El diario sexual y morboso de Scarleth cap 2

Algo que siempre caracterizó a mi familia, fue la gran cantidad de fiestas a las que nos invitaban, y por consiguiente, la lista de sociedad de mi madre era bastante generosa. Ella iba de fiesta en fiesta, a veces acompañada de Henry, su mejor amigo. Cuando papá no estaba disponible, no era fácil que lo remplazaran por alguna otra figura masculina.

—Pero mira que hermosa estás, joven Scarleth —dijo Alfredo en cuanto me vio entrar al establo, donde estaba cepillando a un caballo negro—. ¿A dónde vas?
—A una fiesta con mi mamá. No quiero ir, pero no me queda de otra.
—Así, a lo mejor hasta encuentras un novio por allá. Ya estás en edad de experimentar esa clase de placeres.
Sonreí mientras le daba un beso en el morro al animal.
—¿Qué cosas dice? Novios es en lo menos que pienso. ¿Cómo está usted? Pensé que tenía pareja, o esposa.
—Nada de eso, señorita —me dijo, tendiéndome una mano y ayudándome a trepar sobre el caballo. Luego él subió tras de mí, y salimos caminando tranquilamente del establo. Las riendas del animal estaban bien sujetas de mis blancas manos—. Por ahora me conformo con servirle a su familia.
Su voz susurrada a mi cuello me produjo cosquillas. Alfredo quitó uno de mis mechones pelirrojos, y depositó una divertida mordida en mi garganta. Yo me reí y me retorcí. Desde pequeña, le gustaba tomarme a mordidas y hacerme cosquillas. Luego de eso, tiré de las riendas e hice que el caballo trotara suavemente por el campo. Las manos de Alfredo me acariciaban la cintura y sentía su barba pegada a mi hombro.
—Me va a hacer mucha falta el día en el que se vaya.
—Te dije que no lo haré —repetí—. Esas son ideas de mi mamá. Insiste en que ya encuentre a alguien, pero no sucederá. Se lo prometo.
—Usted es sólo mía ¿verdad?
—Sí. Es uno de mis mejores amigos, Alfredo.
Me hizo cosquillas con su barba en el cuello, y yo sentí que me derretía una vez más.
Fuimos a la fiesta en el coche de papá. Un flamante Ford, que allá por los años treinta, era lo mejor que podía haber en las calles. Lo conducía uno de los criados de la casa, y llegamos a eso de las cinco de la tarde a la mansión de los Flecher. Una familia adinerada que tenía tratos con papá. Su hija cumplía años.
—Vengan, chicas, y recuerden saludar —advirtió mamá.
Recuerdo que la fiesta fue un tanto aburrida para mí y para Teresa. Nos la pasamos sentadas en una de las mesas mientras mi madre y mi hermana bailaban pomposos vals con otros tantos hombres invitados, que no dejaban de intentar mirar lo que había en su escote.
—Oigan, amigas —habló Eric, que también estaba invitado—. Vengan conmigo.
Le seguimos sin esperar un instante más. Él nos llevó hasta una de las tantas habitaciones vacías de la mansión. Cerró la puerta con llave, y se dirigió a la cama. Allí, cubierta con las sábanas, estaba una de las criadas.
—¿Está dormida? —preguntó Teresita.
—Le di algo para que tome, y se durmió —Eric se encogió de hombros—. Vamos a desnudarla y veamos qué tan grandes son sus pechos.
—Eres un puerco —exclamó nuestra pequeña amiga.
—A mí me parece bien —dije riendo. Era mejor que ir a sentarse para ver a mamá y a mi hermana bailar.
Teresa, que no quería participar, pero tampoco irse, se fue a un rincón a leer un libro. Eric y yo nos subimos a la cama, a los lados de la mujer. Era de unos dieciocho años, con una mata de pelo negro y piel blanca. Eric y yo nos miramos, y sonreímos como hacíamos de niños al perpetuar alguna travesura. Él comenzó quitándole poco a poco la ropa a la mujer, que se llamaba Claudia, según su identificación.
Le ayudé con algunas prendas, hasta dejarla en interiores. Luego, lamiéndonos nuestros labios, arrojamos su sostén lejos de la cama, justo sobre Teresa.
—Mira esas tetas —exclamó Eric—. Esos pezones se ven deliciosos.
—Demasiado pequeños —reí y los toqué—. Mira como bailan.
—Sí. Están grandísimos. Más que los tuyos.
—¡Je,je! Se siente raro —reí apretando los pequeños botones de Claudia.
Eric se salió de la cama y se bajó los pantalones.
—¿Qué haces? —pregunté, arqueando las cejas.
—Algo que vi hacerle mi mamá a mi papá, un día que los estaba espiando.
Me hice a un lado, mientras Eric se sentaba sobre Claudia y colocaba su polla entre las tetas de la mujer. Estas eran tan grandes que las abrazaba por completo. Yo comencé a sentirme un poco rara y me volví a sentar. No dejaba de ver el pene de mi amigo. Grande y rojo como un falo de carne que de pronto me dieron ganas de tocar. Me abstuve de hacerlo, y en vez de eso, le quité los calzones a Claudia.
—Teresa, ven a ver.
Mi amiga se aproximó, y mientras mi amigo estaba divirtiéndose con el pene entre los senos de Claudia, Tere y yo abrimos las piernas de la muchacha y contemplamos su vagina. La tenía bien rasurada, y los labios un poco hacia afuera.
—¿Dónde está el clítoris? —preguntó estúpidamente mi amiga.
—Mensa. Como si no lo conocieras —me apresuré a abrir el coño de la criada—. Mira. Es este botoncito. Es muy pequeño, pero mi amigo Alfredo dice que hace mucha cosquilla cuando lo tocas.
—¿Sí? A ver si se ríe —Teresa tocó el clítoris de Claudia y comenzó a sacudirlo frenéticamente.
—Así no, tonta. Se hace así. Sostenle las piernas.
Ella lo hizo. Aunque no sabía mucho, comencé a frotar el coñito de Claudia. De repente Eric lanzó un gemido y su cuerpo se convulsionó. Dejé el coño en paz y me acerqué a él. Le había salido semen del pito, y embarraba la cara de la criada.
—Lechita —exclamó Teresa, feliz al ver semen tan de cerca. No dudó en tomarlo con su dedo y jugar con su textura—. Se supone que esto da hijos.
—Sí, pero tiene que entrar en tu cuerpo.
Nos miró alternadamente, y se metió el dedo lleno de esperma a la boca. Eric y yo nos soltamos una carcajada. No pueden culparla por no saber. Su familia debía haberle dicho que los niños venían en cigüeñas.
—No, mensa. Te lo tienes que meter en la conchita.
—No, ni loca —dijo ella—. Aunque sabe algo raro.
—Pues cómetelo —reí y llamé a Eric para que me ayudara a investigar el coño de Claudia. Mientras, Teresita, haciendo caso a nuestra sugerencia, comenzó a recoger el semen con la mano y a comerlo como si fuera crema.
—Wow, que cosa tan rica —sonrió Eric. Su pija colgaba todavía, algo grande.
—¿Qué le ven los hombres a esto? —pregunté, abriendo los labios vaginales de Claudia y mirando en su interior—. Es sólo un hueco, y acá abajo hay otro.
—Es el culo.
—Lo sé, tarado.
—¿Crees que mi pito quepa dentro?

—Se supone que así debe ser —miré su polla, cada vez más pequeña—. Pero dudo que la tuya entre.
—¡Maldita!
—Baboso. Vaya, Teresa. Le has limpiado bien la cara a la criada.
Manteniendo las piernas abiertas de Claudia, los tres nos quedamos mirando un buen rato su coño.
—¿Qué más le hacemos?
—Vamos a meterle cosas —sugerí, y me fui por una de las velas que estaban apagadas del candelabro. Con gran curiosidad, introduje la vela dentro de su coño—. Parece que aun da para más.
—Vi zanahorias en la mesa —dijo Teresa.
—Iré por ellas.
Los dejé con la criada y volví donde estaban los invitados. Mamá y mi hermana parecían bailar juntas un vals muy lento. Estaban tomadas de las caderas, sus frentes muy juntas y sus tetas apretándose las unas con las otras. Se decían algo en voz baja, y las dos sonreían y mostraban hermosos dientes blancos. En eso, mamá le dio un beso en la punta de los labios a Alondra.
Ojalá mamá y yo nos lleváramos así de bien.
Volví con el pepino, y justo entonces vi que Teresa ya tenía las piernas de Claudia bien separadas, y que Eric hacía movimientos raros.
—Ya no es necesario —dijo mi amiga—. Eric se la está metiendo toda.
—A ver —solté el vegetal y miré. En efecto, la polla de mi amigo estaba dura de nuevo, entrando y saliendo de la cavidad de Claudia. Lo hacía a gran velocidad. El sudor resbalaba por el pecho desnudo de mi amigo y sus huevos se estrellaban contra los de la sirvienta. Teresita no dejaba de mirar el falo, y yo sólo sonreía con vergüenza al ver cómo las tetas de la muchacha se sacudían con cada embestida.
—¿Se siente rico?
—Sí. De maravilla. ¡Apretada!
Se separó y sacó un poco más de semen, con el que manchó el vientre de la criada. Teresa suspiró, mientras que yo tenía unas cuantas ideas un poco raras. Así pues, me apresuré a meter mis dos dedos dentro del coño que acababa de ser penetrado, y me gustó lo que sentí. Era algo medio extraño, resbaloso y caliente. Saqué mis dedos cubiertos de una sustancia pegajosa.
—Uhm…
—¡Va a despertar! —exclamó Teresa, y nos apresuramos a salir de allí cuanto antes.

Una vez en casa, me metí a la tina con mi hermana Alondra.
—Ven, bonita. Déjame frotarte.
Me acomodé entre sus piernas, de modo que sentía sus tetas contra mi espalda. Con gran cuidado, mi hermana mayor llenó sus manos de espuma, y empezó a pasármela por los senos y el vientre.
—Qué lindos pezoncitos —rió, dándome un beso en la nuca.
—No son tan lindos como los de mamá.
—Es que mamá es la más hermosa de todas las mujeres de la casa, pero también tú tienes los pechos muy bonitos, hermana.
—Gracias —reí, relajándome y dejando que Alondra pellizcara mis puntitas y las tirara hasta que me daba un poco de dolor.
—Auch.
—¡Je,je! Qué sensible se puso mi pequeña hermana.
—¿Qué hacen? —preguntó la pequeña Clarita, entrando al cuarto de baño. Estaba lista para tomar una ducha.
—Ay, pequeña hermosa —exclamó mi hermana al verla—. Hace rato que no te miraba bien. Ven aquí y te ayudaré a bañarte.
—Bueno, yo me voy a vestir —le dije a mi hermana, mientras Clarita tomaba mi lugar.

Una vez vestida con mi camisón y demás, salí a los establos donde estaba Alfredo. Sólo que al acercarme, lo noté un poco raro. Estaba a oscuras, pero hacía unos ruidos un tanto extraños.
—¿Está bien, señor? —pregunté al entrar. Al alumbrarlo con la linterna, vi que estaba sin pantalones, con su polla atrapada en la boca de una de las criadas de la casa—¡Ay! ¡Perdone!
Me di la vuelta para correr y salí del establo. Esperé. Poco después, salió la criada.
—Mil perdones, señorita. Yo no…
—Ya, ya. Vete —le dije sonriendo, y entré al establo— ¿Alfredo?
—Perdón por ser tan cochino, señorita. Sólo quería… usted sabe.
—¿Qué cosa? —fruncí las cejas—. Sabe bien que relacionarse con las criadas está mal.
—Me dolían —se apresuró a decir, cerrándose los pantalones.
—¿Qué le dolían, señor?
—Los huevos —dijo él, sonriendo—. Verá, señorita. Venga aquí.
Sintiéndome más calmada, me fui donde él, y nos recostamos en la paja. Se sacó los pantalones de nuevo, y con la lámpara, alumbré su sexo. Se hizo a un lado la pija, y me mostró su escroto.
—A los hombres nos duelen los huevos cuando tenemos mucho semen acumulado, y necesitamos echarlo. Una mujer nos tiene que ayudar.
—Uhm… —tragué saliva y me reí nerviosamente—. ¿Y ella le estaba chupando la pija?
—Es la mejor forma —contestó animadamente—. Succionar. Como si estuviera bebiendo algo.
—Pero no sabía que el semen se comía… hasta hace poco —recordé a María tragándose la leche de papá.
—Se come, claro. Es delicioso y bueno para la cara.
—¡Jeje! No sé.
—Mire. Se me está parando de nuevo.
—Sí, lo veo. La tiene grande también.
Mi buen amigo Alfredo comenzó a tirar de su pene fuertemente. Yo miraba, contrariada de que estuviera haciéndolo tan cerca de mí. Pero seguí mirando, apoyando la cabeza contra su hombro.
—Ah… ah… deme su mano.
—¿Así?
Colocó su glande sobre mi palma, y eyaculó un poco de caliente semen en ella. Era muy líquido.
—Ahora puede probarlo, si quiere.
—Eh… creo que no.
—Entonces es bueno para la cara.
—¿Sí? —eso valía intentarlo, así que tocando el caliente esperma con mi mano, me lo puse en las mejillas como si fuera maquillaje—. ¿Qué tal?
—Perfecto, y perdone. No quería que me viera… masturbándome.
—¿Mastur qué?
—Masturbándome. Es cuando la gente se toca para sentirse bien.
—Ah… —en ese entonces, yo lo practicaba sin saber—. Descuide. Creo que son cosas muy normales entre la gente. Como orinar ¿verdad?
—Algo así —rió Alfredo, dándome un beso mientras su pija bajaba de tamaño después de eyacular—. ¿Usted ya aprendió a tocarse?
—Sólo me meto las manos, pero me dan ganas de orinar.
—Es algo mucho mejor que eso. Si me permite, con gusto le enseñaré.
Me reí nerviosamente.
—No, gracias. De hecho, tengo que marcharme. Descanse, Alfredo.
Sin embargo, la curiosidad por saber si me estaba masturbando correctamente, era demasiada. Así pues, me dirigí al cuarto de mi hermana Alondra. Ella estaba acostada sobre su cama, leyendo con una bata de satén transparente sobre su hermoso cuerpo.
—¿Qué sucede, Scarleth?
Le pregunté sobre la masturbación, y ella, azorada, sonrió y me dijo que me acercara. Me senté al lado de su cama.
—La masturbación femenina es algo sumamente hermoso. Mamá me enseñó a hacerla ¿a ti no?
—No —musité, triste. Mamá y yo no compartíamos momentos cercanos.
—Entonces te enseñaré yo. Anda, fuera ropa.
Riendo, me desnudé delatante de mi hermana. Ella también se quitó la bata y después, entrelazamos nuestras piernas sobre su cama, de tal forma que nuestras vaginas estaban separadas por unos pocos centímetros. Alondra tenía el coño totalmente lampiño, y al abrirlo, advertí el rosado de sus pliegues.
—Este es el clítoris. Dame la mano —se la di, y ella la posó sobre su conchita. Me avergonzaba un poco que mi hermana, casi rosando los veintitantos años, me estuviera enseñando cosas que yo ya debería saber—¿Qué sientes?
—Está caliente —respondí, dejando que ella me guiara con movimientos circulares. Alondra se echó para atrás, apoyándose en sus manos y sacando el pecho, cuyos pezones comenzaban a levantarse como dos piedritas—¿Lo hago bien?
—De maravilla. Oh… hermanita.
Estiró una mano, y me tocó el clítoris. Di un brinco de susto cuando comenzó a mover sus dedos en círculos alrededor de mi coño, cuyo calor aumentaba. La respiración se me fue, y gracias a eso, solté un gemido.
—¡Vaya! Te hice gemir, dulzura. Ahora mete tus deditos dentro de mi vagina.
Arrugando las cejas, penetré a mi hermana con dos dedos largos. Su interior estaba tan colmado de jugos como los de la criada. Ella hizo lo mismo conmigo, pero se topó con mi himen, y jadeé de dolor al sentir que quería penetrarme.
—No.
—Lo sé, lo sé —sonrió. Después, echándose para atrás, levantó las piernas hasta exponer su trasero por completo. El agujero de su ano estaba a la vista, y se movía como si pidiera ser penetrado por algo—. Hermana mía, si lames una vagina, le darás más placer ¿lo sabías?
—¿En serio?
—Mamá me lo demostró. Anda. Come.

No estaba muy segura de lo que quería decir, así que, tímidamente, esa noche probé la vagina de mi hermana mayor. Pasé la lengua sintiendo la hendidura de su raja, y recolectando los jugos que estaba ofreciéndome. Despedía un aroma particular, pero de repente le tomé el gusto, y apresándome a sus piernas, me dediqué a chupar de su concha hasta provocarle deliciosos gemidos de gusto.
—Ah… sí. Sí mi amor —gritó, haciéndome reír durante largos ratos.
Esa fue mi primera experiencia con el lesbianismo. Ah… hace tanto tiempo ha pasado desde eso, que es imposible no recordarlo como si hubiera sucedido la noche anterior.
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Sinceramente, ¿Qué opinan de la historia? en lo personal siento que le falta... no sé. Mas sexo, mas... morbo. Díganme sinceramente qué les parece o que les gustaría ver.

4 comentarios - El diario sexual y morboso de Scarleth cap 2

Jodoon765
Se esta poniendo buena la historia, me gusta
daniloco90
Nooo, a mi me parece que esta muy bien le falta es ser mas larga porque me estoy quedando corto pero entre mas detallada es mejor
Soyyo277
Cada vez se pone más interesante!
Dejo +10 como siempre!