Soy Puta (2ª parte)


Soy Puta (2ª parte)


3
A la mañana siguiente tras la cena y todo el vino que bebieron, Lucía se despertó tarde, faltando ya poco para el mediodía. Sin duda disfrutaba de su vida en aquellos momentos y uno de esos placeres era levantarse tarde, le gustaba remolonear en la cama hasta que ya no podía dormir más.
Se levantó, preparó café y se hizo un par de tostadas de pan de molde y sentó a desayunar en la cocina mientras consultaba en el móvil las noticias del.
Por la ventana entraban los rayos del sol, proyectándose como haces de luz perfectos sobre el suelo porcelánico. Lucía se quedó extasiada viendo como millones de motas de polvo en suspensión flotaban en el aire, desplazándose majestuosamente como las abejas en una colmena. Hoy se sentía muy bien, estaba a gusto consigo misma y en paz.
Pero de repente, su subconsciente la traicionó y por unos momentos volvieron a su mente los días del hospital, entonces cerró los ojos con fuerza y respiró hondo, apartando aquellos malos pensamientos de su mente.
El truco funcionó, se vistió y decidió ir de compras para mantener su mente ocupada, necesitaba ropa apropiada para salir por la noche, casi todos sus vestidos los dejó en el último piso y no quiso volver por miedo a que el tío que le pegó estuviese esperándola.
Al salir fue caminando hasta la parada de taxis más próxima, y pasando por el mismo parque que el día anterior, aprovechó para ver si estaba su amigo Fran arreglando los jardines.
Efectivamente estaba con el resto del grupo, en el centro bajo unos árboles, plantando flores, así que no quiso molestar y siguió su camino.
Volvió ya por la tarde, cuando el Sol se disponía a ocultarse bajo el horizonte y para su sorpresa vio a Fran en el portal, así que se sentó con él a charlar.
—  ¡Hola Fran!— le gritó con alegría mientras le daba una palmada en el hombro.
—  ¡Hola Lucía!— respondió igualmente el muchacho.
Lucía se acercó a él e inclinándose le dio un beso en la mejilla, el chico despertaba mucha ternura en ella y la hacía sentirse muy bien. Le preguntó por su trabajo y estuvieron hablando un buen rato sobre las flores y el césped. Su madre lo llamó por la escalera, así que se levantó y subieron juntos. Al llegar al portal su madre salió y se saludaron. Al parecer tenía la merienda lista y lo llamaba para que se la tomase. Marisa la invitó a pasar y acompañarlos. Ella se excusó pero su vecina la tomó del brazo y literalmente la metió en casa. Así que disfrutaron de café y magdalenas caseras, Fran tomó leche con cacao y dio buena cuenta del plato de dulces que había preparado su madre en el horno.
Lucía la felicitó por su destreza como pastelera y estuvieron conversando y conociéndose. Al parecer Marisa era funcionaria del ayuntamiento y trabajaba por las mañanas solamente, vivían solos Fran y ella, pues su marido murió trágicamente en un accidente de tráfico hacía ya unos cuatro años. Su madre se trasladó a vivir con ellos tras esto y también había fallecido hacía unos meses, así que volvían a estar solos de nuevo.
Lucía estaba sentada junto a Fran en un sofá, él estaba muy contento, al parecer por la compañía de su nueva a miga, al menos eso fue lo que le dijo su madre, quien sin duda lo conocía bien.
Marisa estaba junto a ella en una butaca. Ella por su parte le contó a Marisa que era universitaria y que estaba estudiando al tiempo que trabajaba esporádicamente como azafata de congresos, Marisa la felicitó por lo guapa que era y le dijo que sin duda con su cuerpo y siendo tan guapa no le faltaría trabajo, y en cierta medida no se equivocaba, salvo por el tipo de trabajo que ella desempeñaba. La verdad es que se tenía ya la mentira bien aprendida, pues lo que menos le gustaba era ser el centro de atención de las habladurías de marujas sin nada mejor que hacer.
Pasó la tarde y cuando llegó la hora de la cena Lucía se despidió, Marisa le ofreció que se quedara a cenar, pero Lucía esta vez no aceptó y su vecina tampoco insistió más.
Esa noche Lucía ya había quedado con otro cliente, esta vez no fue muy de su agrado pues el hombre estaba bastante gordo y estuvo metiéndosela por el culo de una forma bastante poco acertada, hasta que se corrió.
Lucía se alegró de terminar por fin el servicio y salió a toda prisa del hotel, el gordo después de todo se portó bien y le dio una generosa propina en metálico. A veces pasaba, no todos los tipos eran agradables y le gustaban, pero era su trabajo y así se había mentalizado.
A la mañana siguiente era sábado, por eso le extrañó cuando le tocaron en la puerta, aún así Lucía salió de la cama, aún con el pijama puesto a ver de quién se trataba. Era su vecina y con ella venía Fran.
— ¡Oh Lucía! ¿Estabas durmiendo?— preguntó su vecina ante lo evidente—. No quería despertarte— se excusó.
— ¡No importa, ya me iba a levantar! Es que anoche quedé con unas amigas y me acosté tarde —se excusó.
— ¡Oh claro, claro! Eres joven haces bien y salir y divertirte. Verás es que necesito ir al centro, porque una amiga está en el hospital, ayer se calló y se hizo daño y a Fran le dan miedo los hospitales, así que no tengo con quien dejarlo. ¿Te importaría quedarte con él hasta la hora del almuerzo? Si no puedes no pasa nada, no quiero molestarte.
—  ¡Oh claro que no! Estaré encantada de que se quede conmigo, de todas formas no tenía pensado hacer nada esta mañana.
—  ¡Pues muchas gracias Lucía, te debo un favor!— le dijo Marisa soltándole un beso en la mejilla.
Fran pasó a su piso y ella lo acompañó al salón. Allí puso la tele y le dijo que esperase que quería ducharse.
De modo que se encerró en el baño y se dio una ducha rápida, luego salió y se fue a cambiar a su cuarto. Como no tenía costumbre de cerrar la puerta, pues vivía sola, la dejó abierta, y se desnudó. Cuando se estaba cambiando la ropa interior vio cómo Fran se asomaba a la puerta y se sobresaltó, escapándosele un grito mientras se tapaba sus partes.
Fran se asustó, se dio media vuelta y se fue rápidamente mientras rompía a llorar. Lucía pensó que lo había asustado con su grito, así que se puso rápidamente una camiseta y unas braguitas y salió a ver cómo estaba.
Lo descubrió en el salón, sentado en el sofá tapándose los ojos mientras sollozaba. Pese a ser ya mayor, en el fondo era inocente como un niño y debió pensar que ahora Lucía le regañaría por lo que había hecho.
— ¡Vamos Fran! ¿Te he asustado? No quería hacerlo, lo siento... —le dijo mientras lo abrazaba.
— ¡Fran ha sido malo, ha mirado mientras Lucía estaba desnuda! —exclamó él mientras se dejaba abrazar por la chica.
Fran era bastante grandote y sus hombros eran anchos y fuertes. Lucía era pequeña y delgada, por lo que con sus finos brazos sólo le llegaba a los hombros y él la eclipsaba literalmente con su cuerpo. Allí abrazada a él le impresionó lo grande y fuerte que se veía tan de cerca.
Cuando lo hubo consolado un poco, se separó.
—  ¿Estás bien?
—  Si —dijo él aún con lágrimas en la cara.
Se levantó y buscó unos pañuelos de papel para que enjugara las lágrimas y se sentó de nuevo a su lado.
— No pasa nada Fran, antes he gritado así porque me he asustado al verte y por un momento te confundí con otra persona, ¿lo entiendes, verdad?
— Es que me aburría y estaba viendo tu casa. Los cuadros son bonitos, me gustan —asintió Fran ya completamente repuesto.
— ¿Ah si? ¡Los escogí yo misma! Son de Van Gogh, me encanta Van Gogh —exclamó Lucía.
De repente Fran comenzó a reírse, y Lucía pensó que tenía algo en el pelo que le hacía reír así que buscó si se le había enchanchado algo sin éxito.
— ¡Qué! ¿Es que tengo algo colgando? —preguntó ella ahora con inocencia.
— ¡No, es que... Lucía es bonita! —le soltó de sopetón.
— ¡Ah, es eso, antes me viste y ahora…! —dijo Lucía descubriendo el porqué de sus risitas—. ¡Es por lo de antes, no pillín! Oye, esto no se lo digas a tu madre, ¿eh? —le dijo, pues sólo le faltaba que le comentara a su madre que la había pillado en pelota picada.
— ¡No, será nuestro secreto! —exclamó Fran con mirada de complicidad.
Fran era la inocencia personificada, pero a Lucía le sorprendió que se fijase en ella y concluyó que después de todo él también era hombre y se sentía atraído por ella como mujer, aunque pensó no tenía nada que temer, él era tan bueno que nunca le haría daño y en el fondo se sintió alagada y le divirtió la situación.
— Pero Fran, ¿tú tienes novia?
— No, no tengo, sólo amigas, amigas del trabajo —aclaró.
— ¿Y no te gusta ninguna?
— No, me gusta Lucía —insistió Fran una vez más.
— ¡Venga chico, yo soy tu vecina! ¿Alguna amiga del trabajo te gustará no? —siguió Lucía intentando distraerlo de su persona.
— Bueno si, me gusta Laura, ¡un día me tocó el pito!— admitió entre risitas.
— ¿El pito? —preguntó Lucía extrañada—. ¿Y eso?
— Estábamos juntos en los jardines y me hacía piss así que me puse contra un árbol, ella me vio, se acercó a mi y me lo cogió.
— ¿En serio, y tú que hiciste? —Lucía no salía de su asombro.
— Pues nada, la dejé que lo tocara... y se me puso muy dura —soltó de nuevo más risitas.
— ¡Oh, pero Fran, estás hecho un bribón! —exclamó ella dándole una palmada en el hombro.
— Luego hizo piss ella y le vi eso… —confesó señalando sus ingles—. Pero el tuyo es más bonito, no tiene pelillos.
— ¡Oh Fran, qué vergüenza, me vas a poner colorada! —exclamó Lucía divertida por la conversación con el chico.
A pesar de su inocencia Fran debía pasar ya los veinte años, con lo que era un volcán de hormonas en erupción pese a su discapacidad.
— Estábamos solos, se habían ido todos al otro lado del jardín. Ella se levantó luego y se acercó y me pidió que se lo tocara, así que lo hice.
— ¿De verdad? —preguntó Lucía guiada ya por el morbo de la confesión.
— Si, luego la mano me olía a pipí— afirmó con su sinceridad habitual— . Luego ella me dijo que me tumbara en el césped y se sentó encima, encima de mi pito —le aclaró tras una pausa.
Lucía estaba ciertamente escandalizada, no lo podía creer lo que aquel chico inocente le contaba.
—  Pero Fran, Laura es una compañera, como tú, ¿no?
—  Bueno Laura es una monitora, como Antonio.
— Vaya tela con la tal Laura —pensó Lucía para sus adentros.
— Laura es muy buena amiga y se porta muy bien conmigo, me dice que me quiere mucho y ese día estuvo bastante rato conmigo, lo que me hacía me gustó mucho, luego me mareé un poco allí tumbado, sentí muchas cosquillas en el estómago y sentí que me hacía pipí dentro de... ella.
A medida que el muchacho contaba su secreto, más morbo le daba a Lucía el conocerlo. Se imaginaba a la tal Laura tirándoselo en el parque a escondidas, con el riesgo que implicaba el que los viesen otros chicos como él, ¡en público!
— ¿Tú quieres tocarme el pito también?— le preguntó mientras Lucía estaba ensimismada en sus pensamientos.
—  ¡Oh no Fran, yo no...!
—  Mira mira, se me ha puesto grande —le dijo levantándose y bajándose el pantalón a la vez que los calzoncillos, mostrando una gruesa polla en erección.
A Lucía le subieron los colores viendo aquel miembro, que sin esperarlo había aparecido ante ella. Trató de ignorarlo y le dijo que se subiera los pantalones y se sentara de nuevo tirando de ellos para ayudarle a subírselos.
— Oye, Fran, pero tu amiga Laura, ¿lo ha hecho más veces? Me refiero a lo de sentarse encima tuyo.
— No sólo aquel día, luego no lo ha hecho más pero es porque no nos hemos quedado solos más veces. Ella me dijo que si era bueno y no lo contaba lo haríamos otro día también.
Vaya lagarta que está hecha la tía esa —pensó de nuevo Lucía escandalizada ante la perversión de un alma como la de Fran. Pero luego recapacitó y pensó en el muchacho, sin duda, a su edad las hormonas tenían que correr necesariamente por sus venas igual que por las de cualquier otro chico, y este pensamiento la hizo recapacitar sobre sus necesidades.
— Fran, ¿a ti te gustaría que hiciéramos tú y yo, lo mismo que con tu amiga Laura?
— ¡Oh si, tú eres más bonita que ella! —asintió el chico sin dudar.
Aunque Lucía seguía con dudas, por un lado le daba morbo hacerlo con él, tan inocente, tan cálido, y por el otro, le remordía la conciencia. Pero el chico estaba empalmado y tenía una buena polla como ya le había mostrado justo hacía un momento, pensó que sería como hacer una obra de caridad por él.
Pero finalmente decidió apartar aquellos pensamientos de su mente, entre otras cosas, porque le aterró la posibilidad de que se lo contara a su madre y ésta se enterase de lo que había hecho. Si a ella le había contado lo de Laura, nada le garantizaba que no se lo soltara otra persona y llegara a oídos de su madre o incluso directamente a ella. Así que para despejarse decidió llevarlo a pasear al parque.
Salieron de la casa, el sol brillaba ya en todo lo alto y estuvieron paseando por el bonito parque donde trabajaba Fran. Él no paraba de contarle lo que habían estado haciendo en él durante toda la semana, desde luego el muchacho hablaba por los codos. A Lucía le hacía gracia y la hacía reír con las tonterías que hacía o decía.
Como ya era un poco tarde decidieron volver, Lucía tocó en su piso, a ver si ya había llegado su madre y efectivamente así era. Cuando le tocó y no los encontró dedujo que habían salido a dar una vuelta y pensó en invitarla a comer para compensar las molestias. Una buena comida casera y familiar, así fue como se lo definió, así que Lucía no pudo negarse.
Durante la comida le estuvo hablando de lo mal que comían las estudiantes y que sin duda ella estaba tan delgada por lo poco que comía. Marisa no es que estuviese gorda, digamos que a su edad se conservaba medianamente bien, aunque el apetito hubiese saciado su carne y ésta fuese abundante pero no en exceso.
Tras la comida se sentaron en el sofá del salón y estuvieron viendo una película de sobremesa que echaban por la tele, de esas donde hay una mujer mala malísima que los va matando a todos. El pobre Fran casi en seguida se quedó dormido, mientras su madre y la propia Lucía hacían lo propio con el sopor que produce la digestión.
A la hora o así Lucía despertó, no se podía creer que se hubiese quedado dormida con su nueva familia. Lo cierto es que la escena era de lo más familiar, sentada entre la madre y el hijo. Decidió levantarse e ir a la cocina a tomar un gran vaso de agua, pues, después de la comida se había quedado seca.
Estuvo curioseando un poco por la nevera y los armarios picó algo dulce, dándole la impresión de que estaba como en su propia casa. Luego fue al servicio a hacer un pis, sus anfitriones aún estaban sopa cuando pasó por el salón.
No pudo evitar echar una mirada por el baño, estaba bastante limpio y cuidado, aunque entre los botes uno llamó su atención, era de color rojo y tenía un dosificador, al examinarlo más detenidamente descubrió que era un lubricante sexual, que daba sensación de calor.
— Vaya con la señora Marisa, después de todo aún está viva entre sus piernas—  pensó entre risas mentales.
Y lo dejó donde estaba. Luego echó un ojo al dormitorio, nada de particular, curioseo algunos cajones de la cómoda donde guardaba braguitas y sujetadores. Sin duda ahí debía guardar algún artilugio de placer, para combinar con el lubricante del baño pero no lo encontró, no estaría guardado a la vista. Finalmente abrió el último cajón de la mesilla de noche y escondido entre los calcetines apareció una réplica, en látex suave y sedoso, del miembro masculino, algo grande para su gusto, pero bien moldeado. En ese momento los ruidos la alertaron así que súbitamente cerró el cajón y salió de la habitación.
Marisa se había despertado, ella entró justo cuando se estaba levantando del sofá.
— ¿Te apetece un café? —le preguntó nada más verla aparecer.
— Vale —se limitó a asentir Lucía.
El resto de la tarde lo pasó conversando con su nueva amiga, hasta que se despidieron ya entrada la noche. Lucía tenía una nueva cita y se fue a prepararse. Era de nuevo con su primer cliente en la ciudad, así que estaba relajada, pues ya lo conocía. Al final cumplió su palabra y volvió a llamarla.
4
Esta vez el hombre le dijo que quedarían en su casa ya que no quería exponerse a que lo viesen con ella en un restaurante, pues aunque ya no convivía con su esposa, muchos de sus amigos aún no sabían que se iban a divorciar.
De modo que quedó en pasarse a recogerla donde ella le dijese. Por supuesto que Lucía no le dio su dirección real, ya tenía aprendida la lección, en su lugar le dijo que lo esperaría en un café y le avisara al móvil cuando llegase.
La recogió en su flamante X5 y salieron con destino a las afueras de la ciudad. Lucía preguntó dónde iban, él le dijo que vivía en “La moraleja”, Lucía enseguida captó que el tipo tenía un alto nivel económico pues sabía que en ese barrio abundaban los famosos y ricachones.
En una media hora, pasaban por una calle con inmensos caserones, separados de la acera con muros de piedra y setos, cuando el hombre accionó un pequeño mando a distancia y unos metros más adelante una verja comenzó a abrirse para dejar entrar al vehículo.
Pasada la verja, otra puerta corredera en este caso comenzó a levantarse, era la puerta del garaje, cuando esta estuvo en todo lo alto el coche entró y luego comenzó a bajar, sin duda todo “muy discreto”, ningún vecino podría ver a su acompañante.
Caballerosamente la invitó a pasar a su casa, en seguida salió una chica de color, ataviada con uniforme de sirvienta a recibirlos. Se dirigió al hombre con gran educación pidiéndole su abrigo, pero lo llamó Pedro. Lucía sonrió, sin duda mintió en su primera cita, Pedro era su nombre real y este le contestó dirigiéndose a ella como Lucrecia.
Luego se dirigió a ella simplemente como “señorita” y le pidió igualmente el abrigo, invitándolos a continuación a pasar al salón donde la mesa ya estaba puesta. El hombre le ofreció asiento y le ofreció una copa de vino mientras esperaban a que Lucrecia les sirviera la cena.
Lucía quedó maravillada por todos los detalles y los muebles caros. En el salón la decoración era rica y distinguida, con maderas nobles en color cerezo, con cuadros impresionistas en las paredes, donde una luz cálida lo envolvía todo.
— Tienes una casa muy bonita... “Pedro”—dijo Lucía dirigiéndose a él por su nombre real.
— ¡Gracias! —dijo él sonriéndole al captar su apreciación a su verdadero nombre— . Oye, el otro día preferí no darte mi verdadero nombre hasta conocerte mejor. Y hoy te he traído a mi casa por la discreción, como ya te comenté, para mi es vital el tema de la discreción, ¿lo entiendes verdad?
— ¡Claro! No hay problema Pedro, estamos aquí para pasar un rato agradable, ¿verdad? —dijo Lucía tratando de mantener una conversación distendida.
Lucrecia llegó con la sopera justo a tiempo y sirvió a ambos el caldo de marisco que ella misma había cocinado, por supuesto con los mejores ingredientes. A Lucía le gustó mucho y cuando les sirvió el segundó la felicitó, despertando una gran sonrisa en la joven.
Mientras tanto la tensión se fue diluyendo, poco a poco Lucía recondujo la conversación hacia temas más banales, preguntándole por los cuadros y manifestando su admiración por la decoración de la casa. Pedro se fue soltando poco a poco y conversaron alegremente al calor del vino.
Lucía se había vestido para la ocasión con un traje negro con toques de lentejuelas, muy elegante y él también optó por traje negro, camisa azul y corbata lila, sin duda ambas de seda. Sin duda ambos trataron de lucir su mejor aspecto.
Ya en los postres, Lucrecia pidió permiso al señor para retirarse a su habitación y éste se lo concedió gustoso y la felicitó por la cena que les había dado.
— Lucrecia es la mejor sirvienta que he tenido. Mis hijos la adoran y ella es muy buena conmigo y con ellos, quien no la traga es mi ex —le confesó Pedro cuando ella se marchó.
— Si, se la ve muy amable, ¿y por qué no la tragaba tu mujer?
— No sé, fue enemistad a primera vista, siempre era muy exigente con ella y Lucrecia obedecía sin más. Como las cosas entre nosotros no andaban bien, pienso que lo pagó con la criada. ¡La pobre! —se lamentó.
— ¡Vaya víbora! —se jactó Lucía.
— ¡Tú lo has dicho! La muy zorra se ha largado con uno de mis compañeros de trabajo y ahora viven en su casa, por eso yo he podido conservar la mía.
Lucía había intuido que él era el cornudo y ciertamente se le veía dolido con la situación, pero para eso estaba ella aquella noche allí, intentaría hacerle olvidar con un buen polvo.
La noche pasaba y el momento del sexo parecía que no llegaba. Hasta tal punto que Lucía comenzó a impacientarse así que comenzó a insinuarse descaradamente y en un momento dado abrió sus piernas y le mostró que no llevaba bragas. Pedro tragó saliva y se aflojó la corbata. Entonces la chica se sentó encima suyo subiéndose la falda y apoyó su coño desnudo sobre la bragueta de su traje negro, comenzando restregarse contra la tela.
— ¿Estoy ya muy caliente, es que no me vas a follar? —le dijo melosa al oído.
El hombre la abrazó y le chupó el cuello, echó mano a sus pechos y los envolvió con sus manos, luego las bajó y cogió su culo apretando ambos cachetes con sus manos.
Le pidió ayuda con la cremallera de la espalda y él se la bajó, para que Lucía así pudiese despojarse del mismo y quedar completamente desnuda encima suyo, como una pequeña diosa del amor.
Él entonces besó sus pechos y se embriagó con sus pezones duros y puntiagudos, a lo que ella respondió con gemidos y sonidos guturales. Finalmente lo hizo levantarse de la silla, lo acompañó a un sofá cercano y empujándolo contra el mismo lo hizo sentarse.
Se arrodilló ante él y sus delicada manos bajó la bragueta de su pantalón y se introdujo en él buscando su polla, cuando la extrajo del calzoncillo esta ya estaba dura y salió con cierta dificultad del pantalón. Cuando la tuvo fuera, de inmediato ésta acabó en su caliente boca, donde la chupó con ganas, enervando a su anfitrión, que absorto se dejaba hacer por aquella preciosa gatita arrodillada a sus pies.
Le hizo una buena mamada y acto seguido se incorporó, poniendo una pierna encima del sofá le mostró su bella flor desnuda frente a su cara donde él la admiró su precioso coño depilado como el de una jovencita, pues eso es lo que era en realidad. Y lo acarició con sus dedos. Luego ella flexionó sus piernas y bajó poco a poco, hasta que sujetando su dura estaca con una mano la colocó en la entrada de su rajita y suavemente se la clavó hasta bien adentro.
El hombre exhaló y ella le correspondió con un quejido cuando sus pieles se juntaron en íntimo contacto y empujó más aún para sentirla más y más dentro.
Mientras este la sujetaba por su culo, ella se aferraba al sofá y subía y bajaba clavándose su dura estaca hasta el fondo, así se dejó follar unos minutos hasta hartarse de la deliciosa postura que habían elegido.
Luego ella se puso a cuatro patas y él hombre se levantó y se colocó detrás suyo, embistiendo su rajita desde atrás, éste se aferró a su delicada cintura y apretó su cuerpo contra el suyo.
— ¿Te puedo hacer el griego? —le preguntó tras follarla un rato desde atrás.
— ¡Claro, voy por lubricante! —dijo lucía acercándose a su bolso en una silla de la mesa, caminando desnuda como una gata sobre la tupida alfombra del suelo y volvió con él.
Se echó un poco en su apretado botón rosado y se introdujo unas cuantas veces sus pequeños dedos, ante la mirada expectante del hombre, luego volvió a colocarse a cuatro patas sobre la tupida alfombra, pegando su cara al suelo.
— ¡Vamos, inténtalo! —dijo una vez se había preparado.
Entonces Lucía sintió la presión del glande en su ano, cómo este se dilataba poco a poco e iba entrando por detrás, hasta que por fin venció su resistencia inicial y la sintió bien adentro también.
Sin duda Pedro estaba disfrutando de lo lindo con la excitante y nueva situación para él, encontrando en aquel apretado agujero, nuevas y deliciosas sensaciones, mientras sus manos acariciaban el pequeño cuerpo que se contraría y sufría sus penetraciones anales bajo él.
Mientras se lo hacía, Lucía se acariciaba el clítoris, esto la ayudaba a mantener el culo dilatado y que le doliese menos, aunque lo cierto es que también disfrutaba más de la penetración de este modo y esta noche estaba disfrutando bastante, no podía quejarse y encima cobraría al final de la noche una sustanciosa cantidad.
El hombre educadamente le preguntó si podía correrse fuera, sobre su culo, ella dudó unos segundos pero luego aceptó, la única condición es que no podía metérsela sin condón, así que tenía que quitárselo rápido si quería y correrse encima.
Entonces el hombre aceleró sus penetraciones, lo que hizo que el culo le comenzara a doler, pero era una mezcla de dolor y placer, lo que provocó que Lucía acelerase el ritmo de sus caricias a su rajita mientras se dejaba penetrar por su ajustado ojal.
Cuando él estuvo a punto, sacó su verga y rápidamente se deshizo del condón que la cubría, para comenzar a masturbarse encima suyo buscando el ansiado final.
Lucía sintió las andanadas de leche impactar sobre su piel y luego resbalar por ella hasta su espalda y por sus ingles y muslos. Sin duda fue una abundante corrida, que la puso literalmente perdida, pero no le importó, eso era un plus que se encargaría de cobrarle.
El hombre derrotado se echó en el sofá, buscando algo con qué limpiarse. Entonces ella se levantó y desnuda cuan pequeña diosa y le preguntó si podía ducharse. Pedro le indicó la dirección por el pasillo y le dijo que encontraría toallas limpias, así que hasta allí fue Lucía.
Entró en el baño, estaba todo perfecto, con toallas limpias y literalmente de todo. Se sentó en el váter y descargó su vejiga, llena de tanto vino. Seguía excitada y quería correrse, así que se frotó el clítoris mientras se penetraba suavemente con sus dedos y no tardó en hacerlo.
Luego pasó a la ducha y limpió toda su piel, sintiéndose de nuevo fresca y satisfecha, ya había cumplido.
Cuando volvió al salón el hombre ya se había puesto la camisa y el pantalón y permanecía sentado en el sofá escuchando música clásica con una copa de licor en la mano.
— ¿Una copa antes de irte?
— ¿Por qué no? —dijo Lucía.
— Si no te importa sírvete tu misma.
Lucía se acercó al minibar situado en un pequeño mueble y buscó su licor preferido,  Fray Angélico, ¡perfecto! —dijo para sí misma.
Puso hielo en un vaso y sirvió una generosa cantidad de licor, luego se acercó hasta el sofá donde estaba Pedro y desnuda aún comenzó a tomarlo a su lado.
— ¿Te ha gustado? —preguntó Lucía.
— ¡Oh si, mucho, contigo el sexo es fenomenal! —exclamó satisfecho.
— ¡Un cliente complacido, me alegro! —exclamó Lucía sonriente.
— En efecto, he quedado complacido la verdad. ¿Te puedo preguntar algo?
— Adelante —afirmó Lucía.
— Cuando lo haces con tus clientes, ¿qué sientes? Te lo habrán preguntado 100 veces pero siento mucha curiosidad —explicó Pedro.
— Ninguna mujer es inerte, salvo que el tío no lo haga bien o te haga daño con la penetración —afirmó Lucía—. Es difícil mantenerse al margen.
— Yo últimamente ya no follaba con mi mujer y lo peor era que ya no la deseaba. Contigo he recuperado las ganas de follar.
— ¡Me alegro! Supongo que tiene que ser duro el momento en que decides que ya no sientes nada por la otra persona, ¿no?
— Bastante, pero en fin, la vida es así y hay que reponerse y seguir para adelante —dijo Pedro sin especial emoción en sus palabras.
— Bueno Pedro, lo he pasado bien contigo esta noche, me tengo que marchar.
— ¡Oh claro, claro, ya te he pedido un taxi! Ya te debe estar esperando en la puerta.
— ¡Qué detalle Pedro, eres todo un señor! —exclamó Lucía agradecida mientras le daba un beso.
Sin duda Pedro se comportaba como todo un señor, fino y educado como pocos había conocido Lucía. Aquella noche comenzó a ver lo mucho que le gustaban los modales de aquél hombre.
Pedro salió a despedirla al portal, el taxi ya esperaba frente a su casa. Entonces se miraron y no supieron qué decirse, así que, un simple “buenas noches” bastó.
Lucía se montó en el taxi y este arrancó comenzando a moverse lentamente por la calle para a continuación acelerar y cambiar de marcha alejándose mientras el ruido del motor se perdía en el silencio de aquel barrio a esas horas..
Las casas pasaban por la ventana del taxi en aquella urbanización de lujo, mientras Lucía, perdida en sus pensamientos, se preguntaba si podría vivir allí algún día, sin duda aquel sería su cuento de hadas.
Pero casi de inmediato pensó que ella era una puta, y que en los cuentos de hadas sólo no hay putas, sólo princesas… y este pensamiento la entristeció de vuelta a casa.
----------------------------------------------
Soy Puta es una novela de la que guardo un especial cariño. Admito que llegué a identificarme con Lucía la protagonista, hasta el punto que un hombre puede sentirse identificado con una mujer. Llegué a pensar como ella, sentir como ella y ella vivió en mi mente durante los meses que tardé en escribirla. Pienso que es lo normal. Marisa, la madre de Fran, también me caló hondo, como una madre abnegada, entregada a su hijo que hace una buena amiga con Lucía, estos son los tres personajes principales, aunque en la obra también tiene peso Pedro, el salvador de Lucía de alguna manera, quien la saca del sórdido mundo en que ella vive...

3 comentarios - Soy Puta (2ª parte)

DnIncubus
Sigue subiendo está buena la historia
geb17
Muy bueno +10