Me perdí de algo, ¿Cierto?




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Ha pasado casi un año desde que me salí de las pistas.

No estoy diciendo que en todos estos meses haya sido una “blanca paloma”, pero ciertamente, encuentro que la vida no me he dado el tiempo para ser infiel.

Quizás, al tener una bebita tan carismática como Alicia; una niñita tan suspicaz y pícara como Verito y tal vez, con mayor importancia, una hija con necesidades tan especiales como Pamelita  y una esposa tan devota como Marisol,  “los ojos no se me han arrancado”.

O simple y llanamente, puede ser que no interprete bien los gestos sociales.

Ocurrió la semana pasada.

Marisol apareció en mi escritorio con esa sonrisa maliciosa, informándome que Sarah, nuestra vecina, sufrió un desperfecto en su lavadora y mi esposa, “cortésmente”, le ofreció mis servicios de técnico aficionado para que lo reparase.

Por supuesto que me enfadé, porque me encontraba elaborando unos informes para la minera y esto me distraía. Pero a regañadientes me obligó mi cónyuge a salir del departamento “para despejarme un poco…”

Total que tomé mi improvisada caja de herramientas y marché al departamento de al lado.

Cuál sería mi sorpresa al ver a Sarah en tenida de yoga: con una calza de spandex negra  y un tank top que le dejaba el ombligo al aire.

Sonrió al ver mi rostro de idiota sorprendido, pero me explicó que su lavadora se descompuso y que aparte de su ropa de gimnasia, no tenía otra prenda limpia.

Cabe destacar que Sarah es mi vecina de 39 años, divorciada, rubia de intensos ojos azules, que trabaja para una reconocida firma de abogados de Melbourne y que por lo mismo, su figura es nada menos que envidiable.

Mientras intentaba enfocar mi atención en su cabeza y no dejarme llevar por los instintos, le pregunté por qué no contactó al supervisor del edificio para que hiciera las reparaciones.

Contestó que aparte de no tenerle confianza, los servicios técnicos tardan un par de días en realizar las reparaciones y que al parecer, mi esposa había “ensalzado mis virtudes como eléctrico”.

Le fui honesto y confesé que aunque tengo conocimientos básicos de electricidad, soy Ingeniero en Minas y que este tipo de aparatos no es realmente mi fuerte, a lo que solamente sonrió.

En el trayecto, se abrió una puerta de los dormitorios y apareció Brenda, su hija, copia de 18 años de su madre y nuestra niñera ocasional, vistiendo solo un calzoncito y un camisón ligero para dormir.

Luego que tanto ella se escondiera su cuerpo tras la puerta y yo disimulara mirar hacia otro lado, Sarah advirtió a su hija que la lavadora estaba descompuesta y que estaríamos trabajando en la sala de lavado, para que no nos interrumpiese. Cerró la puerta y seguimos andando.

En esos momentos, recordaba lo que Marisol me había dicho sobre ella: que un poco antes del verano, perdió su virginidad y que ahora, dada la cuarentena preventiva, constantemente se andaba tocando, deseando estar con su novio.

Confieso que en esos momentos, sentí esa especie de escalofrío extraño e incluso, pensé en desistir, pero Sarah me mostró su cuarto de lavado.

Era una habitación de 5X3, donde se encuentra tanto la lavadora como la secadora y también sirve de bodega improvisada.

Para colmo de males, me informó que al parecer, su ampolleta se había quemado y tampoco se había tomado las molestias de cambiarla, dado que conocía el funcionamiento de la lavadora y su ubicación, por lo que apenas se distinguía la silueta de la máquina.

Luego de encender mi linterna LED y comprobar con el movimiento de manijas y botones que la lavadora estaba realmente muerta, me hice la idea de sacarla de su espacio y levantarla, para revisar el cableado y el funcionamiento del rotor.

Sarah se mostró incómoda a que yo me tomase tantas molestias, pero recordaba lo que había hecho el técnico cuando reparaba la lavadora en casa de mis padres.

Una vez acostado en el piso, me doy cuenta que la maquina cuenta con tornillos de punta plana para sujetar la carcasa y dada la pobre iluminación, tuve que pedirle a Sarah que se acostara a mi lado y me alumbrase.

De alguna manera, quedó “semi-acostada” sobre mí, ubicando su rodilla izquierda por debajo de mis testículos y apoyando su suave busto sobre mi abdomen, a lo que nuevamente, pidió disculpas por causarme molestias.

Para quitar la tensión del ambiente, le pregunté cómo iba su trabajo y con bastante desánimo, me contestó que no iba bien.

Que se sentía cansada de defender a gatos gordos en litigaciones y que su trabajo prácticamente salía por inercia.

En contraste, le conté que estaba tratando de mantener alejados a personas como ella.

Desde antes que los sindicatos me hicieran sus petitorios, yo ya estaba gestionando la adquisición de ensayos médicos contra la infección a la administración de la minera.

Y es que para el rubro minero, es particularmente molesto que el virus manifieste sus síntomas a las 2 semanas, dado que una gran mayoría trabaja en turnos de7X7 y que nos podría significar paralizar turnos apenas recibidos del descanso, sin olvidar que contamos con personal con la edad de riesgo.

Comentó que envidiaba que me gustase mi trabajo, a lo que respondí que no es así. Mientras me abría camino a través de las diferentes piezas de la máquina, le fui contando que prefiero trabajar más en terreno que en oficina, revisando análisis de suelo, sondajes y otras mediciones.

Sin embargo, la condición actual ha sido una bendición para mí, puesto que ahora puedo compensar los 2 primeros años de vida que pasé alejado de mis hijas, trabajando en esos largos turnos.

Se quedó callada y al revisar el cableado del rotor, no encontré nada en especial.

Finalmente, removiendo el filtro que sí tenía una gran cantidad de pelusa, le ofrecí la posibilidad de lavar sus cosas en mi casa.

Nuevamente, se mostró incómoda de causarnos molestias, pero le dije que en casa, yo me encargo del lavado, dado que uso muchas camisas y Marisol no sabe planchar bien.

*Eres el paquete completo, ¿No?- exclamó en una voz más suave y traviesa.

(You’re the whole package, right?)

Y aunque no me crean, el contexto me desconcertó.

Estábamos en penumbra y seguía pensando que hablábamos de la reparación y no se me pasó en esos momentos la posibilidad de intimar.

Pero dado que siguió un espacio de 15 segundos de silencio, le sugerí que yo podía llamar al supervisor y estar presente cuando hicieran las reparaciones y lo mismo si venían los técnicos.

Algo sí pasó entonces, porque me dijo que no me preocupara y que ella lo vería.

Tomé mis cosas y marché a la puerta del departamento, cuando de mera casualidad, me fijé que la caja de fusibles  estaba entreabierta.

Y de pura curiosidad, lo abrí y encontré uno de los automáticos fuera de lugar, lo subí y para mi sorpresa, no solo la lavadora volvió a la vida, sino que la luz del cuarto de lavado se encendió.

Y en esos momentos que pensaba que a lo mejor, al activar la lavadora y la secadora al mismo tiempo pudieron desconectar el automático, ella me interrumpió:

*¿Ves qué pasa por no tener un hombre en casa? De tener a alguien como tú con nosotras, cosas como estas no nos pasarían.¡Gracias por ayudar!- exclamó con nerviosismo.

(See what happens when you don’t have a man around? If we had someone like you, things like these wouldn’t happen. Thanks for the help!)

A lo que siguió que me empujara casi violentamente hacia la puerta y cerrase, sin darme tiempo para contestar.

Confundido, con mis herramientas en la mano, sonreí al tener un simple pensamiento en la cabeza:

-Me perdí de algo, ¿Cierto?


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3 comentarios - Me perdí de algo, ¿Cierto?

omar698 +1
Genial relato
Un abrazo Marco
metalchono
Gracias. Es bueno volver a verte tras tanto tiempo. Y en estos momentos, te confieso que ando ansioso, porque en unas 2 horas más, Sarah y yo "vamos de compra al supermercado". Que lo pases bien.
pepeluchelopez +1
segunda parte por fa saludos
metalchono
¡Ya la había subido! Es bueno volver a verte. Imagino que estás más ocupado en el mundo tangible. Espero que esta crisis tampoco te haya perjudicado demasiado. Saludos y que estés bien.