Seis por ocho (103): Los ciclos de la historia




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Compendio I


Marisol me ha estado interrogando todo el día sobre qué fue lo que pasó esa tarde. Hemos hecho el amor varias veces, me ha dado felaciones y le he dado por la cola bastante.
Sin embargo, no he querido contarle hasta ahora, porque también quiero aprovechar de ser papá y vivir el momento con mi esposa. La vida del minero es difícil y entiendo mucho mejor por qué son tan “lachos” de tener una novia en faena.
Pasas una o 2 semanas seguidas en la mina, haciendo un trabajo pesado y exigente, en un ambiente lleno de testosterona y el único escape que te queda es el sexo con mujeres, pero para mí, que estoy felizmente casado, me puedo aguantar hasta ver a Marisol y disminuyo la tensión, escribiendo esto.
Es por eso que Hannah “Cargo shorts” me considera extraño. Yo no tengo la necesidad de salir al bar por la noche y luego de cenar, simplemente vuelvo a mi habitación, para escribir en mi bitácora.
Cada día, su curiosidad va creciendo más y más, ya que voy redactando en mis ratos libres y aunque no lo confiese con sus palabras, sé que le estoy empezando a gustar, pero dejaré los detalles para el final.
Lo que le interesa saber a Marisol es cómo lo hice, porque ella sabía que me traía algo entre manos y aunque ha sido novia de un ingeniero por más tiempo, estaba segura de que me tenía atrapado, cuando escondió el controlador de su huevito.
Ella empezó a sospechar cuando le dije que en las invitaciones para las que fueron mis novias, escribiera un comentario aparte, pidiéndoles que usaran el huevito vaginal que les regalé, a modo de despedida. Que sería una especie de símbolo que, aunque no estuviéramos juntos, siempre estaría acompañándolas.
Como les digo, eso le hizo sospechar y no me sorprendió cuando en la víspera de nuestra boda me contara que “el control remoto del huevito misteriosamente se extravió”. Incluso, se ríe al confesar que le había sacado hasta las baterías, para dejarme completamente atrapado.
Pero yo ya tenía mis recursos preparados desde antes…
Tengo que contar, eso sí, que un poco después que Amelia dejara la habitación y cuando terminé de vestirme, me encontré con Lucia en la puerta.
Había sido muy gentil al aceptar nuestra invitación. De hecho, cuando Pamela le contó, luego de nuestra despedida de soltero, que Marisol tenía planeado arrendar un vestido de novia, Lucia le respondió que
“¡Ninguna sobrina mía se va a casar con un vestido arrendado!”
Les digo: Marisol es una chica sencilla y practica. Sé que hay muchas mujeres que le dan énfasis al vestido perfecto, pero no era el caso de mi ruiseñor.
A ella no le importaba ser el centro de la atención. Solamente, le entusiasmaba la idea que sería yo quien la llevaría al altar.
Por eso, cuando Lucia la llevó a ver vestidos, ella se conformó con un conjunto sencillo: un traje blanco, que resaltaba su figura, con una falda de largo normal y un velo.
Como Lucia trabaja en el mundo de la moda, le pareció atroz, pero Marisol la miró con tal pasividad, que no dudo en complacerla.
“¡Pero niña!… ¡Es tu día especial!... ¡Debe haber algo más que quieras, para recordarlo!...” le decía su tía.
Fue entonces que empezó a revisar otros trajes y pensó en Amelia, como madrina. No me extraña cuando me dice que a Lucia se le cayó la cara de sorpresa. El vestido de Amelia era muchísimo más elaborado que el que ella misma ocupaba, pero mi ruiseñor es así.
Cuando crecían, Amelia soñaba con vestirse de princesa alguna vez, pero su padre era un tacaño incorregible y aunque parecía un traje de novia, para Marisol era especial, porque en el fondo, Amelia también se estaba casando conmigo... imaginariamente, al menos.
Es raro escuchar a mi ruiseñor contarme eso con una mirada envuelta en lágrimas. Aunque yo sabía muchas cosas de ellas, siempre quedaba algo que simplemente, me pasaba por alto, ya que no soy un escritor omnisciente y si bien, Amelia me lo había aclarado, yo seguía creyendo que una vez casados y fuera del país, la situación se arreglaría.
Como sea, Lucia me encontró cuando salí de mi habitación y me pidió disculpas. Ella sabe que su hija ya no es la misma que echó de su hogar y se siente muy contenta, porque la quiere genuinamente.
Desde que Pamela volvió de España, siempre hubo un cierto distanciamiento, a causa de los abusos de Diego. No sé si incluso ahora se lo ha confesado, porque Pamela es bien valiente y tiende a callarse esas cosas, pero Lucia me decía que cuando ella intentaba acercarse, Pamela le daba evasivas.
Pero ahora había cambiado. Pamela la abrazaba, le decía que la quería e incluso la acariciaba y si bien era cierto que no me perdonaba el hecho que la hubiésemos engañado, Lucia sabía que era un hombre centrado y recto y que Marisol había tenido mucha suerte a encontrarme.
Le tomé la mano, acaricie su mejilla y le sequé la lágrima, asegurándole que no habían rencores, pero le pedí 2 cosas: que cuidara de Pamela y la segunda, que hablara con su hermana.
Al decir eso, fue como si le cayera un rayo encima, pero la tranquilicé. Le conté que me había enterado de algo más, algo que Pamela debía saberlo, pero que era necesario que lo hablara con Verónica antes, porque era un asunto demasiado personal como para que yo lo estuviera revelando.
A partir de entonces, me miró de una manera distinta. No sabría describir exactamente qué pasó, pero había una chispa en sus ojos, que francamente, nunca he visto antes.
Ella me besó en la mejilla, aprovechando de aspirar mi perfume y pude notar, por la manera de enterrar sus senos en mi cuerpo, su agitada respiración y su ligero temblor, que estuvo luchando contra sus impulsos de agarrarme a besos.
Me preguntó si después que nos casáramos y estuviéramos viviendo en el extranjero, si me molestaría recibirla a ella y Pamela de visita, ya que habían algunas cosas que le gustaría bastante haber conversado conmigo…
Yo notaba el contexto de esa petición, y aunque pajarote aceptaba de inmediato, mi cabeza elocuentemente le respondió que lo pensaría, ya que aun no sabía donde viviríamos y si podríamos recibir visitas.
A ella le entristeció la respuesta, pero se conformó. Me dijo que después de todo, seguía siendo todo un caballero, lo que me hizo sonreír.
Sobre la lista de invitados, debo decir que es solamente crédito de Marisol. Podíamos hacer una ceremonia grande, con cientos de invitados, pero yo solamente me conformaba con mi familia.
Tenía pensado invitar a mis padres y la familia cercana de Marisol, pero ella quería a más personas.
Así fue como aparecieron mi hermano, su esposa y mi sobrino; mi hermana, su marido y mis otros 2 sobrinos y bueno… curiosamente, una buena parte de las personas que han aparecido dentro de esta bitácora.
Estaban Lucia y Pamela, Sonia y Elena, Mario e Isidora, Verónica, Violeta, Ricardo, Amelia, mis padres y las amigas de la universidad de Marisol.
“Oye, amigo, ¿Cómo que nunca has hablado de las amigas de Marisol?” podrían preguntarse. Pues, ellas eran algo toscas: gorditas y de carácter fuerte. Puede que les extrañe que las discrimine, pero salvo el gordito de finanzas (a quien también invité a la ceremonia), tiendo a asociar la obesidad con la pereza.
Además eran vanidosas y algo traidoras, coqueteándome cuando Marisol me dejaba a solas con ellas.
Pero bueno, también invitamos algunos de mis compañeros de oficina y a mi profesor de Magister (para nivelar el número de invitadas) y yo contribuí con 2 muchachos, que hasta la fecha, Marisol no sabe quiénes eran y que son esenciales para comprender lo que ocurrió esa tarde.
Si recuerdan algunos relatos atrás, los mencioné cuando mi profesor guía me habló del interés de la junta de mi carrera por mi trabajo de titulación.
Mi profesor guía es un tipo canoso, delgado, bien alto, de unos 60 años. Vive con una permanente crisis de los 40 y sus rasgos son árabes: nariz larga, piel bronceada, pero un ego enorme, que le hace tener algo de éxito con las mujeres.
En mi carrera es menospreciado, pero en Informática, es venerado casi como una eminencia y le gusta esa sensación.
Probablemente, se puso a presumir más de la cuenta y terminó hablando de mí, frente a sus estudiantes.
Notaba que eran 2 chicos aplicados. Estaban buscando una musa inspiradora para su trabajo de titulación y estaban pensando diseñar un software, con el que pudieran activar de forma remota las detonaciones en una mina.
Luego de hablar con ellos, les dije que era una idea poco práctica, puesto que las detonaciones ya se desarrollan de forma remota y se necesita un tipo que presione el detonador. No es necesario hacerlo por computadora, dado que la intensidad de la señal disminuye considerablemente entre las cavidades, sin mencionar que generaría un costo adicional innecesario, para iluminar la red interna hasta el punto de detonación.
Los muchachos se desanimaron, pero les propuse otra idea: generar un software, capaz de activar un portón automático, un televisor o una radio, de forma remota. No había pensado en la sorpresa que tenía para el casamiento cuando se los sugerí, pero imagino que ya ven para donde terminó girando mi idea…
Hicieron su investigación al respecto, pero se dieron cuenta que eso también existía. Pero la idea les había cautivado y estaban pensando en cargarla en un teléfono inalámbrico, a modo de aplicación.
En las primeras semanas de diciembre, lograron cocinar los algoritmos para el programa y me enviaron la primera versión, para que yo la evaluara. Uno necesitaba conocer algunos parámetros de funcionamiento de la maquina a activar, pero cuando lo probé con el huevo de Marisol, les sugerí otra mejora al programa: implementarle un cronometro.
Le hicieron los ajustes sugeridos y para vísperas de navidad, me enviaron la versión beta mejorada. A partir de ese día, el control remoto quedó obsoleto…
Marisol se ríe, porque ese secreto lo mantuve con 7 llaves, hasta hoy. Como sea, llegó el momento que tanto esperábamos…
Por mera casualidad (o tal vez, por costumbre), montaron el altar en el mismo lugar donde estaba la mesa de la familia de Marisol para la fiesta de aniversario. De hecho, Marisol estaría parada a centímetros del mismo lugar donde la vi correrse en esa ocasión, gracias a mi gran error y ella también se ríe cuando lo recuerda, porque a veces, la historia es cíclica…
Recuerdo que mamá lloraba, mientras que papá trataba de consolarla y mi hermana me hacía morisquetas, para que no me sintiera tan tenso, cosa que no sentía, en parte por lo que Amelia había hecho un par de minutos antes y porque deseaba dar ese paso con mi amada esposa.
Veía a Pamela sonreírme, con algo de tristeza. Se había sentado con su madre, que le trataba de subir los ánimos. También vi a Mario, sonriendo con Isidora, pensando que probablemente, nos imitarían en un poco tiempo más.
Sonia y Elena cuchicheaban y me miraban. Me sonreían, pero con más alegría. Para ellas, no les entristecía ver cómo me casaba.
Entonces, vimos aparecer a Violeta, que empezó a esparcir las rosas por el pasillo. Divisé a mi lindo ruiseñor, con el velo en la cara.
Me sonreía, muy contenta, mientras que Verónica le tomaba del brazo, para entregármela. Detrás de su madre y su hermana, avanzaba la madrina, llevando el ramo de flores.
Verónica me cedió a su hija con dulzura y regresó a la primera fila, tomando a Violeta en brazo. Su mirada era serena, porque sabía que la cuidaría bien.
Amelia, por su parte, le cedió el ramo a Marisol, me sonrió y se colocó frente a mi hermano, quien fue mi padrino…
Y aquí esta Marisol… esperándome, muy sería, a que empiece a redactar sobre esa ceremonia…
No le hace gracia cuando le digo que la quiero narrar en un próximo capítulo, porque la he tenido en ascuas toda la tarde, pero le pido que me bese y me deje comerle un poco los pechos, para tomar algo de inspiración.
Ella se niega, porque dice que la leche es para las pequeñas, pero yo le pido una pequeña chupada. Ella se cubre la cara de vergüenza, al leer lo que escribo, pero le digo que nadie nos puede ver.
Ella suspira, me mira con sus ojitos verdes, me sonríe y me besa, riéndose de los nervios, pero pidiéndome que no me la beba toda, porque las pequeñas son hambrientas.
Yo le acaricio el lunar, la beso nuevamente y le agradezco, porque ella me quiere tanto que está dispuesta a complacerme…
Ella pesca un cojín y me golpea con él, diciéndome que pare de molestarla, riéndose como una niña…
Le pido que se acomode en mi pecho, para sentir el aroma de sus cabellos, y volver a inspirarme…
La ceremonia empezó a las 6 y media. El discurso del sacerdote no fue tan bueno. Se fue por las interpretaciones de la iglesia, sobre la unión entre un hombre y la mujer y cuando llegó a la parte de la santidad de la ceremonia, se sintió el ruidito característico…
Pensaron que se trataba de un celular y muchos de los invitados se volvieron para buscarlo. El ruido fue tan intenso, que el mismo sacerdote detuvo el discurso…
Miré a Amelia y se mordía los labios, cerrando los ojos, suspirando. Luego vi a Verónica, a quien le pasaba algo similar, mientras Ricardo la contemplaba bien preocupado…
Me asusté al ver a Pamela. Ella lo supo al verme a los ojos y aunque lo estaba disfrutando, me miraba muy enojada… mientras que su madre buscaba en la cartera la fuente del zumbido.
Solamente Sonia parecía sonreírme, sin mostrar muchos cambios. No me sorprende, porque debe ser la que ha estado más acostumbrada a ese huevo.
Luego de unos 20 segundos, la mayoría de los invitados paró de buscar su teléfono y prosiguieron pendiente de nosotros.
Sin embargo, sentí la mano de Marisol y al ver su sonrisa, supe que mi “última travesura” nuevamente, me había estallado en la cara…
Ahora, ella se voltea y me dice que no me guarda rencor. Dice que se lo esperaba, pero ella está tan acostumbrada de usar ese huevo cuando está nerviosa, que esa vez no fue la excepción.
Me besa y me dice que no me preocupe, que ella sabe que quería darle una despedida a las demás y que en el fondo, fue excitante revivir lo de la ceremonia de aniversario…
Sin embargo, en esos momentos, yo me empecé a preocupar. La primera señal se activaba a las 6:35, haciendo que el vibrador funcionara a intensidad media, pero a las 6:37 se activaba la segunda, haciendo que vibrara hasta las 6:40 en intensidad máxima.
Le pedí al sacerdote que prosiguiera, sin importarle el ruido. Miré a mi novia y le dije con los ojos que se aguantara, porque luego se pondría peor…
A Marisol le está excitando leer esto. Lo notó por su respiración y me dice que no es cierto, que no lo escriba, mientras me empieza a masturbar. Me besa y me pide que no siga narrando lo que estamos haciendo.
Le da vergüenza y me empieza a chupar. Confieso que no la entiendo. Le encanta tener sexo al aire libre, pero al momento que narro nuestra intimidad, se pone vergonzosa. Lo hace muy bien y como sabe que sigo escribiendo de ella, se detiene a veces y me dice “¡Malo!”, como si fuera una niña pequeña…
Finalmente, transcurren los 2 minutos y Marisol me toma la mano. Sentimos claramente el suave gemido de Amelia detrás de nosotros y notamos que algunos invitados comienzan a cuchichear.
La frecuencia de los aparatos se incrementa, pero Marisol se mantiene estoica. Finalmente, llega el sacerdote a la parte donde le debo pasar el anillo.
Cuando me volteo para ver a mi hermano, diviso a Verónica, tratando de contenerse. Pensé en esos momentos si acaso se habría arrepentido que su deseo se estaba haciendo realidad...
Luego vi a Pamela, arqueándose completamente en su silla, arrebatada de placer, mientras que su madre miraba a todos lados, sin saber que le ocurría…
Por último, vi a Sonia, con los ojos cerrados, lamiéndose los labios para no empezar a gemir. Elena se había dado cuenta y me mira, casi a punto de la risa, sin saber qué hacer.
Confieso que repetí con hipocresía las partes donde el sacerdote me dice que “prometo amarla solamente a ella”, por razones obvias, pero el resto lo hice con seriedad.
Traté de extenderme lo más que puedo mientras le digo mis votos, ya que sé que se está aguantando y no quiero que la escuchen, mientras está así.
Le juro que voy a amarla, cuidarla, protegerla, alimentarla, velar por su salud, por su bienestar, por el bienestar de nuestros hijos y resguardarla con todas mis fuerzas, por el resto de lo que quede de mi vida, pero no es suficiente… aun no avanza el reloj.
Pero mi esfuerzo no ha sido en vano, porque el reloj de la pared marca las 6:40 y significa que solo quedan algunos segundos para que el inalámbrico en mi pecho mande la señal de “Stop”.
Amelia está inmovilizada por la vibración, al punto que su hermana debe avisarle que debe entregarle el anillo. Los invitados se ríen, pensando que está paralizada y llorando de los nervios.
Luego de correrme en los labios de mi bella esposa, le preguntó si acaso recuerda cómo se veía su hermana cuando le pasó el anillo. Me cuenta que le avisó con los ojos que también se estaba aguantando, pero que lo disfrutaba e incluso, se rieron, al verse atrapadas por mi travesura.
Me golpea suavemente en la barriga, pidiéndome que no escriba eso tampoco, pero la acaricio y le aseguro que todo está bien.
Se apoya en mi pecho agitado, me mira a los ojos, se ríe y me dice que pare, porque realmente le molesta que lo haga y decido complacerla. Se ha esforzado mucho y toma mi palabra al leer que no contaré nada más de lo que está ocurriendo.
Se ríe y me dice “¡Tonto!”, igual divertida con que juegue con ella, mientras prosigo con la historia…
Y notó que mi ruiseñor no está respirando agitada ni llorando por la emoción, sino porque está a punto de correrse y de hecho, cuando se detiene el ruido, no pasan 2 segundos cuando lo hace, al igual que su hermana.
Pensaron que le dio un mareo, pero mis agiles reflejos me hicieron sujetarla. La reviso y me dice “¡Tonto!”, con los ojos, riéndose de mi travesura.
La cara de Amelia se ve bien relajada y abre su boquita, mostrándome su satisfacción.
De hecho, todas ellas están más que bien. Marisol está radiante. El sacerdote se preocupa, pero le responde que le ha dado un mareo.
Proseguimos con la ceremonia y ella también lee sus votos de amarme, quererme y hacerme compañía, en todo momento y en todo lugar.
Finalmente, el sacerdote nos declara marido y mujer y la besó.
Luego vienen las felicitaciones. Todos concuerdan que Marisol luce bellísima y serena, como si fuera un ángel y ni mi familia ni los invitados parecen haberse dado cuenta de lo ocurrido.
Sin embargo, hubo 4 abrazos efusivos y extremadamente cariñosos, susurrándome las gracias, lo rico que se sintió, lo enojada que estaba y lo divertida que fue la ceremonia, respectivamente. A modo de tarea, les dejo a ustedes adivinar quién dijo qué…
Pero notó en la cara de Lucia, segundos antes de felicitarme, los mismos ojos que su hermana puso en esa ceremonia de aniversario y tras sentir su particularmente cálido y extenso abrazo, me hace sospechar que la historia, nuevamente, se volverá a repetir…
Durante la cena, hago un brindis, agradeciendo la participación de todos en esa ceremonia. Encubierto, mando un mensaje a mis antiguas novias…
“Yo sé que estar aquí, casado con Marisol, no ha sido fácil. Como ustedes saben, he tenido que cambiar drásticamente mi estilo de vida, cambiando de ambiente en estos últimos meses y seguramente, esforzándome más de la cuenta. He vivido experiencias agradables y otras no tanto, pero en el fondo, me he sentido amado y apoyado. He tratado de ser tu mejor “amante” y complacerte en todos tus deseos… pero no puedo mentirte en que muchas veces, tuve mis momentos de duda. Cuando te conocí, pensé que la felicidad absoluta la encontraría solamente contigo, pero una de las riquezas que tiene mi esposa, es su gran corazón y generosidad, con la cual me he abierto a experiencias que nunca me habría atrevido a explorar. De no ser por su insistencia, no habría conocido ni la generosidad de mi suegra, ni la madurez de mi cuñada… así tampoco habría conocido la sensibilidad tras la dureza… en la vida del minero… ni mucho menos, habría valorado la amistad y lealtad de los que me rodean. Yo sé que no es fácil verme acá… mamá me mira y se pone a llorar, sabiendo que me voy lejos de su lado… pero yo le aseguro que mi amor… por ella, no ha muerto… y seguirá esperando, hasta el día que volvamos a vernos. ¡Salud!”
Al ver sus caras acongojadas, sé que me han entendido y me sonríen. Luego llega el momento del vals de los novios y me doy cuenta de la tristeza que embarga mi corazón: veo a Verónica, sonreírme una última vez, mientras Ricardo la toma de la mano, sabiendo bien a dónde se la llevara; veo a Amelia, conversando con los muchachos informáticos, riéndose, sin preocuparse de nosotros; diviso a Pamela, conversando con su madre e incluso Sonia la veo conversando con mi profesor guía.
Por primera vez, en meses, me siento ignorado…
Marisol lo nota, por la manera que la abrazo y me pregunta
“¿Eres feliz?”
Estoy llorando, dolido en el corazón, pero la miro a los ojos y le miento.
“Contigo… siempre.”
Ella también llora. Sabe que tampoco será parte de sus vidas...
Nos retiramos del local cerca de la medianoche. Debíamos embarcarnos a eso de las 5 de la mañana.
Cuando llegamos al aeropuerto, aun de noche, le preguntó a Marisol.
“¿Estás segura?”
Ella me sonríe y me mira con sus tiernos ojos verdes. Es tarde para arrepentirnos, pero igual no considero mal en preguntar.
“Si, lo estoy… porque tengo mucha curiosidad de donde será…” me responde, sonriéndome con tristeza.
“Pero Tokio, la “Toudai”…” le recuerdo yo.
Ella me mira con sus tiernos ojos verdes.
“Mi querido Marco… ¡Yo ya te tengo a ti!…” me responde, más alegre, besándome.
Supongo que ella es así. Su sueño de estar juntos ya se ha cumplido…
Llegamos al terminal y no niego que nos sorprendió verlas esperándonos. Nos fuimos antes que terminara la fiesta, pero ellas ya estaban ahí, hermosas, como siempre.
“¡Mamá me dejó quedarme en casa de mi tía, por unos días!” fue lo primero que me dijo Pamela.
“¡Y no tienen que preocuparse!” dijo Amelia, como si leyera mis pensamientos. “Mamá se quedó cuidando a Violeta…”
“¡Eres mi mejor amigo, Marco!... y no puedo dejar que te vayas así…” me dijo Sonia, rompiendo en llanto.
Marisol también lloraba. Todos llorábamos…
“¡Las extrañaremos mucho!” les dijo, abrazándolas.
“¡Nosotras también!” le respondieron.
“¡Marco!... gracias… y no olvides que te amo…” me dijo Pamela, besándome tiernamente en los labios.
“¡Marco!... cuida a mi hermana… y recuerda que siempre extrañaré a mi novio…” me dijo Amelia, imitando a su prima.
“Bueno… supongo que soy una descarada, al hacerlo frente a tu esposa… pero Marco, ¡Te extrañaré!” me besó finalmente Sonia.
Marisol me pellizco el codo.
“¡Marco, debes despedirte de tus novias!” me ordenó mi esposa.
Sonia le sonrió, pero Pamela y Amelia se miraron confundidas.
Besé a Pamela, palpando el contorno de su lengua y aspirando su aroma. Ella se resistió, sorprendida, pero a medida que mis manos recorrían su cuerpo, acariciándola con suavidad, se fue entregando poco a poco. Me fue saboreando, disfrutando cada momento y me quería en ella, una vez más. Lo noté por su suspiro en mi oído, al final de mi beso. Nuevamente, le había mostrado magia...
Cuando tomé a mi tierna niña, también se sorprendió. No sabía que pasaba, pero ella se dejo llevar. Mis manos recorrían su cintura y la aferraban a mi cuerpo. Ella me abrazaba, quería que sintiera una vez más sus pechos, pero no podía. Cuando terminé, estaba mansa, serena, tranquila… en paz.
Con Sonia, pues, fue distinto. No era la primera vez para ella y quería disfrutarlo. Su lengua fue invasiva y sus manos, seductoras, aprovecharon de acariciarme una vez más. Su saliva, espesa y lujuriosa, hacia que recordara nuestras vivencias en la mina y para cuando terminamos de besarnos, fue como si un huracán hubiera acabado conmigo.
Los pasajeros y el personal de vuelo que nos vieron quedaron más que sorprendidos con la despedida. Sobre todo, cuando le tomaba la mano a Marisol y ella se apoyaba, cariñosamente en mi hombro.
Es un vuelo larguísimo, así que fuimos durmiendo una buena parte. Pero cuando Marisol despertó, me pidió que le leyera el regalo que les había dejado a ellas.
Luego de más de 15 horas de vuelo, termine de leérselo y ella me preguntó si había cambiado de parecer, si acaso seguía sintiéndome capaz de entregarme sólo a ella.
Le confesé que tenía mis dudas, pero que eso ya no importaba, porque eso había quedado en el pasado…
Sin embargo, luego de bajar el avión y estirar un poco las piernas, me di cuenta que los humanos vemos poco más allá de nuestra nariz y que alguien, más allá del planeta, definitivamente nos debe estar vigilando.
Yo lo sé bien, porque es la única explicación que tengo para que una pelirroja de unos 38 años se me abalanzara corriendo, en pleno terminal de Sydney, entre más de 1500 personas, para que me dijera.
“I finally found you!” (¡Finalmente, te encontré!)


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1 comentario - Seis por ocho (103): Los ciclos de la historia

Ace_young8 +1
Ok... Parece que se acerca el final
Que buen relato, muu entretenido
metalchono
sip, ya casi tomamos la recta final. gracias por comentar.