La pendeja

Conocí a una chica a la que excitaba más contar lo que le había pasado que lo que hacía en sí. Enganchada al Facebook, al Twitter y a otras tantas páginas que publicitan toda tu vida personal, esta chica sacaba a la luz todo lo que le pasaba. La conocí a través de una página de contactos. Había tenido un asunto en el despacho que tenía que ver con este tema, y reconozco que me picó la curiosidad. Que, hoy por hoy, sea tan sencillo echar un polvo me parecía una poco frío, pero existe, y es una realidad creciente.


Así que accedí a una página de contactos. Rellené una ficha con casi todos los datos falsos y colgué mi anuncio en la red. Algo así como poner el anzuelo y tirar la caña. Mientras esperaba a que alguien picara, me dediqué a ver los otros anzuelos. Era curioso. No había nadie feo, o gordo, o grasiento. Todas las chicas eran espectaculares y todos los tíos eran cachas de gimnasio. 


Había otros anzuelos, como el mío, que no tenían foto. Mientras seguía curioseando, sonó un “plinc” y saltó una ventana nueva. “Cachonda90_60_90” solicitaba una conversación conmigo. Al lado izquierdo de la ventana se veía a la supuesta Cachonda90_60_90, una mujer joven, con pelo teñido de rosa, gafas de sol enormes que tapaban casi toda la cara y unos labios sensuales, gruesos, cerrados en un beso a la cámara.


Acepté la conversación, curioso. La primera entrada ya era de traca: “¿Follar o amistad?”. Alcé las cejas, ante tal brutal sinceridad. Como tardé un segundo en contestar, saltó la entrada, repetida. Me apresuré a teclear la contestación: “Follar”. Evidentemente.


-“¿Tns stio?”- interpreté aquello como si tenía sitio. “Si”.
-“¿Cam?”-. ¿A qué se refería ahora? ¿Cama? Si le he dicho que tengo sitio, pues tendré cama, pensé. Tecleé: “¿A que te refieres?”. La respuesta tardó un poco más en llegar.
- Web cam. ¿Eres nuevo en esto?-. Mi portátil lleva una cámara incorporada que no había utilizado en mi vida. Busqué el icono para encenderla, y contesté.
- Tengo cam y soy nuevo. ¿Qué se hace ahora?-. Esperé, encendiendo un cigarrillo. En la esquina superior derecha de la ventana apareció una señal de carga, y apareció la imagen de una habitación amarillenta. El respaldo de una silla, una cama detrás, estanterías en las paredes y un poster de una banda de rock. Sobre la cama había un peluche, pero de Cachonda90_60_90, ni rastro.


Apareció una nueva entrada en el cuadro de diálogo: “Esta es mi habitación. Ahora enseña la tuya”-. Imagino que ella pensó que yo era un chavalín. Busqué una pared libre de cuadros, que no había, así que descolgué varios marcos, enfoqué allí la cámara del ordenador y me senté. Como precaución, me quité la corbata y pulsé el botón de “aceptar”. A la esquina inferior izquierda se abrió la correspondiente ventana, en la que aparecía yo y la pared desnuda de mi espalda. Esperé que Cachonda90_60_90 apareciera en la esquina superior.


-¿Un poco mayor?-. La entrada en el cuadro de diálogo me dio por saco. Y por fin apareció. Lo único que tenía en común con la foto de su anzuelo era que llevaba el pelo rosa. Pero no tenía mala pinta. Era joven.
-¿Un poco niña?- contesté. Parecía aburrida mientras tecleaba sus respuestas. 


Estuvimos un rato charlando, con preguntas y respuestas concisas que conducían a quedar en un sitio para echar un polvo. Frío y poco excitante. Pero acudí a la cita.


La encontré sentada en la plaza, con la atención puesta en su telefono, escribiendo a toda velocidad con ambas manos en el minúsculo teclado. La observé de lejos, tomándome mi tiempo. Pelo rosa, corto, gafas de sol enormes, chupa de cuero negra, camiseta negra debajo y leggins también negros. Las zapatillas, como para dar una nota de color, eran rosas, como su pelo. Desde mi posición solo podía advertir la pezuña de camello, una raja perfectamente definida por los leggins en su entrepierna.


Levantó la cabeza y debió verme, pues se puso en pie y vino hacia mí. Se quitó las gafas. Venía maquillada con unas sombras negras alrededor de los ojos verdes, bonitos. Nos dimos dos besos en las mejillas y ella me evaluó. Parece que aprobé su exámen:


-¿Dónde vamos?-. La llevé al apartamento que comparto con un amigo, como picadero. Es pequeño, está muy céntrico y lo mejor es que es muy discreto. Casi nunca entro por la puerta principal, sino por el garaje. Un chollo que encontramos hace muchos años. Lisbeth dedicó un par de parpadeos al apartamento. Se quitó la chupa. Debajo llevaba una camiseta de tirantes con el gato de Los Suaves en rojo. Tenía buenas tetas y pelo en los sobacos. Una verdadera antisistema. Empezó a escribir en el celular, sin hacerme ni puto caso. Por encima de los leggins asomaba la goma de un tanga, evidentemente, negro, en contraste con su piel blanca. Saqué un par de latas de cerveza. Le tendí una y me senté.


-¿Follamos o qué?- pregunté. Ella hizo un ademán impaciente. Dejé la lata en la mesilla, me saqué la polla de los pantalones, morcillona, y se la acerqué a la boca. Repetí la pregunta. Con un suspiro, dejó el celular sobre la cama y miró la picha que se le ofrecía. Enarcó una ceja, en un gesto que interpreté como sorpresa. Lamió el capullo con la punta de la lengua. Luego recorrió el tallo y metió la mano para sacarla entera de los pantalones. La ayudé quitándome el cinturón y soltando el botón. Ella me bajó los pantalones, lamiendo los huevos y masajenado el cuerpo de la verga.


Notaba que faltaba algo. Todo era muy frío, aún con la mamada que me estaba haciendo. Se la saqué de la boca y no protestó. Se limitó a pasarse la lengua por los labios. Acabé de desnudarme. Mi polla se venía abajo. Me planteé acabar con la cita en ese momento. Por curiosidad, me acerqué a ella y leí lo que escribía sobre su hombro. 
La pendeja

“Se la acabo de chupar a un tío en su apartamento”. Nueva entrada. “Me ha dejado la cara pringosa con su leche”. Alcé una ceja, sorprendido. Estaba relatando en su blog un aparente encuentro sexual. Me excité. Cogí mi móvil y encendí la cámara. La apoyé en la mesa, captando la cama en la pantalla. Después, con la polla dura, me acerqué a ella y le arranqué el aparato de la mano. Me miró con enfado, y antes de que pudiera protestar, me tiré sobre ella, callándola con un beso. Mi mano reptaba por su entrepierna, por aquel cameltoe que había visto en la plaza.


-¿No crees que es más divertido hacerlo que imaginarlo, Lisbeth?- comenté a su oído, casi en un susurro. Ella gimió quedo.
-¿Quién es Lisbeth?- preguntó, dejándose hacer.
-Tú, ahora. No me gustaría llamarte Cachonda90_60_90-. Se rió. Al menos había logrado que cambiara el gesto de enfado con el mundo. Cuando noté que había captado su atención, me encendí un pitillo y me senté.


-Desnúdate- ordené. Ella se sentó en la cama, dudando. -¿A qué esperas? Hemos venido a esto, ¿no?-. Se quitó la camiseta, quedándose en sujetador. Una prenda sorprendentemente erótica, comparada con el resto del vestuario de Lisbeth. Era negro, con un lacito en la unión de las copas, transparente y muy sexy. El pene respondió al estímulo visual, soltando unas gotitas de líquido. Cogí el móvil, apuntando a la cara de la chica.
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-¿Estás grabando?- preguntó. Su tono no mostraba indignación o enfado, sino más bien curiosidad. Asentí, dando por supuesto que continuaría haciéndolo, dijera lo que dijera. 


Pareció enardecerla. Se acarició el vientre y las tetas con el dorso de las manos, continuando por el cuello, hasta alzarlas sobre su cabeza. Tenía un piercing en el ombligo. Se dejó caer hacia atrás sobre la cama. Metió los pulgares bajo los leggins, tirando suavemente de ellos hacia abajo, descubriendo la piel blanquísima de los muslos. Levantó las piernas, dejándome grabar una impresionante imagen de su culo y su vulva, apenas disimulados por la cuerda del tanga negro, a juego con el sujetador. 


Se quedó en ropa interior, y por increíble que parezca, parecía otra persona. Elegante con el conjunto, explosiva con su vulva grande, marcada bajo el tanga. Se apoyó en un codo, deslizando la mano bajo la prenda íntima. Sus dedos aparecieron por los laterales de la tela triangular, mientras miraba la cámara con lujuria. A Lisbeth le ponía que la grabaran. La dejé que se tocara un poco. Yo hice lo mismo, lentamente.


Lisbeth bajó de la cama. Tenía un andar felino. Se colocó entre mis piernas abiertas, dejando que grabara su Monte de Venus escondido bajo el tanga. Grabé allí, ascendiendo después por su vientre hasta llegar a las tetas. Con un gesto rápido, aparte una copa, dejando al descubierto la piel blanca y el pezón rosado, inflamado.


-¿Te gustan las tetas grandes?- dijo, melosa, apretando el pezón liberado entre sus dedos de largas uñas. –A mí me gustan las pollas grandes- continuó, llevando la misma mano hacia el miembro. Agradecí la atención con un gemido. –Graba esto- terminó, metiéndose la polla en la boca. 


Ahora sí. Ahora había esa lujuria en su mamada que había echado de menos antes. Arrodillada entre mis piernas, con la verga en la boca y mostrándome la grupa era como quería verla. Mamaba con ansia, mirando la cámara de vez en cuando. “¡Grábame comiéndote la polla!”, pedía sin sacarla. Sacudía los huevos, mordía la carne. Ahora sí estaba caliente.
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La cogí del pelo rosa, obligándola a soltar su presa. Abría la boca, sacando la lengua para atrapar la carne. Le di un cachete en la mejilla. Le gustó. Metí la mano debajo del sujetador, con brusquedad, buscando la piel suave de la parte inferior de las tetas, liberando ambos melones. Jugueteé con los pezones mientras ella hacía lo propio con mis testículos. Me puse en pie, colocándome justo encima de ella. La cogí del pelo, llevando la lengua desde los huevos hasta el ojete. No le dio asco lamer el ano, es más, hundió allí su lengua con premura, sujetándome por las nalgas.
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De un empujón, la tiré en el suelo. Quedó allí tendida, con las tetas al aire y las piernas separadas. Grabé su cara, de mejillas enardecidas y sus melones fuera del sostén. Señalé la prenda. Ella se la empezó a quitar. El pelo del sobaco apareció en la grabación, moreno. Me pregunté si toda esa pose de perro-flauta no sería para sentirse aceptada por alguien, porque la lencería era cara, y por lo demás, parecía ir perfectamente depilada.


 Enfoqué su entrepierna. Ella separó los muslos, pasando una mano pícara sobre la vulva. El Monte de Venus se le marcaba mucho. Hundió la tira de tela entre los labios, gimiendo al hacerlo. Grabé esos labios carnosos, húmedos, mientras ella retorcía el tanga entre ellos. Se dio la vuelta, mostrando el culo muy excitante. La tira del tanga se metía entre las nalgas. Acerqué la mano y separé las carnes, haciendo un primer plano de aquella zona. Lisbeth lanzó un suspiro cuando el canto de mi mano repasó toda la raja, levantando la tira de piel para que se clavara en el coño.


-¿Te gusta esto, Lisbeth?-
-¡Me encanta, cabrón!-.
-¿Quieres follar ahora, o prefieres jugar con el móvil?-.
-Quiero que me sigas tocando así-. 


Hundió la cabeza entre sus brazos, sumisa, dispuesta a dejarse hacer lo que yo quisiera. Desabroché el sujetador con una mano, deslizando el móvil por debajo de su cuerpo para grabar las colgantes tetas de la chica. 


Mi polla se rozaba con sus nalgas, que ella apretaba y movía con lujuria. Estaba muy caliente. Y yo también. Azoté sus cachas hasta que adquirieron un color rosado. A cada golpe, Lisbeth gemía y se apartaba, para volver a ofrecerme su grupa inmediatamente. Bajé el tanga hasta medio muslo, liberando por fin el conejo, que grabé de cerca. Rezumaba líquido. Su botón, a juego con los labios, era grande y bien visible.


 Supuse que la chica había tenido más de un problema con ese chochazo, que se marcaba tanto en cualquier prenda ajustada. Como en los leggins que estaban tirados en el suelo.


-Lo tienes todo grande, ¿eh?- comenté, sin dejar de grabar. –Unas tetas grandes, un coño grande, una boca grande...- Puse una mano en la raja, abarcándola toda entera. 


Ella apretó la vulva contra la palma, alzando la cabeza y soltando un bufido. Notaba la calidez y la humedad de su sexo. Lentamente, fui hundiendo un dedo en el coño, acariciando el protuberante clítoris con la falange. Allí cabía más de un dedo.
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-¿Te gusta castigar así a tus presas?- preguntó Lisbeth. Se había apoyado en los codos para liberar las manos, que había llevado a su vientre y tetas. Grabé cómo se apretaba un pezón con fuerza.
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-¿Te parece esto un castigo?- repuse yo, deslizando un segundo dedo por el mismo camino que el anterior. Gemido gorgoteante desde el fondo de la garganta.
-¡¡DIOSSSSSSS!!- gritó la chica cuando metí un tercer dedo de golpe, empezando a follarla duro. Se alzó sobre las manos, estirando la espalda para aguantar mejor las acometidas de la mano. 


Sus líquidos bajaban por los muslos, enjugándose en la cinturilla del tanga a medio muslo. Iba a dejar el móvil en la cama, dispuesto a metérsela hasta la garganta, pero ella me vio. -¡¡No dejes de grabar!! ¡¡Sigue con el móvil!!-. Detuve el movimiento. Ella me miró sin comprender. Su cuerpo seguía balanceándose, incitándome a continuar. Y fui sacando los dedos unos a uno, para evidente consternación de Lisbeth. -¿Qué pasa? ¿Por qué paras?-.


Con la mano rezumante de jugos vaginales reseguí su columna vertebral, de piel blanquísima, hasta llegar al cuello. Allí apreté con fuerza, obligándola a apoyar la mejilla en el suelo. La solté, y ella permaneció en la misma posición, esperando a mi siguiente movimiento, expectante por saber qué iba a hacer. 


Cogí el móvil y lo coloqué de tal manera que grabara su cara. Ella meneó el culo, inquieta y excitada. Me coloqué detrás, arrodillado ante el culo y el chocho enorme. Degusté por un momento aquella visión y luego, poco a poco, fui abriendo las nalgas, hasta que su ojete quedó expuesto a mi voraz mirada.


 Paseé un dedo por el perineo, viendo como se contraía el ano y cómo saltaban los labios. Estaba, literalmente, dando palmas con el conejo, que seguía rezumando líquido. Masajeé con tres dedos el conejo, empapándolos, para lubricar el culo. 


Lisbeth suspiraba con cada pasada, alzando las cachas cada vez que mi mano ascendía. Sin que ella lo esperara, hundí la lengua en el ojete, lamiendo todo lo que encontraba a mi paso. 
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Ella trató de alzarse con la invasión, así que la obligué de nuevo a ponerse con las mejilla apoyada en el suelo. El móvil no dejaba de grabar. Apliqué nuevamente la lengua al ano y al sexo, cada vez más rápido, hasta que Lisbeth, agarrándome por el pelo, gritó y gimió, apenas sin moverse de su postura forzada, hasta que llegó al orgasmo.


 Quedó desmadejada, con el culo en pompa y los brazos completamente extendidos en el suelo. Cuando la miré a la cara, tenía los ojos cerrados.


Cogí el móvil, y con la polla enhiesta, me senté en la cama para disfrutar del vídeo. Desde la cara de la chica preguntando “¿Estás grabando?” hasta las expresiones de puro placer que cruzaban su rostro cuando le comí el culo.


-¿Ha quedado bien?- preguntó ella, tendida a mis pies. Los diez minutos de grabación le habían dado tiempo a recuperarse. Aunque debía estar a gusto, porque no había cogido su telefono para comentar su estado.


-No está mal- repuse. La miré con lascivia. La chica seguía tirada en el suelo, con la cabeza apoyada en los brazos. Las tetas subían y bajaban al ritmo de su respiración, todavía con los pezones erectos. El tanga a medio muslo me volvía loco. Su gran cchocho depilado me llamaba a follarlo. –Guardaré este vídeo para mi colección-. Ella alzó la cabeza inmediatamente, apoyándose en un brazo.


-¡Ni de coña! Yo también lo quiero-.
-¿Lo vas a subir a tu facebook?- contesté con cierta ironía. Hizo un mohín. Al facebook igual no, pero a algún perfil más o menos social, seguro. Puse la cámara a grabar otra vez. –Pues si lo quieres, tendrás que darme algo a cambio- finalicé, apuntando con el móvil al falo erecto necesitado de atención. Lisbeth sonrió como una gata. Grabé la cabecita rosa gateando hacia mí, sensual, blanca, luminosa.


-Y... ¿qué tengo que hacer?- ronroneó a la cámara. Quedaba bien la chica, con esa pose tan libidinosa y ese tono tan meloso. A modo de contestación acerqué la polla a su cara, golpeando con el capullo sus mejillas sonrosadas. 


Ella sonrió, dejándose hacer. Sacó la punta de la lengua, dejándola a milímetros de mi carne. En la pantalla del móvil sólo se veía la cara de Lisbeth. Pensé que faltaba algo. Me puse de pie. Ella, sentada con las manos apoyadas en el suelo ofrecía una erótica visión. Desde allí arriba grababa el pelo rosa, la espalda esbelta y sus poderosas cachas. Además veía sus muslos bien abiertos y el profundo canal que formaban sus tetas apretadas por los brazos. Miraba a cámara con cierta lástima, aunque en sus ojos brillaba la lujuria.


-No sé, chica. Tienes una polla delante de la nariz...- Sin levantar las manos del suelo, sacó la lengua y lamió el tallo. Se tomó su tiempo en lamer por segunda vez, cosa que me agradó mucho.


 Empezó por los huevos, continuó con el tallo y acabó esparciendo las gotitas de líquido preseminal por todo el capullo, todo ello sin tocarme la picha con las manos, solo con la lengua, los labios y sus mejillas. 
La pendeja

Después de varias pasadas lentas, comenzó a besar, besos largos, casi succiones, por todo el sexo, besando la parte interior de los muslos. Con la punta de la lengua fue bajando desde el capullo hasta los huevos, y siguió, metiéndose entre mis piernas para quedar justo debajo de mí. 


La cámara grababa mi polla con el fondo rosa del pelo de la chica. Lo que no podía reproducir era el placer que me proporcionaba Lisbeth mientras trasteaba delicadamente con su lengua en mi ojete. Estuvo así un rato, besando el perineo masculino, hurgando con su lengua en el ano, hasta que posó sus manos en mis tobillos, ascendiendo por las pantorrillas hasta agarrarme las nalgas. Se arrastró por el suelo, y a mí con ella, hasta quedar con la cabeza apoyada en el borde de la cama. Miró a la cámara y guiño un ojo con picardía, mientras se masajeaba las tetas.


-¿Qué prefieres?- preguntó. No lo sabía. Me debatía entre follarme su boca o sus tetas. Como tantas otras veces, quise tener dos rabos para gozar al mismo tiempo de ambas sensaciones. Después de un momento de dudas, que Lisbeth aprovechó para pasar sus largas uñas por mis huevos, provocándome unos gloriosos escalofríos, me decidí. 


Doblé las rodillas, escupí entre sus tetas y la coloqué entre ellas. Lisbeth, sonriendo triunfal, se retrepó un poco, ayudando con las manos a aprisionar el miembro. Aplastados, los pechos parecían menos atractivos, pero eran suaves y cálidos. 


Lentamente, empecé a bombear, con largo recorrido, para que toda mi polla disfrutase de los suaves melones de Lisbeth. Ella miraba a cámara, dejándose hacer, sacando la lengua cada vez que el capullo aparecía entre la carne blanca. No me preocupaba la lubricación de la zona, porque ella se encargaba de humedecerla con salivazos sobre el pene, y mis propios líquidos ayudaban.


-Puedo... chuparla... mientras... me follas... las tetas- dijo, entre lametón y lametón. –La tienes bien grande-.
-¿La preferirías más pequeña?- pregunté yo, acelerando el ritmo. 


Negó con la cabeza, buscando sin encontrar la carne con la boca. El ritmo de las embestidas ya era alto. Llegué al punto de decidir si correrme entre sus tetas o parar para follármela como Dios manda, así que paré el ritmo, tiré el móvil encima de la cama y la agarré por los brazos. 


Ella me ayudó, tirándose de espaldas en la cama y agarrando el móvil. Apuntó la cámara a su espalda, mientras yo acababa de arrancar el tanga y apuntaba al centro de su diana. 


Cuando estaba a punto de meterla, ella reptó, escapándose. Me quedé con la polla tiesa y cara de tonto. Lisbeth, rápida como una centella, me tiró sobre la cama y empezó a mamar como si le fuera la vida en ello, con el móvil bien cerca de su cara, grabando la felación en primer plano. Reconozco que me puso muy cachondo ser grabado, así que la dejé hacer. Lo único malo de aquella postura es que mis manos estaban huérfanas de carne que tocar.


Se la metió casi entera en la boca. Pocas mujeres se han podido comer mi polla hasta el fondo, pero Lisbeth hizo verdaderos esfuerzos, hasta que tuvo arcadas. Cuando levantó la cara para mirarme, el rimel se le había corrido, dándole aspecto de chica violada. Un aspecto que me puso a mil.
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-Túmbate- ordené. Ella obedeció. Las tetas se desparramaron en su pecho. –Abre las piernas-. Expuso su chocho a mi vista. Me metí entre sus piernas. –Ábrelo- concluí. Lo hizo con dos dedos de una mano. 


Con la otra sostenía el móvil, apuntando la cámara a la polla que se la iba a follar de inmediato. Paseé el capullo por su raja, esparciendo sus jugos y los míos, y por fin, ataqué el centro de sus placeres, lento pero profundo, hasta que los huevos impidieron seguir avanzando. 


Ví que el móvil apuntaba al techo de la habitación, y a Lisbeth cerrando los ojos y girando la cabeza, presa del puro placer. Comencé a bombear, poniendo sus tetas a bailar al ritmo de mis caderas. La chica se recompuso lo suficiente como para continuar grabando las embestidas que le proporcionaba. Apuntó a mi cara y la dejé hacer, aplicando más vigor a la penetración. 
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Cogí un pecho con la mano, pellizcando el pezón. Lisbeth, encendida, dejó el móvil sobre la cama para enroscarse a mí. Me arañó la espalda con sus largas uñas, apretándome las nalgas para sentirme más dentro. 


Peleó conmigo para ponerse encima hasta lograrlo. Apoyó las manos en mi pecho para domeñar la fuerza de las embestidas, tomando ella el control y el ritmo de la follada. Cogí el móvil. Ella, concentrada en follarme largo y lento, ni se dio cuenta de que estaba grabando las entradas y salidas del pene en su chocho depilado. 
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Ascendí enfocando el vientre, el ombligo con el piercing, dejando fuera de plano las tetas, aunque estas se empeñaban en aparecer de vez en cuando, al ritmo de las lentas caderas de Lisbeth. Enfoqué cómo masajeaba uno de los pechos de la chica, apretando y rozando el pezón inflamado, mientras ella me cabalgaba a un ritmo cada vez más acelerado. Sus gemidos y mis suspiros se fundían conformando la banda sonora del corto que estábamos grabando. 
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Sentí en los músculos de las nalgas la sacudida que anuncia el orgasmo justo cuando Lisbeth se corría por segunda vez, arañándome el pecho. Sin perder tiempo, salí de ella tirándola sin miramientos sobre la cama, me encaramé a su vientre cuando todavía ella vivía su glorioso orgasmo y me corrí apuntando a sus tetas, salpicando la cara y el pelo rosa, sin dejar de grabar. 


Fue un orgasmo casi conjunto, copioso y bastante largo. Nos dejó hechos un trapo a ambos, así que me dejé caer sobre su pecho, aplastándola debajo de mí. Mi polla quedó aprisionada entre mi cuerpo y su vientre, todavía temblando por la fuerza del orgasmo, todavía expulsando los últimos restos de semen sobre su vientre. Jadeando, Lisbeth se enroscó a mí, restregando su vientre contra el rabo, extendiendo toda la leche por su cuerpo y el mío. Se lamió los dedos después de quitarse las gotas de semen esparcidas por su cara. Después de un instante, dijo:


-Graba esto-. Me apartó, dejándome tendido en la cama. Luego fue lamiendo todo mi torso, desde los pezones hasta el vientre, donde se acumulaba la mayor parte de la eyaculación. Por último, cogió el rabo y sorbió todos los restos que encontró, bajando la piel del prepucio y demorándose en el capullo hasta que lo dejó reluciente. 
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Me fascinó la lentitud y la precisión con que lo hizo, a pesar del leve dolor que sentía, porque mi picha, después de un buen polvo, solo quiere descansar. Acabó sonriendo a la cámara.
-Te has ganado el primer vídeo, sin duda- dije, apagando la cámara del móvil. –Pero, ¿qué vas a hacer para ganarte el segundo?












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