La milf poringuera

Tenía un vestidito hermoso, violeta. Corto, casi un poquito por encima de sus rodillas. Era pleno verano, enero o febrero, ya ni recuerdo, pero el calor que hacía era insoportable.

Transpiro todo el tiempo pero en verano mucho más. Calor, asfalto, transpiración. Una mezcla de enojos internos. Además, como siempre, llegaba tarde.

Me llamó, me dijo que estaba en la esquina, en el cruce de las avenidas.

Me dijo que tenía un vestido violeta.

Le pedí disculpas por estar llegando tarde.


Era una mierda caminar esas cuadras apurado, bajo ese sol radiante.
Era una mierda estar llegando tarde como siempre.


Cuando llegué a una de las cuatro esquinas del cruce de las dos avenidas, miré para todos lados. Agarré el celular y lo revisé para volver a leer el mensaje en el cual me decía que estaba, en la esquina del… (no me acuerdo si hay una farmacia o un banco o una empresa de viajes, no me acuerdo y no quiero tirar fruta).

Levanté la mirada, visualicé un vestido violeta. Crucé la calle directo hacía ese vestido.


Nos vimos a los ojos, sonreímos, dijo mi nombre, medio en tono de interrogación y medio en tono de afirmación. Le pedí disculpas por la llegada tarde.

Me dijo que no había problema.


Le di un beso.
La miré de arriba abajo.

“No podés usar ese vestido”, un pensamiento que dije en voz alta, casi acercándome para que sólo me escuchara ella.

Sonrió.

Me sentí incómodo, no podía haber sido ese uno de mis primeros comentarios, pero ella sonrió igual.

Me preguntó qué quería hacer.

Le respondí que podíamos ir a tomar algo. Dije: “conozco un lugar”, aunque no sabía muy bien dónde llevarla. “Pero tenemos que caminar bastante”.

“No hay problema”.

No sé cuánto habremos caminado, más de veinte cuadras seguro.

Caminamos lento y hablamos un montón. Ya desde el principio la llené de mis preguntas boludas. Sobre lo que había ido a hacer antes de encontrarnos, sobre unas entradas que había comprado, sobre un músico que seguía a todos los lugares donde podía ir a verlo. Hablamos un poco de música, de personajes del “rock”. Y, de la nada, como quién sabe hacer preguntas incómodas en el momento menos impensado, le pregunté por su marido.

Creí que me iba a cambiar de tema, que me iba a esquivar la pregunta. Pero me respondió como una dama, o como alguien que necesitaba sacarse ciertos mambos y problemas de encima. Me habló de su pareja, de los años que llevaban juntos, de las peleas, de los silencios incómodos, de las insatisfacciones, de sus sospechas sobre las infidelidades de su marido.

“Por eso estás te hiciste un perfil en poringa”, un poco afirmando algo que no quería que sonara como una pregunta.

“Sí”.

Ahora las preguntas eran sobre sus intenciones en la página, se había vuelto un poco “íntima” la charla. Será porque ya habíamos hablado varias veces por acá, será porque ya habíamos hablado un poco sobre eso por acá, pero la charla, en el medio de esa avenida que nos llevaba a un lugar que no sabía muy bien cuál iba a terminar siendo, tenía cierto tono de intimidad.

En un momento le pregunté si ya se había visto con alguien. Me dijo que era el primero con el que se veía. Sonreí. Mi ego también sonrió.

Le pregunté por los post, le pregunté por las fotos. Literalmente, “me estaba yendo al carajo” y no me importaba. Había cierta intimidad que me gustaba, seguro que era porque la gente que pasaba de largo, que venía de frente, o por el costado, o que esperaban un semáforo para cruzar, no nos escuchaba.

En una esquina visualicé un café de esos “de viejos”, de los que me gustan, para sentarnos y tomar algo.

Entró ella primera, vi como varios señores grandes, la gran mayoría de los pocos que había en el lugar, la comieron con la mirada. Más que la comieron, la violaron con la mirada. Es que ese vestido corto que tenía le marcaba el culo de cierta forma que los ojos se perdían en él.

Busqué la mesa más alejada y nos sentamos. Sabía de lo que podíamos llegar a hablar y no quería que nadie escuchara.

Se pidió una gaseosa, me pedí un porrón.

No miento si digo que estuvimos casi dos horas hablando. Otra vez, de todo. Creo que haber entrado a ese lugar nos enfrió un poco la intimidad que estábamos teniendo en la calle, por eso empezamos a hablar más de su vida, de mi vida.

A veces en el medio de la charla veía para el costado. Quería encontrar alguna mirada infraganti de esos viejos que estaban en las mesas más cercanas. Por momentos, las encontraba. Me reía, y se lo hacía saber. Ella reía, enderezaba su postura y apoyaba la cola contra el respaldo. No veía su perfil, no veía su cola, pero esa actitud ya me calentaba.

También, a veces me reía de la nada. A la segunda o tercera vez que la interrumpí con mi risa, me preguntó por qué lo hacía. Le expliqué que me estaba calentando mucho la situación de imaginar lo que estaban pensando esos viejos al vernos. Me dijo que no me entendía, que le explicara.

“Imaginate esta situación. Sos Raúl o José, o como se llame ese señor de camisa celeste manga corta y anteojos que hace que lee el diario pero no para de mirarnos. Sos él, venís todos los días a este bar, conocés todos los movimientos de los que trabajan acá y de los clientes más frecuentes; conocés cuánto tarda el mozo en llevar un café con leche a la mesa seis. Eso, hasta sabés cuál es la mesa seis porque conocés qué número tiene cada mesa. De repente, en un día aburridísimo de verano, con un calor infernal, entran una mujer y un hombre que nunca viste en tu vida, como entramos nosotros hace un rato. Lo primero que pensás es que son familiares porque cuando te ves entrar, pensás que tenés “unos 40”; y cuando me ves entrar, pensás que tengo “unos 25”. Y, siendo Raúl o José, ese cálculo de edad que imaginás que tenés cuando nos ves entrar a vos siendo la mujer hermosas que sos y a mí siendo el boludo que soy, no está muy errado. No lo sabés, pero lo suponés. Hasta ese momento no te parece nada raro. Hasta que detectás que el pibe le acaba de mirar de una forma poco sutil el orto a la mujer que acaba de entrar con él y que vos pensás que es su familiar. Abrís los ojos de una forma extraña, te sorprendés, te incomodás. Y los seguís con la vista y ves que van a la mesa 11 sin dejar de mirar ese culo en ese vestido violeta. ¿Me seguís hasta ahora?”

Le pregunté porque sentía que ya se había perdido.

Riéndose de una forma muy bonita me dice: “Seguí”.

“Bueno. Se sientan en la mesa 11. Mirás al mozo, mirás a la pareja que somos nosotros dos en ese momento en el que nos acababa de atender el mozo, volvés a mirar al mozo que está acercándose a la barra. Te mira, se muerde el labio inferior. Abrís los ojos violentamente, levantás las pestañas, girás la cabeza, y ves que el vecino dueño de la ferretería de al lado que siempre se pide una copa de vino a las seis de la tarde también está mirando a la pareja. No entendés nada. Eso. No entendés nada. Ahora, decime vos, qué creés que está pensando ese tipo, o, mejor dicho, para seguir el juego, qué pensarías vos siendo ese tipo”

“Qué el pendejo es un hijo de puta muy afortunado”

Estallé. Estallé de verdad. Golpeé la mesa, casi tiro el vaso. La amé, amé su respuesta de una forma muy tierna. Y se lo dije.

“Ahora, además de por pendejo, te miran por pelotudo que casi rompe todo”.

Me volví a reír muy fuerte, pero sin golpear nada. Me gustaba mucho esa confianza.

“Igual, yo puedo estar rompiendo esta botella contra la ventana y estos tipos no van a dejar de mirarte el orto… ¡cómo para que no lo hagan!”.

“Pendejo, ¿querés que me miren el orto?”

“Sí”.

Se paró muy lentamente mientras se acomodaba el vestido. Me dijo: “ya vuelvo”, y fue directo a la barra. Vi que el tipo le señalaba una puerta. También vi cómo el tipo de anteojos, el mozo, el que estaba detrás de la barra, y un par más, como uno que estaba con su pareja discutiendo, siguieron ese culo con la mirada.

Me calenté de una manera inexplicable.

Me estaba comiendo cierto morbo.

No quería que los tipos me miraran viéndolos, entonces me hice el desentendido. Me distraje tanto que ni cuenta me di que había vuelto.

“¿Y?”

“Sos una hija de puta”.

Y se rió. Y siguió hablando de otra cosa para cambiar de tema. Mejor.

En un momento le suena el celular, me dice que era una amiga, le preguntaba por las entradas que había comprado más temprano.

Agarré mi celular, vi la hora. Caballerosamente, o de pelotudo, le pregunté si no era tarde. Me dijo que sí, pero que un rato más se podía quedar, que el marido todavía no había salido de trabajar.

En ese ratito, en ese changüí de minutos, en ese tiempo extra de miradas de viejos a ese culo, le dije que había sido lindo conocerla, que era una lástima no poder seguirla.

“Ya habrá otro momento, te lo prometo”.

Hablamos un poquito más, pedimos la cuenta, y nos preparamos para salir.

“¿Puedo esperar a que salgas primero? Hacé que tenés un llamado o algo, necesito ver cómo te comen el culo con la mirada”

“Qué hijo de puta”, con una risa. “Bueno”.

Hice que estaba haciendo algo con los billetes, guardándolos o algo.

Ella hizo que atendía el teléfono “¿Hola?” y se levantó. Caminó hacía la puerta de forma lenta. No pude hacerme el boludo, miré esa cola, me di cuenta que el vestido violeta dejaba ver cierta marca de su tanguita. “¡QUÉ PELOTUDO!”, me dije; aunque me hice creer que estaba bueno haberme dado cuenta recién en ese momento y no antes de que se podía ver parte de su tanguita, que hablaba de cierta caballerosidad, que podía controlar cierto pajerismo, que… hasta que inmediatamente miré a los tipos del bar. También, no podían dejar de verla. El mozo que estaba cerca de la puerta, se la abrió y la dejó salir. Me daban ganas de pararme y de gritarles “pajeros de mierda” a todos. Pero también me daban ganas de pararme y decirles “¿vieron lo que es ese culo?”.

Me paré, caminé hacia la puerta mientras ella me esperaba afuera, hice que no los miraba, no quería verlos, pero mi ego me obligó a mirarlos. Un viejo me sonrió, los otros no hicieron nada. Saludé al mozo. Salí. Ella cortó su conversación ficticia y empezamos a caminar hacía la parada.

Mientras esperábamos su colectivo, no aguanté más.

“Perdón, pero no aguanto más”.

La besé, nos besamos. Tenía muchas ganas de apretarle el culo, tocárselo, acariciárselo. No había forma de hacerlo sin ser desubicado. La apoyé contra la parada del colectivo, y viendo de reojo si alguien pasaba, puse mi mano en su culo. Apreté, apreté fuerte.

“Perdón, necesitaba hacerlo”.

Se rió. Me siguió besando y me frotó la pija con su cintura.

Pasaba gente, me alejó.

“Ahí viene tu bondi”, le dije. “Pero esperemos uno más”.

“Bueno”.

La volví a besar. Nos volvimos a besar.

Me frotaba la pija con su cintura, como si nos abrazáramos de una forma tierna y conocida para cualquiera que pasaba y nos miraba.

Me frotaba la pija y la tuve que alejar.

“Por favor, paremos acá, porque me voy a querer ir con vos”.

“Otro día, nene”.

“Ya sé, por eso, paremos acá”.

Tenía una pija estallando en mi pantalón. No quería que me explotara del todo.

Silencio incómodo de un par de segundos. Hasta que le hice una pregunta sobre su semana… quería buscar algún día libre suyo para que nos pudiéramos encontrar.

Empezó a pensar en voz alta, estaba diciendo que el jueves tenía tiempo a partir de las 3 pero que me iba a confirmar.

“No hay problema, mándame un mensaje, sería lindo volver a encontrarnos, ¿no?”.

“Sí, estuvo bueno. Me sentí cómoda”.

Y cuando terminó de decir eso le di un beso casi tierno. De despedida. O algo así.

Había visto que venía su bondi. Nos saludamos, le di un nuevo beso en su mejilla derecha y me fui. No digo silbando bajito, pero sí intentando tapar la erección, tenía la pija bastante dura.


A las tres horas del encuentro, le mandé un mensaje.

“Hubiese sido lindo seguirla un rato más, espero que hayas llegado antes que tu marido”.

“Si, llegué antes pero porque al final se queda a dormir en otro lado por un problema con su familia”.

Se me volvió a parar la pija de un segundo a otro. Es más, creo que escribí con la pija.

“No me digas que dormís sola… la puta madre, podríamos haber seguido juntos un rato más”.

“Es que me avisó cuando ya había llegado, le pregunté por dónde estaba y me dijo eso”.

“Te diría de vernos de nuevo, ya, pero no sé si es muy pronto”.

“Sí, es muy pronto, pero no me molestaría…”

Acabé. Mentira. No acabé, pero me estalló la pija.

“¿Querés que vaya?”

“¿Te animás a venir?”

“Sí”. Eso sí lo escribí con la pija. Es más, ya lo tenía escrito.






Veo que se está haciendo muy largo esto. Por eso en otro momento contaré cómo fue ir a su casa y cómo fue encontrarme con los azulejos de las fotos de poringa, “ácá se hizo tal foto”.

Eso sí, adelanto que probé ese culo. Hermosísimo es poco, delicioso también es una palabra con poco significado como para explicar la sensación.

Ojalá que la próxima vez me acuerde de contar lo que sentía por cada sonido que venía de la calle, por cada sonido que pensaba que podían ser los pasos de su marido; el cagazo que tenía por creer que en cualquier momento podía entrar…

“¿Dónde carajo me escondo?”, juro que lo pensé tanto como las veces que pensé “¡qué hija de puta, no me puede chupar la pija así!”.

11 comentarios - La milf poringuera

josemanuel602003
muy bueno,espero fotos de ella,y si es poringuera mas aun
cyntia_
Genio! Ehmm a mi tb me gustan esos bares solitarios ^^
moneyco
Espero la segunda parte, muy buen relato pibe, te felicito
cmoliveri
muy bueno, espero la segunda parte.
Lady_GodivaII
Tus relatos son especialmente buenos, te felicito
rom123lopz
Que capo por Dios que envidia!!! Felicitaciones loco!!
loquillo212
La verdad que excelente el relato flaco, esperamos la segunda parte con ansias. Y diría que nos alegramos de tu aventura, pero en realidad te envidiamos hdp :) .... Van puntos y te sigo Capo...
AlejandroMillo14
terrible, espectacular....¿ ya subiste la 2da parte ?