Pincelada de iniciación al sexo desenfrenado

Era una noche fría, el vestido que le había prometido, se pegaba a cada tramo de su piel, sabía que si decidía llevar a cabo su plan sería conveniente que él tuviera alta la calefacción.

También le había prometido ir sin ropa interior, todavía su cabeza daba vueltas, ella no entendía porque había aceptado, ni siquiera le conocía, solo le había visto borracho una vez en un bar . Además tampoco era guapo aunque si lo suficientemente atractivo como para que las conversaciones mantenidas por teléfono hubieran ido subiendo de tono.

Necesitaba un cigarro, sabía que tendría que tomar una carretera convencional para ir a su estudio asique si seguía hacia allí sin parar le tocaría estar toda la noche sin tabaco. Paró en una de esas tabernas irlandesas que abren en Madrid todos los días, pero le frenó en seco la idea de saber que llevaba un vestido de verano corto, entallado, sin medias y sin ropa interior en pleno invierno.

Pero las ganas, como siempre en su caso, fueron más fuertes y mientras compraba tabaco se dió cuenta de que todas las miradas recaían sobre ella, solo esa idea ya hizo que se le pusieran los pezones duros, así que decidió salir lo antes posible de allí, una mezcla de vergüenza y excitación aseguraban que la noche sería intensa.

Encendió un cigarro y miró el reloj del coche. Era la una menos diez y llegaba tarde. Aunque le daba igual, iba a casa de un desconocido y no tenía que mantener ninguna idea preestablecida, podía hacer lo que quisiera.

Ella quería estar a la altura de las conversaciones mantenidas, había decidido ir a su estudio en un momento de extrema excitación y ahora su determinación se truncaba. Pero la sola mirada a su bajo vientre completamente libre enmarcado por el precioso vestido blanco la convencía, soltó una mano del volante y hurgó en el recoveco de su pubis y lo descubrió completamente mojado.


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Cuando por fin llegó, él la esperaba en la calle, pues necesitaba su ayuda para llegar hasta el estudio. Estaba bastante mejor que como lo recordaba, sabía que era pintor, se lo había contado el único día que se encontraron en el bar de Malasaña y además, ella había indagado por la red y había descubierto que era alguien bastante importante en el mundo de la pintura. Cuando subieron ella quiso ir al baño, le había parecido incluso guapo, los ojos castaños y felinos que la recibieron, le encantaban y quería arreglarse el vestido para ver como la felinidad de sus ojos cobraba vida.

Una cosa le excitaba sobremanera, según le había visto antes en el portal, él le había preguntado cual era su edad, ella tenía 24 años y su querido y desconocido pintor tenía 42.

Cuando se acercó a él, una copa de gin tonic la esperaba (él se lo había prometido por teléfono) y él esperaba recostado en el tatami que se encontraba en medio del estudio. La sonrisa maliciosa y el asentimiento del pintor hicieron que ella se estremeciera y deseara poseerle con toda la furia de la que se sentía presa en ese momento. Ella sabía que él lo deseaba. Pero antes quería conocerle, hablar un poco, excitarse más. Mientras él recorría descaradamente su cuerpo con la mirada bebieron y se contaron cosas mutuamente. Él hablaba de sus pinturas aunque varias veces perdía la noción mirándola y ella intentaba conocerle, y le preguntaba siempre coqueta, con el batido de pestañas que siempre le había funcionado.

La excitación iba en aumento los pezones rasgaban la tela de su vestido y ella aprovechó para arremangárselo un poco. Él se lanzó a su boca y ella le frenó. El pintor puso una cara extraña, entonces ella empezó a jugar con él, su vestido ceñido era todo lo que los separaba y decidió subirlo más, donde empieza la cadera. Así quedó a su lado recostada en el tatami y enseñándole el triángulo blanco e inmaculado, donde todo acaba.


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Ella intuyó como el pantalón de lino cedía el paso a un bulto enorme, la sonrisa y los ojos del pintor se clavaban intensamente en el pubis de ella, libre y semi-descubierto por el vestido. No podía acercar su mano, pues ella había aceptado ir sin ropa interior si él prometía no tocarla hasta que ella dijera. Pero no pudo resistirlo y acercó temblorosa su mano hasta su pubis pero ella una vez más le frenó.

El pintor la miró ardientemente divertido y ella aprovechó para tomar la copa que había dejado al ras de la cama y que la obligaba a ponerse a cuatro patas. El pintor la maldijo con sorna y deseo poseerla frenéticamente asiendo su culo contra su cadera pero recordó la promesa y además no quería bajo ningún concepto que ella se fuera.

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Cuando ella regresó a su lado contempló la cara desencajada por la pasión del pintor y el bulto, que ya levemente cubría su fino pantalón, temblando. Él, que ya no podía más, sujetó sus piernas y se las abrió introduciendo su mano bruscamente en el interior de su pubis, lo que hizo que perdiera la cabeza, pues estaba completamente mojado. El siguió masturbándola mientras ella desbocada gemía. Sus manos recogían su pelvis que ascendía de arriba abajo y que dejaban ver la delgadez de unos muslos bien contorneados.

Ella deseó que en ese momento hubiera más gente en la habitación, viendo como era libre, como su cuerpo rezaba una oración de sexo y pedía a algún dios eterno que le diera la oportunidad y la valentía de hacer, algún día, un trío o un cuarteto.


sexo


Completamente perdida en las manos del pintor y extasiada apartó sus manos de su pubis, introduciéndose sus propios dedos y terminando en un gemido de placer. El pintor que ya cogía su miembro zarandeándolo de arriba a bajo se había quitado el pantalón y bajado los slips. Ella de una zancada se subió en su miembro mientras él, presa ya casi del éxtasis, le bajó por arriba el vestido dejando al descubierto dos bellos y redondos pechos más intensos y grandes de lo que le había parecido percibir a simple vista y comenzó a recorrerlos y a succionarlos fuertemente con la boca. Ella subía y bajaba apretando la vagina contra su miembro, incesantemente. Cuando ya no pudo más, ella gimió tan fuerte, que él lanzando un poderoso gruñido terminó inundando su cuerpo.


Culo


Ella quiso agradecerle los éxtasis y se quitó lentamente y lamió el semen que quedaba alrededor del miembro situándola a ella entre sus piernas.

Acto seguido, ella se sintió avergonzada, aunque se sentía más libre que nunca, se odió por tener pareja desde hace años y recurrir a lo más bajo de sus instintos con alguien que ni siquiera le gustaba. Sabía que no querría volver a verle, que quería a su novio por encima de cualquier cosa. Pero también que había disfrutado como nunca y que solo pensar en el pintor o en cualquier otro cabalgando con ella mojaba lo más intimo de su ser.

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