Atada II

Es mediodía de un domingo cualquiera. Exequiel se lava las manos cuidadosamente en el lavabo del baño de su casa. Está desnudo completamente. Tiene la pija dura de la calentura por lo que va a pasar, pero no se apura. Con meditada concentración saca hasta la última pizca de suciedad de sus manos. Sale del baño y entra sigilosamente en su habitación. Allí, sobre la cama matrimonial, Ana está atada de pies y manos a cada una de las patas de la cama con sogas que la sujetan de las muñecas y tobillos. Tiene los ojos tapados con una pañuelo colorido. Su sexo depilado está expuesto a la vista de su marido, así como también sus tetas atadas por una soga más fina que hace que se pongan un poco moradas. Los pezones oscuros están duros y anhelantes. 
Ella escucha el ruido de la puerta y gira la cabeza hacia donde aparece Exequiel, pero no dice nada. Respira agitada por la excitación de su hombre que va a hacerle eso que quere, desea, anhela. 
El da una vuelta entera a la cama parsimoniosamente. Su verga está que explota ante la visión de su hermosa mujer inmovilizada en la cama. Desnuda y a su disposición. Se acerca lentamente a su oído y con su ronca voz de barítono le dice solo para ella. 
- Puta, sos mía, tu cuerpo, tu cabeza, todo es mío y voy a hacerte lo que se me ocurra. Sos mi juguete puta. Y vas a gozar.
Camina hasta pararse de frente a ella a los pies de la cama. La mira y se pajea. Se pajea y se pellizca un pezón con la mano libre. Tiene ganas desenfrenadas de hacer de esa bella mujer su juguete otra vez, pero quiere hacerla desear, hacerla rogar por un roce, un golpe, su verga.
Después se arrodilla hasta que su cara queda frente al pie derecho. Atado por el tobillo, ella lo mueve instintivamente apretando los dedos hacia adelante. La piel de la planta se arruga haciéndo ésto. Exequiel lo mira y se caliente. Le hierve la sangre ante el espectáculo del pie desnudo de Ana. Tiene las uñas pintadas de violeta, son finos y largos. El empieza a lamer la planta desde el talón hasta los dedos. De arriba a abajo y después chupando uno a uno los dedos, dedicándole tiempo, metiendo la lengua entre ellos, succionando como una pequeña pija un rato largo el dedo gordo. El gemía mientras chupaba y se pajeaba. Ella gemía sintiendo sin ver la lengua de su marido entre sus pies y su voz grave gozando.
Después el se para y con un paso largo sube a la cama también parado. Camina sobre la cama esquivando apenas la piel deseante de Ana que se revuelve con ganas de recibir su merecido. Parado a la altura de las caderas, apoya fuertemente el pie sobre la concha y empieza a hacer un movimiento circular, masajeándole toscamente el clítoris. Tosca y rudamente, como es su estilo. Y ella empieza a gemir tirando la cabeza hacia atrás. La cama cruje porque empieza a tirar con las manos de sus ataduras. Grita sonidos guturales. No tiene permitido emitir palabra, solo recibir.
Exequiel deja de pajearla con el pie y se pone en cublillas sobre la panza de Ana, mirando hacia su rostro. Empieza a jugar con las tetas. Aprisonadas en medio de fuertes ataduras, ha cambiado un poco de color. Estan violáceas por la presión. Agarra los pezones con la punta de los dedos y los aprieta fuertemente estirándolos hasta donde llega la piel y los mantiene unos segundos. Ana se revuelve de placer y un poco de dolor a su merced. Repite la operación tres o cuatro veces, cada vez más fuerte, cada vez estirando más los pezones. Ella gime, goza, espera cada roce en el silencio de su oscuridad. Después Exequiel empieza a darle pequeños golpecitos con la palma de la mano en cada una de las tetas. Cachetadas firmes y cada vez más fuertes caen en cada una de las tetas alternativamente, acompasadamente hasta llegar a diez. Y Exequiel para para ver su obra. Las tetas están duras y rojas, hinchadas por las ataduras. Se abalanza sobre una de ellas y muerde el pezón que se estruja entre sus dientes. Ana da un salto en su sitio y grita. Grita porque goza, porque ese extraño dolor que viene de sus senos la está volviendo loca y porque le encanta que su marido haga con ella lo que quiera.
Exequiel se levanta con el rostro líbido y la respiración agitada. No puede más de calentura, pero quiere seguir así. Libera con parsimonia las tetas de sus ataduras. Libres, caen pesadas a los costados del cuerpo de Ana. Están marcadas por las sogas y rojas de los golpes. Exequiel, vuelve a cachetearlas una a una, cada vez más fuerte. Otra vez hasta llegar a diez. Las gomas inertes se bambolean ante cada nuevo golpe y Ana recibe cada caricia con placer.
Después , acomodándose mejor mete la verga entre las tetas y apretándolas empieza a cojerlas, escupe varias veces entre las tetas y su pija para que pueda correr mejor. Exequiel está cebado de calentura, envalentonado con la sangre que hierve dentro suyo y empieza a escupir el rostro de Ana mientras acomete en un vaiven caliente con su verga entre sus mamas sufrientes. Lo hace varios minutos. La insulta, la goza, la machaca con fuerza. Ella gime y se revuelve entre sus manos poderosas.
Después se levanta y toma dos broches de ropa que había dejado en la mesa de luz. Aprieta sus pezones con cada uno. Después se corre más hacia su cabeza y empieza a cojerle la boca. Agarrándola de la nuca a la altura de las orejas, arremete con su pija dentro de su boca ansiosa. Ella hace alguna arcada y respira con dificultad. Desea que finalmente quiera tocarle la concha, cojerla, metérsela en la cajeta para gozar plenamente. Mientras tanto se esfuerza en ser todo lo sumisa que su hombre desea de ella y goza siéndolo.
Después Exequiel se da vuelta y se sienta sobre la boca de Ana. Le da su orto para ser chupado. Ella mete con vigor la lengua en su ano ansioso y el se remueve pajeándose y mirando su concha que a éstas alturas es un mar de flujos que caen en casacada hacia la sábana blanca.
Se levanta sin poder mas y tirándose sobre ella la empieza a cojer con fuerza, con toda la potencia de la que es capaz. El canal de la vagina es un tubo aceitado frebril que lo acapara en cada embate. En cada entrada y salida siente los músculo de la concha agarrándole la verga, apretándolo hasta hacerlo suyo. En medio del frenesí Exequiel ve a su mujer loca de calentura, en medio del éxtasis que había soñado todos esos eternos minutos de sumisión y se pensó a sí mismo con el esclavo del placer de Ana. Quien domina a quien? Quien es el juguete?
No lo sabía.
Si sintió un calor abrasador que empezó a subir desde sus huevos a su cerebro. El empuje fulminante de la leche que pujaba por salir de una buena vez. Apuró el ritmo, empujó un poco más adentro, se metió todo lo que pudo hasta que los huevos daban el tope de sus propias posibilidades de meterse dentro de ella y explotó en un orgasmo aniquilador que inmediatamente entendió que era compartido con Ana que se puso tiesa y empezó a gritar desaforada acabando al mismo tiempo del hombre que amaba.
Agotado se echó sobre su pecho intentando recuperar el aliento. Sintió el corazón a punto de explotar de Ana bajo el pecho que subía y bajaba sin cesar. Sus tetas adoloridas temblaban turgentes en cada espasmo retardado de los músculos recordando el orgasmo pasado. Volvieron unas tres o cuatro veces en que Ana volvía a temblar de placer.
Exequiel se levantó parsimoniosamente. Besó a Ana en la boca y salió hacia el baño dejándola atada a la cama.
La tarde recién estaba en pañales...

4 comentarios - Atada II

Pervberto
Furia y exceso, pasión liberada en los tórridos juegos prohibidos.