Cuadra de putas 2

Antes de nada empezaré con las presentaciones. Me llamo Marcos y tengo veinticinco años. Soy hijo único y ahora estoy viviendo con mis padres, en un pequeño chalet de dos plantas en las afueras de Barcelona, aunque cuando comenzó esta historia vivíamos en un pequeño piso del extrarradio. Soy un tío de 1,80 m. y bastante cachas. Me gusta mucho el deporte, voy a correr y al gimnasio y siempre he trabajado en actividades físicamente exigentes. También me gusta leer e ir al cine. Al acabar los estudios, con apenas 18 años. Me alisté en el ejército, donde estuve cinco años, casi siempre en misiones en el extranjero. Durante ese tiempo volví a casa muy pocas veces. Sobre todo en los primeros años. Después, los dos últimos años antes de licenciarme, estuve fuera de España y no tuve permisos largos.
Mi padre se llama Alberto, tiene cincuenta y ocho años y está bastante cascado. No es un mal tipo, pero sí un poco pusilánime y blandengue. Hace unos diez años le detectaron una arritmia en el corazón en una revisión del trabajo y le limitaron bastante las tareas físicas. Todo tipo de tareas (sexo incluido, aunque esto lo supe después). De aspecto es lo que llamaríamos un gordito bonachón, está calvete y últimamente, con la inactividad, ha engordado bastante más, acercándose a la obesidad mórbida. Este hecho dificultaba sus movimientos y le afectaba a la salud. ¡Una joya, vamos! Era camionero y pasaba mucho tiempo fuera, pero después de detectarle su enfermedad, lo destinaron a la supervisión de los talleres de la empresa y tuvo que repartir su tiempo entre tres ciudades y varios turnos, por lo que empezó a pasar poco tiempo en casa. A mí no me afectó mucho, porque yo ya estaba viviendo fuera, pero a mí madre la situación le cambió la vida.
Hablaremos ahora de ella, la otra protagonista de la historia, se llama María (que original, ja) y es más joven que mi padre, tiene cincuenta años y, físicamente no está nada mal. No trabaja. Siempre se ha dedicado a las tareas de la casa. A cuidarme a mí y, después, a mi padre.
A mí me gustan las tías, claro. Sobre todo las que están bien buenorras con un buen par de tetazas y un buen culo para agarrar, pero no soy un obseso de las MILF’s, ni de las mujeres maduras y nunca le había prestado atención a mi madre antes de volver del ejército. Tal vez porque ella no había dado pie a que alguien se fijase en ella como mujer. En cuanto a su aspecto, tiene el pelo negro, aunque ahora lo lleva teñido de castaño claro y con mechas algo más oscuras. A raíz del cambio de puesto de mi padre, al pasar éste tanto tiempo fuera de casa, empezó a ir al gimnasio para entretenerse. Lo alternaba con la Iglesia, el coro parroquial y otras gilipolleces de santurrona a las que le gustaba ir. Y, por el gimnasio, supongo, se empezó a poner mucho más buena de lo que ya estaba. Perdió un poco de peso, no mucho, y, sobre todo, se puso más fibrosa, con las carnes más prietas y duras. Su enorme culo se puso como una piedra, aunque seguía conservando un puntito de celulitis, ideal para calentarlo a base de nalgadas. Las tetas, bastante grandes, una talla 130 más o menos, se le pusieron más firmes. La cara se le afiló, marcándose más sus labios gruesos y sus preciosos y rasgados ojos negros. Además, para redondear la faena, empezó a usar leggins y mallas, marcando a la perfección su culo y, como no, su coño, que tenía una pinta estupenda. Ni que decir tiene que, cuando volví a casa, me quedé impresionado con su aspecto. En aquella época tenía 48 años, aunque aparentaba unos treinta y cinco. Cuando me abrazó y noté sus firmes tetas apretando mi pecho llegué a sentirme culpable cuando mi polla se puso morcillona.
Pocos días después se me pasarían todos los remordimientos. Incluso un día, semanas después, cuando la tenía a cuatro patas y se la estaba metiendo por el culo, mientras le tiraba de la coleta y la oía berrear como una cerda, pidiendo más y más, recordé los remordimientos que tuve por haberla deseado y me dio un ataque de risa que me hizo parar las emboladas un momento. No mucho, porque mi puta madre es ciertamente exigente y, cuando tiene un rabo dentro, no está para tonterías. Y se empezó a empotrar ella misma contra mi polla al tiempo que gritaba, como si no hubiese un mañana: “¡No pares, cabrón, no pares! ¡Daaaaaaame cañaaaaa...!”
Pero no adelantemos acontecimientos, y volvamos atrás. Cómo ya he dicho, todo empezó hace un par de años. Yo acababa de volver y estaba sin empleo. Me instalé en casa de mis padres, en mi antigua habitación que estaba más o menos igual. Mi madre estaba encantada con mi vuelta porque ahora tendría alguien por casa al que poder darle la paliza con sus gilipolleces (“Haz esto, haz lo otro, baja comprar tal o vete comprar cual...”) y mi padre tres cuartos de lo mismo ya que tenía a alguien de “confianza” haciendo compañía a su mujercita... ¡Anda que si el viejo cabrón supiese cómo se iban a desarrollar las cosas...!
Mi intención era encontrar un curro y alquilar un piso, pero tampoco tenía demasiada prisa y, como estaba cobrando el paro, y tenía dinero ahorrado, decidí dedicarme un par de meses al “dolce fare niente”, que es la manera fina de decir: a tocarme las pelotas. Pasaba los días levantándome tarde, sobre las doce o así, desayunaba cualquier cosa, me iba al gimnasio (no hay que descuidar la forma física...), subía a casa, para hacer un poco de caso a mi madre y escuchar sus monsergas (chismes de vecindario y chorradas varias: “La del primero se va a separar. Fátima, la mora, ha encontrado trabajo...” etc. etc...) y, a veces, le hacía algún recado, más que nada para dejar de oírla. Después, cenábamos juntos, y yo salía a tomar algo con algún colega o a echar un polvo con una medio-novia que tenía por el barrio.
Un sábado le comenté a mi madre que esa noche dormiría fuera, en casa de un amigo, y que no volvería hasta el día siguiente al mediodía. En realidad, había quedado en casa de la chica que me follaba. La guarrilla me había dicho que sus padres se iban el finde y no volvían hasta el lunes, por lo que podríamos estar solos. “Siempre será mejor que echar un polvo en el coche...” pensé entusiasmado ante el plan. Mi madre se tragó sin pestañear la excusa de que dormía en casa de un colega (lo cierto es que podría haberle dicho la verdad. Total, ya tenía 23 años... pero, bueno, en aquella época todavía tenía de ella esa imagen monjil e inocente).
               -Bueno, pues tendré que ver “Tú cara me suena” yo sola... –me dijo, poniendo su mejor cara de pena.
¡Menuda puta falsa e hipócrita estaba hecha! Aunque yo todavía no lo sabía...
A las diez salí de casa y dejé a mamá acurrucada en el sofá. Le di un besito en la mejilla y le dije:
               -¡Hala, que disfrutes de la tele!
               -Tú pásalo bien, también, cariño... y no bebas mucho...
               -Nooooo, descuida –respondí cerrando la puerta.
El plan con mi piba salió de puta pena. Había quedado en recogerla para tomar algo antes de ir a follar a su casa y, cuando se montó en el coche, lo primero que me dice es que sus padres no se han ido y que tiene que volver antes de la una. ¡Menuda mierda!
               -Pues nada, chica. –le digo- Vamos a tomar algo y luego te llevo a casa.
Fuimos a un par de bares a tomar sendas copas y, después, con el coche a un descampado donde iban las parejas. Nos estuvimos magreando un rato y luego me la chupó. La verdad es que la chica no era ninguna maravilla mamando pollas y, además, no le gustaba tragarse la leche. De todos modos, esa noche, como se sentía culpable por el plan fracasado, se esmeró bastante más de lo habitual. Yo aproveché la situación y le hice un par de amagos de garganta profunda. Pero se puso tan histérica y soltó tal cantidad de babas, que dejé el asunto y permití que fuese a su ritmo. La verdad es que la muchacha me aburría un poco. Ya tenía pensado dejarla y cambiar de follamiga, pero bueno, tampoco se lo iba a decir en ese preciso instante, antes de soltar mi cuajada. Soy un poco cabroncete, pero no tanto. Finalmente, tras más de un cuarto de hora con la polla tiesa y mi amiga quejándose de que le dolía la boca y se le iba a desencajar la mandíbula, decidí dejar de hacerla sufrir y culminar la jugada, pero antes probé una vez más uno de mis viejos anhelos:
               -¿Por qué no te lo tragas hoy, cari...? –le dije.-¡Vengaa porfa...! ¡Qué tengo muchas ganas...! Si no, no sé si podré correrme... –ella, al oír esta última frase, y ante la perspectiva de seguir chupando indefinidamente, levantó la cabeza y dijo:
               -Bueeeno, vaaa... ¡Pero sólo esta vez!
Dicho y hecho. Empujé con la pelvis hacia arriba y empecé a soltar leche a cascoporro... Ella se atragantó y empezó a escupir por todas partes y a montar un numerito quejumbroso y plañidero...
Yo miré su cara de pena y, mientras me reía por dentro, le dije:
               -¡Perdona, perdona, lo siento mucho, cari...! ¡Es que como me habías dicho que podía correrme...!
               -Síiiiii... –me respondió gimoteando.- Pero me tendrías que haber avisado...
               -Vale, vale, lo siento... –concluí, mientras le acariciaba la cara, como si fuese una mascota.
En ese instante tomé la decisión definitiva de dejarla. Pero pensé que mejor se lo decía otro día. Cuando tuviese sustituta. No hay que dar un paso sin tener donde apoyar el pie, dicen.
Media hora después la estaba dejando en casa.
               -Hasta luego, Marcos, ¿Me llamarás?
               -Claro, claro... mañana por la mañana. -“Si no estoy durmiendo”, pensé.
Dos besitos y, hala, hasta luego, Lucas... je, je, je...
Era la una menos cuarto. La noche me había salido rana y pensé en ir a tomar algo más, para ver si encontraba alguna guarrilla para mojar el churro un rato más, o irme directamente a un puticlub... Al final, ni una cosa ni la otra, estaba cansado y pensé en volver a casa... Así mañana mamá se pondría contenta de tener a alguien para desayunar y poder mandarlo a hacer recados o mangonearlo un poco...
Llegué al piso y entré con cuidado de no hacer ruido. No quería despertar a mi madre, que, al contrario de papá, tiene un sueño muy ligero. Cerré la puerta a mis espaldas y, sorprendido, vi luz al final del pasillo, en la habitación de mis padres, que tenía la puerta entreabierta, y oí ruidos extraños.
Despacito, me quité los zapatos para no alertar a nadie y fui avanzando por el pasillo a ver qué diablos pasaba...
Me quedé atónito y estupefacto cuando acerque los ojos a la puerta. Lo hice de tal modo que no me pudiesen ver desde dentro, amparado en la oscuridad del pasillo. La imagen que vi no podré olvidarla nunca y, desde entonces, ha cambiado mi vida.
El cuadro era el siguiente. Mi madre estaba a cuatro patas, en pelota picada y con la cara hacia el cabecero de la cama, apoyada en la almohada. Tras ella había un chaval joven, al que en principio no reconocí, pero luego, cuando puede ver su cara reflejada en el espejo del armario supe que era Mohamed, el “Moja”, como lo llamábamos en el barrio, el chavalín hijo de la Fátima, la viuda mora del segundo. Calculé mentalmente su edad y debía de tener poco más de dieciocho, diecinueve, tal vez. Lo recordaba como un crío de trece o catorce años cuando me fui. Ya era todo un hombrecito... Sí, hombrecito sería la palabra. Porque era ciertamente delgado y canijo, pero está claro que gastaba una buena tranca, como pude apreciar mientras se follaba el coño de mi madre por detrás.
A ella era la primera vez que la veía desnuda, y me quedé asombrado. El culazo era impresionante, aunque lo tapaba el canijo del Moja, pero aun así impresionaba. Una auténtica hermosura. Las tetazas estaban aplastadas contra la cama y se desparramaban a ambos lados. El Moja la tenía agarrada de la cintura y se la follaba con ganas.
               -¡Toma, guarra, tooomaaa...! –le gritaba. Se nota que sabía que el vecino de abajo estaba sordo como una tapia y que el piso de arriba estaba sin inquilinos en estos momentos.
Ella jadeaba agarrando la almohada, y, por lo poco que pude ver reflejado en el espejo, ponía cara de dolor-placer, como si la polla fuese muy grande. Y lo era, aunque no tanto como la mía, que es más o menos igual de larga, es bastante más ancha.
               -¿Te gusta puuuta? Dímelo, ¿te gusta...?
               -Síiiiiii... –respondió ella entre jadeos.- Síiiiii... sigue, sigue. ¡¡¡¡Dale fuerte, cabronazo!!!!
Yo estaba alucinando, la polla se me había puesto como el palo de la bandera. ¡Vaya con la beata! Ahora resulta que era una guarra de campeonato. A hurtadillas eche un vistazo a la habitación. En la mesita, contemplando la escena, había dos fotos. La de la boda, en la que se veía al pobre cornudo de papá con cara de felicidad, mirando embelesado a su esposa, y otra más reciente, donde el barrigón de mi padre, contrastaba con el cuerpazo de jamona de mamá.
El Moja seguía arreando fuerte:
               -¿Y cuando has dicho que vuelve tu hijo...? –le preguntó entre jadeos.
               -¡Aaaah, aaaaah! Mañana... al medio... día...
               -No, me voy a poder quedar tanto, guarrona... Pero te garantizo... –embistió con más fuerza y ella berreó un poco más. -... te garantizo que hasta las seis de la mañana... te voy a dar rabo por todos tus agujeros... –y en ese momento le apoyó el pulgar en el agujero del culo.
Ella dio un respingo y levantó la columna...
               -¡Nooooo...! – gritó con más ganas. Menuda escandalera estaban liando, menos mal que los vecinos no se enteraban.- ¡Por ahí, nooooo...!
Y en ese momento se levantó más y la polla se salió del coño. El Moja la miró con cara de asombro y ella se giró y ahí sí que pude ver su cuerpazo a la perfección. ¡Vaya pedazo de ubres! ¡Vaya cara de puta! Toda sudadita... mmmmmm, cómo a mí me gustan... Lo único que no me gustó mucho fueros los pelos del coñete. Estaban bien recortados, pero yo soy más de coño de muñeca. Aunque, bueno, eso ya lo arreglaría. Ya hacía un par de minutos que me había dado cuenta de que ya tenía sustituta para mi follamiga. Ahora sólo se trataba de urdir un plan. Pero iba a ser fácil, muy fácil, pensaba yo.
               -¡Te he dicho mil veces que por el culo, no, joder! –chillaba mamá.-¡Por el culo se la metes a tu puta madre, joder! –“mmmmmm... ¡jo, a mí me encantaría, la Fátima tiene un buen par de polvos!”- ¿Cómo hay que repetirte las cosas, Mohamed? ¡Hago todo lo que me dices, te la chupo de todas las maneras, me pongo arriba, me pongo abajo, te como los huevos y el culo! ¡Todo, lo hago todo! –yo estaba escuchando alucinado. El Moja, mientras tanto, iba perdiendo su erección ante el chorreo que le estaba cayendo.- ¡Sólo te pido, por favor, que me reserves el culo! Yo te diré cuando estoy preparada... –ella había bajado el tono y parece que se estaba apiadando de la bronca que le estaba echando al chaval.- No es un no, para siempre, Mohamed, sólo tienes que tener paciencia conmigo... Es la primera vez que hago algo así... Yo siempre he sido una buena esposa, quiero a mi marido y mi hijo. –bueno, pensé yo, “tampoco los debes de querer tanto...”- Lo que me ha pasado contigo no es normal... Me has hecho volver loca... –en ese momento sonrió y le acarició la cara.- Pero no tanto.
Por un momento me dio la sensación de que ella estaba enamorada de ese gilipollas. Me sorprendió. Está claro que la soledad es muy mala compañía... ja, ja, ja...
El Moja tenía cara como de ponerse a llorar, ella se apiadó y agachó la cabeza:
               -Venga, Mohamed, tranquilo, no ha sido nada... esto lo arreglamos en seguida. –dijo al tiempo que empezaba a hacerle una mamada.
Y he de decir que esto sí que era una mamada en condiciones, y no la puta chapuza que acababa de hacerme mi amiga. Comenzó lamiendo el capullo, pasando después la lengua por el tronco, antes de empezar a meterse la polla a un ritmo constante en la boca. Al Moja, no tardó ni dos segundos en ponérsele como una piedra otra vez. Hasta yo me la saqué y comencé a acariciarme. Aunque no quería correrme. Ahora tenía un objetivo y quería economizar la leche al máximo. Ya tenía una perfecta destinataria para mi semen.
               -¡Mari, Mari... estoy a punto, a punto! –jadeaba el Moja.
Ella no paró, al contrario, aceleró el ritmo hasta que él gritó y empezó a soltar leche a borbotones en la boca de mi madre. Ella trató de aprovechar cada gota y siguió mamando, como una buena ternerilla. Mejor dicho, como una buena lechona. A fin de cuentas era una cerdita... ja, ja, ja.
A punto estuve de correrme yo también. Pero me guardé la polla a tiempo.
Ellos se tumbaron en la cama y comenzaron acariciarse tiernamente. Mamá apoyaba la cabeza en el escuálido pecho de adolescente tardío de su amante. Y él se dejaba querer. ¡Qué romántico! Es una lástima, pero en breve tendría que interrumpir tanta felicidad. No esa noche. El plan debía ser más elaborado, pero ya lo estaba maquinando.
De momento, tendría que irme otra vez y volver a la hora que le dije a mi madre. Así que comencé a andar despacio por el pasillo, en dirección a la puerta. Pero antes me paré a escuchar una última conversación.
               -¿Estás bien, Mohamed? Ha estado bien, ¿no?
               -Sí. –contestó él, lacónicamente, como enfurruñado.
               -Venga vaaaa... hombre, ¿qué te pasa? No estropees la noche, que la tenemos entera por delante. Para hacer el amor, las veces que queramos. –vaya... “hacer el amor”, que finolis, la puta.
               -No, nada, nada... Mari. Es que... es que, claro... ya llevamos casi un año con esto.- ¿Un añoooo? ¡joder, con mi santa madre! –y, claro, va llegando el momento de hacer más cosas... de evolucionar.
Ella le miraba y le acariciaba el pecho huesudo. Por un momento pareció que sentía algo parecido a la compasión por su estado y le dijo...
               -Bueno, mira, Mohamed. Vamos a hacer una cosa. Alberto está en una obra en Zaragoza y no viene hasta el miércoles. Mañana es domingo y no creo que Marcos vaya a salir. Así que la próxima semana que se vaya Alberto y Marcos salga, quedamos y me podrás follar el culo... ¿vale?
El Moja, dio un respingo y la miró asombrado. Flipaba en colores. Como yo, por otra parte. Después de meses de gota malaya por parte del canijo, parece que la cosa comenzaba a dar sus frutos... Mi madre le miró sonriendo y sorprendida también por su desmesurada reacción.
               -¿De verdad, Mari? ¿Lo dices en serio???
               -¡Claro, Mohamed, ya sabes que te quiero y haría lo que fuese por ti! Después de mi hijo y mi marido eres lo más importante de mi vida... -¡Puaggggg, menuda falsa! Estoy seguro de que le hubiese valido cualquier rabo...- He tardado tiempo en tomar la decisión, porque esto es como entregar la virginidad. No es tan fácil... ¿Me entiendes?
               -Síiiii, claro, claro... –decía el Moja, que ya ni escuchaba. Sólo pensaba en el premio que acababa de ganar y ya estaba otra vez con la polla dura y la mano en el conejo de mamá.
Esta se dejaba hacer, feliz y contenta.
               -Una cosa, Mari... –dijo Moja parando un momento las caricias.
               -Diiiiiiime... –respondió ella cabreada por la interrupción.
               -Y si mañana sale el Marcos... Si se va a dar una vuelta, digo. Algo así como hoy. ¿Podríamos adelantar el asunto, no? Digo yo, si te va bien, claro... –lo último lo añadió suavizando el tono y poniendo cara de pena.
Ella le miró y se apiadó del muchacho. Aunque seguramente estaba convencida de que no podría ser.
               -Bueeenoo... No creo que salga. Pero si lo hace te mando un Whatsapp y quedamos, ¿vale?
               -¡Valeeeee, biennnn! –desde luego, la cara de entusiasmo que puso el Moja era para grabarla.
               -Y ahora, vamos al lío. –concluyó ella. –Que si tienes que estar en casa a las seis, sólo nos quedan tres horas.- Vaya, pensé yo, es insaciable la guarrona. Está claro que no voy a necesitar follamigas en una buena temporada.
El Moja, se giró y la besó rozando su tripa con la polla como un mástil. Y comenzó otra sesión de mete-saca.
Yo me dije que ya había tenido bastante y retrocedí definitivamente hacia la puerta.
Salí muy lentamente y cerré con cuidado de no hacer ruido. Bajé a la calle algo aturdido y me monté en el coche con intención de ir a dormir a algún hostal. Acababa de cobrar y tenía pasta, en otra época habría llamado a alguna puta de los anuncios de contactos y la habría contratado para pasar la noche completa con ella. Pero esta vez, necesitaba pensar y reservar potencia. Tenía que domar a una yegua impresionante y emputecerla. E iba a ser un trabajo a jornada completa. El asunto merecía la pena y el morbo de la situación me hacía tener la polla en una erección casi constante. Pero, una promesa es una promesa, y mi leche tenía dueña.
Encontré una pensión en el barrio de al lado y me acosté sobre las cuatro. Dormí como un lirón, salvo por la polla dura que estuve tentado de pajear varias veces. Cuando desperté, sobre las doce, noté como si todas mis ideas se hubiesen aclarado. Ya tenía el plan pensado. A priori me parecía perfecto. Aunque hasta lo más perfecto puede fallar.
En cualquier caso, estaba eufórico y con un largo día por delante y una importante tarea que hacer. Pero esto, lo contaré en el próximo capítulo

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