Historias Reales - Cap. XV

HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XV.
Cristina.

El comienzo de esta historia sucedió hace un par de décadas y el final apenas unos días.
Por entonces, con casi 20 pirulos era mi primer empleo, entré como programador al área de sistemas de una empresa medianamente importante. La “pecera”, como llamaban al Centro de Cómputos porque tenía tres paredes de vidrio, tenía uno de esos cristales que daban al salón donde trabajaba la gente de Contaduría. Allí estaba ella, Cristina, atendiendo las cuentas de los proveedores, ubicada en un escritorio que apuntaba al mío.
Cristina también era nueva, con sus 19 añitos hacía apenas unos meses que había terminado el secundario y desde entonces trabajaba allí. Créanme que era hermosa de verdad, pelo castaño claro con claritos, largo y salvaje, ojos almendra, nariz chiquita, buenos labios y unas gomas para el infarto. A veces se calzaba unos anteojos “nerd” que me ponían de la cabeza. Tenía además la virtud de ir absolutamente todos los días con unas minifaldas con las que deleitaba a todo el personal masculino –y a alguna fémina también ¿por qué no?- luciendo un par de piernas perfectas, robustas, bien torneadas. SI a este monumento a la hembra le sumamos los zapatos con no menos de 8 centímetros de taco aguja, podrán imaginarse…
Recuerdo que la tenía frente mío, tras el vidrio, y no tenía más que levantar la cabeza para encontrarme con sus piernas bajo el escritorio que me apuntaban amenazantes. Siempre esperaba que se acomodara moviendo y separando las piernas para poder espiarle la bombacha. Afortunadamente esto se repetía diariamente varias veces y cada mañana apostábamos con Adrián, mi colega compañero de laburo, de qué color sería ese día.
Desde el primer día que la vi no pensaba en otra cosa que encamarme con ella; pero era muy nuevo, conocía poco y nada de las relaciones interpersonales de la empresa y no podía hacerme el loco de primera, no vaya a ser cosa que fuera la amante o peor aún, la hija del dueño… Había que diseñar una estrategia.
En el horario de almuerzo, dada la lejanía del predio de la empresa de cualquier lugar civilizado, aprovechábamos los días soleados para salir al parque a comer alguna huevada: un sándwich, ensalada o cualquier otra pavada. Día tras día, entre charla y charla, nos fuimos conociendo mejor; supe que no era hija ni amante de nadie de riesgo, que tenía novio (un flaco algo vago), que vivía con sus padres, que tenía gustos musicales muy parecidos a los míos y lo mejor de todo: dos veces por semana, después del trabajo, iba con una compañera de la oficina, Mónica, a un gimnasio. Ésta era mi oportunidad. Con la excusa de que mi laburo era muy sedentario y que necesitaba alguna actividad física (obviamente oculté mis impostergables partidos de fútbol de los viernes por la noche) le propuse ir juntos, los tres. No les voy a mentir, no les voy a decir que se puso feliz de la vida con mi propuesta, pero aceptó con gusto.
Así fue que entonces me inscribí para todos los martes y jueves hacer juntos una rutina de una hora y media pasando por más de una docena de máquinas. No puedo pasar por alto que en el gimnasio ella era el centro de las miradas, con esas calzas azul eléctrico que se le metían profundamente en la zanja del orto y sus musculosas apretándole las tetas era inevitable. Más de uno alguna vez se le arrimó tirándose un lance, pero la muy guacha no le daba ni cinco de bola a nadie, apenas un poco a mí y mucho más a su amiga. El cometario que se corría entre los concurrentes era que era lesbi y su amiga más que amiga era novia. Esto para mí era una ventaja que espantaba varios moscardones molestos.
Poco a poco nuestra fría relación de compañeros se fue entibiando en forma de amistad hasta calentar completamente con una situación de amantes. Les cuento rápidamente:
Una calurosa tarde de enero, estando Mónica de vacaciones, fuimos solos al gimnasio. A la salida la invité a tomar unas cervezas y ya medio en pedo confesó que había rajado al flaco vago y que me tenía muchas ganas, que le calentaba mi espalda ancha y que quería dejar de imaginar lo que guardaba debajo de mis shorts negros. Esa fue la primera de las tantas veces que nos revolcamos en la cama. No éramos novios, no teníamos ningún compromiso, eso estaba claro, solamente nos juntábamos para coger… Y lo bien que lo hacía!
Esta situación duró un par de años, en los que cada uno nos pusimos de novios, nos fuimos enfriando, distanciando, hasta que finalmente renunció a la empresa y no tuve más noticias de ella.
Por entonces no había celulares siquiera (o eran carísimos) pero con el tiempo se desarrolló vertiginosamente la tecnología y con ella no sólo la telefonía sino internet y por supuesto, Facebook.
Siempre me gustó reencontrar en el Face viejos conocidos perdidos. Ella era uno de ellos pero no tenía éxito. Hasta que una tarde la ubiqué y le envié una solicitud de amistad que aceptó inmediatamente porque estaba tan al pedo como yo y conectada. Me parecía mentira veinte años más tarde estar nuevamente conversando con ella, aunque esta vez por chat. Me contó que se había casado con un golpeador, luego separado, que tenía una hija adolescente, que con mucho esfuerzo había podido recibirse de economista, que estaba sola… Mientras escribía la imaginaba con sus minis, sus piernas y sus tetas, así que le pedí que a cambio de mi foto actual me mande una suya dado que su perfil era muy nuevo y estaba vacío. Me dijo que no tenía a lo que respondí sincerándome con mis imaginaciones.
- No te hagas ilusiones, pasó mucho tiempo, ya no estoy para minifaldas ni musculosas –me escribió-
- No creo que sea así, pero para confirmarlo se me ocurre que podríamos ir a cenar.
- Esta misma noche, ¿podés? –aceptó-
Era mi noche de fútbol, pero como el que avisa no traiciona, pensé en llamar a alguno de mis compañeros de equipo explicándole la situación y así quedar a salvo.
- Por supuesto! –respondí tras definir cómo zafar del partido-. Te paso a buscar.
Me dio su teléfono y dirección y a las 10 en punto estaba en la puerta de su casa.
Estaba sentado al volante de mi auto esperando que salga y cuando la vi venir no lo podía creer, aquella escultura de veinte años atrás hoy era un cuadro de Botero… Había aumentado no menos de un kilo por año… y habían pasado muchos… Juro que pensé en hacerme el boludo, acelerar y huir, pero me dio lástima.
Subió al auto y arrancamos. Le mentí diciéndole que estaba muy linda (a pesar de sus kilos el jean ajustado le marcaba un culo interesante y sus tetas lucían más grandes que nunca). Me mintió diciéndome que yo estaba igual (además de gorda ¿estará ciega que no ve mi prominente calvicie?). Y así, entre mentira y mentira, mientras manejaba pensaba en algún lugar para cenar, lindo, no muy caro y con cero posibilidades de que me encuentre con algún amigo, mientras ella no dejaba de tocarme, hablar y acariciarme.
Finalmente encontré un restaurante apropiado, cenamos, hablamos mucho recordando tiempos vividos juntos y relatando los otros, pero por sobre todo, tomamos mucho, muchísimo. Cinco botellas de vino y algunas copas de champagne nos dejaron completamente borrachos. Lo bueno era que a menos de tres cuadras había un telo muy lindo al que podíamos ir caminando y al que accedió a entrar sin dudarlo.
Apenas entramos a la habitación me empujó a la cama y se tiró encima de mí para besarme y desnudarme desesperadamente. Me dejó sólo con mis calzoncillos sentado en la cama para entregarme un show privado de strep-tease. Probablemente era la borrachera lo que me hacía verla linda y calentarme. Hacía un baile cuasi erótico en ropa interior mientras se desprendía el corpiño y me mostraba sus dos grandes tetas con los pezones tan bien marcados y duros como en antaño. De espaldas a mí, muy lentamente fue bajando su bombacha ofreciendo a mis ojos un generoso orto, amplio, carnoso y firme. Cuando se agachó para quitarse la tanga de un salto me prendí con ambas manos a sus caderas para besarle el culo, haciéndola girar lentamente hasta encontrarme de frente a sus pechos y besarlos despiadadamente. Con sus manos sosteniéndolos erguidos me los ofrecía con placer. Le besaba y acariciaba todo su voluminoso cuerpo internando una mano entre sus muslos para redescubrir aquella concha perfectamente depilada que tantas satisfacciones me había dado. Grande fue mi sorpresa al descubrir que la mantenía tan bien cuidada como antes pero hoy me calentaba mucho más.
Puso sus manos en mis hombros para recostarme de espaldas, bajarme el slip y dar rienda suelta a una soberana mamada de pija. Se la metía íntegra en la boca haciéndome sentir su garganta en el glande y sin quitar su mirada de mis ojos la lamía y volvía a poner en su boca. En plena erección se colocó sobre mí acomodando mi miembro entre sus piernas penetrándole su húmeda vagina. Cabalgaba sobre la pija salvajemente, sacudiendo la cabeza y gimiendo como un felino. Yo estaba tan en pedo que creía que no iba a acabar nunca, sin embargo en ese trámite ella acabó dos veces dejando nuestros genitales completamente empapados.
Agotada se recostó boca abajo a mi lado y sin perder tiempo me coloqué sobre ella para penetrarle la concha por detrás. Ella acompañaba perfectamente la cogida haciendo suaves movimientos hacia arriba y abajo con su culo. Aprovechando la situación me aparté un poco para ubicarla en posición de perrito, le acaricié el culo, le separé las nalgas y con una tanda de besos negros y penetraciones de lengua relajé su ano, que penetré profundamente. Apretando su gorda cintura con mis manos, le balanceaba el culo hacia atrás y adelante. El choque de su orto gordo contra mí hacía que se produjera una especie de onda que se expandía por las nalgas hasta la cadera.
- Cogeme fuerte el culo –me pidió-. ¡Cómo me gusta que me vuelvas a hacer esto!
Mientras ella masturbaba su clítoris yo bombeaba en su culo, me rogaba:
- No pares… Dejame acabar con tu pija adentro.
- Si, pero acabá pronto porque ya llego…
- No la saques, acabame adentro –imploró entre gemidos-
Y así fue.
Luego de un breve descanso, con ella absolutamente agotada y yo casi, me monté sobre ella abierta de piernas e hicimos un misionero convencional… pero eterno, Dos veces acabó ella hasta que sentí el chorro de semen que subía desde los huevos.
- ¿Me tomás la leche? Ya estoy…
- Quiero tragarla toda –me confirmó-
Dos o tres chorros de esperma deposité en su boca abierta. Con su lengua limpió los restos de la punta de mi chota y tragó todo.
Mi tercer polvo fue a la mañana, después de dormir unas horas, bajo la ducha. Mientras le enjabonaba las tetas me pidió que vuelva a cogerle el culo. Me dio la espalda, se agachó un poco, lubricó la zona con la esponja jabonosa y la penetré tan profundamente como pude. Mientras la cogía le enjabonaba y acariciaba todas las partes de su ancho cuerpo que tenía al alcance de mis manos. En esa posición sus grandes tetas se balanceaban frenéticamente hacia uno y otro lado. Ella gemía y gozaba. Acabé adentro nuevamente.
Luego volvimos al auto, la llevé a la casa y nos despedimos prometiéndonos que lo repetiríamos. Y así será.

2 comentarios - Historias Reales - Cap. XV

bigdick1 +1
Meidentifico plenamento con este relato, porque me paso lo mismo . .. tuve una historia inconclusa, que se reavivo veinte años despues! . .