The Gambler

No dejes de pasar por mi mejor post

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No te vas a arrepentir!


A los treinta y dos años me abandonaba mi esposa, después de nueve largos años de noviazgo y casi dos de matrimonio. El motivo? mi perdición por el juego de naipes. Se que ella me amaba, y el casamiento en verdad fue su última jugada para tratar de cambiarme, pero nada podía cambiarme.
Soy un buen tipo, sencillo, modesto, no soy complicado ni tengo grandes pretensiones, dicen quienes me conocen que en general tengo buen carácter y soy una persona conciliadora. Soy bien parecido, no seré un galán de telenovela pero tengo mis cosas.
Pero tengo ese problema, ese vicio. Mi padre era jugador de naipes, desde pequeño mamé eso en mi hogar y cuando terminaba mis estudios primarios ya asombraba a mis compañeros con mis trucos y mi rapidez con las manos.

Al conocer a Sonia, ya era un experto jugador y me solía pasar mis días hasta altas horas de la madrugada disputando interminables manos alrededor de una mesa, entre whisky, cigarros y dinero.
Y mi vicio era mi perdición, como todo jugador no sabía retirarme a tiempo, siempre era una mano más, siempre había una más, y siempre terminaba mal.
Cada vez que llegaba a casa lo hacía con los bolsillos vacíos y deudas por jugar en descubierto, cada mañana tenía que soportar los justos planteos de Sonia, cada mañana me daba cuenta cuan tonto era y juraba que había sido la última, pero cada atardecer sabia que tenía una nueva oportunidad de dar vuelta mi historia, de volverme millonario.

Tiré demasiado la cuerda, Sonia se cansó de promesas vacías y solo me dejó en un final más que previsible.

Seguí jugando, por acá, por allá, hasta que el destino me cruzó con Shirley. Shirley en esos días era pareja de un jugador rival de turno, como Sonia lo había sido conmigo. Ella rondaba la mesa de juego donde estaba su esposo y algunos otros muchachos, traía bebidas y cigarros y parecía ser parte de ese mundo casi exclusivo de caballeros.
Había algo en ella, no se que era, su forma de mirar, sus palabras, sus gestos, tal vez la manera de ser amable, tocándome al pasar con una confianza que yo no le había dado y que viniendo de una mujer me hacía querer ir a más.

Además a mis ojos se me hacía muy bonita, rubia teñida de cabellos cortos, simpática, delgada, muy delgada, casi no tenía busto, casi no tenía caderas, pero lucía una armonía perfecta, siempre me enloquecieron ese tipo de chicas, pude notarn varios tatuajes por varias partes de sus cuerpo, otro atributo que me enloquecía, las chicas tatuadas.
Y era evidente que había química, su esposo estaba presente, pero parecía no importarnos, incluso él lo notaba y parecía no molestarle. Ya habíamos bebido suficiente, era muy tarde y como de costumbre había perdido mucho dinero, esta vez, distraído y enceguecido por la belleza de esa rubia que se había metido en mis pensamientos. Pero esa noche no serían todas pérdidas, antes de retirarme, logré robarle su número de celular, y ese momento entre risas cómplices empezaría una nueva historia.

Le llevaba más de diez años a Shirley, empezamos a salir sin que su esposo lo supiera, me transformé en su amante, la disfruté en la cama y descubrí demasiados tatuajes que la ropa que siempre lucía no me dejaban ver, incluso en lugares impensados, me enamoré, perdidamente y ella a diferencia de Sonia no intentaría cambiarme, ella me aceptaba como era.
Con el tiempo, dejó a su esposo y se vino a vivir conmigo, era dinamita en la cama, una acróbata, una amante del sexo y como siempre, tenía esa seducción a flor de piel que me había cautivado y era evidente como hacía suspirar a los hombres, ella, con una mirada, con un roce indiscreto, con una palabra, con un gesto, podía llevar a alguien al borde de la locura.

Primero llegó Antonella, nuestra niña, y tres años después Brian, su pequeño hermanito, una familia de a cuatro, yo me estaba avejentando rápidamente, pero Shirley, ella era especial, los embarazos la habían puesto aun mas bonita, mas deseable, mas escultural.
Y empezaron a frecuentar amigos a casa, cuando los peques se dormían, las partidas de naipes se armaban en el living y mi mujer era quien atendía a los caballeros, de la misma forma en que yo la había conocido años atrás. Yo la dejaba jugar al juego de la inocente seducción, pero estaba atento a todas las jugadas, nunca olvidaría la forma en que la había conquistado, y no estaba dispuesto a perderla de la misma manera.

Todo iba más o menos acomodado en nuestras vidas, compartíamos trabajo con juego, y nos arreglábamos bastante bien, solo un tema, el económico, los peques crecían y cada vez requerían mas ingresos y yo era un perdedor nato, cada día, cada partida mis números terminaban en rojo, y el vicio solo me hacía endeudarme mas y mas, pidiendo prestado en bancos, amigos, y todo aquel que quisiera tirarme una soga, con la esperanza de torcer la historia, algún día daría el gran golpe, algún día me alzaría con todos los billetes, mientras tanto, mientras esperaba ese día me hundía más y mas en deudas que empezaban a asfixiarme.

Antonio, era uno de mis tantos acreedores, esa tarde vino a casa por la tarde, necesitaba que le devolviera algo de dinero, pero yo estaba seco, no tenía ni dos monedas en los bolsillos. Lo invité a jugar un par de manos, con la posibilidad de ganar y con eso quedar a mano, él se negó una y otra vez, el necesitaba dinero, no una nueva partida de cartas, además me dijo con justa lógica

-Y si vuelves a perder? que gano yo? solo me deberás mas dinero...

Era cierto, entonces Shirley se cruzó en mi mente, ellos se gustaban, yo lo había notado, como se miraban, como se hablaban, como se sonreían, yo sabía de esas cosas, o era estúpido, tomé aire y dije muy seguro de mis palabras

-Si pierdo... Shirley pagará la deuda, te la llevas a la cama y quedamos a mano...
-Estás loco? - dijo mi mujer que escuchaba atentamente la conversación -
-Vamos mi amor, que hay de malo? es solo una partida, tengo una corazonada, esta vez no fallaré...

Mi mujer y Antonio se miraron en silencio, hubiera esperado un poco mas de objeción, pero mi esposa apenas si reclamó no muy convencida, y mi casual acompañante ni pareció inmutarse, por lo contrario, su rostro pareció el de un lobo hambriento, solo faltaba que se le cayera la baba entre los dientes.

Como imaginarán, mi corazonada falló nuevamente, y mi vicio me había llevado a contraer una deuda difícil de asimilar, Shirley estaba como petrificada a un lado, era la primera vez que su rostro estaba inexpresivo, acariciándose con nerviosismo una gargantilla que rodeaba su cuello, Antonio tenía una sonrisa pintada de oreja a oreja y en el ambiente solo se escuchaba el tac tac tac de la aguja del segundero del reloj de pared que imperturbable seguía su interminable camino. Miré la hora, luego lo miré a él y le dije en tono calmo pero amenazante a la vez

-Son las ocho, yo voy preparar la comida, mi familia cena a las diez de la noche, soy claro?

Miré a mi mujer por última vez, su rostro no mostraba enfado, ni resignación, ni humillación, cosas que hubiera querido ver, por el contrario, tenía esa cara de puta viciosa que yo le conocía y asumí que esta vez ella en verdad estaba contenta en que yo perdiera, siempre se había querido tirar a Antonio, y yo se lo servía en bandeja.
Ella lo tomó de la mano y los ví perderse en mi cuarto, cerró la puerta y echó llave.
Fui por los niños que estaban en su habitación y los traje conmigo, no podía dejarlos solos, les encendí la tv mientras yo empezaba a preparar alimentos para la cena y en mi cabeza solo imaginaba lo que estaba sucediendo tras las paredes, como un extraño se cogía a mi mujer, en mi casa, en mi cama, y como mi mujer se regalaba como una puta cualquiera, mientras yo, un enfermo del juego no sabía cuando poner freno.

Y algo me sacaría de eje, como si no fuera suficiente lo que sucedía, empezaron a llegar ruidos del cuarto principal, los quejidos de Shirley, gritos rítmicos, el chirrear de las patas de la cama, empezaron a taladrarme los oídos, y lo que mas me molestó de mi mujer, es que Antonella y Brian estaban presentes, y que incluso Anto que ya entendía vino a preguntarme con lágrimas en los ojos que le sucedía a mamá que gritaba de esa manera, si el señor malo - refiriéndose a Antonio - le estaba pegando.
Maldije, solo los tome a ambos y nos fuimos a la avenida por unos helados, no quería meterlos a ellos en toda esa mierda.


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Saldé mi deuda con Antonio, y dormimos esa noche sin dirigirnos la palabra, es que sin decirlo, ella me hacía responsable por haberla regalado en bandeja de plata, y yo la culpaba a ella por portarse como se había portado, aunque sea por respeto a sus hijos.
A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, mi cara de culo se contraponía a su cara de puta regalada, ni quise preguntar que le había hecho Antonio para hacerla gritar como gritaba, tal vez por celos, tal vez por miedo a sentir envidia, o por asumir que las cosas se habían complicado demasiado, solo me juré una vez mas no volver a caer, basta de juegos, tomé todas las barajas que tenía diseminadas por casa y fueron a parar a la basura, ella me observaba sin decir palabra, solo comiendo una banana, y sin proponérselo el plátano me recordó a Antonio y me llevó a imaginar cosas que no quería imaginar.
Sin embargo, por la noche, otra vez estaba en casa de amigos, otra vez rendido a mi suerte.

Con el correr de los días, pude asimilar lo que había sucedido con mi esposa, pudimos hablarlo y para mi pesar, luego de digerir la píldora, la usaría a ella nuevamente para pagar mis deudas, esta vez con un tipo un tanto repulsivo, de mal carácter y al que ella no vio con buenos ojos hacerlo.
Tuvimos que sentarnos a discutir nuevamente, y podría decir hoy que en ese momento hicimos un contrato no escrito, yo disfrutaba demasiado los naipes, Shirley disfrutaba demasiado a los hombres, y ella sería mi garante, ella sería mi banca, solo que ella me diría con quien si y con quien no, no era tan puta para acostarse con cualquiera. Visto en retrospectiva creo que no fue una buena idea, en poco tiempo yo me deshice de mis preocupaciones monetarias, si yo perdía, ella estaría, y a mi no me importó que se cogieran a mi mujer con tal de satisfacer a mi vicio.

Las cosas se acomodaron con tanta rapidez que casi ni cuenta pude darme, suelto de cuerpo, relajado, apostaba a lo grande, mi esposa pagaba a diario mis pérdidas y saben como lo sentía? era como ir un banco a pedir un préstamo que no debería tener que pagar, y al día siguiente lo mismo, y al siguiente. Nos hicimos conocidos en el ambiente del juego, Shirley se volvió más y más puta, y muchos venían a nosotros solo por ella, 'si gano me cojo a tu esposa', una frase que se repetía a menudo. Ella se había vuelto una maestra de la seducción. A veces yo jugaba en un cuarto y ella cogía en otro, y ella pasaba clientes tan rápido como yo pasaba rivales, ella se transformaba en una adicta al sexo, hasta rompió nuestra cama matrimonial en una oportunidad. Y quise parar, intenté parar, pero ella era una puta que solo quería verga, uno tras otro, una historia sin fin-

Pero todo tiene límites, nuestros hijos crecían, nuestra familia se desmembraba poco a poco, ellos ya podían comprender y sabían que hacía papá, y que hacía mamá. Empezaron a molestarlos en el colegio, a nosotros en el barrio y la bola de nieve se hizo cada vez mas grande.
Llegó el punto en que Shirley me casi que me obligaba a jugar solo para que perdiera, era loco, no se como funcionara su cabeza pero era la forma en que ella se excitaba.

Nunca supe en verdad si solo se dio o si ella lo programó, nunca lo admitió, siempre se decantó por la primera opción pero ya no conocía a mi mujer.
Ese sábado nos juntaríamos en casa a una nueva partida, éramos seis hombres en total, y ella, los chicos estaban en casa de su abuela, ella había arreglado todo.
Empezamos a repartir las cartas, Shirley estaba exquisita como de costumbre, luciendo desnudas sus delgadas piernas, parada a mis espaldas, como si yo fuera el amo y ella mi sirviente, acariciándome la nuca.
Solo perdí una mano, y la siguiente, y la próxima, no podía creer mi mala fortuna, apenas ganaba una mano cada tanto como para darme ánimo para volver a mi rutina perdedora.
Me desollaron vivo, miré entonces a mujer quien tenía una mueca libidinosa, entonces unos de mis contrincantes dijo

-Bueno mi querido amigo, ya sabes las reglas, tu esposa deberá pagar, como de costumbre

Yo no dije nada porque sabía como era, pero otro agregó

-Enrique, nos debes demasiado, y es tarde, propongo que juguemos todos juntos acá mismo, y vos miras como nos divertimos...
-Están locos? - protesté efusivamente - piensan que mi esposa es tan puta como para coger con todos juntos?

Casualmente, para mi sorpresa, ella apretando mi hombro me susurró al oído

-Está bien mi amor, no te pongas mal, cual sería el problema? acaso vos no jugas con todos juntos? por qué yo no podría hacerlo?
-Pero Shirley... - no sabía que objetar, quería decir algo pero no sabía que, no quería permitirlo, pero me daba cuenta que era lo que ella quería hacer. -

Ella solo empezó a besar a uno y a otro en la boca, mientras manos indiscretas se llenaban con su cuerpo, Shirley me miraba tanteando mi reacción, y noté cierta molestia a que lo hiciera en mis narices, me incorporé para abortar la situación, pero el brazo de uno de los tipos en suerte me mantuvo tomándome fuertemente para advertirme

-Tranquilo amigo, nos debes mucho dinero, no empeoremos las cosas... te parece?

Me relajé visto que estaba en inferioridad de condiciones, solo me dejé caer contra uno de los sillones del cuarto, y resignadamente fui espectador de lo que mi mujer era capaz de hacer.
Ella se devoró a esos hombres, uno a uno, todos juntos, como una jauría de perros alzados cada uno tomó su parte del banquete, Shirley solo se notó muy a gusto, tal vez cumpliendo fantasías, su delgadez, su pequeñez, parecía frágil ante esos caballeros, pero ella siempre tuvo el control, chupando vergas, acariciándolas, con su concha, con su culo, dobles penetraciones, lo que imaginen, una película pornográfica, un gran gangbang con la pero de las prostitutas, la cogieron como quisieron, por donde quisieron, cuando quisieron, la trataron como puta y era evidente que ella estaba excitada con eso, con ser centro del universo.
Y no solo era el impacto visual de lo que sucedía, creo que en verdad lo peor pasaba por mis oídos, imaginen la mujer que aman, sentir como gime en brazos de otros hombres, como grita, como pide verga, golosa, caliente, puta, muy puta...

Después de un par de horas parecieron devolverme a mi mujer, Shirley estaba toda transpirada, despeinada, con el maquillaje corrido, limpiándose la boca después de todo lo que había chupado con el revés de su mano derecha, su entrepierna desnuda chorreaba semen, su cuerpo parecía plastificado por el esperma de esos hombres, me miró fijamente, con una sonrisa perversa pintada en los labios, como esa mujer que ha visitado el mismo paraíso, tuvo un involuntario e imprevisto eructo que apenas pudo disimular, causado por todo el semen que había tragado, y ya si, no pudo evitarlo, echó a reir en una hiriente carcajada.
Comprobé que no era uno de esos hombres que se excitan siendo cornudos, nunca lo sería, lo que había sucedido era una mierda, yo quería a Shirley solo para mi, y ahora ella era así solo por mi obsesión por los naipes.
Me levanté, le di la espalda y me fui hasta la heladera, tome una botella de vino para apagar mis penas...

Ese día empezó mi real decadencia, las cosas habían cambiado en mi hogar, ella empezó a dirigir las jugadas, los invitados, el sexo, poco a poco me transformé en un decorado de cartón...

Tan rápido como su figura creció la mía se apagó, pasaron siete años de continua decadencia, la botella de alcohol se transformó en mi mejor compañero, Brian nuestro hijo hace tiempo que se fue de casa, nos odia a ambos por igual, siempre vio en mi un perdedor y en su madre a una cualquiera, Antonella nuestra hermosa pequeña se convirtió en una putita como la madre que se revuelca con los chicos de su edad solo por placer. En mis momentos de conciencia puedo ver mi presente, tengo un montón de amigos que me visitan seguido, solo para jugar una vuelta de naipes y asegurarse que me ponga tan ebrio como para no mantenerme en pie, Shirley, hermosa como siempre solo espera su momento, los hombres la llenan de billetes solo para cogerla uno tras otro, a mis espaldas, como si acaso yo no supiera, como si no me importara, como si no me doliera, pero ella se lleva bien con eso, la plata le gusta tanto como la verga...


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