Curso de Actualización, Laboral y Sexual

Con 8 años de casada y tres hijitos de 7, 6 y 5 añitos, convencí a mi marido Carlos y a mis padres de que accedieran a que volviese a trabajar en la especialidad que me había formado, antes del matrimonio: informática.
Mamá y papá aceptaron hacerse cargo de los nenes en las horas de mi ausencia, Carlos cedió, a regañadientes, a mi deseo,
la empresa, una multinacional de capitales ingleses, en la cual había trabajado accedió a reincorporarme, con la condición de que participase de un curso de actualización que estaba programado, para un par de meses después, en una filial fuera del País.
Los algo más de 60 días, desde mi retorno a la actividad laboral, fueron menos escabrosos de lo había imaginado. Todos los involucrados: mi marido, mis padres, los nenes y yo sincronizamos muy bien, con el nuevo esquema de convivencia.
Cuando llegó la fecha, tomé el avión, un domingo a la tarde, que me llevaba a Brasil, por el curso de 4 días, bastante distendida y entusiasmada.
Al llegar , avisé por teléfono, a mi marido y mis padres, que había llegado bien
Cené en el hotel, me di una ducha y me acosté temprano para estar bien dispuesta el lunes.
A la mañana siguiente fui al curso en taxi. Ahí conocí, entre otras, a una persona que me dio una muy viva y grata impresión en el alma (amable y simpática) y en los sentidos (notable estatura, buena presencia, lindo rostro),
Víctor, argentino, radicado en Chile.
Se sentó a mi lado y cuando el, primer, instructor formó pares de discusión, que serían los mismos hasta el final del curso, uno de ellos fue, él y yo.
Estuvimos juntos todo el día, durante los dictados, analizando temas propuestos e inclusive en el almuerzo y los coffee breaks.
¡Era una compañía muy agradable, además de ser un hombre atractivo!
Al final del primer día supe que él también estaba en el mismo hotel que yo. Volvimos en el mismo taxi, en el camino, me invitó a cenar y conversar sobre el curso.
Hasta ahí, pensé que todo era normal.
Cenamos en el restaurante del hotel. Hablamos sobre los temas del curso, y sobre nosotros, él, como yo, casado con hijos. Después del postre y el café:
-Inés ¿Qué te parece si vamos a escuchar música en el piano-bar en el sótano?-
Le agradecí, alegué que tenía que levantarme temprano, pero más pudo su encanto e insistencia, acepté la invitación.
El lugar era muy agradable, a media luz, música romántica. Había varias parejas bailando a las que, minutos después se agregó una.
Pronto apretó mi cuerpo al suyo. Pensé separarme, pero, después de todo, era una canción romántica para bailar así. Su mano, de mi espalda se deslizó hasta mi cintura, ligeramente debajo, donde comienzan a levantar las nalgas. Sentí un escalofrío. Comenzó a alabarme, diciendo que era hermosa, que mi cuerpo hacía que las modelos tuvieran envidia, que mi esposo era un hombre afortunado, que bailaba como una bailarina. Me apretó más, su pecho presionaba mis tetas, su verga, dura, lo hacía con mi pubis.
Vi que, el juego, se estaba volviendo peligroso. Le dije, de un modo concluyente, que me iba a mi cuarto. Nos despedimos en el ascensor.
Demoré en dormirme, claramente estaba excitada y con una sensación nítida, de haber dejado pasar .la oportunidad de, de hacer el amor, con un hermoso hombre.
Una oportunidad única, ahí mismo, en el mismo hotel, sin posibilidad de topar con alguien conocido.
Supuse que, tal vez, él no volvería “a la carga”.
A la mañana siguiente me desperté con la cabeza turbada, pero el curso transcurrió sin problemas. Al final del día, Víctor, me ofreció compartir el taxi de regreso al hotel y la cena, una hora más tarde, para “revisar el material del curso”. Acepté y fui a mi habitación, llamé a mi esposo, me di una ducha, me puse lencería desvergonzada, un vestido ligero con un escote discreto, pero que dejaba a la vista, una buena porción del surco entre tetas y zapatos con tacos altos.
En el restaurante, nuevamente me alabó diciendo que mi marido era un hombre afortunado, con una esposa hermosa e inteligente, con físico de veinteañera.
Me encantó. ¿A qué mujer no le gustan los cumplidos, especialmente de la boca de un hombre hermoso y encantador? Agregó que ya había llamado a su esposa por lo que podía estar conmigo sin importar el tiempo.
Lo mismo que había hecho yo.
Terminada la cena, volvimos al piano-bar Bailando, poco a poco me apretó más y más y otra vez sentí su pene rígido contra mí pubis. Su mano, bajó de mi cintura y comenzó a acariciar mis nalgas, su boca llegó a mi oído. Comenzó a murmurar palabras de afecto, de alabanza, que bajaban mi guardia. Me hizo sonrojar, al decirme que estaba “muy excitado, caliente”. Comenzó a besarme en la oreja, luego en la cara, en los labios con piquitos. No me resistí. Entonces avanzó más,
sus labios se pegaron a los míos y su lengua penetró en mi boca, la mía correspondió y ambas se enroscaron. Por suerte, la tenue luz ambiental no dejaba que nadie lo notara, todas las parejas bailaban apretadas e intercambiaban besos apasionados, nadie prestaba atención a lo que otra pareja estaba haciendo.
La lujuria talló alto. Intercambiamos miradas cómplices, nos besamos y sin palabras, me tomó del brazo y nos dirigimos al ascensor, subimos a mi habitación, como si fuéramos una pareja que regresaba de la cena.
Al entrar y cerrar la puerta, en lugar de asaltarme y desnudarme, me cantó bajito, cara a cara:
“Hoy querida mía, hagamos el amor con alegría
Tratemos de vivir con fantasía, Juguemos sin temor que hoy es el día, nuestro día”
(Tramo de una canción de Sergio Denis.)
Ver esa cara hermosa, tan varonil tan cerca en la penumbra, oír esa voz varonil canturreando palabras de amor ..., me desarmó por completo. Nuestras caras se acercaron, me abrazó y comenzamos a besarnos con besos lujuriosos, lengua con lengua. Me acarició toda, por encima del vestidito.
Vestidito, regalo de mi marido, que fue a parar en el respaldo de una silla, acompañado por el corpiño.
Él se quitó, zapatos, pantalón y camisa. Yo lo imité con los zapatos. Quedamos, yo, con bombacha atrevida, que dejaba mis nalgas a la vista, tetas al aire y él con slip, hinchado por la erección, de pie, con mis pezones rígidos rozando su pecho peludo, con una cama acogedora al lado y una penumbra que creaba un ambiente aún más sugestivo y excitante.
Después de algunos besos en los labios y en los senos, me tumbó tiernamente en la cama y se acostó a mi lado y, enseguida, se ubicó encima de mí y reanudó a besarme, con esos besos lascivos y deliciosos, lengua con lengua, mis senos comprimidos por tu pecho peludo, su verga dura, forzando mi concha, a pesar de las dos telas (bombacha y slip) que se interponían, mientras me besaba.
Luego pasó a besar mi cuello, tetas, vientre, mis muslos, mis piernas y pies, mientras su mano masajeaba mis senos. Subió besando todo, hasta que volvió a lamerme las tetas. Las apretó con las manos mientras chupaba los pezones que estaban rígidos, murmuró:
-¡Qué tetas deliciosas!!!-
Mi respiración se aceleró, no pude evitarlo y comencé a gemir con sus caricias.
De pronto sus dedos se aferraron a los lados de mi bombacha y comenzaron a tirar hacia abajo, descubriendo el vello púbico, levanté las caderas para ayudarlo.
La bombacha pasó sobre las nalgas, siguió por las piernas, los pies, dejándome completamente desnuda.
Yo, esposa y madre de tres hijos, yacía completamente desnuda y ni siquiera me avergonzaba de que él, casi desconocido, mirara y admirara mis tetas, mi vientre, el vello púbico, mis muslos, mis piernas.
Después de volver a besar mis pies, mis piernas, mis rodillas, mis muslos, poco a poco separó un muslo del otro:
-¡Te voy a chupar esta, preciosa, conchita!-
-¡Dale, chupá todo lo que quieras!-
Sentí su boca caliente en contacto con mi concha, comenzó a lamer, su lengua la recorría toda, luego lamía la piel entre la concha y el ano, me hizo gemir y estremecer. Me penetró con lengua y dedos, estimuló el clítoris con movimientos circulares, con presión y velocidad, variables, hasta hacerme temblar.
Levanté la pelvis. él chupó más fuerte y cedí, acabé gimiendo, gritando, tiritando, mis caderas rebotaban sin control. Se aferró fuerte, a mis muslos para evitar que su lengua y boca perdieran contacto con mi concha. Fue un orgasmo increíble, temblaba, respiraba con dificultad, sentía que mi concha derramaba líquido vaginal, en su boca, como nunca me había ocurrido antes con otro hombre,
-¡Uhhhmm!.... delicioso- murmuró levantando la cabeza para mirarme.
Eso, increíblemente, me excitó de nuevo, no aguantaba más la calentura:
-¡Ponémelá,…. Por favor…. Victorrrr!-
Yo, esposa y madre de tres hijos, le pedía a un casi desconocido, que me cogiese.
Sólo ahí él se quitó el slip liberando una verga mucho más grande de las que había visto hasta esa noche. Tuve una sensación repentina de placer y recelo, creo que contraje los músculos vaginales.
Se ubicó sobre mí y lentamente colocó su verga contra la entrada y presionó, para meterla en mi concha. Apenas había entrado el glande:
-Mami ¿Te está gustando la puntita? … esperá que entre hasta los huevos y me contas –
Mi lujuria y goce fueron increíbles, cuando sentí su pene penetrarme firmemente, abriéndome. Lo metió completamente, lo sacó casi todo, lo volvió a meter y comenzó a cogerme con ímpetu, percibía sus testículos golpear mis nalgas, me mataba de placer, de lujuria, no podría contener los gemidos de goce.
Él también estaba muy caliente y, en mucho menos tiempo del que yo deseaba, aceleró las embestidas y acabó con copiosa eyaculación y gruñidos de placer.
Se acostó a mi lado con expresión de estar algo avergonzado, porque intuía que yo quería más.

Me volví hacia él, pasé la mano por su pecho peludo y bajé al miembro semi-blando. Lo agarré, lo apreté, toqué los testículos. Estaba chorreando esperma mezclado con mis fluidos vaginales. Comenzó a mostrar signos de vida. Apreté de nuevo. Me senté y lo lamí a lo largo, huevos incluidos, era mucho más grande que los que había “comido” hasta ese día. Me lo tragué.
Nunca lo había hecho con mi esposo, ni con otros: chupar una verga impregnada de semen y fluidos vaginales.
Se puso dura. Comencé a chupar con más ganas y fuerza. Pretendía llevarlo al orgasmo y saborear y tragar su semen en cantidad.
No me dejó.
Me acostó, se montó encima de mí y me penetró de manera casi brusca. ¡Qué delicia sentir su verga entrando en mí!
-¡No quiero que acabes el día, mal cogida!- masculló entre dientes.
Al escuchar eso, con la concha llena hizo que mi gana “se vaya a las nubes”, lo debe haber visto dibujado en mis pupilas, comenzó un entra y sale autoritario y delicioso. Mis piernas se enroscaron alrededor de su cintura, como queriendo aumentar la intensidad de la cogida, como para sentirlo hasta en lo más profundo de mis entrañas, como para no dejarlo escapar.
Me cogió, cogimos, desaforados, entre beso y beso, gemimos, suspiramos, nos gritarnos, el uno al otro el placer que nos dábamos. Gocé, vaya a saber qué cantidad de orgasmos, hasta que, él, estalló su placer dentro de mí. Con las manos aferradas a su espalda, me abandoné al que fue el último, de esa noche, un disfrute sin igual. No pude contenerme, aullé, gemí, me estremecí.
Victor cayó a mi lado, exhausto por el cansancio. Yo también estaba cansada, pero me levanté y fui a ducharme. Al regresar, él seguía acostado, le pedí que fuera a su habitación, porque sentía culpa y vergüenza.
A la mañana siguiente, al ver la mancha en la sábana, tuve una doble sensación:
saciedad y culpa.

Las noches del miércoles y jueves, fueron versiones ampliadas de la de ese martes:
Cena compartida,
Obviamos el piano-bar, subimos directamente a nuestras habitaciones, para higienizarnos y, una hora después, volver a juntarnos en mi cuarto.
Cada uno llamó a su conyugue, para prevenir que ellos llamasen en un momento indebido.
Tan pronto como me duché me envolví en mi bata, no veía ninguna razón para vestirme, después de todo, él ya conocía todo mi cuerpo.
Fueron dos noches de sexo intenso y variado: vaginal, anal y oral.
Descubrí, en él, músculos que no sabía que existían
Dormimos abrazados hasta la mañana siguiente como marido y mujer
.
De regreso a casa, fiel al compromiso que tenemos, de que no habría más tapujos entre nosotros y que cualquier experiencia extramatrimonial, la hablaríamos sinceramente los dos, antes o después de que ocurriera, le conté a Carlos, que, me había “entreverado” con un compañero de curso, pintón y pijudo.
Si yo le contara con lujo de detalles, los delirios, sensaciones y excesos, de esas 4 noches, mi esposo, tal vez, me lo echaría en cara..
Amo a mi marido, pero no me arrepiento de lo que hice, porque conocí nuevos límites de sexo.

4 comentarios - Curso de Actualización, Laboral y Sexual

Pervberto
Siempre es bueno estar alerta para aprender de los colegas...
Elcuatroagujas
Me encantaría que esa situación le pasará a mí mujer
leloir2010
Exitante y morboso a la ves. Si lo tienen hablado por que no contar todo lo que paso en esa cama? Si tenes permiso de hacer trabesuras