Congelaba la heladera de la vecina.

Mi esposa Mariela y yo tenemos una cordial relación con los vecinos de la casa casi enfrentada a la nuestra, calle de por medio: Mónica y Héctor.
Ella es una mujer muy sociable, descontracturada en el trato y atrayente: de buena estatura (1,73 mts), cuerpo con todo muy bien equipado, facciones bonitas y cabello rubio largo y liso, ojos de color celeste intenso.
Yo divido mi trabajo en dos tramos del día, a la mañana lo hago en casa (con la conexión vía internet puedo hacer casi todo) y por la tarde en mi oficina en el centro.
Mariela y Héctor salen temprano por la mañana y regresan avanzada la tarde, Mónica, también trabaja en casa y sólo los martes y viernes concurre a la empresa que la emplea.
En consecuencia, lunes, miércoles y jueves hay único ocupante en ambas casas, casi el día entero.
A media mañana de un miércoles de un par de meses atrás, sonó el teléfono:
-Hola Juan, Mónica ¿Cómo estás?-
-Bien, gracias ¿y vos?-
-¡Mallll, gracias! Justamente te llamo porque la heladera congela todo, alimentos y bebidas a pesar que la tengo regulada al mínimo. Además no siento que deje de funcionar en ningún momento. Tengo miedo que se “queme” el motor ¿Vos conoces algún técnico, confiable, que pueda llamar? -
-Debe haberse trabado el termostato ¿No queres que me cruce y le dé una mirada?-
-¡Acaso vos sabes de eso?-
-No, pero hago como que sí. Fuera de bromas, veo si puedo hacer algo y, si no, llamo el servicio desde tu casa. Llevo la tarjeta con el número de teléfono del taller que reparó nuestro freezer.-
-Bueno. Pero dame quince minutos que termino de vestirme …… no pensaba salir ni tener visitas ¿Viste?-
Cuando me abrió la puerta y la vi, se me alteró el pulso: tenía un vestidito celeste, ceñido que resaltaba sus curvas, bien discreto en el escote, (no se le veía ni el inicio del surco que separa los senos) pero había “gastado” todo el recato arriba, abajo era tan corta la falda que dejaba muy poquito para imaginar. Podía apreciar el 80% o más de sus fenomenales piernas, unas piernas largas, perfectas montadas sobre altos tacones.
“Esta nube trae agua” pensé. Obvio que si después de haber pedido tiempo para vestirse se presentaba de ese modo, no era una inocentada.
No contenta con eso, después de saludarme con un beso en la mejilla, fuimos a la cocina, abrió la heladera y se agachó para tomar una botella de uno de los estantes bajos.
-¿Ves lo que te digo? La mitad es hielo- Antes de ver el contenido de la botella había visto que Mónica tenía una bombacha del mismo color del vestidito y que dejaba ver una buena porción de su culo redondo, provocador, que muchas mujeres quisieran para sí.
Ahí lo que se alteró, en mi pantalón, fue el ofidio ciego que se irguió dispuesto a entrar en combate.
Simulé inspeccionar, con atención, el selector de temperatura de la heladera y …… sin tardanza me declaré incompetente:
-No creo poder intentar nada. Mejor llamamos al servicio de reparación. Creo que tendrán que cambiar la pieza.-
Estuvo de acuerdo. El experto vendría por la tarde, fue la respuesta de la empresa.
Salimos de la cocina y me detuve en el living. Se suponía que ya podía volver a mi casa y a mis obligaciones, pero no resistí a lo que, a todas luces, me pareció una provocación:
-Nena, tengo que decirte que me encantó lo que me mostraste cuando abriste la heladera.-
Mónica vistió una expresión de incredulidad y perplejidad, como de quien no entiende de lo que se está tratando:
-¿La botella de gaseosa con hielo? La verdad que no se me ocurre que atractivo……. -
-No precisamente. Estoy hablando de tus “gambas”, la bombachita celeste y, sobretodo, lo que no esconde del todo la tal bombachita, tu culo divino, soberbio. – la interrumpí.
Demoró unos instantes en reaccionar de su (¿fingida?) sorpresa.
- ¡No te puedo creer! ¡Qué zarpado que sos! ¿Cómo me decis esoooo?-
- Yo, de trabajo, no tengo nada que no pueda esperar. Lo que si me urge, después de tu exhibición, es ver lo que escondés debajo del vestidito. ¡Según lo que pude apreciar con la muestra en la cocina, seguro que es alucinante!!! -
Balbuceó que no había exhibido nada a propósito, que me ubicara, que entendiera que estaba en la casa de su vecino, hablando con su esposa, que, por añadidura, es amiga de mi mujer.
Como, en ese supuesto alegato a la sensatez, no percibí, en ningún momento, rechazo categórico a mi propuesta, avancé un paso más. La tomé de la cintura, la atraje hacia mí.
Sin un centímetro que nos separara, el ambiente se cargó con una energía especial, nuestras caras se acercaron, olfateamos nuestros aromas, la respiración se tornó agitada.
Intenté besarla. Ella escamoteó sus labios y los míos fueron a parar en su cuello y allí se quedaron mientras mi mano izquierda rodeaba y acariciaba su teta derecha.
- No tenes límites, soy la esposa de tu amigo, no seas hijo de puta.- murmuró.
No sonaba convincente sobretodo porque no hizo el menor intento de separar su cuerpo del mío, su pubis de mi bulto hinchado, ni apartar mi mano de su seno.
- Me gustas demasiado, siempre me calentaste, dame un besito y después mostrame un poquito lo linda que sos … dale, solo un poquito….el culito, el ombliguito, las tetas….-.
-¿Estás locoooo?….soltameee…¿qué te pensas que soy una cualquiera?-
-¿Una cualquiera? Noooo, sos única, un “bocado de cardenal”, dale aflojá que estas tan caliente o más que yo -
Mi boca recorrió su cuello, su cara y fue a parar a sus labios, después de tres o cuatro esquives de ella. Casi al instante su lengua porfiaba en procura de la mía, mientras mis manos le acariciaban las nalgas. No duró mucho el toqueteo en el culo. Pasé a subir el extremo inferior del vestidito, hasta pasárselo por arriba de la cabeza sin que ofreciese resistencia. El corpiño también era celeste. Cubierta sólo con él y la bombachita, sobre el “pedestal” de los dos altos tacones, me pareció una imagen de mujer de fantasía.
De hembra idealizada pero no pasiva. Como réplica a mi “ataque” a sus prendas, ella se aplicó a equilibrar su semi-desnudez con la mía. La emprendió con mi camisa, abriendo botón a botón, mirándome intensamente, hasta desabrocharla por completo, besó mi pecho desnudo, recorriéndolo con su lengua ágil y húmeda, jugando con mis vellos y mis tetillas, mordiéndolas suavemente, poniéndome a mil. El segundo paso fue el pantalón, que perdí raudamente.
El bulto, crecido, en mi slip llamó su atención, no sólo la visual también la táctil. Por unos instantes la simetría fue completa: Mónica manoseaba mi miembro por sobre mi calzoncillo, mientras yo, acariciaba su concha, por sobre su bombacha.
Siguiendo con la escalada, la despojé del corpiño, sus tetas eran firmes y, en ellas, descollaban unos pezones duros y erizados. A esa altura el cuerpo, casi desnudo, era mucho más de lo que cualquier hombre podía soportar sin perder la chaveta.
La obligué a retroceder hasta el sofá. El mueble era de cuatro cuerpos, más que holgado para tumbarla en él. Así fue y, una vez tendida, no se opuso a que le quitara la última prenda.
Para “mantener la simetría” me deshice de mi slip. Mónica optó por bromear con mi “dotación”, exclamar, aparentando sinceridad cuando realmente era una chanza:
-¡No te lo puedo creer! ¡Qué pito divinooooo tenes, zarpado!!!!...¡es un pito-cantropus erectus!!! -
-No es para alardear, te lo acepto, pero tampoco para inhibirse. Hasta hoy ninguna nena pidió el libro de quejas, una vez que lo probó. – le seguí el juego al tiempo que comencé a acariciarle las tetas, muslos y concha, ahora sin tela interponiéndose.
- Dale agarralo ¿Tuviste uno así entre manos, antes? –
No se lo hizo repetir y siguió con la chicana:
-Sí que tuve, más de uno y …. mejores. -
Eso no le impidió que comenzara a masturbarme. Yo, comencé por el monte de venus y subí con la lengua por su vientre plano, camino de sus estupendas tetas. Una vez alcanzadas, las fui besando y lamiendo en círculos, acercándome cada vez más a los pezones, pero sin llegar a rozarlos. Ella gemía, suspiraba, jadeaba, disfrutando. Súbitamente, por sorpresa, mordí con suavidad uno de sus pezones. Más que mordisco solo fue un roce con los dientes, pero ella se retorció de placer, apretó con fuerza mi verga y, con la mano libre, rodeó mi cabeza para animarme a seguir. Llevé una mano a sus muslos, subiéndola despacio hasta su concha. Ella no tardó en tenerla absolutamente mojada y yo en quedar sin restos de aguante y loco por “ponerla”.
Se acabaron los juegos de palabras, las caricias y el toqueteo procaz, me acomodé entre sus piernas. Tomé la verga en mi mano y lentamente recorrí por su humedad un par de veces, después la empujé entre sus comisuras y le entré con pocos miramientos. Percibí algo de resistencia en su cuerpo, pero Mónica le hizo lugar, hasta el fondo, al trozo de carne dura invasor, con un pequeño murmullo ininteligible que salió de sus labios, mientras empujada su pelvis hacia mí. Me detuve dentro de ella, al sentir como sus paredes vaginales se contraían y apretaban una y mil veces mi miembro… Lo moví lentamente de adentro hacia afuera y viceversa, primero despacio, con ritmo sostenido después, hasta que comenzamos a coger salvajemente, yo encima de ella, después de costado, luego ella en cuatro y finalmente de nuevo en pose misionero, por supuesto sin forro, yo no lo tenía en mis bolsillos y ella no hizo cuestión o no pudo con la calentura. (No existía peligro de embarazo gracias a las píldoras anticonceptivas.)
Mónica no se contuvo de exteriorizar, a viva voz, que la estaba pasando de maravillas.
-Si no te gusta, nena, te la saco. Deja de gritar parece que te estoy matando. Los vecinos te van a escuchar…-
-No por favor ….. seguí, seguí … me callo ….seguí…..seguí… daleee-
Controló un poco la incontinencia verbal hasta que, cuando alcanzamos el epílogo, no pudo evitar casi gritarlo.
Ya distendidos con los apetitos carnales, momentáneamente, satisfechos, ella pareció sufrir un ataque de remordimientos e intentó adjudicarme el mayor peso de la culpa por la transgresión compartida:
-¡Qué me iba a imaginar yo, al pedirte ayuda, que no tenés códigos ni límites! ¡Desgraciado!!!! “Metimos la pata hasta el cuello”– me enrostró.
-¿A vos te parece? Con lo buena que estás, me recibís, sola en la casa, con ese vestidito mínimo, me mostrás los calzones y buena parte de tu culo, de entrada no más, y pretendés que no “me tire a la pileta” ¿No es demasiada pretensión para un tipo de carne y hueso?-
-Me puse ese vestido porque me gusta cómo me queda, porque supuse que venía a casa un vecino amigo, no un amoral …..tus bajos instintos te empujaron, no yo …. -
Siguieron, los reproches, pero fueron perdiendo entidad, descoloriéndose. El corolario fue el reconocimiento mutuo de que la experiencia había “estado muyyyy buena”, que si nuestros conyugues no se enteraban, no saldrían lastimados y, por último, que con la debida discreción y precaución, tal vez, sólo tal vez, podríamos repetirla en el futuro.
Claro que el futuro inmediato fue, media hora después de la mencionada conclusión.
Nos duchamos juntos:
-¡uuhhhhiaa! Renació como el ave fénix – bromeó ella, con mi miembro nuevamente erguido, en su mano.
-Tus pezones están más rígidos que él – le retruqué mientras se los manoseaba.
Nos secamos apremiados por el apetito sexual, otra vez exacerbado y, en lugar de volver al sofá, nos precipitamos a la cama. La segunda cogida tuvo prólogo antes de entrar en materia: Mónica jugó largamente con mi verga en la boca yo de devolví el agasajo chupándole el sexo interior, clítoris y alrededores, antes de penetrarla y trenzarnos en una segunda cogida soberbia, de antología.
Ya detrás de la puerta de salida para volver a mi casa ella me abrazó y apoyó su cabeza en mi pecho. Lo aprecié como un gesto tierno, íntimo, personal y, sobretodo, cargado de promesas.
A la fecha hubo dos réplicas de la primer experiencia (caliente, paradójicamente, desencadenada por el frío excesivo de la heladera), en un hotel a unas 20 cuadras de nuestras casas, de modo de no tener peligro de que algún(a) vecino(a) observador(a) sacara conclusiones al vernos cruzar la calle.

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