La insolencia del amor

La insolencia del amor
Si los juegos aparecían o desaparecían sin necesidad de explicaciones, el mensaje que se había esfumado de la pantalla no iba a estar acompañado de un pedido de aclaraciones. Esa noche terminaron con la misma intensidad que la habían empezado y sin preguntas. Al otro día durante el desayuno repasaron las instancias de la aparición en el SUM y la idea del perfume para saludar, pero no hubo mención alguna al texto borrado. Pero había algo de los límites que habían transgredido que a él le zumbaba en soledad ¿Con quien de los cuatro compañeros de fútbol había fantaseado ella cuando le sugirió que quería meter a uno en la misma cama? ¿Tenía ganas de bajarse a uno en serio y se arrepintió? O, lo que más lo perturbaba ¿Se iba a bancar que se la cogiera otro? Era una fantasía que alimentaban los dos, claro. Pero nunca había existido una propuesta concreta. Sí cuando él propuso un trío sumando una mujer, pero no al revés. Ahí es cuando los límites se vuelven un problema. Esa tarde encontró una solución para menguar su preocupación y para satisfacer la demanda -aunque arrepentida- de su esposa. “Consolador con ventosa de silicona, ideal para poder usar con arnes o adherir a cualquier superficie. Te llevara a lo mas altos placer nunca imaginados. Mide 18cm x 5,5cm”, decía, así mal escrito, en la descripción de una poronga roja de plástico y desmembrada de cualquier cuerpo humano imaginable. Se encargó de que llegara a la oficina antes de la retirada y viajó rumbo al departamento dentro de la mochila con total normalidad. A la hora de la cena, con las sobras de la parrilla de anoche recalentadas en el micro hondas, ella arremetió.

-¿Así que dijeron muchas cochinadas tus amiguitos cuando les mostraste el video que les compartimos?

-Ninguno se privó de comentario...

Era indudable que ella estaba sacando el tema de nuevo. Evidentemente, se había arrepentido del mensaje que borró, no de la idea.

-Bueno, no te podés quejar: me pediste que les muestre el culo y me terminaste entregando en bolas en un chat de pajeritos…-, arengó ella, cómo despojándose del deseo.

-Todos te cogerían. Fue unánime-, retrucó él y vio como se le encendían los ojos. Confirmado. Quería revolcarse con otro tipo.

-Bueno, me la voy a creer un poco más, entonces…-, se jactó apretándose las tetas y poniendo cara de zorra.

-¿Y vos a cuál de ellos te cogerías?

-No seas boludo, no te cagaría con nadie.

-No te dejaría con ninguno. Te cogería con quien elijas. 

-No me gusta lo que me estás proponiendo.

-Sin embargo ayer me lo pediste en un mensaje que después borraste.

-Era parte del juego y lo borré justamente porque sos un enfermo y tal vez no entendías que era en plan jueguito morboso. Sos capaz de subir a uno de los pibes a la habitación-, dijo y se levantó, finalizando la conversación, para llevar los platos a la mesada.

La aclaración lo tranquilizó de un modo increíble. Lo paseaba por lugares muy intensos la idea de imaginarse a su esposa con otra pija. Lo que más le calentaba de las fotos que se sacaban garchando eran las que ella tenía media pija en la boca y él se imagina que se la estaba chupando a otro. Le excitaba pensarla en cuatro, él penetrándola y ella chupándosela a otro. Todo eso y más. Pero sentir que ella tenía ganas de concretarlo, lo había puesto en jaque. Terminó de levantar la mesa y fue a la cocina, dónde ella estaba por sacar helado del congelador. La notó aliviada, también. Algo del juego se les había ido de las manos.

-Dale, a quien le chuparías la pija de los que vinieron el otro día-, compuso él como dando muestras que se ajustaba al más estricto reglamento.

-No sé, se las ves vos todos los jueves en la ducha. Decime vos…-, retomó las riendas ella.

-Esperame en la cama con los ojos cerrados que voy con el heladito-, le ordenó él, despojado de las porongas fantasmales que le habían nublado la fantasía y caliente por haber recuperado el recorrido juntos. Lavó los platos mientras ella se ponía cómoda y cuando entendió que estaba lista, fue al dormitorio. No sólo había obedecido el pedido, sino que fiel a su costumbre había redoblado la apuesta y lo esperaba completamente desnuda, con los ojos vendados y las muñecas colgando de unas esposas recubiertas en peluche violeta. Lo más kitsch que ella usó alguna vez. Así es ella, no tolera que él tenga una propuesta innovadora que le perturbe el pensamiento y redobla la apuesta. Con esa lógica se enamoraban cada vez más. La insolencia del amor les permitía todo. Se sumergió entre las piernas de ella. Le gustaba mucho besarle la concha. Era verdaderamente un beso, no se la chupaba. Comenzó despacio y se abrió paso con la lengua. La saboreaba. Escondía los dientes bajo sus labios para darle pequeñas mordidas y luego le hundía la lengua para repasar despacito los pliegues que se nutrían con saliva y flujo. Tragaba esa esencia y volvía a recorrerle los labios, repetía las mordidas y empezaba a merodearle el clítoris.

-¿Vas a querer helado?

-Por favor-, suplicó ella. Atada al respaldo, con los brazos inmovilizados, él le dijo que si llegaba a cerrar las piernas la iba a tener que atar también. Le quitó la tapa al envase de telgopor, se untó la pija con sambayón y manoteó el consolador de la mochila. Ella lamía su gusto favorito como un perro con hambre. Tragaba, mordía, lamía, bufaba. Se atragantaba. Cuando ya no quedaban restos de la crema helada y ella recorría la chota como podía, le acarició la mejilla con la verga roja de 18 centímetros de largo y 5,5 de ancho que metió entre su pija y la comisura de ella. Apenas entró la puntita y ella se retiró extrañada. Enseguida se la metió y le provocó arcadas. Soltó una risa que solo las viciosas pueden festejar y empezó a chupar el pito de goma. Rápido, le metió la suya también y por fin la vio chupando dos a la vez. La boca agigantada sobando dos pijas. Gemían, enloquecidos.

-Cogeme-, suplicó ella.

-Seguí chupándomela, hoy te la mete mi amigo-, dijo, le sacó el accesorio de la boca y giró sobre su cuerpo, cómo cuando hacían el 69, y ella se la tragó hasta los huevos, haciendo otra arcada más deliciosa. Cuando entró el consolador dejó de chupar para liberar el sentimiento.

-¡Sos un hijo de puta. Estás enfermo, mirá lo que me hacés!- gritó ella antes de pegar un alarido cuando el plástico se enterraba sin fricciones en el primero de los intentos. Se lo metía y se lo sacaba recreando la manera en que se la cogía siempre. Ella empezó a marcar el ritmo con la velocidad con que le chupaba la pija y él no dudó en bombearla con la misma intensidad. El primer lechazo la ahogó y el resto se perdió entre el mentón y las tetas. Al consolador se le sumó la lengua para punzarle el clítoris y la acabada fue inolvidable.

-Nunca en mi vida sentí tanto-, dijo ella todavía agitada. Él se levantó, guardó el consolador. Le quitó las esposas y le retiró la venda. Cuando abrió los ojos, estaba él solo. Había tenido dos pijas en la cama, pero estaba sólo él. Se besaron y sonrieron. Antes de que a alguno le ganara el sueño, él rompió el silencio.

-Hacé de cuenta que era el de los tatuajes. Tiene la pija más o menos parecida.

2 comentarios - La insolencia del amor

Pervberto +1
Insolente y verdadero, feroz y caliente como una erupción volcánica.