de intimidad a cada mesa. Una música suave sonaba de fondo, como si fuera un eco distante que envolvía el ambiente dándole un toque de magnetismo que el muchacho desconocía.
Uno de los metres les guio entre varias mesas donde tres parejas se susurraban confidencias, roces de mano y miradas penetrantes. Tomaron asiento y el hombre les hablo de la carta de vinos en un tono que apenas se le podía escuchar. Carmen tomó la palabra, ya que Sergio seguía algo hipnotizado por el lugar.
Con cierta experiencia en lugares de este estilo, la mujer preguntó por varios caldos en concreto, mientras Sergio la observaba sin saber que decía. Después de que el metre le dedicase a su tía una sonrisa con su dentadura perfecta, le preguntó a Sergio lo mismo. El muchacho en cambio, no pudo hacer otra cosa que mantener la boca cerrada y levantar los hombros.
—Tomará lo mismo que yo —se adelantó Carmen. Cuando el metre se alejó, miró a Sergio para iniciar una conversación— he dado por hecho que si sales de fiesta, bebes vino.
—Sí, aunque el vino, no es que me guste mucho.
—Este seguro que sí, ya verás.
El hombre no tardó en volver, esta vez con las dos copas y una bolsa refrigerante que envolvía el vino solicitado. Con calma derramó el líquido, manchando los vasos levemente para que ambos lo probaran. Le preguntó a Sergio, si era de su agrado, el joven no pudo decir otra cosa que “está bien”. Carmen, en cambio, soltó una frase salida de un concurso de catadores, haciendo referencia al gran sabor afrutado que poseía el brebaje. Antes de marcharse el hombre, mirando directamente a los ojos azules de la mujer y con un tono un tanto adulador, le dijo.
—La dama, tiene un gran paladar
Ambos se sonrieron cortésmente y cuando Sergio comprobó que el caballero estaba a una distancia considerable preguntó extrañado.
—¿Está ligando contigo?
—No hijo, los metres son así de amables.
—Pues, a mí no me ha dicho eso… —añadiéndola una sonrisa picarona, ante lo que Carmen solo pudo copiar el anterior gesto de su sobrino y levantar los hombros.
La velada transcurría de lo más relajada. Los temas eran de lo más variados, aunque el interés de Carmen, como buena tía, se centraba en los estudios de Sergio.
El metre se acercó una vez terminados los postres, queriendo saber si todo había sido del agrado de los comensales. Sergio fue el primero en hablar y con palabras que su tía le había sugerido que dijera, le soltó.
—Exquisito manjar. El toque de canela es un acierto, mis felicitaciones al chef.
—Señora, usted tenía buen paladar para el vino, pero su pareja lo tiene para el dulce —Carmen le volvió a sonreír mientras el hombre retiraba los platos y posteriormente perderse entre las mesas.
De vuelta a la habitación, mientras pulsaba el botón del tercer piso, Sergio no podía mantener la curiosidad, la respuesta del metre le había descolocado.
—¿Cuándo me ha llamado pareja… como lo ha dicho?, no sé si me explico. ¿En plan una parte de dos… o pareja, ya sabes, casados, novios…? —Carmen le miró con los ojos abiertos y después, se tapó la boca para poder reírse.
—Más por lo segundo, cariño. Si te has fijado, estamos en un hotel de parejas, no hay ningún niño y no había más de dos personas por mesa, o sea que es normal que se confunda.
—Pero, por favor, ¿cómo no pueden ver que soy tu sobrino? Si me sacas muchos años.
—Oye, ¡¿me estás llamando vieja?! —tratando de poner un rostro de falso enfado.
—No tía, si tú te cuidas mucho, pero que me sacas casi 30 años.
—No llegan a 30 mi vida, no me sumes que me da un mal… además, si tú supieras lo que he visto yo… —soltó Carmen al entrar en la habitación.
—¿Mucha diferencia de edad?
—Sí, algo como tú y yo sería lo “normal” —haciendo con sus manos un gesto de entrecomillado— hay cosas peores que no se las cree nadie y que están… bueno… por interés. Hay jóvenes, ya sean hombres o mujeres que están con personas que apenas se levantan solas. Pero… ¡¿Sergio?! —se sorprendió de pronto al ver a su sobrino.
—¿Qué pasa?
El joven había comenzado a quitarse la ropa delante de su tía. No hacía nada extraño, si lo comparaba con su rutina habitual en casa. La parte de arriba había volado y a su tía solo le dio tiempo a detenerle cuando sus manos desabrochaban el botón del pantalón, atisbándose ligeramente un bóxer a rayas.
—¡Que te voy a ver todo!, desvístete en el baño. ¿Te has tomado en serio que somos pareja?
—¡Ah, perdón! No sabía que te molestaba verme, voy al baño —Sergio de forma ingenua, no entendía lo inapropiado de la situación.
—No, no es eso. Pero chico, quedarte en ropa interior delante de tu tía… pues me ha impactado de primeras —las manos de Carmen se movían algo nerviosas al querer expresarse.
—Tía, que me has visto durante toda mi vida en bañador, esto es lo mismo. Aunque tranquila, que voy al baño no te preocupes —en su mente resonaba una pregunta “¿Puedes ver a alguien con el bañador más pequeño, pero en ropa interior no?”
—Cariño, te he visto así, aunque eso es diferente.
—Ya… —no pudo evitar una mueca de victoria, para después añadir— tienes razón, cuando tengo el bañador, ves más que ahora… —realidad pura y dura.
—Ya, sin embargo… —sin saber que decir ante aquel argumento— bueno, mira haz lo que quieras, venga ponte el pijama.
—Duermo sin… —incluso al joven le dio vergüenza decirlo— mi madre me metió uno creo… ¡Aquí esta! Me lo pongo.
Carmen decidió coger la ropa que había dejado lista de antemano y dirigirse dirección al baño, dándose por vencido y dejando que su sobrino se desvistiera donde quisiera.
—Ay cariño… si sé que eres tan bobo —usó el tono más dulce del mundo— no me caso contigo, estás atontado. —rio al tiempo que cerraba la puerta y escuchaba a su sobrino contestarle desde el otro lado con ironía.
—Si tía, un montón…
Dejó las ropas en el amplio mármol al lado del lavabo, comenzando a desvestirse sin prisa mientras soltaba una leve carcajada al recordar la frase de Sergio, “Con el bañador veía más”. Era cierto, no mentía, pero Carmen tenía otro punto de vista, sabía por la experiencia y los años, que ver a una persona en bañador, puede resultar curioso. Pero ver como alguien se quita la ropa, quedándose como dios le trajo al mundo, no tiene precio, sobre todo en ciertas ocasiones... sexuales.
Mientras se deshacía de su pantalón y este recorría sus piernas con el agradable tacto de la tela, la pregunta más obvia apareció en su mente, ¿hacia cuánto que no tenía sexo? No lo recordaba.
A una velocidad sideral, con el reflejo de sus piernas desnudas en el espejo, una imagen pasó su mente. Recreando lo que sus ojos habían visto unos segundos atrás, una figura estilizada apareció, un cuerpo joven y mantenido gracias a los años de la juventud, era la imagen de Sergio.
Tan solo le hicieron falta unos pocos segundos para mirar en detalle el cuerpo de su sobrino. Sin músculos prominentes, solo marcados seguramente gracias a la delgadez por el deporte que solía hacer. Un joven lleno de energía, que rebosaba vitalidad y buen humor, en verdad su sobrino era un buen partido, no sabía cómo su ex le había podido cambiar por otro.
Abrió los ojos al pensar de esa forma en su joven acompañante, había crecido, pero “¿tanto?”. Una idea se había construido en su mente incluso antes de entrar en el baño, la tuvo que dejar salir porque le empujaba dentro de la cabeza. “Si yo hubiera tenido de joven uno así…”.
Antes de recoger la ropa, se vistió con el salto de cama de terciopelo que tanto le gustaba. El suave tacto consiguió erizarle la piel, aunque tenía sus dudas si solamente había sido eso, o también la breve imagen de un cuerpo joven tan cerca de ella.
Posó los ojos en el espejo admirando su figura, nada mal para los años que gastaba, todavía podría causar deseo, no tenía duda de eso. Sin embargo no podía comprender por qué Pedro no lo veía así. Sin encontrar respuesta, acabó por mover la cabeza a modo de negación, se revolvió el cabello en un gesto de liberación más que por eficacia y se encaminó a la habitación.
Cuando atravesó la puerta, su sobrino se encontraba entre las sabanas mirando su móvil listo para dormir. Una situación algo atípica, pero dentro de lo que cabía, normal. Había dormido con él cuándo era más pequeño, aunque de eso ya hacía muchos años.
Sin embargo lo que la descolocó, no fue pensar en compartir la cama con su sobrino, sino en otra cosa. Mientras caminaba con su precioso pijama, notó como los ojos de su sobrino la seguían hasta llegar a su lado de la cama, donde giró la vista para que su tía no se diera cuenta. Quizá aquellas telas fueran algo inapropiadas para dormir con Sergio, pero tampoco había planeado dormir acompañada y con ellas se sentía la mar de cómodas.
La prenda hacia resaltar su cuerpo y sobre todo, colocaba sus senos de manera que fueran más visibles de lo que habían sido nunca para su sobrino. “¿Quizá como si llevara un bikini?” Carmen no evitó que una sonrisa aflorara en sus labios.
No sentía vergüenza por su cuerpo, es más, se enorgullecía de mantenerlo tan bien. La mirada de Sergio no se la tomó a mal, incluso le pareció que podía llegar a ser normal, aunque los años pasasen, sentía que todavía era atractiva.
—Se te van a quemar las neuronas con el móvil —Carmen habló por romper el silencio.
—Le estoy contando a mi madre que hemos parado.
La mano de Carmen se estiró para alcanzar un bote de crema de su maleta y con calma, de una forma muy pausada, comenzó a esparcirlo por su cuerpo.
—¿Qué te echas?
—Crema para la piel, así se queda más tersa y firme.
—¿Siempre te la das? —Asintió— pues parece que te funciona, se te ve muy bien. Mira que yo siempre pensaba que esas cremas eran una estafa.
Había sido algo sutil, quizá Sergio no lo había pensado, pero el simple hecho de decir que las cremas funcionaban le hizo sentir a Carmen que aquello era un piropo. Algo totalmente espontaneo y sin ninguna otra intención, no obstante a la mujer le caló.
Siempre le había gustado cuidarse y de nuevo, otra pregunta cabalgó por su mente “¿hace cuánto que no me dicen nada bonito?”. Trató de no externalizar lo que sentía, aunque dudó si el sentimiento que le corría por cada poro de piel era felicidad, de esa que tienes que saltar para expulsarla.
—Vaya… muchas gracias, Sergio —apretó los labios para mantener un estado anímico normal— Pues, sí que funcionan sí, es que sinceramente, no me gusta ser vieja. Suelo echarme todas las noches, tanto en la piel como en la cara.
—¿Te confieso una cosa? —Preguntó Sergio contemplando la espalda de la mujer que seguía en su tarea—. Eso sí, después haremos como si no hubiera dicho esto en la vida.
—Como hayas matado a alguien, voy a llamar a la policía, ni lo dudas, te quiero mucho, pero…
—No tía, es peor… —les encantaba bromear— tienes la piel muy bien, tienes un cuerpo en forma, en general te cuidas muy bien. Siempre me ha parecido que entre mi madre y tú, la joven eres tú.
—Muchas gracias —lo agradeció de corazón— y… me olvido de lo que has dicho, secreto entre los dos. Pero, una duda, ¿me ves joven a mí, o mayor a Mari?
—Mi madre también se conserva bien para su edad, será por vuestros genes. Siempre ha tenido un rostro que parece muy joven, bueno… tú también, os parecéis mucho. Pero ya le empiezan a pesar los años, el estrés… algo de culpa tengo en eso… Creo que por eso se ve más mayor, unas buenas vacaciones le vendrían bien. Tú la verdad tía, no parece que tengas tus años. En definitiva que me estoy liando, pareces más joven.
—¡Sí, eh! Vamos Sergio regálame los oídos, por favor —Sergio notó que la broma seguía, pero en el fondo Carmen quería escuchar todo aquello— ¿cuántos años crees que podría aparentar?
—Muy pocos, te lo aseguro, entre los noventa y los cien, no aparentas los doscientos que calzas.
—Serás… —agarró el primer cojín que pudo y soltó varios golpes a su sobrino.
—No tía, perdón… una bromita nada más. Parece que estuvieras entrando en los cuarenta y pocos.
—Eso, está mejor… que subida de moral. Llegas a equivocarte y duermes en la ducha.
Los dos rieron espontáneamente, mientras Carmen pulsaba el mando de la tela para entretenerse un poco. Sergio por su parte parecía derrotado y se tapó para tratar de dormir, haciéndose un ovillo en el lado opuesto donde su tía se encontraba.
La mujer apagó la televisión unos minutos más tarde, su sobrino se había marchado al mundo de los sueños y no le quería molestar con los chillidos que salían de la caja tonta. Le miró con los mismos ojos que habían heredado tanto su hermana, como su sobrina. Un azul del color del océano tan intenso que te podrían hacer sumergir en un mar sin salida.
Notaba en su cuerpo cierta felicidad que hacía años que no tenía. Apenas había sido una tarde junto al joven, sin embargo no encontraba el sentido. Siempre era agradable estar con Sergio, nunca dudo de eso, pero aquella tarde, la sensación había crecido de una forma exponencial, sin saber, que todavía le quedaba por crecer. La felicidad que podría esperarle al final de la carretera podría ser inexplicable, aunque lo primero, era dormir.
CONTINUARÁ.

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