El corazón tiene un solo cuarto.

Mi entrepiernas más piezas que un prostíbulo.

Salgo del baño, vestida. Lo miro, acostado desnudo, en la cama donde me cogió y lo cogí durante tres horas, después del horario de trabajo, para darme el gusto con él.
Lo miro y creo que es increíblemente hermoso: alto, delgado, ágil, un cuerpo tónico que no revela su edad, un rostro atractivo donde los ojos verdes llaman la atención y una boca, carnosa y bien diseñada, que invita a besar.
Me inclino para besarlo, Andrés se levanta, me abraza y no hace nada para retenerme. Sabe que sería inútil.
Son pasadas las nueve de la noche. Le había dicho por teléfono a mi marido, Miguel, que no me esperase para cenar ya que me demoraría en la oficina por un trabajo impostergable.
También por teléfono, le avisé a mi madre, que, nos cuidara los chicos, por esa noche y el día siguiente.
Andrés me mira como afligido y me dice
-¿Te vas ya?-
-Sí, Miguel, me espera en casa- respondo con simpleza
-¡Sos increíble!- me sonríe.
Nos despedimos con un último beso.
La noche es fría y húmeda, y por un momento lamento no haberme quedado al calor del dormitorio calefaccionado y del abrazo de un hombre guapo y fogoso.
En, la casi, una hora de tren de regreso a casa, me pierdo y me encuentro varias veces, pienso en la tarde-noche que acaba de terminar, en mis gritos de placer en la cama revuelta, la satisfacción y el placer de sentirme cogida por una de las vergas más grande que he experimentado en mi vida, las delicadezas especiales de Andrés, las charlas mientras tomo mi trago favorito, preparado por él, en las pausas entre cogidas.
La velada perfecta con el hombre perfecto.
Sonrío y me pregunto qué tan lejos está llegando esta insatisfacción perenne que devora mi alma.
Lo quiero todo, siempre, de todos modos. Quiero todo y aún más.
Pero no tengo duda donde está mi amor. Está durmiendo arriba
Me quito el abrigo, me sirvo un trago. Me relajo en la silla. Quiero saborear la espera.
Aprendí a sentirme cómoda al tener sexo en cualquier casa o lugar, pero no a colgar mi alma en ninguna otra parte. Mi corazón tiene un solo cuarto: el compartido con Miguel.
Me desvisto y subo las escaleras descalza.
La luz tenue de uno de los veladores ilumina apenas el dormitorio. Miguel duerme de costado. Aparto cubrecama y sábana y me acuesto a su lado. Lo veo abrir los ojos y lo veo sonreír. Los ojos azules que amo. La sonrisa más brillante que conozco.
No necesitamos hablar: nuestras bocas se buscan, las manos exploran el cuerpo del otro.
Me quito la bombacha y pongo mi mano en su cabeza y empujo hacia abajo. Él entiende y, dócilmente, obedece.
Deliberadamente, no he borrado los rastros del encuentro sexual entre Andrés y yo y se los ofrezco a Miguel abriendo mis piernas.
Siento las manos de Miguel abriéndose camino, siento su boca deslizarse sobre mi vientre, siento su lengua arrastrarse con suavidad entre los labios grandes y los pequeños para alcanzar el clítoris. Cuando me penetra con dos dedos, la respiración se detiene en mi garganta. Miguel es el hombre que más conoce mi cuerpo. Encuentra, cada vez, nuevas formas de sorprenderme y darme placer.
Con él, a lo largo de los años, disfruté sensaciones como nunca antes. Me hace flotar, pierdo límites e inhibiciones, tomo conciencia de quién soy y lo que quiero.
Sus infidelidades, sus mentiras, sus ausencias no siempre explicables, me hacen perder el sosiego
Me dan miedo de perder la dedicación que él, tan hermoso y potente, tiene para mi alma y mi cuerpo, que me hace sentir la mujer más querida en el universo.
Con dos dedos, me coge sin cesar, con la lengua me lame.
Los primeros espasmos ligeros que siento en mi estómago me advierten que estoy por llegar al orgasmo. Estoy “incendiada” y el placer que comienza en el clítoris, con cada golpe de la lengua se vuelve cada vez más violento. Siento un río de humores fluir desde mi concha, pasar por el culo y caer al colchón. No reprimo un grito que resuena en la habitación y en la noche.
Jadeo con fuerza y los gemidos se convierten primero en una risa liberadora, luego en un sollozo que mezcla risa y lágrimas.
Miguel ni siquiera me da tiempo para recuperarme: me hace girar boca abajo, sin la necesidad de palabras, ya sé lo que quiere. Me arrodillo, casi sin fuerzas, y me ofrezco. Un dedo, dos dedos, luego la pija se abre paso entre las paredes de mi concha, apretadas y contraídas por el orgasmo.
Vuelvo a disfrutar y mis gemidos llenan la habitación. Él, como de costumbre, es muy silencioso y disfruta mis suspiros, mis jadeos, mis palabras sin sentido o zarpadas.
La excitación es desmesurada y su orgasmo llega después de unos pocos empujones. Para de coger, lo siento presionar, contra mís nalgas y soltar todo el semen, como si siquiera que ni una gota salga de mi cuerpo. No puede evitar que mis humores de mi segundo orgasmo, se dispersen por mis piernas y en el colchón.
Nos dejamos caer en la cama, sin fuerzas. Transcurren varios minutos reparadores.
-Cogiste antes de volver a casa ¿No es cierto?- me pregunta de repente.
-Sí- respondo.
¡Putita!!! ¿Te acabó adentro, el tipo?-
-No ….no me acuerdo-
-No digas boludeces: hiciste que acabara dentro de vos y corriste aquí para hacerme lamer todo-
-No lo recuerdo- le repito. Estoy mintiendo pero me alegro. Fue por eso que, deliberadamente, no borré los indicios del entrevero con Andrés. Sé que lo excita y estimula su apetito sexual.
-No es importante, Miguelito.-
-¿Qué es importante entonces?-
-¡Que te amo!-
Inclino el cuerpo, desciendo para besarle el pecho, el estómago, los muslos. Se la toco sólo con mis labios y consigo una nueva erección.
-Otra vez….y…..no te jodo más….. por hoy- le susurro y me pongo en cuatro para que me la vuelva aponer por detrás como me gusta.
La segunda cogida es violenta, intensa, muy larga. Toco, un par de veces más, la cima del placer.
Nunca sabré cuantas veces fueron ese día sumadas las gozadas con Andrés y las con Miguel
Percibo su orgasmo cuando su respiración se vuelve pesada. Eyacula profusamente y casi cae sobre mí, luego se desliza a mi costado y se derrumba en el colchón.
-…yo también te amo!- murmura y se hunde en un sueño plomizo.
Me quedo a mirarlo y a disfrutar de su belleza, un rato largo. Es mi hombre, mi muñeco, mi alegría, mi condena.
Sonrío y me vuelvo a preguntar qué tan lejos va a llegar la incesante insatisfacción de mi entrepiernas, que me devora. Lo amo a Miguel pero lo quiero todo, siempre, de todos modos.
Pero no tengo duda donde está mi amor. Está durmiendo a mi lado.
Sin hacer ruido, salgo de la cama y de la habitación. Sólo con un camisón, bajo la escalera.
Me siento en la cocina. Un vaso de café de la noche anterior, recalentado, pensamientos vagos y ligeros.
Cuando vuelvo al dormitorio, son las dos de la mañana. Nuestra cama parece ser el lugar más acogedor del mundo.
No parece, es.


5 comentarios - El corazón tiene un solo cuarto.

Pervberto
¡Provoca erecciones y lágrimas de emoción!
morochadel84
Gran historia, de las que exitan y movilizan y te dejan con un montón de cositas dando vueltas en la cabeza.