Diosa

A veces las cosas suceden de manera inesperada, como una tormenta de verano, de esas que dejan las calles y las almas inundadas.

Nos sacamos una foto y nos pusimos a charlar. La chispa era bastante evidente, todos se dieron cuenta en el momento, pero yo tardé más en entender que algo importante iba a pasar.

Fui al hotel a dejar mis cosas y en cuanto pude fui al bar donde me dijo que estaría. Allá la encontré, más alta y más hermosa que yo, más hermosa y sexy que todas las mujeres que había en la calle esa noche. Su vestido corto exhibía sus largas piernas que luego tocaría, y su silueta curvilínea me cautivaba desde metros de distancia. Su pelo rubio ceniza caía perfectamente junto con su flequillo, y su boca no parecía anunciar la pasión con la que luego me besaría.

Cerramos varios bares, y en la soledad de la calle y la madrugada la agarré de la cintura y la besé. Su boca se fundió en la mía y me sentí devorado, no estaba preparado para ese tipo de contacto, había imaginado durante toda la noche algo mucho más suave y gentil, pero no. El fuego se apoderó de nosotros en pleno centro de la ciudad y nuestras manos recorrieron nuestros cuerpos apasionadamente. Me mordió varias veces y mi pija se endureció haciéndose notorio el bulto en mi pantalón. Ella rió. Toqué sus pechos y noté que eran operados, mucho más duros de lo que estaba acostumbrado. Los apreté con fuerza y sentí un gemido en mi oído.

Fuimos a la habitación del hotel y en cuanto entramos nos sumergimos en la cama. Nos arrancamos la ropa como en las películas, y en cuanto la vi desnuda me asombré de semejante belleza, completamente ajena a mi liga. Ya desnudos, entre besos y mordiscos, su mano agarró mi pija y mis huevos, acariciando de abajo hacia arriba desde mi ano hasta mi glande, mientras mis dedos acariciaban su vagina depilada, mojándose de su flujo. Con todas mis fuerzas la sometí debajo mío y le besé el cuello, los hombros y bajé por el centro de su pecho. Mi lengua hizo eco de los besos y fue dejando rastros de saliva. Mis manos apretaron sus tetas y las llevaron hacia arriba mientras seguí bajando con mi boca, encontrando un hermoso vientre blanco. Le abrí las piernas y acaricié sus piernas, besé sus gemelos y fui subiendo con mis labios hasta las ingles. Estábamos excitadísimos los dos, y al besar sus labios vaginales gimió otra vez, pero más fuerte. Comencé a chupar su concha que sabía maravillosa, un flujo suave y delicado, y sentí su clítoris hincharse en mi boca. En menos de lo esperado se levantó y me empujó con fuerza cayendo rendido al colchón. Me chupó todo el cuerpo hasta llegar a mi pija, que ya gritaba por ser succionada. Y así lo hizo. Me encontré con una Diosa lamíendo mi pene, haciendo todo tipo de movimientos con su lengua y dejando huellas con su saliva, masturbándome mientras realizaba su arte bucal. "Quiero follarte" dije. "Fóllame". Me puse un condón, ella se tumbó boca arriba y abrió sus piernas. Entré con facilidad y mis movimientos fueron suaves alrededor de un segundo y medio. Ella comenzó a moverse a la par y la velocidad e intensidad se apoderaron de nuestras pelvis. Mis huevos la golpeaban y sonaban fuerte, pero no tanto como nuestros gritos. Me empujó otra vez y volví a caer como antes. Ella se sentó en mi pija dura y empezó una cabalgata maravillosa, dejándome incapaz de moverme. Sus manos presionaban mi pecho mientras su culo se movía rápido. Las mías rodeaban sus nalgas y las apretaban. La abracé fuerte contra mi cuerpo y empecé a moverme tomando la inciativa. Estuvimos bastante tiempo así hasta que se puso en cuatro patas. Qué culo más lindo... qué imagen... su ano cerrado arriba de su concha jugosa entre dos glúteos grandes y perfectos. Volví a penetrarla y después de unos minutos se incorporó y me sacó el forro. "Quiero que te corras" le dije sorprendido por haber interrumpido el coito. "Ya me corrí" contestó, "mientras me follabas". Mi cara de sorpresa fue semejante a la alegría que sentí. Me volvió a chupar la pija y a pajearme hasta que acabé en su pecho con varios enormes chorros de semen.

Nos abrazamos acostados, y los besos siguieron. Nuestras manos jugaban, bailaban, surcaban la piel. Introduje un dedo en su concha que estaba empapada. No podía creer que ella estuviera tan exciatada... y comencé a jugar con su punto g. Mi dedo índice estaba en su interior y se movía hacia arriba y hacia atrás, estimulándola. Metí otro dedo y le encantó. Mis movimientos eran más fuertes y noté cómo llegó un orgasmo contrayendo mi mano, dejando húmedas las sábanas...

Nos dormimos. La diosa me abrazó y volví a sentir mi pija dura. Volvimos a masturbarnos el uno al otro hasta que ella me puso un condón y se sentó arriba mío, repitiendo sus movimientos maestros. Su pelvis se movía como una licuadora y las paredes vibraban. La cama golpeaba contra la pared sin importar las altas horas de la madrugada, o mañana. Mientras cabalgaba le metí un dedo en el culo y le pregunté si le gustaba. "Me encanta todo lo que me haces" contestó, subiendo la intensidad de los movimientos y de mi autoestima. La empujé hacia el costado y le subí sus larguísimas piernas en mis hombros, haciendo que la penetración fuera profunda. La puse en cuatro patas y seguimos cogiendo como dos locos. Se puso de pie y me llevó al borde de la cama. Se sentó otra vez pero dándome la espalda matándome del placer, y uno de mis dedos se coló por su culo. "Me corro..." gritó... y se acabó otra vez. Me llevó otra vez al centro del colchón y me acostó. Me la chupó como ella sabe y acabé en su boca estallando de placer.

Al despertarnos, repetimos. No podíamos dejar de tocarnos y de cogernos.

Fueron cuatro polvos mitológicos con la Diosa, y yo, como un mero mortal en este mundo, venero el momento en que se cruzó por mi camino.

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