Siete por siete (89): Emergencia domestica




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Compendio I


Siento la tardanza. Han llegado nuevos equipos y recién ahora nos hemos ganado un respiro. Mi ruiseñor tuvo el primero de sus controles (sobre la guerra del Peloponeso, algo que le complicaba incluso cuando lo estudiaba en español) y espero que le haya ido bien.
Lo supe apenas corté el teléfono.
El martes Fio necesitaba mi ayuda. Pensé que habría aprendido todo lo necesario con la crianza de nuestras pequeñas, pero me equivoqué. Le faltaba lo relacionado con los primeros meses.
Estaba asustada cuando abrió la puerta. Sus ojos de cazadora se veían más dulces, propios con la alegría de una madre primeriza. Pero a la vez, se notaban cansados y satisfechos.
Vestía un camisón de seda purpura, dado que apenas se levantaba de la cama.
No me sorprendía que ella experimentara ostracismo también, al igual que nos pasó a nosotros los primeros meses con las pequeñas. Con suerte las sacábamos de la casa a tomar aire.
Pero su belleza no había disminuido. Si sus pechos antes se veían llamativos, ahora lo son más, repletos de leche.
Entre nosotros, se seguía manteniendo esa tensión eléctrica…
Le consulté por su marido, para disimular. Estaba bien, trabajando en la oficina y estaba muy contento con el pequeño Scott.
Ella preguntó por Marisol. Le dije que estaba bien y en clases y que las pequeñas las estaba cuidando una niñera.
Se disculpó por no poder ayudarme, pero le dije que estaba bien.
“Al menos, tienes lo que querías…” le dije, señalando la cunita donde su hijo dormía.
Y le pregunté por qué me había llamado.
“Es por esto…” me dijo y descubrió sus pechos.
En esos momentos, supe que estaba frito. No me iba a marchar de esa casa, sin probarlos una vez más.
Quedé impresionado, al punto que tuvo que llamarme la atención. Estaban rebosantes, con sus pezones muy marcados y tentadores.
“¡Oye, no te llamé para eso!” me dijo, sonriendo avergonzada. “Estos días he tenido problemas. ¡Me duelen mucho y no sale leche!”
Se puso a llorar. Síndrome post-parto, con sus estragos.
La abracé, sintiendo sus tibias mamas en mi cintura, mientras ella se escudaba en mi pecho, buscando consuelo.
“Es cáncer, ¿Cierto?” me preguntó, llorando con tristeza. “¿Voy a morir?”
La besé en la frente y le sonreí.
“No, no creo que sea cáncer.” Le respondí, tratando de calmarla.
Para una mujer con un busto como ella, la enfermedad es un riesgo latente. Pero yo sabía su diagnóstico de antemano.
Se relajó al mirarme los ojos.
Le dije que era normal, mientras apretando sus pechos en búsqueda de sus nódulos imaginarios.
Incluso a Marisol le había pasado un par de veces…
“¡Pero nunca me pasó con tus hijas!” señaló, todavía asustada.
Pero era evidente. Mis pequeñas son glotonas y prácticamente la vaciaban cuando nos ayudó como nodriza. Yo me bebía el restante.
Sin embargo, el pequeño Scott recibía demasiada leche para poder tomarla toda y era esta la que terminaba aglutinándose en los pezones, impidiendo el flujo normal.
“¿Estás seguro? ¿No es cáncer?” me preguntó otra vez.
Sonreí y le dije que no. Que sus senos se sentían bien y sanos. Que para aliviar eso, debía pedirle a Kevin o comprar un sacaleches, como lo hacía mi esposa.
“Es que… Kevin no es como tú…” me explicó, recordando viejos tiempos. “A él le da cosa probar mi leche… y le gusta más hacerlo por detrás.”
Su trasero sigue siendo despampanante, pero sus pechos son opulentos y apetitosos.
“¿Y te sigue… doliendo?” le pregunté, con unas ganas enormes de estrujarlos y comerlos como un animal.
Ella movió la cabeza con timidez.
“Entonces… ¿Quieres que te ayude?” le pregunté.
Ella también lo supo en esos momentos…
No me iría sin meterlo.
Puse mis labios y empecé a probar ese manjar. Estrujaba el otro pecho de caliente, sacando pequeñas gotitas y a ella lo empezaba a disfrutar.
“¡No tan fuerte!” me pedía, con una voz lujuriosa. “¡Me está doliendo!”
Pero tenía que seguir chupando, si quería destapar el canal.
Ella se quejaba y se notaba que la empezaba a calentar. Sus manos, inconscientemente, rozaban mi pantalón, buscándola nuevamente.
Finalmente, pude destaparlo y sentí el tibio elixir bajar por mi garganta.
“¡Está saliendo!” le avisé.
Pero ella no quería que me detuviera. Nos besamos, sin pensar en nada, reanimando las flamas de nuestra antigua relación.
Como vecinos, teníamos remordimientos, porque nuestras parejas son idóneas. Pero a nuestros cuerpos poco importaban esos sentimientos, ya que nuestra relación era potenciada por la lujuria.
La senté en el mueble y ella bebía de mis labios, mientras apretaba su pecho con mi derecha.
Para facilitar las cosas, ella abría sus piernas y levantaba su falda, para recibir la impaciente exploración de mis dedos, que se incrustaban en su jugosa rajita y acariciaban su húmedo felpudo.
A cambio, ella me había bajado la cremallera y la estrujaba con experticia, templándola muy dura, mientras que con su otra mano me tomaba por la cintura para impedir que me alejara.
“¡No, Fio! ¡No podemos!” me traté de contener, cuando me colocó la punta en sus labios. “¡Kevin es mi amigo!”
“¡Tienes razón!” respondió “¡Amo a mi esposo y tú tienes a Marisol!”
Sin embargo, nada impidió que la metiera en ella una vez más.
No podíamos contenernos. Fio es mi vecina y la estimo como amiga. Pero cogiendo es insaciable y lujuriosa.
Marisol la estima bastante, porque las tardes que se quedaba cuidando a las pequeñas lo hacíamos por horas.
Se sentía tan bien, que hasta ella cerraba los ojos, disfrutando las embestidas.
Y nuestros besos eran apasionados, como meses atrás. En esos momentos, no me acordaba ni de Marisol ni las pequeñas y a ella le pasaba lo mismo.
El vaivén hacia brincar esos deliciosos pechos y se escuchaba un leve martillar de platos, conforme lo iba metiendo más y más adentro.
Ella chorreaba bastante y el olor era inconfundible. Sabía que tendríamos que limpiar después…
Pero no me importaba. Me estaba cogiendo a esa porrista en camisón.
“¡Sí!... ¡Más fuerte!... ¡Más fuerte!... ¡Me llenas entera!...” gritaba a toda voz, mientras que yo bombeaba mecánicamente y ella me abrazaba con fuerza, tanto con brazos como con piernas, para que no la fuera a sacar.
Sus pechos estaban al aire y se los masticaba, los apretaba y los estiraba, sintiendo los orgasmos que le sacaban esos dolores.
Los chupaba con tanta fuerza, que le daba moretones y a ella le encantaba.
“¡No he tenido… sexo… en 3 meses!” me confesaba, cuando yo sentía que podía sacar fuego de las intensas sacudidas, afirmado de su ligeramente más gruesa cintura.
Le dimos casi por 20 minutos y cuando no pude aguantar más, descargué mis jugos en su interior. Ella puso los ojos en blanco, arrebatada en placer y sonrió satisfecha.
Nos besamos otro poco más, esperando que me soltara. Quería que me quedara más tiempo, pero le expliqué que Liz me estaba esperando.
Aproveché de estrujar y chupar bastante esos pechos, para que no se preocupara.
Pero esa vez, no me sentí tan culpable.
Kevin es un buen amigo, padre y vecino. Pero no puedo evitar ponerle los cuernos con su esposa.
Incluso, puede que su hijo sea realmente mío y que como Fio no se ha cuidado, también es posible que se vuelva a embarazar.
Pero me sentía con las deudas saldadas, si se había metido con mi esposa, mi suegra, Rachel y ahora, con Sonia y Elena, en la oficina de Melbourne.
Y yo sabía que a Fio, su marido simplemente ya no le era suficiente…
Luego de ayudarle a limpiar y limpiarnos, le dije que no se preocupara, que todo estaba bien y que si necesitaba algo, sabía mi teléfono. Nos besamos una vez más en la cocina y me despidió con una gran sonrisa.
Cuando regresé a casa, Liz me preguntó cómo me había ido y yo le dije que era una simple emergencia domestica: algo que una mujer sola no podía arreglar.
“¡Tiene suerte de tener un vecino tan hábil para resolver esas cosas!” me comentó, sonriendo.
Pero el jueves, me tocaría atender la misma emergencia domestica…


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2 comentarios - Siete por siete (89): Emergencia domestica

Si-Nombre
Waaaoooo excelente aunque no he leído la parte anterior es genial, ademas es tu deber como vecino, amigo y coopadre, a la mujer de tu amigo hay que apoyarla en todo, ademas si tu amigo esta tan ocupado tratando de embarazar a tu esposa lo ideal es apoyarlo con lo que el descuida en casa, te sigo, te recomiendo, te vas a mis favoritos y te dejo puntos!!!
Pervberto
Muy morboso. Por otra parte, no veo nada como para que no desaparezcan las culpas. El buen sexo es, justamente, algo bueno. ¡Y hasta cuando es malo es bueno!
metalchono
Si, eso es cierto. Pero igual disfruto la experiencia de estar casado. Gracias por comentar.