De errores y sus consecuencias: sueño .

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Me costó dormirme. Creo que era previsible. La primera vez que miré el reloj de la mesa de luz eran las 23:03. El mecanismo era siempre el mismo: giraba la cabeza a la izquierda, guiado por el resplandor rojo, lo observaba unos segundos, y volvía a mirar el techo. Contemplaba las formas que arrojaban las luces de la calle en el techo. Me pareció ver un par de veces la cara de mi novia, mi reina. Sonreía.
No se cuándo me dormí. Quizás alrededor de las 3:57, el último horario que recuerdo haber visto en el reloj. Después, el laberinto. Setos de 2 metros y medio de alto. Un cielo gris, y la iluminación, apenas la suficiente. Me encontraba en un pasillo extenso.
Comencé a caminar. Al llegar al final, se abrían otro cinco pasillos. Elegí el primero a la izquierda, y caminé hasta una nueva intersección. Allí había dos pasillos más, uno de ellos que parecía volver al mismo lugar de donde venía. Elegí el contrario, y seguí.
Todos se encontraban cerrados. Finalizaban en una pared de seto, pintada de negro, con una frase escrita en pintura blanca, en letra grande:
"TE VOY A QUEBRAR"
Después de recorrer el último, y viendo que me encontraba con lo mismo que en los demás, comencé a correr al principio del laberinto, con intención de ver si me había pasado algo por alto.
Al girar en la esquina, al final del pasillo vi algo moverse. De la pared de setos, sobresalía algo. Un pie. Me acerqué con pasos cortos. El pie siguió avanzando, ya se veía una pantorrilla. De la pared de enfrente, salió otro pie, a unos 2 metros del primero. Otros 3 más. De a poco, las paredes del seto estaban cubiertas de piernas. Eran de mujer.
Primero el pie, la pantorrilla, el muslo, y la cintura. Todas estaban desnudas. Empecé a sentir una mezcla de calor y picazón en la pija.
Los abdómenes, el costillar, y un mar de pezones inundo mis ojos. Todos idénticos, rosados, tiernos. Rebotaban en un intento de salir de los setos. Después la piel suave de las tetas, grandes y firmes, todas del mismo tamaño. Luego los hombros, los brazos y las manos, y por último, la cabeza.
Alrededor de 100 mujeres desnudas, idénticas entre sí, me miraban y sonreían. Entre sus piernas, notaba su humedad. Al mismo tiempo, llevaron su mano izquierda a su pezón izquierdo, y comenzaron a pellizcarlo, torcerlo, estirarlo. Sus manos derechas fueron a parar al comienzo de sus rajas, e iniciaron un movimiento circular con sus dedos índices y anulares. Unos gemidos tenues inundaron el silencio del laberinto.
Frente a esta masturbación colectiva, sentía que mi pene empezaba a querer explotar. Estire mis manos para empezar a tocarme, pero no podía. Sentía una presión en las muñecas. Mientras más forcejeaba, más presión sentía. Estaba atado. Atado y caliente. El coro de gemidos seguía.
Como si no fuese suficiente, como si no se bastaran con si mismas, de a poco fueron acercándose unas a otras, para acariciarse. La mitad se dio la vuelta, y pude ver una hilera de culos redondos, estilizados. Se besaban. Podía ver los labios salivados chocando unos con otros. Empecé a jadear. Sentía latir el bulto entre mis piernas.
Las manos flotaban en los cuerpos. Recorrían sus piernas, sus muslos, apretaban, arañaban con suavidad, algunas con más fuerza. Se mordían, lamían sus pezones, besaban sus pechos con la lentitud que se requiere para calentar un cuerpo humano.
La mitad se tumbó en el suelo con las piernas abiertas, mientras las demás se acomodaban frente a sus labios mojados. Un zumbido empezó a sonar. Después otro. Una vibración fuerte, como el ronroneo de un gato. Cada vez más intensa. Así también los gemidos, más fuertes. Caí de rodillas al suelo. Intenté frotar mi pene con el suelo, pero no sentía nada. Estaba al borde de acabar. Una multitud de mujeres gimiendo con desesperación era demasiado para mí.
Ya eran gritos desesperados, una mezcla de pedidos y ruegos de que no pararan. La combinación de los vibradores, las lenguas recorriendo sus clítoris y penetrándolas, haciéndolas suyas solo con sus bocas. Estaban cerca de acabar, como yo. Solo que ellas eran las únicas que podrían hacerlo.
Como en un efecto dominó, desde el final del pasillo hasta las parejas que tenía a los costados, los cuerpos empezaron a temblar. Convulsionaban buscando ese punto exacto para explotar en un orgasmo liberador. Una a una fueron consiguiéndolo. Arquearon sus espaldas, acercaron sus labios a la boca de sus amantes, que besaron y lamieron con una sonrisa todos los jugos que emanaban a chorros, sujetándolas de sus nalgas para no perder contacto en ningún momento.
Pedía a gritos que alguien me ayudara. Necesitaba lo mismo. Acabar, rodeado de gemidos, unirme al coro. Pero ninguna me miraba, solo sonreían. De a poco fueron quedándose quietas, abrazadas en el pasto. Caí de rodillas. Quedé mirándolas, una por una, mientras sentía mis labios repetir una única frase, como un mantra: "por favor".
Cuando sonó la alarma, estaba solo. Se escuchaba un sonido de lluvia. Una luz y vapor se filtraban por debajo de la puerta del baño. Me senté, apoyándome en el respaldo de la cama, y prendí el velador encima de la mesa de luz. Del lado de Marcela, encima de su almohada, ví su vibrador. La lluvia cesó, y a los segundos se abrió la puerta del baño. Con una toalla tallándole el cuerpo, me sonreía desde el umbral.
-¿Dormiste bien?.


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