Siete por siete (149): El favor (Y después…)




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Les pido un poco de paciencia por tardarme una vez más y sé que me “he salido de las reglas”, Marisol, pero no quería dejar este relato para 2 partes, por lo que saldrá un poco más largo de lo acostumbrado.
Volviendo a esa tarde, sentí la desconfianza de Elena, aunque la entendía bastante bien. Sonia es una mujer bonita y hasta Marisol no tenía problemas con su petición, por lo que la decisión habría sido fácil si hubiese sido otro tipo de persona.
Pero Sonia me conoce mucho mejor y tras secarse las lágrimas, me miró más tranquila, comprendiendo que algo así no es tan fácil para mí y con la seguridad que no me iría de Melbourne sin darle una respuesta.
Durante la cena y para desviar la conversación, me enfoqué en la nueva nariz de Elena, que es mucho más pequeñita que la original y verdaderamente, realza la belleza de sus rasgos, en especial sus labios sensuales.
Pero como toda mujer acomplejada por su figura, tocaba ocasionalmente su nariz para asegurarse que estuviese de ese tamaño mientras conversábamos.
Al despedirnos, acordamos que Sonia pasaría por mi departamento alrededor de las 7 de la mañana y que Elena se encargaría de llevar a Marisol al acuario de la ciudad, porque Sonia realmente necesitaba asesoría en su trabajo.
Durante la noche, mientras estaba acostado con Marisol, le confesé mis preocupaciones y a pesar que teníamos diferencias de opiniones, pudo entender mi punto de vista y también me manifestó el suyo, explicándome que ella también se había sentido muchas veces como Sonia durante el tiempo que vivíamos juntos.
“Yo sé que para ti también fue difícil, porque me quieres y te preocupabas que yo siguiera estudiando.” Me explicó mientras me abrazaba a oscuras. “Pero yo quería sentirte dentro. Mi cuerpo ardía por ti y por eso le gané tanto odio a los preservativos, porque no podía sentirte. Lo que dijo de que te late el vientre por querer tener vida es cierto, mi amor, porque yo quería que tú fueras el padre de mis hijos y cuando quedé embarazada y creía que alguien más me había violado, me quería morir… pero tú siempre estuviste conmigo y me diste mucha paz cuando te diste cuenta que eran tuyas.”
Por la mañana, Sonia apareció vestida de ejecutiva: falda rosada tan corta como la del día anterior y una chaqueta del mismo tono, zapatos de tacón negro, medias negras y una blusa blanca, de cuello amplio, que destacaba el inicio del canalillo entre sus senos como si fuera un trofeo.
Ese sudor frío, de saber que podía ser mía ahí mismo, si lo deseaba, me secaba la boca y Sonia disfrutaba verme turbado al exponer sus atributos “de manera accidental”.
“Aquí, nadie trabaja turnos de seis por ocho o siete por siete.” Disfrutaba de explicarme, mostrándome los numerosos cubículos. “Se trabaja de Lunes a Viernes, de nueve a cuatro, todas las semanas.”
Y como seguía siendo un edificio donde se ve principalmente administración, finanzas y recursos humanos, una gran cantidad de los funcionarios eran mujeres de entre 24 y 35 años, agradables para la vista, que se detenían para ver quién era el enigmático personaje que traía la jefa.
Salió a nuestro encuentro una muchacha de unos 28 años, delgada, de cabello negro y algunos rizos, con ojos celestes, trotando muy apresurada.
Sonia le consultó si los documentos que había pedido estaban en la sala de conferencias y tras responderle que así era, informó que una persona importante había llegado y quería verle.
Mi amiga trató de desligarse, diciendo que estaba ocupada y que le atendería después, pero la chica, bastante nerviosa por la situación, le informó que el sujeto debía volar a Brisbane esa misma tarde y que era imperativo que se reuniera.
“¡Marco, aprovecha y revisa el documento! ¡Trataré de apurarme lo más que pueda!” me dijo en español, mientras le daba instrucciones a la muchacha que cualquier cosa que necesitara, me la concediera sin reproches.
Me miró de cabeza a pies, porque vistiendo semi- formal y con una mochila a mi espalda, parecía un universitario en práctica o un pariente de Sonia, más que un empleado para la minera.
La muchacha trató de protestar, diciendo que esa información era clasificada, pero Sonia le dio una mirada que no daba lugar a refutes.
Y sin hablarme y muy desconfiada, la muchacha me escoltó a la sala de conferencias, donde me hizo entrega del Dossier de 20 páginas que Sonia quería que revisara…
A las 2 horas, volvió mi amiga, lamentándose haber perdido tiempo con una persona tan pedante y recién tener que explicarme lo que debía hacer.
“¿Te están pidiendo que tu opinión si cierran unos yacimientos?” le pregunté, apenas tomó el documento.
Sus intensos ojos negros y su boquita sumergida en una “O” fue la única respuesta que necesitaba, por lo que me senté a su lado y a explicarle que no había problemas y que debía hacerlo.
Posteriormente, cuando salimos de la oficina y me llevó como en viejos tiempos, a tomarnos un café, esperaba con impaciencia que le explicara cómo había descubierto lo que por tantas semanas le había causado problemas para dormir.
Los primeros 20 minutos en la sala de conferencia los perdí esperando que Sonia volviera. Mi “celadora” me miraba muy seria, pero en vista que no causaba muchas molestias, decidió aprovechar su tiempo revisando su celular.
Leí un par de veces el documento, al cual no le hallaba mucho sentido. Era un listado de producción de los yacimientos de la zona sur y sin instrucciones, no sabía qué buscar.
Pasé un tiempo sentado, leyendo la información de mi yacimiento y me alegré que estuviéramos “dentro de la norma”. Pero sentía que estaba perdiendo el tiempo y Sonia lo necesitaba con urgencia.
Entonces, empecé a pensar por qué me llamó para ver este problema, si es una decisión administrativa. Había “algo” escondido en ese documento y que para mí debía hacer más sentido que para Sonia, por lo que lo revisé con mayor detalle.
Y fue ahí que me di cuenta de la calidad del grano. Había unos 4 yacimientos que a pesar de cumplir la producción mínima, estaban extrayendo material de baja calidad.
Le pedí a mi celadora si acaso tenían los análisis de terreno, pero en vista que desconocía de lo que hablaba, le pregunté si tenía la clave para la intranet y me contacté con Nelson, mi amigo en el Departamento de Planificación de mi faena, para ver si podía conseguir esa información a través de sus contactos.
Me derivó esa información, además de los informes de producción de los últimos 3 años, donde pude ver que estos yacimientos estaban alcanzando la vida útil, mayor razón para cerrarla.
“Pero… ¿Cómo lo supiste?” Preguntaba maravillada. “Apenas te dije de que se trataba.”
“Bueno, me hizo pensar por qué me llamarías.” Respondí, más relajado. “¿En qué podía ayudarte, que tú supieras que era bueno? Y recordé cómo te pusiste cuando te dijimos que cerrarían la mina.”
Ella sonrió.
“Siempre has sido bueno para esas cosas. A veces me lamento no haber peleado más por ti… pero supongo que habría sido una pelea perdida, ¿No crees?”
“¿Por qué lo dices?”
“Porque nunca te he gustado como a Marisol…”Respondió en un tono melancólico.
“En realidad, me gustaría que Marisol fuera más como tú.”
Sonia sonrió, pensando que era un halago vano. Pero a diferencia de mi esposa, ella siempre ha tenido confianza en si misma.
“Pero entonces… ¿Por qué no?” preguntó, gesticulando un anillo imaginario en su dedo.
“Porque tú ya eres perfecta, sin mí.”
Hubo un breve silencio, una sonrisa traviesa y sus finos dedos, ajustó sus lentes, de la manera que cautiva a cualquiera.
“¿Ya ves por qué no podía pedírselo a nadie más?”
Y nuestra conversación tomó otro giro…
Como les mencioné, ni Sonia ni Elena son lesbianas completamente y por el momento se tienen la una a la otra.
Pero de vez en cuando, busca la compañía del sexo opuesto…
“¡No tienes la idea de la cantidad de “pastelazos” que hay, Marco!” se reía a carcajadas. “Casados, inmaduros, creídos, manipuladores, impotentes, jaladores… Elena y yo hemos visto de todo… por eso quería pedírtelo más ti, que a todos ellos.”
“¿Por qué?”
“Porque eres… distinto.” Dijo con un gran suspiro. “Aparte de “Lo otro”, a ti te interesa ser padre y marido y eso es una gran cosa, en especial en este tipo de trabajo. Aquí, la mayoría piensa en cómo se ve y en la plata que pueden ganar. Son juegos de poder y cosas así… y para ti, eso no te interesa.” Respondió, con una mirada muy profunda.
Guardé silencio, pero Sonia me entiende tanto o mejor que Marisol…
“Cuéntame de Hannah…” me pidió, sin darme un descanso.
Y lo que 2 noches atrás había sido un desenfreno del momento, volvía a mi cabeza como estacas en la espalda.
Me miró atenta y le fui honesto. Aunque su mirada se entristeció al principio, se tornó más comprensiva y nostálgica.
Dio otro suspiro más…
“¿Y por qué no me quieres hacer “el favor”?”
“Es difícil, Sonia. Para mí, uno de mis mayores orgullos fue volverme padre…”
“Pero Marco… yo te he dicho que puedes ser padre del mío si quieres…” refutó con impaciencia.
“¡Lo sé, Sonia!... pero por mi trabajo, también me he perdido varios momentos importantes: sus primeros pasos, sus primeras palabras…” y la miré a los ojos. “Y si lo hago, me perderé el de otro más…”
“Pero el de tu vecina… o el de Hannah…” replicó, impaciente.
Sus palabras, en lugar de hacerme considerar su punto de vista, me cerraron más.
Y viendo que era una batalla perdida, decidimos volver a su departamento…
Sin embargo…
“Marco, estoy agotada. ¿Te incomodaría si pasamos a tu hotel y me doy una ducha?” preguntó al poco rato.
El recepcionista de turno me miró con sorpresa y reproche, porque el día anterior le había encargado que reservara un vehículo para Marisol y mis pequeñas y ahora volvía acompañada con una mujer mayor y tan atractiva como mi esposa.
No obstante, hasta esos momentos solamente pensábamos pasar un breve rato en el hotel…
Mientras Sonia se duchaba, decidí llamar a Marisol para contarle dónde estaba.
“¿Así que estás en el hotel, mi amor?” preguntó con mucha felicidad. “¿No me estás mintiendo?”
“¿Por qué tendría que mentirte?”
“Entonces… ¿Le harás “el favor” a tu amiga?” exclamó con un tono excitado.
“No, Marisol. Solamente se dará una ducha.”
“¿Por qué?” preguntó, como si estuviese ofendida.
“Porque te tengo a ti.”
Y por la manera que me contestó, supe que no quería que la halagara.
“¡Pero puedes aprovechar! ¡Por favor!” literalmente, me suplicó al teléfono. “Yo cuido a las pequeñas y Elena dice que no hay problemas si me quedo aquí. Ella te pidió una sola noche… y de verdad que es una amiga buena… ¡Por favor, hazlo!”
“Pero Marisol…” traté de excusarme.
“¡Amor, escúchame!” me interrumpió. “Es solamente una noche… y ella no te ha visto en mucho tiempo. A lo mejor, puede que ni siquiera resulte… pero yo también he sentido ese tirón que te da el vientre... y que realmente, cuando tienes al chico que te vuelve loca, se vuelve insoportable. ¡Te aseguro que estaré bien, pero quédate con ella hoy! ¡Te lo pido de favor! ¡Te veré mañana! ¡Adiós!”
Y sin decir más, cortó la llamada.
Me dejó atónito y mi única reacción fue golpear la puerta del baño, para ver a Sonia.
“¡Adelante!... ¿Pasa algo?” preguntó al ver mi rostro perturbado.
Acababa de abrocharse la blusa, cubriendo su feminidad inferior con un menudo y delgado calzoncito de seda, que demarcaba su esplendorosa retaguardia de una manera fatal.
“Marisol me pidió que usáramos el hotel esta noche…” respondí, buscando su apoyo.
Mis palabras la pusieron nerviosa y trató de mirar a otro lado, dejándome ver una vez más sus seductores muslos.
“¿Y qué… quieres hacer?” preguntó.
“¡No lo sé!” respondí, cautivado por esa visión. “Te ves muy sensual así…”
Giró lentamente.
“¿De verdad?” consultó, llevándose una mano a la cara.
Asentí con la cabeza.
“Dijo que sería… por solo una noche… y que a lo mejor, ni te embarazas.” Respondí, envolviendo su cintura con mis manos.
“¡Claro! ¡Tienes toda la razón!” dijo ella, presionando su vientre sobre el mío y mirándome profundamente a los ojos. “Solo una noche… de hacer el amor sin parar… ¿Verdad?”
Sellé sus labios con los míos y empecé a desnudar su pecho, el cual sobaba extasiado.
“¡Cielos! ¡Besas incluso mejor de lo que recordaba!” señaló en un arrebato de locura.
La blusa parecía un simple collar y sus pechos, hermosos y tibios, eran amasados con el fragor de un marino viendo una mujer tras 3 meses en alta mar.
“¡Sigue igual de gorda!” comentó, cuando me di cuenta que ya me había desabrochado el pantalón.
Nos besábamos de una manera desenfrenada y la terminé metiendo una vez más en la ducha.
“Entonces… haremos el amor toda la noche, ¿Cierto?” preguntó, al colocar la punta de mi glande sobre su chorreante vagina. “¿No vamos a parar?”
Bastó solamente un empujoncito suave, un suspiro ahogado de ella y el húmedo roce de nuestros cuerpos para que entendiera mi respuesta.
“¿Te estoy lastimando?” le pregunté, al ver su rostro alterado.
La encontraba muy estrecha y su respiración era muy acelerada.
“No… es que… hace tiempo que fantaseaba con tenerte… dentro y… olvidaba lo hinchada y dura que se te pone…” respondió, cuando la sacaba lentamente.
Empecé a entrar y salir, con mayor velocidad. El rostro de mi antigua compañera de oficina se mordía los labios y cerraba fuertemente los ojos, mientras que sus manos parecían soldadas a mis hombros, sintiendo la fuerza de mis embestidas con mayor vigor.
Sus quejidos empezaron a tomar cada vez más tonalidades más placenteras.
“¿Y todaahs… las noches… le daahs… ahhhsi… ahhh… Maahhrisooohhl…?” Preguntaba, mientras que la humedad de la pared de la ducha me hacía restregarla como un paño con cada uno de mis movimientos.
“¡Siii!” le dije, devorando su lengua ardorosa con un placer infinito, sintiendo sus suaves y esponjosos pechos frente a los míos y sus cautivadoras y redondas nalgas entre mis manos.
“¡Nooh… laah… culpo!... ¡Nooh… la culpo!... ¡Ay, qué rico!” exclamó en un maravilloso orgasmo.
Me sentía como si estuviese martillando un clavo de carne. Ella solamente aguantaba cómo mi cuerpo la presionaba, sosteniendo casi todo su cuerpo.
Pero yo no paraba de palpar su trasero, tan duro como el mejor de los duraznos.
“Sonia… ¡Qué cola te gastas!” le dije, deslizando el índice por la hendidura.
“¡Voy al gym… y me lo miran!” respondía, bramando como una poseída. “¡Sé… que te gusta… darme por la cola… y por eso… me la cuido!”
De solo decirme eso, casi acabo, pero rápidamente recuperé mis cabales. Ella también sintió que mis embestidas alcanzaron otro nivel y buscando repetir esa sensación, deslizó una de sus manos hasta las mías.
“¡Mira!... ¡mete el dedo!... ¡mete el dedo!” me pidió, hasta que mi índice rozaba el contorno de su agujerito. “Solamente… a ti… te dejo meterla… por ahiiii…”
Otro nuevo orgasmo le dio y su gemido fue tan potente, que me hizo acabar a mí también.
“¡Ay, Marco! ¡Ay, Marco!” se reía ella, con un rostro divino y besándome con mucha ternura. “Tanta sopita… tanta sopita.”
Nos quedamos tranquilos, besándonos frente al chorro tibio de agua y acariciando su vientre.
“Entonces… vamos por la segunda ronda.” Dijo, tras acariciarla y comprobar que seguía erguida.
Me senté en el excusado y le pedí que abriera las piernas, a lo que ella no me paraba de sonreír.
“¿Recuerdas cuando lo hicimos en la oficina?” preguntó, tomándola con su mano y guiándola entre sus piernas, disfrutando una vez más cómo sus pliegues eran separados por mi bastón de carne. “A Pamela también le quedó encantando…”
Hasta yo sentí cómo se templaba más dura y es que Sonia también ha descubierto, ya sea por iniciativa propia o por conversar con mi suegra, que traerme esos recuerdos me pone más animoso.
“¿Recuerdas cómo se sentía?” Preguntaba, deslizándose suavemente hasta el borde de la base, donde mis hinchados testículos esperaban el inevitable choque con su cuerpo. “Pamela dice… que nadie… aparte de a ti… se le había ocurrido… tomarla en el baño.”
Sonia aprovechaba de asfixiarme con sus pechos, sintiendo cómo cada vez el avance era más y más profundo.
“Te gusta recordar a Pamela… ¿Verdad?... Si tuvieras que elegir… entre tu suegra y ella… ¿Con quién te quedarías?... o si fuera entre Pamela y tu cuñada… ¿Cuál te gustaría más?...” me interrogaba, mientras que mis dedos se arremolinaban en su trasero, deformando una vez más su esfínter.
“¿Te das cuenta… que nunca… te vamos a dejar?” me preguntaba, mientras se mecía a la velocidad de la luz. “Pamela se puede casar… ohh… Amelia puede encontrar un pololo… mhm… o Verónica… se podrá enamorar… pero siempre… querremos… que la metas… hasta el fondo…”
Una vez más, estaba ensartada hasta el final. Sus labios rojos y resplandecientes, de saliva y labial, eran coronados por sus blanquecinos dientes, mientras que sus fosas nasales se dilataban copiosamente y sus ojos, los esporádicos segundos que se abrían, me contemplaban de una manera vidriosa, subiendo y bajando sin parar.
“¡Tan adentro, Marquito! ¡Taaan adentro!” se lamentaba de una manera tierna, casi infantil, pudiendo sentir cómo su ardoroso y húmedo manantial se escurría sobre mi cuerpo y el estremecimiento glorioso del suyo, al sentir cómo nuestros fluidos se fusionaban por segunda vez.
Quedó agotada y jadeando, sin parar de abrazarme por la cintura y apoyar su rostro en la base de mi hombro.
Sentí el aroma de sus cabellos negros y la abracé, cobijándola del frio y del sopor.
“¡Marisol tiene tanta suerte!” se lamentaba ella, acomodando más su cabeza como si mi brazo fuese un cojín. “Puede tenerte con ella todos los días…”
“Si… pero no olvides que paso una semana en faena…” señalé.
“¡Es que eso no entiendo de ella!” exclamó, mirándome con cierto enfado. “Porque todas te queremos, Marco… y créeme que si algún día, te separas de Marisol, nosotras nos pelearemos por ese espacio.”
“¡No exageres!”
“¡Es la verdad!” Dijo, mirándome con mucha seriedad. “Incluso Amelia, que es la más tranquila, sé que pelearía como una fiera por ti y se desharía de cualquier pelagato que tuviera al lado.”
Fue extraño para mí escuchar eso de Sonia, ya que nunca me he encontrado muy apuesto, a diferencia de ella, que de haber querido podría haber encontrado a reemplazos para Fernando con un abrir y cerrar de ojos.
Y esperamos a que pudiéramos despegarnos una vez más.
“¡Todavía sigue parada!...” dijo, acariciándola suavemente con su mano.
Era alrededor de las 10 y habíamos llegado cerca de las 7 al hotel.
“¡Tú sabes que vivo con 2 mujeres!”
“Y eso te debe molestar tanto…” dijo, arrodillándose con intención de lamerla.
“¡Oye! ¡Acuérdate que “el favor” es otro!” comenté, apartándoselo de los labios.
“¡Vamos! Hace tiempo que no pruebo una de carne real…” protestó, tomándola con la mano.
La dejé que la probara y es que admito que Sonia lo hace mejor que Marisol. De alguna manera, logra encajar mi glande en la entrada de su tráquea, mordisqueándola suavemente con sus dientes y lamía con verdadera añoranza los jugos que quedaban sobre él, haciendo un vacío sonoro, entremezclado con una mirada traviesa y el suave deslizamiento de su cálida, jugosa y delgada lengua.
Claramente, más repuesto y ella, con una sonrisa amplia, maliciosa y ligeramente babosa, fue marchando al dormitorio, contoneando su trasero.
“¿De verdad quieres hacerlo por tercera vez?” preguntó, tendiéndose en 4 patas. “Digo… si no quieres darte un descanso.”
Pero ella seguía chorreando y meneando levemente sus caderas, anhelando ser penetrada una vez más.
“¡Sí! ¡Mientras más veces lo hagamos, más posibilidades hay que quedes embarazada!”
“Ok…” exclamó sonriendo y disfrutando cómo rozaba una vez más sus labios. “Pero no quiero salir preñada con 2 hijos a la primera.”
En realidad, eso viene de la familia de mi esposa y no importa que lo explique con fundamento científico: siempre lo terminan atribuyendo a mi calentura.
Pero ahí estábamos: por tercera vez, apoyándola sobre la cama y meneándola sin parar. Mis dedos se incrustaban en su esfínter, estirándolo y soltándolo, algo que hacía a mi antigua amiga gritar de placer.
Para la medianoche, estaba desecha en la cama y respirando muy agitada.
“En serio, Marco, ¿Marisol no se cansa?” preguntó, al verla una vez parada.
“Ya te he dicho que entre Lizzie y Marisol me chupan hasta dejarme agotado… y estos días, he estado solamente con Marisol.”
Su sonrisa se volvía cada vez más amplia.
“Bueno, Marco… entonces… si tú quieres… métela otra vez…”
Y claro que quise, por lo que jugamos hasta las 2 de la mañana.
Supongo que esa fue la sesión más placentera para ambos, ya que nos revolcamos de la cama de extremo a extremo.
Me tomé mi tiempo, acribillándola hacia el colchón cuando yo quedaba arriba y le devoraba los pezones erguidos, como si fueran verdaderos marrasquinos, cuando ella quería cabalgarme. Le daba los besos ansiosos que le doy a Marisol cuando vuelvo de faena y su saliva candente derretía hasta mis labios, donde nuestras lenguas hacían torbellinos singulares de deseo y placer.
Dormimos abrazados, sin siquiera despegarnos completamente y alrededor de las 8 de la mañana, desperté al verla medio cubierta por la sabana y su esplendoroso traserito asomándose, como si me estuviese saludando.
Aproveché el intersticio entre sus piernas para deslizar mi erección entre ellas suavemente y cuando las abrió, reconociendo finalmente qué objeto era, se limitó a quejarse medio adormilada.
“¡Rómpeme el culo, Marco!... ¡Nadie me lo rompe!” pedía ella, entre sueños.
Por supuesto que también atendí esa necesidad de mi amiga y se contrajo maravillosamente, al sentir que ambos agujeros tenían mis acabadas.
Nos bañamos juntos y lo hicimos una vez más, solo para asegurarnos.
Sonia se veía bastante cansada, pero muy alegre.
“Lo bueno es que si no resulta, para final de año podré mandarte a que me ayudes de nuevo.” Comentó, riéndose al pensar que será mi jefa.
Al pasar por la portería, nos atendió el mismo sujeto al cual le encargué el taxi para Marisol y su mirada no podía ser ni más prejuiciosa ni asombrada, en vista que Sonia vestía la misma ropa con la que había llegado el día anterior y claramente, se veía más agotada.
En su departamento, mis pequeñas me recibieron con un cálido abrazo y Marisol, con un beso cargado de pasión y erotismo, pidiéndome a modo de susurro que le contara las cosas que había hecho con Sonia y si me sentía de ánimos para repetirlas esa misma noche.
Elena, en cambio, se veía satisfecha con ver que Sonia volvía mucho más contenta al hogar. Aprovechamos de despedirnos, porque queríamos volver pronto a Adelaide, a preparar las compras del inicio de semestre de Marisol y porque necesitábamos ropa limpia.
Aunque Sonia fue lo suficientemente hospitalaria para ofrecernos una habitación en su departamento y que Marisol estaba más que tentada en aceptar, me excusé diciendo que no queríamos incomodarlas una vez más.
A la despedida, eso sí, Sonia me dio un caluroso beso y nos dio las gracias, tanto a mí como a Marisol, por el favor que le había hecho…
Y si las cosas siguen así, el próximo año celebrará su “primer día de la madre”.


Post siguiente

1 comentario - Siete por siete (149): El favor (Y después…)

pepeluchelopez
Wow que historia que favor y sobre todo a esperar si resulta embarazada para que el próximo año festeje su día de las madres, jn abrazo y que todo marche bien. Me dio gusto que te Sonia te de tu lugar en el trabajo y vean quien realmente eres los demas
metalchono
Aunque me gustó ayudarle, las mujeres eran hermosas y todo es mucho más cómodo que la faena, me terminé sintiendo como pez fuera del agua. Nunca me ha gustado la tenida formal, pero con tal que podamos compartir más tiempo con mi ruiseñor, estoy dispuesto a cambiar por ella. Saludos, amigo y que la fortuna te acompañe en tus caminos.