Una vieja canción Asiática

Oía una extraña canción que sonaba por lo bajo adueñándose del lugar, mientras miraba en el fondo de mi vaso como se iba corriendo el líquido para dejarme ver detrás destellos luminosos de botellas, luces de neón y suciedad, de ese lejano bar en medio de una noche de Miércoles que, como en casi todos los bares de los suburbios, estaba completamente vacío. Solo algunos borrachos o gente sin rumbo transitaban lastimosamente este pueblo a altas horas de la noche, el cual solo cobraba vida con la llegada de algún tren, o colectivo de larga distancia que empolvaba el aire por sus calles de tierra. Pero nada de eso sucedería hasta la salida del sol, y allí me encontraba varado.
Aquella melodía que sonaba era de algún idioma asiático. No tenía la menor idea de lo que decía pero se sentía penosamente triste. Debería ser así, ya que a la mujer a tres butacas de mi comenzaban a brotarle lágrimas, como si de pronto alguien hubiera abierto una canilla en su rostro. Intentaba disimularlo mirando hacia el techo y secándose con una servilleta con cuidado, como cuando entra una basura en el ojo y uno busca mantener la vista fija para que se vaya por sí misma, por los lagrimales. “Qué sentido tendría disimular”, pensé. Como si alguien aquí tuviera mejor aspecto.
Mire al mozo, que siempre tardaba en responder, y le hice un gesto hacia mi vaso “Otro”, le dije y le señalé el vaso de la mujer, “Lo mismo”. El mozo, sin el menor ánimo por prestar servicio a sus clientes, moviéndose casi por inercia, me sirvió la caña en el mismo vaso. Creo que el infeliz jamás habrá oído algo como “Cambiar el vaso con el trago”. De todas maneras el mío ya estaba esterilizado por el alcohol que venía tomando, comparado a la suciedad de los otros vasos en la barra que podía percibir desde allí.
Puso de un golpe un vaso sobre la barra frente a la mujer y comenzó a servir. Ella tendría unos 45 años, un poco pasada de peso pero con buena figura, pelo recogido, vestía algo casual. Nada del otro mundo, pero le quedaba bien, resaltaba las curvas que tenía. El mozo termino de servir el vaso y se alejo sin pasar la mirada por nosotros. Ella me miro con una sonrisa un poco fingida. “Gracias, pero no tomo caña". Me quedé mirándola unos segundos a sus ojos de pestañas postiza y maquillaje corrido.
“Mire señora”, le dije. ”Esto es lo que puedo pagar hoy pero no tiene por qué beberlo. Si me disculpa.” Estiré el brazo para recoger el vaso y me percate que no me había dado cuenta de la distancia que había entre las butacas. Si no hubiera sido por el leve respaldo que tenían me hubiera partido la cabeza contra el suelo. En fin, cuando estaba por tomar el vaso casi colgando de la barra como un mono de zoológico al cual le tiran una fruta, ella lo corrió un poco alejándolo de mí. “Quizás lo pruebe entonces, por la molestia” me dijo mientras lo deslizaba. Volví lentamente hacia mi butaca, poco a poco hasta incorporarme en ella, levante el vaso y le dije “A su salud”, sin mucho más carisma. Ella levantó el suyo y bebió. Era verdad lo que decía de no tomar caña. Casi se le escapa el alma del cuerpo al intentar tragar todo de una sola vez. Tosió fuerte.
“¿Está bien?” Le dije. “Si, no hay problema”, contestó ella, mientras intentaba incorporar su cuerpo en la butaca y respirar normal. Al mirarla me di cuenta que sus movimientos eran suaves, que tenía algo de clase. O quizás era el inicio de mi borrachera lo que me hizo verla con un aire sensual. Me quede observando cómo se acomodaba, como sus carnes se movían y redistribuían en su cuerpo. Volteo a mirarme lentamente. Sus ojos volvieron a tener lágrimas pero esta vez por lo fuerte del trago.
“No es de acá ¿verdad?” me dijo, mirándome un poco con desconfianza y otro poco con interés. Era claro que no. En un pueblo tan chico todos se conocen. Un forastero cualquiera es bastante simple de notar. Aunque estúpida, era la mejor excusa que tuvo para hablarme, así que traté de no ser rudo. “No señora, no soy de aquí”. Esperaba que me corrigiera y me dijera que era señorita, pero eso no sucedió. Mire de una pasada sus manos, pero no encontré indicio de anillo alguno.
“Estoy de paso, solo esta noche. No llegue a tomar el último tren así que aquí estoy, esperando que amanezca en la calidez de este boliche” le dije. La mujer sonrió y miró a su alrededor. Creo que no entendía el concepto de ironía o solo estaba observando qué amigos o conocidos estaban allí. “Ya veo” dijo asintiendo, mientras buscaba algo en su cartera. Se levanto entonces de su butaca con gracia, un movimiento de una profesional del ballet, y camino hacia los baños que estaban al fondo. La seguí con la mirada. Tenía un buen culo que apenas iluminado por el ambiente del lugar lo hacía ver más interesante. Le hice seña al mozo para que me sirviera nuevamente. Sentía la boca ligeramente seca. La melodía del lugar había cambiado, estaba sonando una vieja Polka, la cual hacía sentir levemente diferente el lugar. No podría decir si más alegre o más deprimente, pero que se sentía distinto estoy seguro. El mozo se acerco y antes de servir el vaso me miro a los ojos “Tiene para pagar, verdad?”. Metí la mano en el bolsillo y tome los pocos billetes que quedaban en mi pantalón. Hice cálculos en el aire, y tire el dinero sobre la barra. “Está bien así?” le dije mirándolo fijamente y levantando un poco la voz. Me sirvió la caña bufando por lo bajo, tomo el dinero sin más y se retiro a la otra esquina. Tome el trago de a sorbos, tratando de retener el sabor en mi boca mientras miraba hacia el baño, pensando si el alcohol le habría afectado o si era otra cosa. Espere unos minutos más sin quitar la mirada de allí, y me decidí a averiguarlo. “Otro” le ordene al mozo y puse una moneda al lado del vaso.
Me levante de la butaca y caminando con cuidado de no tropezar, mirando todo el decorado navideño que por alguna razón persistía allí aun siendo abril, me dirigí lentamente hacia el baño. Al llegar abrí apenas la puerta del baño de mujeres. No había nadie allí. Entre y observe un poco el lugar parándome en el medio. Las mujeres son tan sucias como nosotros, pensé. Salí lentamente. Me dirigí hacia el baño de hombres. Al abrir la puerta de madera estaba ella, fumando un cigarro negro. Bajo aquella luz fría de tubo grasiento, con un pie sobre el inodoro y el humo saliendo de su boca, era una obra pictórica que se hacía desear. Me miró sonriendo, dio una buena pitada y disparo el humo hacia donde me encontraba. Le devolví la sonrisa y atravesé lentamente cortina blanca que nos separaba, y le dije “Disculpe, debo usar las instalaciones”. Me señaló el mingitorio roto al costado, que no había visto. Lo observar por unos segundos, volví a mirar sus piernas en el inodoro. Se veían muy bien. Sin pensarlo mucho más, me acerque al mingitorio, abrí mi pantalón, saque mi asunto y comencé a orinar. Había tomado mucho esa noche y no me habían entrado ganas hasta ese momento. Ella estiro su brazo y me ofreció el cigarrillo con delicadeza. Atine a tomarlo y desistí. “Disculpe, en este estado me es difícil orinar sin sostenerme de la pared”. Me sonrió, bajo su pierna lentamente y se acercó hasta quedar a mi lado. “No hay problema" dijo "Lo ayudo”. Tomó mi paquete con una de sus manos. Podía sentir sus largas uñas rozar mi piel. Sabía como hacerlo. Puso el cigarrillo en mi boca, y así pude apoyar mi mano en la pared y sostenerme con tranquilidad, mientras fumaba el cigarrillo. Lo quite de mi boca ahora sí, y expulse el humo hacia arriba muy lentamente, mientras dejaba circular un manantial entre mis piernas, pasando por sus delicadas manos, como esas estatuas de pequeños ángeles orinando en las plazas. Se sentía extremadamente placentero. A veces detalles como estos hacen que uno se sienta un rey siendo consentido, sin dar orden alguna. Podía sentir la palabra majestad siendo susurrada en los orificios de mis orejas mientras lo movía lentamente. Tire mi cabeza hacia atrás con el cigarrillo en mi boca y la observe mirándolo detenidamente.
Al terminar de mear, ella lo sacudió con una gracia particular. Le devolví el cigarrillo, y acomode mis pantalones. Saque mi paquete de cigarrillos aplastados de mi pantalón. Le pedí fuego, y fumamos allí en silencio. Ella apoyada en la puerta donde estaba el inodoro y yo en la pared al lado del mingitorio. Podíamos oír algunos sonidos lejanos en la noche por la pequeña ventana, y el zumbido del tubo de luz que siempre me dio compañía. El humo salía de nuestros pulmones, inundaba el baño y le daba una especie de aire místico mezclado con tristeza que aun con el olor a orina que había, me agradaba.
Al terminar su cigarrillo, me miro y sonriendo me dijo "Ya vuelvo" y salió de allí sin que la puerta hiciera ruido. Entre mis piernas, mi pantalón comenzaba a moverse, a reaccionar. Siempre he tenido buena imaginación para los sucesos por venir. Pensé en lavarme la cara, o en lavarme el pito pero desistí. Algunas cosas es mejor mantenerlas con el aroma terrenal que les queda impregnado, si no, todo tendría el mismo sabor.
Luego de varios minutos me impaciente un poco, abrí la puerta y salí del baño. Volví a entrar en el de mujeres pero no había nadie. Regresé caminando lentamente hacia la barra. Mi trago me esperaba allí, pero la mujer ya no estaba. Mire al mozo en un intento de conseguir una explicación, pero simplemente giro la cabeza hacia otro lado. El boliche estaba completamente en silencio. Apenas si se oía el zumbido de las viejas heladeras destartaladas arrancar nuevamente. Me volví hacia la vieja rockola e introduje una moneda. Pasé algunos discos y me dirigí al mozo. “Hey, ¿cómo se llamaba esa canción triste que estaba sonando hace un rato? Sonaba a chino o algo así” El mozo me miró, pensó unos segundos,“Ue o muite arukou”, me dijo, y se volvió hacia los sucios vasos. Quede sorprendido. Mire la rockola, pasé otros discos y desistí. Volví a la barra y me mandé la caña de un trago. Mire hacia el reloj arriba de la barra. Marcaba las 03:07am. Aún me quedaba mucho tiempo hasta el tren de las 7:05am.
Miré el vaso vacío delante mío a través del cual podía ver la sucia barra deformada y me quede pensando allí. “¿Contara esto como la última vez que me tocó una mujer?”. Supuse que no.

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