Siete por siete (80): El sueño del pibe (IX)




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Compendio I


Queríamos terminar hoy, porque no quiero que se distraiga de sus clases. Yo había escrito algo más, pero no se pudo postear.
De cualquier manera, aprovechamos el último día de vacaciones de mi ruiseñor de hacer las cosas que más le gustan: ver animes y leer mangas.
Aun no probamos los disfraces que compramos en Japón, porque queremos estrenarlos cuando vuelva del turno. Dice que todo el asunto con las gemelas todavía me mantiene bien fogoso.
Fue una experiencia bonita lo que pasó con ellas.
No fue tanto por calentura. Fue un romance de verano, con 2 chicas que necesitaban uno.
Cuando llegamos al aeropuerto ese sábado, noté algo extraño…
Lo primero que me llamó la atención fue verlas usando lentes de sol muy oscuros.
Susana usaba la falda de mezclilla, la camisa celeste y la chaqueta de lana del otro día, siendo que era un día caluroso.
Nery, por otra parte, se veía bastante incomoda usando una falda corta y un peto que le realzaba el escote y mostraba el ombligo.
Marisol iba a saludar, pero la interrumpí.
“Y bien, Nery… ¿Estás lista para viajar?” le pregunté a la chica vestida como Susana.
“¡Sos brujo!” exclamó, muy sorprendida. “¿Cómo nos descubriste?... ¡Ni siquiera podés mirarnos los ojos!”
“Ustedes se ven iguales… pero ya las conozco bien.” le respondí.
Les expliqué que a pesar del cambio de ropa, sus personalidades las delataban: la postura de Susana seguía luciendo más segura, a pesar de usar vestimentas más reveladoras que las de costumbre. Mientras que la timidez de Nery seguía marcándose en sus hombros.
Pero también se notaba por los bronceados. Aunque Susana se había bronceado los últimos días, no tomaba el tono ligeramente más oscuro que su hermana.
“¡Qué aburrido!” dijo Nery, aunque sonreía más contenta que decepcionada. “¡A vos no te podemos engañar!”
Conocimos al piloto del chárter, un francés llamado Rene y nos despedimos de mi esposa y de Susana, quien me dijo que me cuidara.
El hidroplano se veía bastante decente. Era un cessna modificado, de un solo motor, como los que se ven en los aeródromos, pero con las zapatillas para amarizar.
Durante el vuelo, se puso a contarnos las bondades del parque Komodo, de la vegetación y la fauna y por supuesto, de los lagartos. Nos pedía que no nos acercáramos, porque son animales salvajes y todos los cuidados que ya sabía yo.
No sabía que a Nery le asustaban esos vuelos y dado que la cabina era pequeña (con espacio para 5 personas, aparte del piloto), le puse la mano en la rodilla para que se calmara.
Le daba vergüenza, pero se sentía tan suave, que fui subiendo hasta la altura de sus muslos, lentamente con el pasar del viaje.
La vista era espectacular. Se podía ver la isla de Sumba y no pasó mucho rato cuando estábamos sobre el mar, que se veía bastante bonito con el sol reflejándose sobre las aguas.
Como a los 20 minutos empezamos a descender. El avión se pegó una sacudida cuando tocó el agua, pero como Nery me miró sorprendida, la acomodé bajo mis brazos, para que se calmara.
Llegamos a una bahía bastante rustica, hecha de madera, para que pudiéramos descender sin mojarnos.
Nery no se despegó de mi brazo, pendiente de no acercarse demasiado al agua.
Y en la isla, mucho menos, con palo en mano en caso que uno de los animales se pusiera “demasiado amistoso” con ella, ya que estos lagartos a veces siguen a las personas.
Rene nos guío por un sendero bordeando la costa y llegamos a la playa donde estaban asoleándose algunos Dragones…
¡Y me di cuenta que había sido un desperdicio ir a visitarlos!
Para que me entiendan, son criaturas impresionantes: algunos medían más de medio metro, macizos, corpulentos, con escamas que los hacen ver como animales imponentes.
Pero durante los 10 minutos que los estuve observando, lo único que hicieron fue asolearse, sacar la lengua y con suerte, mover esa enorme cola.
En el fondo, actuaron como una lagartija con gigantismo y me sentí como un niño que viaja al campo para conocer una vaca.
Me di cuenta que viajar para conocer animales no es tan interesante como ver paisajes o conocer ciudades.
Tal vez, la excepción sean los delfines, que también se lo tengo pendiente a mi esposa.
Pero los dragones seguirán viviendo su vida pacifica, comiendo carroña, peleando por terreno y armando madrigueras para sus huevos, sin importar que la gente los vea o no.
Por otra parte, paisajes como Ulundi, Tokio o la misma playa donde conocimos a las gemelas adquirieron no sólo un valor especial para mí, sino que también para Marisol y probablemente, para ellas.
“Pero Marco… ¿No querés tomarte una foto?” me preguntó Nery, cuando les avisé que estaba listo para irme.
“¡No es necesario! Me conformo con haberlos visto.”
“¿Pero tan poco?”
Y miré a los ojos a Nery.
“Sé bastante de ellos, Nery, y lo único que me faltaba hacer era verlos. Ya los vi y ahora estoy contento”
Rene se ofreció a mostrarnos un poco más de la isla, pero ni Nery ni yo estábamos tan interesados. Tiene una belleza natural, propia de un santuario de la naturaleza, pero no tan agradable como las propias playas.
Recorrimos un rato, para no desperdiciar el viaje y regresamos a Waingapu, una vez que le aseguré a Rene que pagaría la tarifa completa, sin importar que no hubiésemos cubierto todo el recorrido.
“Pero… ¿Estás seguro que no querés ver más?... ¿No fue algo que hice yo?...” preguntó Nery, sin dejar de preocuparse.
“¡No, estoy bien!” le dije, con una voz serena y me fui haciéndole cariño durante el vuelo.
Pero cuando llegamos al aeropuerto y bajamos del avión, se puso a llorar.
“Es porque querés a Susana, ¿Cierto?... porque vos no me querés…”
“¡No, Nery! ¡En lo absoluto!” le dije tratando de calmarle. “Yo quería verlos y ya los vi y te agradezco que hayas venido conmigo…”
“¿Por qué?”
“Porque no muchas chicas se habrían tomado la molestia de venir al aeropuerto y consultar por algo así… y es por eso que quiero darte un beso…”
La tomé desprevenida y fue bastante rico. Aunque las gemelas son idénticas, incluso sus maneras de besar eran diferentes.
Susana es más invasiva, de meter la lengua en mi boca. Pero Nery era más tranquila y romántica, dejándose guiar por mis besos.
“¡Me besaste!” exclamó sorprendida, secándose las lágrimas.
“¡Te ves muy bonita!”
“Entonces… ¿Vos también… me querés?”
“¡Por supuesto!” le respondí.
Pedí un taxi y nos fuimos volando al hostal donde se hospedaban.
“Entonces… ¿Se quedan en el nº 5?” le pregunté, mientras mis manos le recorrían el cuerpo.
“¡Si!” respondió ella, con besos fogosos. “¡Vení, para que te muestre la cama!... ¡Es lo mejor!”
Se empezó a sacar la camisa y yo embobado con sus pechos. Ella sonreía con lujuria, confundiéndome si acaso era o no era Susana.
Yo ardía por metérsela.
“¿Y tomas algo? Porque no tengo condones…”
“¡No, Marco!” me respondió. “Pero despreocúpate… ¡Estoy en mis días seguros!…”
Marisol también lo estaba la primera vez que lo hicimos sin preservativo y al final del día, igual termino mudando a las pequeñas.
Empezamos a revisar entre las cosas de Susana (yo, con una tremenda erección y Nery muy caliente), por si acaso tenía un condón. Había pastillas, pero que Nery las tomara en esos momentos no servía de nada.
“¡Afuera vi una máquina que vende condones!” recordó.
Así que medio abroche los pantalones y fui a comprar uno.
Al parecer, el hostal recibe muchos jóvenes, porque era cierto: Había una dispensadora de condones. El único defecto es que vendía de a uno (no la caja completa) y quedaba el último.
No tuve más opción que comprarlo y resignarme…
Ignoraba el placer adicional que me traería después.
Nery me esperaba desnuda y sonriente y yo quería saltarle encima. Eran apenas las 3 y media de la tarde y cuando volvíamos con Marisol, nos daban las 8 al regresar.
¡Mucho tiempo para acariciarnos!
“Me querés, ¿Cierto, Marco?” Me preguntó, cuando empecé a penetrarla.
“¡Si, te quiero Nery!”
Ella sonrió.
“¡Me gusta que digás mi nombre!”
Nos volteamos, porque quería cabalgarme un rato.
“¡Uf!... ¡Necesitaba esto!... ¡La tenés rica!...” me decía, mientras sus caderas se movían deliciosamente. “¡Miráme!... ¡Miráme!... ¡Decí mi nombre!... ¿Quién soy yo?...”
“¡Eres Nery!” le respondí.
“¡Por eso te quiero!” me dio un beso. “¡Siempre sabés quien soy!”
Nery se movía con más fuerza y le gustaba, porque entrecerraba los ojos.
Pero para mí, no era suficiente. Me gusta hacer el trabajo pesado y tuve que voltearla.
“¡Que duro sos!... ¡Dale más!... ¡Metela!... ¡Metela!... ¡Que buen polvo!... ¡La tenes tan grande!... ¡Me encantás!... ¡Me volvés loca!...”
Los resortes del colchón rechinaban al ritmo y la cama golpeaba la pared.
Nery se afirmaba al respaldo, mientras le daba con violencia entre las piernas. Agarraba sus pechos, su cintura. Pero toda la fuerza se iba en meterla y sacarla.
“¡Correte, Marco!... ¡Correte!... ¡Me falta poquito!... ¡Dale más!... ¡Más!”
Y sintió cómo la bolsa se hinchó en su interior. Lo disfruté un montón, pero quería más.
“¡Tenés mucha leche!” sonreía, satisfecha. “Mari debe adorarte por las noches…”
“La dejo desecha…” le respondí.
Ella se rió.
“Si, ella nos contó. Debe ser rico tener un marido como tú. Sos caballero y muy tierno…”
“Pues, si… aunque eso no quita que te quiera.”
Ella se avergonzó.
“¡Lo decís porque me parezco a Susana!”
“¡No te lo voy a negar! Susana me gusta, pero también me gustas tú…”
“¿Por qué? ¿Porque somos gemelas?” preguntó, riéndose.
“Si, eso influye. Pero las 2 son bonitas. Tú eres la más tierna y Susana es la más seria.”
“¡Lo decís porque estás conmigo!” se rió. “Apuesto que si estuvieras con Susana, le dirías lo mismo.”
“¡No, porque Susana es más independiente!” le dije, abrazándola y apoyando su rostro en el mío. “A ti te hace feliz ver un atardecer o abrazarte con un chico.”
“¡Me leés como un libro!” suspiró, satisfecha.
Y esperamos abrazados a que me bajara.
“¡Mari no mentía cuando dijo que te atrapaba!” exclamó ella, una vez que pude zafarme.
Pero el preservativo ya no servía para otra ronda.
“Si querés, te la puedo bajar…” dijo ella, tomándose el pelo y preparándose para chuparla.
Se notaba que le gustaba dar mamadas. A diferencia de su hermana, que tenía su propio ritmo, Nery se la metía todo el rato en la boca, de una manera bastante parecida a la de Marisol.
Hacía tan buen trabajo, que me puse a chuparla también. Tenía un aroma fuerte y cautivador y era bastante sensible a las lamidas.
“¡También… sabes chupar!...” exclamaba ella, perdiendo el ritmo. “¡Marco, sabés hacer de todo!”
Y ella me chupaba con mayor fuerza, besándola, lamiéndola y mordiéndola suavemente, mientras yo lamía su conchita peluda con gran dedicación.
Y esa era otra de las diferencias: Nery no se depilaba y Susana sí. Pero no importaba, porque no estaba tan tupido.
Me afirmaba a esa cintura y mientras me apegaba su pelvis a mis labios, rozaba ese trasero con forma de durazno con mis manos.
Había quedado con las ganas de probar la cola de Susana por la mañana (lamentablemente, he tenido problemas para subir ese relato), pero aquí tenía otra muy parecida.
Amasaba sus cachetes, estirándolos y apretándolos, deseoso de meterle un par de dedos, mientras lamía y sentía el vacío de su boca.
“¿Querés… hacerme la cola?” preguntó, al notarme tan entretenido con sus nalgas.
“Si. Es que tienes una cola muy bonita…”
Ella se puso colorada.
“Pues… eso es lo único que me queda virgen…”
Pajarote se endureció más…
“Si querés probarla…”
Estaba asustada, pero dispuesta. Le aseguré que sabía hacerlo bien y que lo iba a disfrutar.
“¡No me importa!” me dijo. “Si a vos te hace feliz conmigo…”
Y empecé los preparativos de siempre: que se acostara en el borde de la cama, con la pompa al aire, para lamerle el ojete, mientras la masturbaba con mis manos.
Ella estaba en las nubes…
“¡Seguí!... ¡Seguí!... ¡Se siente raro, pero seguí!...” me decía, babeando en la cama.
Le metí la punta del índice y sorpresivamente, convulsionó, sintiendo un orgasmo.
“¡Oh, se sintió tan rico!” dijo, con lágrimas de felicidad.
Le seguí metiendo el dedo y ella se quejaba deliciosamente.
“¡Se siente tan bien, Marco!... ¡Por favor, dale más!...”
Los 2 dedos avanzaban estrechos, pero a poco se iba soltando. Ella sollozaba, sintiendo un gran gozo por su trasero.
“¡Bien, Nery! ¡Relájate! ¡Voy a empezar a meter la puntita!”
“¡Metéla! ¡Metéla!” suplicaba con impaciencia.
Y fue un gozo. Estaba extremadamente apretada y podía sentir esa deliciosa sensación de ir deformándola, a medida que avanzaba despacio.
“¡Uh!... ¡Despacio!... ¡Despacio!...” pedía ella, pero tampoco podía acelerarme mucho. Estaba muy estrecha.
“¡Nery, trata de relajarte!” le recomendé, tratando de bajar la fuerza.
“¡Es que se siente extraño!... ¡Andá despacito, por favor!....”
Seguí avanzando, sintiéndome de lo mejor, mientras ella se afirmaba a la cama.
“¡Me arde mucho la cola!” me avisó, cuando iba por la mitad.
“¡Trata de aguantar! ¡Falta un poquito!”
“¡No es… que me duela tanto!” me dijo. “¡Es que te siento a vos… donde nadie más me ha estado!”
Vi que empezó a gotear. Lo estaba disfrutando.
“¿Falta mucho? ¿Ya vas a llegar?” me preguntó.
“¡No!” le respondí. “¡Queda un poquito menos de 1/4! ¿Te molesta mucho?”
“No… es que te siento tan caliente y duro… y tan dentro de mí… ¡Uh!”
Sintió la base de mi pene.
“¡Entre toda!” le informé.
Ella se reía. Lloraba. Babeaba.
“¿Estás contento… conmigo?” me preguntó.
“¡Nery!” respondí y empecé a sacarla.
Sentía la misma sensación que me cuenta Marisol. Ella dice que cuando le doy por la cola, siente como que le rasco por dentro.
“¡Se siente… rico!” dijo ella, a medida que empezaba a entrar y salir. “¡Dale más fuerte!”
Su cola era muy amplia y suave. Era agradable afirmarse a sus caderas.
“Nery… tienes una de… las colas más hermosas… que he visto…”
“¿Mejor que… la de Susana?” preguntó.
Fue como si me dieran un golpe en la cara. También la tenía virgen.
“¡No sé!” respondí. “No la he probado…”
Ella se quejaba deliciosamente…
Su trasero se estaba acostumbrando y empezaba a ceder con mayor facilidad a mis movimientos.
“¡Nery!... tu cola… se siente muy bien…”
“¡Vos también!... ¡Vos también!... ¡Dale más!... ¡Dale más!...”
“¡Uf, Nery!... ¡No aguanto más!...”
Y la entierro hasta el fondo. Ella lanza un gemido de sorpresa, al sentir mi semen en su interior.
Me acuesto sobre ella, agotado y ella sigue suspirando.
“¡Con razón Mari tiene gemelas…!” me dice, jadeando muy alegre. “¡Botás mucha leche!”
“¿Te dolió mucho?”
“Un poco… pero con vos… ¡Valió la pena!…”
La abracé y la besé un rato, esperando que me volviera a bajar. Le ayudé a ventilar, aunque me aseguró que Susana dormía en el living y a eso de las 7, nos despedimos.
Cenamos algo con Marisol, le conté todo y volvimos al club, luego de acostar a las pequeñas.
“¿Te gustó el viaje?” preguntó Marisol.
“Si, fue muy interesante.”
“¡Qué bueno!” Marisol me miró a los ojos. “¡Espero que te hayas cansado un poco más!”
Y por la noche, luego de cumplir con mis obligaciones como esposo, nos acurrucamos cansados y me dijo que todo estaba perfecto.


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1 comentario - Siete por siete (80): El sueño del pibe (IX)

pepeluchelopez
Que buena experiencia todo en general hace un buen dia, esperemos que el otro relato pueda subir pronto, un abrazo. Al menos el dragon de komodo tenia flojera y no les hizo correr