Mi marido quiere ser masajista

Mi marido quiere ser masajista
. Al ser la última paciente del día, ya nadie quedaba en esa sala a excepción de ella. Entró al consultorio. El misterio comenzaba a develarse. El Kinesiologo, un hombre de unos cuarenta y dos años, flaco, de una altura media y el pelo corto muy bien peinado, con prolijidad, la esperaba sentado del otro lado del escritorio. Tome asiento – la invitó. Maru se sentó. Cuénteme, ¿qué es lo que la trae por acá? ¿Así que este es el caramelo del que tanto me hablaba? – pensó-. Pero rápidamente recuperó su compostura y dijo: Tengo muchos dolores en la espalda, en realidad comienzan acá en la nuca – Comenzó Maru, tratando de llegar con su mano derecha sin que le duela al hacer el esfuerzo. ¿Solo allí o también en otros lugares? Ojalá fueran solo ahí. Comienzan en la nuca, pero siguen en los hombros, en la espalda y bajan hasta la cintura. El kinesiólogo escuchaba atentamente cada una de sus palabras sin quitar sus ojos del rostro de Maru. Luego de oír la explicación, se puso de pie y la invitó a que hiciera lo mismo. Le voy a pedir lo siguiente – sugirió-. Salgamos al pasillo, quiero verla caminar. Maru se sorprendió, pero accedió. Al salir, vio ya nadie se encontraba en ese lugar. Sin vergüenza, comenzó a ir y venir. El kinesiólogo la miraba atentamente en su andar. Cuando caminaba dándole la espalda, ella fantaseaba con que le estuviese mirando la cola. Eran las reglas del juego- pensó ella. Bien, regresemos por favor – ordenó él. Se sentaron en donde habían conversado antes. El profesional miró hacia arriba y comenzó a dar su explicación. Creo que lo que tienes es fácilmente solucionable con algunas sesiones, no muchas. Debemos relajar toda la columna, desde la nuca hasta la cintura. Veo que estas contracturada y lo mejor destrabar esos problemas lo antes posible. ¿Te parece comenzar hoy mismo? Maru no tenía inconvenientes. No tenía nada más programado en lo que restaba del día. Aceptó sin problemas. Te voy a pedir que te acuestes en aquella camilla- Indicó el kinesiólogo señalando una que se encontraba a la izquierda de Maru-. Te vas a acostar boca abajo. Maru se acercó y al verla de cerca, se dio cuenta que jamás había visto algo así. Era más ancha que cualquier otra camilla de médico. En el lugar donde debe ir la cabeza, había un hueco en el medio. Al acostarse, se dio cuenta que era para que, estando boca abajo, su columna pueda estar completamente derecha. Su cara, entonces, quedaba hundida en ese espacio. Se había quitado las sandalias para poder recostarse. Sus manos estaban paralelas al cuerpo. Se sintió relajada y cerró sus ojos. De pronto, olió un aroma a menta, al mismo tiempo que una música relajante comenzó a salir de algún parlante. La idea era distenderse y lo estaba logrando. Sin darse cuenta porque sus ojos miraban hacia el suelo, sintió unas manos en el cuello. Unas manos impregnadas en ese fluido. Era como un lubricante. Fue inevitable excitarse. Esas manos recorrían su nuca y bajaban a los hombros. Al estar solo con una musculosa y short, la piel estableció un contacto directo con aquellas manos. Recorrieron el brazo derecho, hasta llegar a la punta de los dedos. Luego, de la misma manera, el brazo izquierdo. El recorrido de las manos por sus brazos ya la había encendido. No quería que sucediera. Era una visita profesional, pero esas manos eran maravillosas. Sus ojos ya estaban cerrados. La música y el aroma a menta la habían trasladado a otro lugar. Tanto que no se dio cuenta que las manos que la estaban acariciando, dejaron de hacerlo. Voy a pedirte, si me permitis, trabajar un poco tus piernas, ¿puedo? Mmmmm, si – Maru se había dado cuenta que esa expresión la había delatado, pero ya estaba. Queria seguir. Se incrementó el olor a menta. El gemelo de la pierna derecha fue tomado por las manos que ya la habían hecho vibrar hacía un momento. Subieron hasta las rodillas y volvieron a bajar. El gemelo se relajaba, al tiempo que la vulva se mojaba en el recorrido de las manos. La pierna izquierda siguió igual. Pero la excitación no. Se había incrementado. Cuando tocó trabajar los muslos, la cosa fue diferente. Ambos manos recorrieron ambos muslos, subiendo y bajando, casi llegando al short, lo que significaba estar al borde de la cola. Maru quería que siguiera. Dale, más arriba, seguí – Decía para sus adentros. Vamos a cambiar. Voy a pedirte que, lentamente, te des vuelta y te quedes boca arriba, ¿sí? Maru no habló. Obedeció las órdenes como si fueran indiscutibles. Boca arriba las manos siguieron en las piernas. Maru sentía la humedad en su bombacha. Jamás había vivido algo así con un profesional de la salud. Abrió sus piernas levemente, lo que significó una luz verde para esas manos que fueron subiendo por los muslos y cuyos dedos tocaron el borde inferior de la bombacha. Perdón – se disculpó el kinesiólogo. No me di cuenta. Maru abrió los ojos y lo miró, al tiempo que le regaló una sonrisa. Estaba decidida. Quería que eso siguiera más y más. Volvió a cerrar los ojos y abrió un poco más las piernas. Las manos seguían ese recorrido. Entre las rodillas y la entrepierna los muslos se relajaban y su bombacha seguía humedeciéndose. No te muevas – ordenó él-. Quedate en esta posición. Las manos estaban ahora en sus brazos. Había girado a su alrededor y ahora estaba colocado detrás de la cabeza de Maru que, aunque tuviese los ojos cerrados, podía percibir casi todo lo que ocurría en ese lugar. Una mano dejó de tocarla, al tiempo que escuchó como una banqueta que era colocada al lado de su camilla. Tranquila – escuchó decir-. Es una técnica para ayudarte. Maru seguía con los ojos cerrados. Las manos estaban en sus hombros, y de ahí bajaban hasta casi sus pechos que eran más que generosos. Ella quería tocarlo, devolverle parte de esa magia que le estaba provocando, pero no pudo. Su relajación era tal que solo abrió un poco la boca. En ese instante, se detuvo el masaje, pero ella siguió así. Hasta que sintió algo entre sus labios. No eran las manos del kinesiólogo. Era piel, pero otra cosa. A los pocos segundos entendió de qué se trataba. El pene erecto estaba pidiendo entrar. Ella, entregada como estaba, accedió. Abrió más la boca para recibirlo completo. Si bien parecía de buen tamaño, su boca pudo tolerarlo. Hasta lo disfrutó. Lo que empezó suave se convirtió en frenético. Maru amaba que le cogieran la boca, pero jamás lo había confesado a nadie. El kinesiólogo se movía, el pene entraba y salía. Maru tomo la cola de aquel hombre para manejar ella las penetraciones. Mientras que esas manos mágicas, las que la habían hecho vibrar, se posaron en la entrepierna abierta de Maru que ansiaba sentirlas sin la ropa que las separaba. Maru llegó a acabar varias veces. De pronto, el pene salió de su boca. Ella sonreía. El kinesiólogo regresó a un costado de la camilla mientras ella escuchaba como se subía nuevamente el pantalón al tiempo que preguntó: ¿Seguimos mañana

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