En la fiesta de Halloween… (II)




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Esa noche, podía percibir la ansiedad de mi esposa porque llegásemos pronto: sus enormes y brillantes ojos contemplaban cada detalle del trayecto, como si fuese un perrito al que sacaron a pasear tras mucho tiempo encerrado en casa.

Y era esta actitud la que me apretaba el estómago, puesto que mi ruiseñor sigue manteniendo un aura inocente e infantil y sabía bien qué instintos despertaba ella al vestirse de esa manera.

El gran contraste con mi esposa era que, a diferencia de Sonia, Marisol todavía no se acostumbra a este tipo de eventos, puesto que todavía se asombra con las figuras de hielo o la cantidad de bocadillos y tragos, acrecentando más su inocente y magnética aura.

Sin embargo, esa noche Sonia destacaba por encima de los demás invitados.

Cuando nosotros llegamos, se encontraba sola, al lado de una amplia mesa con mantel blanco y un enorme arreglo floral, y tal como la describió Marisol, Sonia se veía hermosa y sofisticada esa noche: El vestido de noche negro se apegaba a su cuerpo casi como una segunda piel, con delgadas tiras sobre sus hombros destacaban sus preciosos pechos y demarcaban de forma exquisita el contorno de su redonda retaguardia; su cabello corto y su mirada pícara y desafiante la hacían verse coqueta, resuelta y seductora.

Y era esta actitud seductora y confiada la que la hacía destacar por encima de los demás, ya que si bien, el resto de los invitados había puesto dedicación en sus disfraces, Sonia parecía trascender por encima de aquello, como si fuese una chiquillada y no resultaba difícil imaginársela en un bar, esperando sus tragos.

Aun así, podía percatarme cómo las miradas del resto de los hombres convergían en mi entusiasmada esposa, sensación que se clavaba como una tremenda espina sobre mis costillas, más a pesar de ello, mi jefa y antigua amiga sabía perfectamente qué era lo que quería y solamente, hacía el tiempo para tomarlo.

Demás está decir que Elena se quedó esa noche cuidando a Bastían. Pero no por ello, dejaba de sentirme incómodo. Marisol ya me había prestado, pero tampoco era fácil dejar a mi esposa a merced de las miradas libidinosas de los otros hombres.

Por esa razón, antes de dejarla, la besé de la mejor manera posible, con la intención de marcarla como mi propiedad y protegerla de alguna manera del escrutinio de los hombres, aunque esto resultase fútil.

Cuando se lo conté a Marisol, le causó mucha gracia que en el trayecto al ascensor, me sintiera tremendamente incómodo y nervioso, como si estuviese prostituyéndome. Pero a medida que descendíamos, comenzaba a retomar los sentimientos que tenía pendientes por mi antigua amiga.

Conversé con Sonia sobre algunos temas de trabajo, para distraer mi atención y mentalizarme aún más a lo que debía hacer en esos momentos. Y si bien, reconozco que quería acabar la labor cuanto antes, para volver con mi esposa, todavía permanecía vigente lo que Karina (la actriz que Marisol y yo conocimos el verano pasado) me había enseñado sobre las cámaras en ascensores.

Cuando llegamos a su oficina, la abordé suave e inesperadamente y dejé que mis deseos fluyeran de forma natural, besándola suavemente y arrinconándola hacia el escritorio, algo que Marisol había fantaseado durante un tiempo.

El perfume y el calor de Sonia facilitaron mucho las cosas. La fui besando despacio y tímidamente, con mis manos recorriendo su maravilloso trasero y sus suaves quejidos placenteros amenizaban la penumbra del ambiente.

Nuevos besos prosiguieron, mientras que ella me acariciaba los cabellos y su exquisita mirada se perdía en mis ojos, a medida que mis manos bajaban por su cintura y la apoyaban sobre el escritorio, levantándole rápidamente la falda.

Otra agradable sorpresa fue darme cuenta que esa noche, Sonia llevaba un discreto hilo dental de seda, color morado, cuyo triangulo cubría su feminidad, pero por atrás, exacerbaba más la seductora retaguardia de mi empleadora.

Esto me hizo besarla con mayor fervor, algo que Sonia disfrutó mucho, a medida que mis ansiosos dedos se agolpaban para mancillar el tabernáculo del placer de mi antigua compañera de trabajo, retorciéndola de gusto con cada roce.

Nos mirábamos ocasionalmente y podía ver su satisfacción. Desnudé sus pechos para desconcertarla y aunque la ausencia de su sostén no me sorprendía, me recibían 2 hermosos pezones hinchados y rebosantes de leche, con unas tonalidades café oscura, expectantes por mis futuras acciones.

Recuerdo que ella también estaba desesperada, puesto que sus manos ocasionalmente agarraban la punta de mi falo. No estoy seguro ni cómo ni cuándo logró desabrocharme la larga chaqueta, tipo gabardina, de mi disfraz, pero era claro que en esos momentos, nos deseábamos mutuamente con locura.

Eventualmente, sentí su fresca y delgada mano derecha colándose por debajo de mis calzoncillos y a medida que sus caricias subían y bajaban por mi falo y alcanzando hasta mis huevos, me fui frenando, dándole una suave y maravillosa sonrisa a mi compañera.

En vista que me había desarmado, hice lo único lógico que consideré en esos momentos, lo cual fue besar sus pechos y empezar a succionar sus pezones con suavidad.

Esto la sumió en la dicha más pura, a medida que los tragos del néctar de la vida rellenaban el interior de mis mejillas. Pero quería dejarle en claro que no solamente sus pechos me atraían y a pesar que su mirada se tornó triste cuando paré de succionarla, otro nuevo y suave alarido la embargó, una vez que empecé a besar su vientre.

También recuerdo que su feminidad escurría generosamente y que cada vez que sacudía mis dedos en su interior, otro tierno y lujurioso gemido le agobiaba y salía de sus seductores labios.

Y fue entonces cuando decidí brindarle parte de uno de los más grandes placeres que Marisol había sentido en su vida.

Indefensa y prácticamente acostada sobre su puesto de trabajo, me dediqué a succionar suavemente enormes bocanadas de leche, la cual encontré que tenía un sabor dulce, aunque un poco más picante, en comparación con el de mi esposa.

Sonia suspiraba con intensidad, mordiéndose los labios para no sonar más bulliciosa. Pero como si se tratara de una cantimplora, apretaba el pecho libre y lo estrujaba, mientras que el otro, era succionado sin misericordia.

Con un poco de desesperación, me apresó hacia su busto y si bien, su fuerza me hacía soltarme de sus aureolas, los lameteos que le daba sobre sus ardientes pechos la rellenaban de dicha.

Para esas alturas, la situación era intolerable y los 2 necesitábamos lo mismo. No quiero pavonearme, pero les aseguro que ella hizo un gran aspaviento al verme sacar mi hinchado pene y ubicarlo sobre la entrada de su gruta.

No podía aguantarme. Sonia me había hostigado durante meses y lo único que deseaba era penetrarla de inmediato.

Lo primero que sentí, aparte del gran placer de su apretada, ardiente y cavernosa humedad, fueron sus uñas, clavándose con fuerza sobre mis hombros. Nos miramos a los ojos y nos besamos nuevamente.

Y tal cual se imaginaba Marisol, en esos momentos, no existía nadie más para nosotros. Entraba y salía de ella con lujuria, apretando más esos deliciosos muslos.

Nuestras lenguas revoloteaban con deseo y su mirada se tornaba más y más lujuriosa. Ni siquiera pensé en usar preservativo, porque con Sonia, ya había mucha confianza.

Podía darme cuenta que hacía mucho que nadie estaba en su interior. La manera en que me abría paso a través de su feminidad era fascinante, ya que cada centímetro recuperado era recibido por un poderoso e intenso suspiro.

Sus pechos se sacudían de una forma desordenada y dispareja y yo estaba ansioso por marcarla hasta al fondo.

No sé qué rostro habré puesto, pero lo que Sonia terminó interpretando como impaciencia y frialdad de mi parte, se trataba de mis claros deseos por no acabar antes de tiempo.

Cuando logré insertarla por completo y rozar una vez más los labios de su útero con mis embestidas, Sonia desvariaba.

En varias embestidas, ella cerraba los ojos casi con dolor, a medida que la iba machacando más y más profundamente. Y en las ocasiones que me detenía, para contemplar su bienestar, abría sus ojos con una mirada casi entristecida y curiosa, sobre por qué me había parado.

Y fue en esos momentos en que, curiosamente, mi tren de razonamiento terminó desembocando en Marisol.

Mientras apretaba sus redondas, duras y sudorosas nalgas, deseaba tener más tiempo para poder penetrarla por detrás y era ese raciocinio que me hacía recordar a Marisol.

Pensaba en ella, en su vestido de guerrera de la luna y las miradas lujuriosas que los otros hombres le habían dado, lo que me llenaba de mayor ansiedad, porque mi esposa  estaba indefensa y si alguno se propasaba, no estaría para defenderla.

Esto repercutió en que mis embestidas fuesen más intensas y calcinantes. El rostro de Sonia se apoyaba sobre mi hombro izquierdo, mientras que yo me esforzaba y me esforzaba por estar más adentro.

Ella sollozaba suavemente, con profundos suspiros y tiernos quejidos, hasta que mis dedos se empezaron a colar por el contorno de su ano.

* ¡Ahhh! ¡Ahhh!- dijo finalmente, como si se estuviese quemando, mientras que yo la lamía por el cuello.

Nos mirábamos una vez más y sobre sus mejillas, se deslizaban unas suaves lágrimas de alegría, mientras la penetraba como ella quería.

Como la jefa que seduce a su empleado más preciado.

El clímax nos sorprendió de forma repentina. Me sentí desbordar cuando eyaculé y el cuerpo de Sonia se aferró al mío con mucha fuerza, enterrándome  otra vez las uñas con fuerza.

Permanecimos pegados, en silencio, mientras la dejaba disfrutar mi acabada. Nos separamos del abrazo y nos miramos a los ojos.

- ¿Lo hice bien?- pregunté.

* ¡Sí, bastante!...- Sonrió con coquetería.-¡Gracias, lo necesitaba!

- ¡No hay de qué! ¡Yo también lo disfruté!

* ¡Lo disfruté tanto… que me gustaría hacerlo de nuevo!- confesó maliciosa. Pero luego de mirarme a los ojos, agregó.- Aunque sé que no será hoy, porque te preocupa Marisol…

Yo, volviendo de mi ensimismamiento, respondí con una cordial sonrisa.

- Igual que a ti, te preocupa Elena.

Ese comentario le hizo enrojecer, porque por más que Sonia reniegue, la relación que ella tiene con Elena es la misma que yo tengo con Marisol: Sonia edifica a Elena.

Y mientras esperábamos despegarnos, la estuve acariciando y besando ocasionalmente, como tiernos amantes que no se han visto en décadas, pero que el tiempo inexorablemente les obliga volver a la realidad.

Fuimos al baño a lavarnos y le ayudé a vestirse. No encontró mejor oportunidad para darme una breve mamada, que interrumpí por la preocupación que tenía por mi esposa.

Pero grata sería mi sorpresa, al encontrar a Marisol sentada en una mesa, muy tranquila y alegre, conversando de la vida nada menos que con Gloria, mi secretaria.


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