clases privadas

Veinte euros me encontré en la mesa de la cocina cuando me levante el domingo a las dos del mediodía.
—Cógelos— Me dijo mi madre— Son por las clases de Elena.
— ¿Veinte? Si ha venido dos días solo. Por poco más se paga un mes entero en un gimnasio de verdad…
—Yo también pensaba que te iba a dar menos pero oye… dice que está muy contenta. Me ha pedido que te avise que mañana viene a las ocho. ¿Qué tal estas tú con ella por cierto?
—Bien… Sin más, tampoco la puedo poner muchos ejercicios porque tiene agujetas por todos los lados, pero bien.
Por supuesto no la iba a decir que su amiga me había puesto la polla dura como un canto, que la había dado un masaje en ropa interior con el único objetivo de meterla mano y que tras hacerlo la había echado un polvazo increíble hasta dejarla empapada de leche. Y menos aún la podía decir que pensaba volver a tirármela todos y cada uno de los días que viniera a mi casa.
Bajo esa premisa preparé mi clase del día siguiente. La recibiría con poca ropa, la sobaría disimuladamente, restregaría mi cuerpo contra el suyo, los recuerdos del día anterior nos invadirían a los dos y acabaríamos follando tirados en el suelo. Ese era mi plan a llevar a cabo y que no dudé en práctica en cuando toco a mi puerta.
—Buenos días preciosa— La saludé agarrándola de la cintura y atrayéndola hacia mí para darla dos besos.
— ¡Quieto! — Me espetó Elena poniéndome la mano en el pecho y alejándose de mí— Vamos a dejar las cosas claras. Lo del otro día pasó y ya está, es algo que está ahí y fin. No va a volver a suceder y ninguno de los dos va a decir nada, ¿Esta claro?
Me quedé petrificado durante unos segundos pero quizás debía haber previsto esa reacción. Al fin y al cabo Elena era una mujer casada y tenía que protegerse de alguna manera.
—Vale, tranquila. De mi boca no saldrá una palabra. ¿Comenzamos con el entrenamiento?
No le di mayor importancia y proseguí con mi plan. No hice nada por evitar que viera como mi bulto comenzara a aumentar de tamaño mientras veía como sus tetas botaban en el calentamiento y en cuanto pude, explicándola un ejercicio, la hice notar mi dureza apretando mi paquete contra su culo.
—A ver… ¿Qué estás haciendo? — Volteó la cara muy seria— ¿No me has entendido?
—Venga ya— Dije yo agarrándola de la cintura y pegándola más contra mi cuerpo—Si lo estas deseando…
—Déjame— Se zafó de mi— Que no va a pasar nada, entérate.
—Pues el otro día bien que te gustaba esta polla, bien que pedias más…
—El otro día fue el otro día. Mira, quizás se me fue un poco de las manos, me pase de lista porque te quería provocar y al final… por tonta. Pero estoy casada y además… ¡Te saco veinte años! He estado a punto de no venir pero si he venido ha sido porque ya lo había hablado con tu madre y si no venía más iba a parecer muy raro… Así que vamos a llevar esto como una clase normal y punto ¿Vale?
—Vale, si eso es lo que quieres. Pero una cosa te digo… Tú a mí me pones mucho y voy a estar todo el día con la polla dura…
—Pues te vas al baño y te haces una paja— Me cortó— Pero la polla guardada en tu pantalón.
Me sentí como si me hubiera chocado contra un muro a ciento veinte kilómetros por hora. Desde luego había poco que rascar y me calentón en ese momento era bastante grande. La tensión se palpaba en el ambiente e irremediablemente la frialdad con la que nos hablábamos hizo que mi estaca recobrara su estado natural.
Cuando la lleve a hacer abdominales, el ambiente parecía haberse relajado un poquitín así que estando los dos tumbados en el suelo traté de entablar una conversación sobe lo ocurrido de una manera formal y seria.
—Oye ¿Te puedo preguntar una cosa? ¿Por qué dijiste que me querías provocar el otro día?
— ¿Por qué? Bueno, el primer día ya te vi cómo te pusiste y la verdad es que me sentí halagada de pensar que yo te excitaba entonces quise provocarte un poco…
— ¿Excitarme otra vez?
—Si… Quería excitarte y ver si se te ponía otra vez así…
—Como para no excitarme…
—Ya, quizás lo del masaje en ropa interior… Me pase un poco y la verdad es que me calentó el pensar cómo te estaba poniendo… ¡Y tú que no te cortaste un pelo en sobarme entera! Pues me dejé llevar…
— ¿Te gustó? — Pregunté incorporándome y mirándola a los ojos por primera vez.
Elena se encogió de hombros antes de contestar y luego replico entre dientes.
—No estuvo mal.
— ¿No estuvo mal? ¿Solo eso?
— ¿Qué quieres que te diga? Un tío con tu cuerpo, bien dotado, con el calentón que teníamos… ¡Claro que me gusto y lo sabes! ¡No me hagas arrastrarme encima capullo!
Sabía que tarde o temprano me la volvería a follar. Más temprano que tarde concretamente. A la siguiente clase vino con unos pantalones cortos enseñándome sus preciosas piernas por completo y una camiseta ajustada de tirantes que marcaba sus pechos como nunca por lo que no pude ocultar mi erección. Traté de meterla mano durante los ejercicios y aunque volvió a protestar como el día anterior, la note mucho más receptiva por lo que seguí sobándola en cuanto podía hasta que llegamos a la parte de los abdominales. Verla tumbada en el suelo poniéndome el culo en pompa o abriéndose de piernas con su minúsculo pantalón que excitaba tanto acabe sentándome en el sofá con la polla fuera y haciéndome una paja mientras la miraba.
—Me parece muy bien que no quieras follar, pero a mí me pones como una moto y o me masturbo mirándote o me muero.
Según termine la frase me llamo enfermo y degenerado, pero antes de treinta segundos estaba sentada en el sofá alado mío haciéndome ella la paja, en menos de otros treinta segundos mi mano ya estaba debajo de su pantalón palpando la humedad de su coñito, en unos minutos la paja me la estaba haciendo con la boca y poco después estábamos los dos desnudos y follando como bestias.
Los siguientes días ya no hubo juegos absurdos. Según Elena entraba en mi casa nos íbamos a la habitación a follar.
Elena siguió viniendo a “las clases” y pagando a mi madre puntualmente. Mi progenitora, viendo como recibía veinte euros semanales por apenas tres horas de clase echó cuentas y decidió sin consultarme ampliar el número de clientas de mi gimnasio particular.
Paula, la vecina del primero y del grupo de amigas de mi madre iba a venir esta tarde a probar mis clases. Al principio quise oponerme a tal idea principalmente porque a esas horas mi madre también estaba en casa y en cierto modo me daba vergüenza “trabajar” delante de ella, cosas de la inmadurez, y porque con Paula no tenía tanta confianza como con Elena. La única relación que tenía con Paula era saludarnos cuando nos cruzábamos por el portal, ninguna más.
Por otra parte, Paula tampoco se conservaba mal. Tendría alrededor de cuarenta y cinco años, rubia y unos cinco centímetros más alta que yo. Alguna mirada furtiva ya le había echado a su trasero y había confirmado que lo tenía bastante apetecible. De pechos tampoco iba mal y hasta donde yo sabía era divorciada y sin hijos.
Llegó sobre las seis de la tarde y tras un buen rato de charla con mi madre escuché como venía hacia mi habitación.
— ¿Dónde está mi monitor personal? —Preguntó tocando a la puerta.
Levanté la vista del ordenador para saludarla y quedarme atónito ante ella. Sin esos abrigos y vaqueros con los que la solía ver y con esas mayas idénticas a las de Elena y esa camiseta de tirantes enseñando un piercing en el ombligo estaba realmente rica. Nada que envidiarle a Elena desde luego, a pesar de contar con unos años más.
La llevé hasta la habitación de al clase haciéndola una radiografía de cuerpo completo. Unas piernas delgadas pero unas caderas anchas con un buen culo terso y firme. Una tripa sin grasa y tonificada y unos brazos lindos sin piel colgante. Se conservaba mejor que muchas de mi edad. Paula estaba acostumbrada al ejercicio sí o sí.
Me salté la parte del calentamiento ya que mi madre insistía siempre en que no saltará sobre el parqué del suelo y con ella en casa ni se me pasaba por la imaginación hacerlo así que me puse directamente a explicarle los ejercicios a Paula. Tras las primeras repeticiones, observé cierta desgana en sus movimientos con las pesas.
— ¿Va a tardar mucho tu madre en irse?
— ¿Irse? ¿A dónde?—Pregunté extrañado.
Paula se encogió de hombros.
—Pensaba que íbamos a estar solos durante… la clase.
La mire con incredulidad pero no le di mayor importancia. Paula en cambio volvió a la carga al cabo de apenas un minuto.
— ¿De verdad me vas a dar la clase con tu madre alado?
—Bueno, tampoco creo que nos vaya a molestar…
—Pues si a ti no te importa… a mi menos. ¿Empezamos con la clase o qué?—Dijo dejando las pesas en el suelo.
—Ehhh… Ya estamos en ella.
—No te hagas el tonto— Dijo caminando hacia mí— Quiero una clase como las que le das a Elena... continua 

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