La depravada - Parte 20

La depravada - Parte 20



relatos


La depravada


Parte 20


Adaptado al español latino por TuttoErotici
 
—Entonces —digo yo—, ¿fue realmente el final de la aventura? ¿No hubo continuación?
—¡Esperá! Hay una sorpresa…
—¡Decime, rápido!
—Después de lamentar  la brevedad de ese sueño…, muy real…, se puso de pie y con el dorso de su mano se alisó los pliegues del vestido. La ayudé a ponerse el abrigo. Tenía ahora un aire distinguido y reservado. Al verla así, uno nunca hubiera creído que acababan de chuparla y cogerla, y que había llegado tres veces seguidas…, ¡ahí mismo, sobre el asiento donde estaba sentada, muy digna, ajustándose los guantes entre los deditos!
En la estación de Burdeos la esperaban su padre y su madre, una mujer de cierta edad, pero que debió haber sido espléndida…, ¡su hija tenía a quién parecerse!…, y un viejo señor condecorado. ¡Me los presentó!
—¡Sólo una mujer puede tener una desfachatez semejante!
—Como no sabía mi nombre, se limitó a decir:
—Un amigo de Marcel.
¡Marcel era el marido, naturalmente!… Yo sólo tenía que acreditar mi apellido y mis cualidades…, lo que hice.
El viejo exclamó:
—Pero… ¡yo conozco muy bien su apellido, señor, y la importancia de su negocio! ¡Me siento orgulloso de conocerlo!
Y de inmediato me ofreció la habitación de invitados. ¡Bingo! Me hubiera negado si la hermosa Raymonde no me hubiera prometido, con una mirada muy suspicaz, compensaciones tan íntimas como deliciosas.
—Eso significa, maridito, que se acostaron juntos esa misma noche, ¿no?
—¡Exacto!
—Espero que esta vez le hayas chupado su bonita roseta entre las nalgas…, ¿fue así?
—¡Por supuesto!¡Y después se la metí por atrás!
—¿Como a mí ahora, querido?… Contame. Tengo curiosidad. ¿No tuvo problemas con tu hermosa pija? ¡Es tan grande!
—¡Se perturbó mucho cuando tomé la decisión de metérsela por ahí!… Pero, antes de llegar a eso, hice un montón de chanchadas…
—¡Contame!
—Nos instalamos en el mismo piso, y ella no olvidó dejar su puerta entreabierta.
Entonces, cuando los padres se habían acostado, fui sigiloso a su habitación y cerré con llave después de entrar.
Estaba tendida en la cama, completamente desnuda… Cuando me vio, cerró los ojos… Avancé y me arrodillé frente su hermoso vientre, con la cabeza justo a la altura adecuada… Hundiendo el rostro en su cálida entrepierna, empecé enseguida a chupársela con mis mejores artes… Mi lengua penetraba deliciosamente en la ardiente hendidura y recogía toda la humedad que despedía, goteaba como si la reserva fuera inagotable… Al terminar, tenía la boca pegajosa, y tragaba todo lo que podía… Al mismo tiempo, me masturbaba como un loco… Pero ella, con un movimiento, se replegó sobre sí misma y atrapó mi pija hinchada para hundírsela entre los labios, en el interior lubricado de su boca… Unos minutos más tarde, ¡la de leche que recibió su garganta!
—¿Paró entonces de succionar?
—Ni hablar…Después de beberlo todo con extraordinaria avidez, siguió chupándome, empeñada en levantar de nuevo mi instrumento, momentáneamente fláccido… ¡No tengo decir que lo consiguió sin demora!
Entonces, salté sobre ella y la cogí como un salvaje. Mi pija turgente la traspasó de un solo golpe, y empecé una galopada infernal… Ella aguantaba mis ataques, en un éxtasis del que nada hubiera podido arrancarla.
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!—jadeaba yo.
—¡Es delicioso!¡Delicioso!… —contestaba ella, con los ojos desorbitados.
Al mismo tiempo, su flujo seguía brotando, y mis movimientos producían un chapoteo que ayudaba a exacerbar mi deseo.
Sentí el irresistible ascenso de mi placer… De golpe, le lancé al fondo del vientre un chorro violento que la hizo gritar de felicidad:
—¡Ah!… Llegá…Llegá adentro mío… Inundame con tu jugo… Vaciá tus grandes pelotas en mi concha…Soy la más feliz de las mujeres… ¡Qué delicioso es!
Es cierto, la inundaba con una fuerza increíble… ¡Sacudida tras sacudida, recibió una dosis de semen tan considerable que era como si tres hombres lo hicieran al mismo tiempo en su concha!
—¡Gracias!—murmuró por fin, medio muerta a causa de aquel exceso de placer.
En cuanto a mí, necesité una hora de descanso para reponerme.
Dormimos apretados uno contra el otro, en el dulce calor de nuestros cuerpos ardientes. En mitad de la noche, sin embargo, me despertó algo duro…, ¡duro como el acero!De nuevo tenía una erección, y mi verga se había deslizado como por voluntad propia entre las deliciosas nalgas de mi hermosa pelirroja.
También ella despertó, al sentir la presión de mi torpedo. Tenía miedo, la pobre… Confesó que nunca la habían cogido por ahí, por ese “lugar pequeño”, y que prefería…,¡si la hubieras visto ruborizarse mientras me confiaba eso!…, que se lo besaran, ya que tampoco antes la habían besado de esa manera…, y que yo era el primero que lo había hecho…
—¡Ah, la sinvergüenza!… ¿Le gustaron esas chupaditas?
—¡Por supuesto!…¡Si la hubieras visto, unas horas más tarde, arqueando las blancas nalgas y forzándolas a abrirse para sentir mejor mi lengua, hundiéndose en su agujero rosa!… Le gustó tanto, a la muy puta, que, sin previo aviso, tuvo un orgasmo…, y había derramado sobre las sábanas todo su flujo.
—¿Y qué hiciste vos?
—Fingí acceder a su deseo y la puse de nuevo en cuatro patas. Ella sonreía, feliz, creyendo que iba a empezar otra vez. Pero, después de lamerla bien, me puse de pié y apoyé el glande contra el precioso túnel. Un golpe seco… y entró.
—¡No, no!… ¡No quiero! —gritó.
Pero no le hice caso. Murmuré bajito en su oído:
—Lo más duro ya pasó… No te movás… ¡Vas a ver lo bien que se siente!
Se quedó inmóvil, pero la sensación de aquel placer, tan nuevo para ella, se expandía poco a poco por su encantador cuerpo. Seguí empujando lentamente en el cálido receptáculo de su hermoso culo. Y entonces, agitando su melena rojiza, hundida en la almohada, me dijo:
—¡Ah, demonio!…¡Me volvés loca!… ¡Qué delicia! Sí, quiero…, quiero más…
Era un poco tarde para darme para pedir más. Estaba ya metida hasta las bolas.
—¡Como me la estás metiendo a mí, querido!
—Igual…, y al mismo tiempo masturbaba furiosamente su clítoris con una mano…
—Como lo haces ahora, maridito… Y llegó, ¿verdad?… Llegó como una puta…, ¡cómo no tardaré en hacerlo yo!
—¡Oh, sí!… En su estrecho agujerito, que me apretaba maravillosamente la pija, me moví hacia afuera y adentro, haciéndola gritar de alegría… Aceleré cada vez más el ritmo…¡Qué bien me sentía!… Qué agradable sensación, ahí, en la punta de mi verga…  La metía en sus entrañas cálidas, aterciopeladas, satinadas, bien firmes y untuosas… Entonces, empezó a gemir.
—¡Oh!… ¡Oh!… Voya llegar…, voy a…
Luego, de repente, soltó un alarido de fiera, mientras inundaba mi mano…
—¡Ah, pequeña!…—le grité—, yo también voy a llegar, voy a llenarte el culo… Tu hermoso culo que adoro como a una divinidad…
—¿Y la inundaste a tus anchas, puerco?
—¡Ya lo creo!
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!…Yo también te riego… Como lo hacés con mi culo… ¡Tomá!… ¡Tomá!… Es para vos… Va por tu cochinada… Por tu pelirroja… Por todo lo que hicieron juntos… Porque lo hagan de nuevo… ¡Tomá!… ¡Ah! ¡Me muero!
 
Ya no sé ni lo que digo, hasta tal punto mi esposo me sacude con toda su fuerza… Tengo la impresión de que va a traspasarme el culo, y al mismo tiempo eso me hace gozar como una demente… Grito… Digo tonterías, las palabras más obscenas que puedo encontrar… ¡Gozo como una reina! ¡Como una emperatriz! ¡Como Mesalina! ¡Como Popea! ¡Como todas las mujeres juntas!
Después de ese arrebato, le pido a mi marido que termine su relato.
—Eso es todo —me explica—. Hicimos el amor tan bien, y de todas las maneras posibles, que necesitábamos descansar a toda costa. Volví a mi habitación y pasé una noche deliciosamente tranquila.
—¿Y al día siguiente?
—Al día siguiente desperté demasiado tarde para pensar en encontrarme de nuevo con mi pelirroja…Además, tenía asuntos importantes que resolver en Burdeos, en especial una comida de negocios con importantes industriales de la región. Esa misma tarde volvía a París… Y esta vez, ¡qué lástima!, no me pasó ninguna aventura en el tren…
—¡Qué lástima, querido!… En fin… Si te pasa de nuevo, ¡no te olvidés de contármelo!
—Te lo prometo, Véronique, ¡mi putita adorada!
 
CONTINUARÁ...

0 comentarios - La depravada - Parte 20