Siete por siete (18): Justicia Divina




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Marisol quedó toda dudosa el viernes. Le había mandado un mensaje de texto, anunciando que había posteado algo. Llega a la casa y nada.
Me contó que ese día, Kevin le mandó un mensaje de texto avisando que las bebes estaban en su casa. Preguntó si algo había pasado con Fiona y su marido le respondió que se encontraba indispuesta.
Le pareció extraño, pero si las pequeñas estaban bien, no había problemas.
El sábado fue a comprar al supermercado, mientras Megan vigilaba a las pequeñas. Pasó por fuera de la capilla y le llamó la atención ver un letrero que decía que los servicios del domingo habían sido suspendidos.
Y finalmente, llegué y me pregunta que había posteado. Resulta que en mis prisas, olvide sacarle las mayúsculas, porque deseaba que Marisol lo viera al instante, así que un moderador lo eliminó, notificándome el motivo. No me hago muchos problemas por ello y decidí mantener a mi ruiseñor en la incertidumbre un tiempo.
Fue mejor, porque así pude contarle abiertamente mi secreto.
Resulta que el día que “Ted” vino a casa (mucho más fácil que escribir "peluche" a cada rato), aparte de reforzar la señal inalámbrica (y jugar un rato con Fiona), aproveché de comprar unos juegos de cámaras para poder ver a las pequeñas mientras estoy en faena, además de mi esposa, claro.
Cuando se lo revelé, se puso roja de pies a cabeza, preguntándome por qué no se lo había contado y le respondí que aún me tenía intrigado con lo que hacía en mi ausencia, para no extrañarme tanto.
Por ahora, sé que se trata de algo de la cocina y la he visto usarla, pero ya está amenazándome que se irá a dormir a otra habitación si sigo dando más detalles.
En fin, son 4 cámaras: una que me permite ver el living, el comedor, la puerta principal y parte de la cocina. La segunda, la puse en el pasillo del segundo piso. La tercera, en el cuarto donde hacemos dormir a las pequeñas y la cuarta, en mi habitación.
La información queda registrada en la torre que empleo para descargar series, películas y anime para mi esposa, aunque puedo acceder a los registros en vivo desde mi nuevo portátil, pero sin audio.
Aprovechamos de verla en la “escena del crimen”, por decirlo de una manera, conectando el portátil a la pantalla del televisor. Ella quería verlo conmigo, porque le tiene miedo a la momia.
Pero la razón por la que me he demorado en postearla de nuevo ha sido porque he descubierto algo distinto e inesperado en mi esposa…
Bueno, ese día me encontraba trabajando solo en la oficina. Eran cerca de la 1 de la tarde y mis subordinados se encontraban en la hora de almuerzo.
Ellos bajan al mediodía a almorzar y no vuelven hasta las 2, cuando cierra el casino, porque saben que Hannah viene a buscarme para que la acompañe a “inspeccionar equipos”. Yo les doy la libertad, fingiendo que “me guardan el secreto”, pero casi toda la planta sabe de nuestra relación ilícita.
En fin, ese día me dio por revisar la cámara en la habitación de las pequeñas. Me extrañó no ver a Fiona en el dormitorio donde ellas duermen, por lo que me puse a revisar las cámaras restantes.
La encontré abriendo la puerta principal. Seguramente escuchó el timbre. Me sorprendí al ver al esquelético cura de la iglesia.
Fiona trató de cerrarle la puerta, pero el tipo debió suplicarle o algo. Leyendo sus labios, le dijo que venía sólo y ella le invitó a pasar.
Se sentaron en el mismo sofá que mi ruiseñor y yo estábamos sentados viendo la película. Ella bromeó un poco, diciendo que “nuestro living era famoso, porque aparecía en el televisor”.
Pero estaba asustada. El cura tiene ese aire medio tétrico, como salido de una película de terror antigua: flaco, esquelético, canoso y arrugado. Debe tener unos 70 años, más o menos…
Y aun así, tirándose a una jovencita de 24 años, bien guapa como Fiona.
Entonces, la conversación fue subiendo de tono. No podíamos escuchar el diálogo, pero los gestos de la momia se notaban más alterados.
Manoteaba con las manos, caminando alrededor de la mesa del living, como si tratara de convencerla y por la manera que Fiona cerraba los ojos, parecía que gritaba.
Repentinamente, se sentó otra vez en el sofá y la tomó de los codos. La miró a los ojos, pero ella esquivó la mirada, intentando resistirse.
El pervertido la besó y empezó a desabrochar su camisa, agarrando sus pechos.
Vestía una falda blanca y una camisa escotada, aunque no muy sugerente. Pero la momia sabía de los generosos premios que escondía.
Fiona trataba de aguantar las caricias de la momia, pero me di cuenta que no luchaba. Aunque sus manos podían rasguñarlo, no lo hacía. Cooperaba con él, favoreciendo sus abrazos y sus besos.
Y el vejete tenía experiencia con ella. Le agarraba sus puntos sensibles, por lo que daba suspiros pequeños, aunque ponía sus manos sobre su entrepierna.
El vejete se dio cuenta y empezó a deslizar su mano bajo la falda. Fue entonces que le pidió que no lo hiciera.
Marisol y yo estábamos calientes, aunque no lo decíamos. Empecé a prestarle más atención, porque en ese intervalo me había interrumpido Fiona en la oficina, para hacer la inspección acostumbrada. Tuve que darle excusas vagas, que tenía trabajo y todo eso, pero era porque no quería dejar sola a Fiona y las pequeñas con la momia.
Fiona estaba tumbada en el sofá, con los ojos cerrados, mientras que el mañoso cura deslizaba su mano bajo la falda.
Debió encontrar su clítoris, porque vimos un gemido silencioso en la cinta y la mano del vejete empezaba a entrar y salir lentamente.
Fiona se resistía “pasivamente” por decirlo de una manera. Porque aunque no miraba a la momia, tampoco se oponía a que esta la besara o le chupara los pechos.
Leyendo sus labios, la momia le decía que era una puta infiel, que por qué luchaba contra eso, si le gustaba.
Ella respondía que no era cierto, por lo que él sacó la mano húmeda de la entrepierna y le ordenó que la limpiara con la boca.
El sacerdote se mostró satisfecho por la obediencia y le dijo que por haber mentido, merecía un castigo. Para esas alturas, ella misma se dejó amarrar las manos por el cura.
Una vez lista, le obligó a hacerle una mamada. Fue entonces que Marisol paró la cinta.
Pensé que estaría triste o que ya había visto suficiente, pero noté algo de vergüenza en su mirada.
“Amor… ¿Podría… chupártela?” preguntó.
“¿Qué? ¿Por qué?” pregunté, sorprendido.
“Es que… siempre me dices que ella lo hace de una manera distinta… y quería ver… pues…”
“Pero no es que me guste más, Marisol.” Le expliqué, pensando que se sentía insegura. “Eres mi esposa y me encanta tu estilo. No necesito que imites a alguien más…”
Ella sonrió al desabrochar mi pantalón.
“¡Es una reacción natural! Sabes que Fiona es una mujer atractiva…”
“¡Cálmate, no te estoy reclamando!” me dijo ella, con ese brillo en los ojos que pone en las mañanas. “Me gusta probarla…”
Yo le sonreí. Pone una cara tan tierna.
“¡Está bien!” le respondí.
“¿Pero podríamos… tú sabes…?”
Señaló la cuerda…
“¡Marisol!” protesté.
No iba a amarrar a mi propia esposa. Ella solo sonrió.
“Es para probar… algo distinto.” Explicó.
“Marisol, siempre hacemos algo distinto…” protesté. “Incluso, estoy tentado de ir al psicólogo por las cosas distintas que hacemos.”
“No, amor. Tú estás bien…” dijo ella, besando mi mejilla. “Sé que no quieres lastimarme… pero la idea que te tengan obligada a hacer algo que te gusta… ¿Entiendes?”
Yo me reí. Ya no protesté más…
La até, pero ella dijo que quedaba muy suelta, que podía zafarse.
Confieso que era difícil. Sus muñecas son tan delicadas y no quería dejarla con moretones.
La até nuevamente, pero ella quería que la apretara más. Tuvimos que llegar a un acuerdo.
Ella hizo su puchero acostumbrado y nos besamos.
Iba a echar andar la película, cuando ella me pide que espere. Con amarrarla, me había bajado la erección.
Empezó a lamerla, como si fuera un chupete y cuando consideró que estaba lo suficientemente dura, me hizo la señal para que siguiera.
Y las 2 empezaron a chuparlas. Marisol tenía problemas con meterlo en su boca y succionarlo, porque sin manos, mi vara bailaba con mayor libertad.
En cambio, Fiona no tenía problemas. Por la manera que chupaba, no dejaba el glande fuera un solo instante.
Iba a ayudarla, porque necesitaba que me la chupara, pero Marisol me lo impidió. Tenía que hacerlo sola y fue un verdadero alivio sentir como la succionaba.
Había perdido mucho tiempo comparada con la grabación y Marisol se esforzaba salvajemente en compensarlo.
A ratos, se ahogaba, algo que no había visto en mucho tiempo. Pero no se rendía.
Tuve que parar la cinta, porque el pajero vejete se iba a correr, pero a mí me faltaba.
Motivaba a mi ruiseñor, pellizcando sus pezones no tan violentamente como la cinta y diciéndole lo bien que lo estaba haciendo, hasta que no podía aguantar más y que tenía que acabar en su boca.
Le afirme la cabeza y me corrí. Ella no soltó el glande por un momento y pude ver como sus mejillas se hinchaban con mi semen.
Trató de tragarlo de golpe, pero por primera vez en mucho tiempo se le escurría por la boca y bajaba por mi falo.
Sus ojitos estaban serenos y me limpiaba casi con cariño los restos. Eché a andar la cinta y ahí vimos como acababa el cura y azotaba a la vecina en las mejillas con su verga flácida, la cual obligaba a limpiar.
Ninguno de los 2 quisimos imitar el deplorable espectáculo, pero a esas alturas ya no sabíamos si odiar o no al vejete. Era un pervertido, pero sabía lo que hacía.
Entonces, la senté a mi lado y empecé a masturbar a mi esposa, como lo hacía el muy canalla con la vecina.
A diferencia del insensible sacerdote, yo besaba con amor los labios de mi mujer. Pero al igual que el pervertido, le agarraba los pechos y se los chupaba con deseo.
Cuando Fiona se corrió, nuevamente el sacerdote le obligó a que le limpiara su mano embarrada con jugos con la boca.
Pero a pesar de todo, le pedía que parara. Supongo que debía estar confundida: por una parte, su lujuria desencadenada. Por otra, su instinto maternal, resistiendo.
Él no la escuchó y se sacó la ropa, obligándola que lo montara sobre su larga vara. Paré la cinta otra vez.
Quería que lo imitara...
“Amor, ¿Te sientes bien?” pregunté, ubicando mi glande en las puertas de su abertura.
“Siento como si me fuera a caer…”
“¿Quieres que te desate?”
“No…” respondió, sonriente.
“¿Por qué? Debe ser incomodo…”
“Es mi lugar favorito en el mundo… Además, casi siempre te hago trabajar duro.”
“Pero me gusta que me toques con tus manos.” Le expliqué.
Ella estaba complicada. No quería decirme lo mucho que lo disfrutaba.
“Bueno… me siento más suelta e indefensa…”
“¿Suelta? ¿Acaso tienes restricciones?”
Ella se rió.
Empecé a moverla por la cintura, guiando sus movimientos. Pero a diferencia de la momia, que solamente veía los pechos de Fiona, yo miraba los ojos de Marisol.
“¡Anda, chúpame los pechos!” me dijo ella, para que imitara al pervertido enclenque.
Pero me acordaba de lo que sentí en faena…
“¡No, le está sacando leche!” exclamó Marisol, al darse cuenta de lo que hacía la momia.
También me sorprendió cuando lo vi en la oficina, por lo que empecé a chupar sus pechos, para que no se sintiera tan mal.
“¡No, amor!... ¡Detente!... ¡No me chupes así!”
La conozco y estaba excitada. No quiero creer que fue por ver a la momia, pero también sé que le causa placer botar leche y que yo me la tome.
En pocas palabras, quería sentirse mal, porque no quería ver a esa bestia chupando los pechos de la vecina y yo no la dejaba.
Y fue en esos momentos en que Fiona cambio su mirada afligida por una de placer y deseo por el viejo ese, que nosotros sentimos algo distinto.
Sinceramente, no me gusta someter a Marisol. La encuentro hermosa a su manera y soy feliz cuando tiene libertad para moverse y acariciarme como ella lo desee.
Pero en esos momentos, todo parecía trascender. Si pudiera describirlo en palabras, sentía como si le volviera a quitar la virginidad a mi esposa.
Era extraño. Cuando la tomaba por la cintura, no la forzaba, sino que le ayudaba a alcanzar el ritmo que tanto ella y yo disfrutamos.
Y la conexión entre nosotros era tan cerca. Los 2 sabíamos lo que buscábamos y cómo lo queríamos y ella me dejaba agradarla, por decirlo de una manera.
Mi ruiseñor parecía una diosa: sus ojitos verdes, brillosos, como si se fueran a poner a llorar; sus majestuosos pechos, bamboleando con los pezones paraditos y botando gotitas de leche.
Ella me miraba, sonreía y cerraba los ojos, tratando de aguantarse para venirse conmigo.
Ya no nos importaba el video. Éramos solamente nosotros…
Me corrí en ella como pocas veces me he corrido. Es decir, con la seguridad y satisfacción que lo ha disfrutado y que ese momento fue exclusivamente nuestro.
Su corazón latía acelerado y se acostó sobre mí, besándome y dándome las gracias.
No necesitaba hacerlo. Yo la amo también…
Pude ver la diferencia entre el cura y yo. Si hubiera estado en su lugar, con Fiona, la habría besado.
Ella lo besaba, mendigando su cariño, pero él no apreciaba la oportunidad que se le presentaba.
Sus besos no son como los de mi Marisol, que tienen ese gustito a limón que lo hace tan ricos.
Pero son tiernos y un vejestorio como ese no merece que lo bese.
Marisol, en cambio, estaba deseosa de que tomara su colita. No era como la sombra carente de voluntad que era Fiona.
Tuve que parar la cinta. Sabía bien que venía, pero quería disfrutar de mi esposa…
Lo hemos hecho tantas veces y me aprieta tanto. Es el que más me gusta, porque es su lugar más privado y ella me quiere tanto, que no duda en entregármelo y disfrutar con él.
Me aferró a su cintura, avanzando más y más por su estrecho intestino. Le lamo la espalda, porque sé que le gusta y ella tiene un par de orgasmos.
Da un gemido sensual, al sentir que mis manos avanzan entre sus piernas, para encargarse de su lindo botón rosado.
Creo que esa es mi forma de castigarla. La única forma que la castigo, al menos. Le rasco, le rasco, mientras trato de avanzar por su colita.
Le pido que me lo diga. Que me revele su secreto, para sacarme las dudas…
Pero ella no lo hace. Sabe que si guarda silencio, puedo seguir “castigándola” más y más tiempo…
Finalmente, cuando ya no aguanto más, le digo que la amo y le digo que lo siento, porque tengo que correrme.
A ella no le importa. Incluso lo desea y cada vez me dice que soy un tonto, que puedo correrme en ella cómo quiera, cuando quiera y donde quiera.
Nos besamos y desato sus manos. Le beso sus deditos, que están colorados y a ella le gusta, porque le muestro que la quiero.
Nos despegamos y echamos a andar el último intervalo de la grabación, el que sé que a Marisol le encantará.
Vemos el hinchado miembro ingresando por el estrecho agujero de Fiona. La momia claramente lo goza como nunca y entonces, se abre la puerta.
Lo que sigue lo vemos unas 5 veces, siempre muertos de la risa: la mirada pervertida del cura, mirando sonriente a la puerta y el cambio en sus hombros, al reconocer la figura de Kevin.
Se agarraba de las nalgas de Fiona, tratando de liberarse, pero no lo logra. Kevin se da cuenta que su esposa está amarrada y llega el manotazo que saca a la momia de su aprieto.
Kevin revisa a su mujer, cerciorándose que está bien, pero le llama la atención la soga en sus manos.
Ahí, sus hombros duplicaron su tamaño. La momia se trataba de vestir rápidamente, pero al ver los ojos de Kevin empezó a suplicar.
Pero yo entendía a mi vecino. Que abusaran del trasero de su esposa, de esa manera tan humillante…
Bueno, no puedo ser hipócrita. También le he puesto los cuernos, la he sodomizado e incluso he hecho tríos con ella…
Pero el cura era alguien de confianza…
Tal vez, debería considerarlo como una advertencia de mi futuro…
Pero le dio una feroz patada entre las piernas. Le dolió hasta el alma, porque había tomado la pastillita azul y por las botas de seguridad, con punta de acero que le había regalado yo a Kevin, puesto que las encontró tan llamativas y elegantes que me pidió un par.
Le alcanzó a dar unas 2 o 3 pateadas, cuando la momia logró escurrirse fuera de mi casa. Pero Kevin no había perdido su enfoque.
Volvió con Fiona y revisó como estaba. El reencuentro romántico que vi en la oficina y detuve la grabación.
Le expliqué a Marisol que le había avisado a Kevin cuando la momia entró en la casa y le había dicho que una alarma silenciosa se había disparado y que no podía encontrar a su esposa, pidiendo que viniera a buscarla.
Pero la noche siguiente, también la ate de las manos. Le pidió a Megan que se quedara unos días en su apartamento, porque tanto para Marisol como para mí fue algo especial y queríamos explorarlo.
No me rehusé para atarla, porque nuevamente fue como nuestras primeras veces y ella disfrutaba con que la guiara.
Pero para mí, sigue siendo extraño todo esto. Es la que amo y me encantan sus rarezas, pero no quiero que se lastime...


Post siguiente

0 comentarios - Siete por siete (18): Justicia Divina