El grial de María - Parte 3

El grial de María - Parte 3


Cuando despertó por la mañana se vistió a los apurones y corrió hasta el dormitorio de sus padres en busca de ese aroma que había trastocado sus sentidos. Nada se percibía ya en el aire fresco de la mañana que entraba por la ventana abierta. Ni siquiera las sábanas revueltas quedaban como testigo de su experiencia, ya su madre se había encargado de lavarlas y tenderlas al sol primaveral.
Entre decepcionada y confundida María fue pasando los días venideros, sin intuir siquiera que el destino le deparaba una nueva sorpresa.
Fue una tarde de agosto en la que caminando por los senderos del campo vio a Ramón, el hijo de Gerónimo el jornalero, internándose entre unos matorrales. María lo siguió con sigilo y cuando estuvo a una prudencial distancia se acercó en cuclillas un poco más. Separó la espesa maleza y vio a Ramón, sentado contra un árbol, masturbándose.
Con la quietud de un felino, a punto de atrapar su presa, María lo observó minuciosa hasta que aquel joven apretó su sexo endurecido y con un chillido saliendo de su boca dejó emerger el esperma de su pija encendida que se derramó por encima del yuyal cercano.
Inmóvil entre la espesura aguardó unos minutos hasta que Ramón se puso en pie, acomodó sus pantalones y emprendió otra vez la caminata. Gateando se acercó María hasta la maraña de yuyos humedecidos en semen. Un pequeño charco de líquido blanco y una profusión de pequeñas gotas adheridas a las verdes ramas estaban ahora al alcance de su mano.
Aspiró el aire que la circundaba llenando sus pulmones y su lengua bordeó la comisura de sus labios inquisitivamente. Proteínas y enzimas, ácido ascórbico, fructosa, potasio. Todos los compuestos de aquel esperma se mezclaban en su cerebro acalorado.
Percibía la cercanía de un momento de éxtasis  pero debía ir más allá. Estiró su mano y cuando sus dedos estaban por tocar aquel fluido, la voz de Ramón a su espalda la sobresaltó.
- Parece que le gusta la leche a la patroncita.
 
Apresuradamente dio un brinco y se puso de pie, frente a ella Ramón la observaba con una sonrisa que dejaba en evidencia el contraste de su piel morena, bronceada por el sol, con la blancura de sus dientes.
 
- Qué decís, Ramón? Te volviste loco?
- Pero patroncita, no se haga la inocente. Me di cuenta que me estaba espiando.
- Espiando? … Solo era… curiosidad…
- Le recuerdo patroncita que la curiosidad mata al hombre y embaraza a la mujer.
- Ja… no te preocupés por eso Ramón, que sé muy bien cómo se embarazan las mujeres.
- Ta bien… pero si tiene tanta curiosidad por eso – dijo Ramón señalando el esperma esparcido en el yuyal – por qué no se sirve del envase – agregó, mirándose la entrepierna.
- No seas grosero Ramón o le digo a mi papá.
- Qué le va decir patroncita. Que estaba mirando como el Ramón se hacía una paja o que estaba por tocar la leche de mi pija.
- Asqueroso y bruto. Eso no es leche, se llama esperma – dijo María ofuscada.
- Como uste diga patroncita, pero por acá le decimos leche… leche de pija… leche de poronga… leche de verga…
- Basta Ramón! Ya sé cómo le dicen, pero no ves que… - no pudo continuar, era una situación incómoda y se sentía entre la espada y la pared.
- No se preocupe patroncita, que no voy a decirle nada a nadie.
- No es eso, es que… - volvió a vacilar.
- No será que la señorita nunca tocó una pija, patroncita?
 
El profundo silencio que se produjo solo era cortado por la brisa que sacudía la maleza y el lejano trinar de algún pájaro.
 
- Uste ya está en edad de merecer. ¿Cuántos años tiene, patroncita?
- Casi diecisiete.
- Además, tiene un cuerpo muy… lindo – agregó Ramón, tomando una vez más la iniciativa y recorriendo con su mirada el breve vestido de María que dejaba adivinar sus piernas firmes y sus senos turgentes.
- No insistás Ramón, eso que pensás son cosas de grandes.
- La patroncita también lee la mente parece. ¿Tanto se me nota?
- Es muy obvio – dijo María, bajando la mirada hacia el bulto notable de Ramón bajo su pantalón.
- Eso que pienso patroncita, pasa cuando tiene que pasar.
- Puede ser Ramón, estoy confundida, pero te aseguro que no pasará –dijo María con falsa firmeza.
- Como quiera. Yo solo quería que se sacara la curiosidad que tiene. Si nunca tocó una poronga yo le ofrezco la mía – agregó Ramón, bajándose abruptamente el pantalón.
 
Azotada por la fresca brisa campestre, la verga de Ramón se desplomaba maciza entre sus piernas. Los ojos de María se clavaron en ella una vez más. Tersa, morena y conservando aún restos de esperma adheridos a su piel. Solo los sentidos de María podían detectar esas minúsculas partículas que todavía perduraban en aquel sexo joven y viril.
 
- Dele patroncita, no tenga miedo que no muerde – dijo Ramón acercándose a ella.
María estaba en otro mundo. El mundo sensitivo al que la llevaba la química de los compuestos volátiles que ahora sacudían el extremo de su lengua asomando entre sus dientes.
 
- No sea tímida… agarre… agarre – dijo Ramón, tomando la mano de María para acercarla a su miembro.
 
Los veinte años largos de aquel muchacho se notaban en todo su cuerpo, pero más aún en su sexo que al solo contacto con la mano suave de María comenzó a endurecerse.
A pesar de su edad, Ramón era para María alguien mayor. Le parecía enorme, con su ancha espalda, con sus brazos musculosos y recios que dejaban translucir las venas hinchadas de sus bíceps y, en su imaginación, parecían llegar hasta su miembro vigoroso.
 
- Siempre hay una primera vez para todo patroncita. Agarre, agarre con ganas que el Ramón está para servirla.
María no podía desviar la mirada de la verga creciente en la palma de su mano. Acarició su piel desnuda y tersa llevada, más que por placer, por la incontenible curiosidad que habían despertado los fluidos que salieron de ella momentos antes.
Las yemas de sus dedos subían y bajaban dispuestas a recorrer con precisión la arquitectura del pito de Ramón palmo a palmo. Cuando tocaron el vértice morado de su glande, descubriendo la húmeda fluidez que manaba de él, sintió un escozor en todo su cuerpo.
- ¿Por qué estabas haciendo eso? – dijo María en un forzado intento por desviar su atención sobre la pija que manoseaba.
- ¿Eso qué, patroncita? ¿Una paja?
- Sí, eso… o como vos lo llamés.
- Sabe que pasa patroncita. Los hombres tenemos la necesidad de vaciarnos cada tanto… a veces, lo hacemos solos, pero siempre es más lindo con una mujer.
- ¿Una mujer? – agregó María con falsa inocencia.
- Si… como le digo patroncita. Cuando voy al pueblo los jueves,  paso siempre por la casa de Clarita, la mujer del carnicero, esa mujer es una puta, no como usté…
- Y… ¿qué hacés ahí?
- La señora me llama cuando su marido no está con la excusa de algún trabajito de jardinería, pero lo único que quiere es mi pija.
- Tu… pija – agregó María, tragando saliva y volviendo a posar sus ojos en aquel trozo de carne rígido en su mano.
- Si, dice que le gusta la mía, que es joven y dura no como la del viejo de su marido.
- Y ¿qué hace?
- Me hace pasar al fondo, pa`l jardín pero siempre me para en la cocina y me pide que me siente a tomar un mate cocido o un cafecito caliente con facturas. Yo me siento, me sirve una tasa y después se mete por abajo de la mesa en cuatro patas para desabrocharme la bragueta.
- ¿Qué cosa?
- Si patroncita, como le digo, me desabrocha la bragueta, me saca la poronga de adentro del pantalón y me la chupa.
- ¿Te la chupa?
- Como si fuera un helado, pero yo no la veo porque siempre se tapa la cabeza con el mantel. Dice que así lo disfruta más. Que chupármela la vuelve loca. Que le encanta mi leche.
- ¿Tu leche? ¿Qué hace con tu leche?
- Yo solo veo como baja y sube la cabeza tapada por el mantel pero siento como si fuera una sopapa su boca en mi pija. Creo que se da cuenta cuando me voy a vaciar porque yo no aviso nada, entonces deja mi pija adentro de la boca hasta que me vacío. Yo creo que se traga mi leche.
- ¿Se la traga?
- Creo que sí, porque me aprieta la verga hasta que no queda nada. Después sale de abajo de la mesa relamiéndose como un gato.
- Eso es asqueroso!
- Clarita dice que le encanta mi leche… que es riquísima… pero eso no es todo patroncita, después ¿sabe qué hace?
- ¿Qué hace Ramón? ¿Qué hace? – dijo María sintiéndose absolutamente excitada.
- La muy puta, me pide que me levante así, medio en pelotas, con mi pija colgando y me meta abajo de la mesa.
- ¿Para qué?
- Pa´ que se la chupe
- ¿Qué cosa?
- La concha patroncita, la concha. Se sienta donde yo estaba y se abre de piernas. Me dice: Dale Ramoncito, chupamela como siempre, me gusta sentir tu lengua ahí adentro. No sabe lo que es eso. Tiene un yuyal de pendejos que se la tapa. Tengo que meter mis dedos entre sus pelos para encontrarla, pero cuando aparece es como una mariposa patroncita, una mariposa grande y roja.
-¿Y…?
- Después le paso la lengua. Clarita se sacude como una hoja, jadea como un perro, me pide que no pare.
- ¿Tanto le gusta?
- No se da una idea patroncita, pero más le gusta cuando le meto la lengua bien adentro. Se empieza a mover en la silla y me agarra de los pelos para que no la saque.
- ¿No te hace mal?
- ¿Mal? A mí también me gusta. Se mueve tanto que a veces hasta su culo queda al aire. Cuando eso pasa, me pide que también le meta un dedo en el culo.
- ¿Y lo hacés?
- Claro patroncita, para eso me paga. A veces hasta le meto dos y no dice nada. El culo se le estira como una goma. Grita como un animal hasta que no da más. Me pide después que salga de abajo de la mesa, la guacha me mira otra vez la poronga y me dice: - ¿Otra vez está goteando esa canilla? Me la agarra de nuevo y se la come enterita casi hasta los huevos. Cuando la suelta, la deja limpita… limpita.
 
La mano sudada de María masturbaba el pene petrificado de Ramón. Casi jugando la recorrió con sus dedos hasta que sus yemas repicaron sobre el flujo viscoso que salía de su extremo. Su paladar ardía rozado por su lengua inquisitiva.
 
- ¿Me dejás Ramón?
- ¿Dejarla qué patroncita?
- Chuparla
- Pero, patronci…
 
Ramón, no pudo terminar. La boca de María embistió la cabeza de su pija violácea y resplandeciente por el flujo que la bañaba encerrándola en su interior. Su prolongada lengua rodeó con holgura el cuello sabroso de su falo, pero Ramón la apartó tomándola de los hombros.
 
- No, patroncita, no lo haga… uste no es una puta como la Clarita.
- Pero Ramón… Ramón
 
La historia que Ramón relataba había excitado demasiado a María. Sin el bocado que deseaba en su boca, inconscientemente, comprimía la verga que aprisionaba en su mano por un momento, para luego seguir masturbándola húmeda de sudor.
 
- Patroncita, por favor… si me sigue pajeando me voy a vaciar de nuevo…pare patroncita…
 
Ramón jadeaba, pero María estaba extasiada mirando el miembro que sujetaba quemando su piel. Mayor fue su agitación cuando notó que la tela de su bombacha estaba absolutamente empapada.
 
- Me vacío patroncita, me vacío…
 
El esperma cálido se derramó incontenible bañando la pija de Ramón hacia la mano de María que no dejó de sostenerla hasta que nada más salió de ella.
Una vez más, el aire que la circundaba volvía a enrarecerse. Micrométricas partículas llegaban a sus sentidos siempre alertas.
Su lengua se debatía dentro de su boca alocadamente, intentando escrudiñar el éter placentero. Nunca imaginó que aquel momento de plenitud se vería interrumpido tan dolorosamente.
-         María! Vení para acá! – gritó su madre entre la maleza.
-         Vení que tenemos muchas cosas que hablar muchacha!


CONTINUARÁ...

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