Seis por ocho (36): Todo sobre Amelia




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Compendio I


La mañana siguiente, pensé que el que desposara a Amelia sería un hombre muy afortunado.

Nos habíamos acostado en ropa interior, ya que como Verónica se había acostado en su cama, no pudo sacar su pijama.

Seis por ocho (36): Todo sobre Amelia

Su cara de niña tierna, que te provoca abrazarla, contrastaba mucho con su desarrollado cuerpo.
Aproveché de acariciar sus tremendos pechos suavemente, para no despertarla. Lejos de incomodarse, se veía muy agradada por mis caricias, por lo que decidí seguir explorando a través de su suave piel.

Acaricié su hermoso y duro trasero, deslizando un dedo a través de la hendidura, lo que la hizo sobresaltarse levemente, por lo que moví mi mano para acariciar su peluda conchita, aprovechando de meter un par de dedos a su caliente cueva.

Por su cara y sus movimientos, estaba disfrutando su intrusión, pero el tiempo estaba en nuestra contra y la alarma de mi teléfono se activó

“¡Buenos días, Amelia!” le dije besando sus suaves labios.

“¡Marco!” exclamó sorprendida al verme “¿Dónde estoy?”

“En la pieza de tu hermana. ¿No lo recuerdas?”

Ella enrojeció.

“Pensé… que había sido un sueño.” Dijo, besándome tiernamente.”¿Podríamos… ahora?... aprovechando, que estamos juntos… ¡Por favor!”

Me suplicaba como niña. Era tan tierna.

“¡Está bien!” le dije, tomando un preservativo.

“Pero… ¿Podríamos hacerlo… sin él?... me gustaría sentirte… más cerca… tú sabes…”

La miré a sus lindos hermosos ojos verdes.

“¡A mí también me gustaría hacerlo sin él, pero me preocupas demasiado para que no lo use!”

“¿Yo… te preocupo?” dijo ella, llevándose una mano al pecho.

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“Sí. Hacer esto es muy rico, pero si te embarazas…”

“¿Yo… embarazada… con un hijo tuyo?...” ella enrojeció como un tomate “bueno… a mí… no me molestaría tanto…”

Ella estaba muy enamorada (al igual que su hermana), pero alguien tenía que usar la cabeza (la pensadora, me refiero) por los dos.

“¿Y qué sería de tu educación? ¿Qué pensaría tu hermana? ¿Tendrías que crecer y volverte mamá?” le dije, con una mirada de tristeza.

“¡Está bien!...” dijo ella, algo resignada. “Pero me gustaría aunque fuera una vez sentir tu pene dentro de mí.”

Esa misma tarde cumpliría su deseo, pero no es bueno adelantar el relato…

Pueden pensar “¡Oye, amigo! ¡Eres un hipócrita! ¡Cuando te acuestas con Verónica, ni te acuerdas del condón!”. Cierto, pero confío en que ella se tome la pastilla con regularidad.

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“¡Es…grande!” me dice ella, a medida que la voy insertando.

“¡No es tanto!” le dije yo.

Eran sus primeras veces y realmente, no me creo demasiado dotado. Lo que sí reconozco es que es gruesa.

“¡Se siente… muy rico!” me decía ella, a medida que empezaba a bombearla.

“Es porque… te quiero…” le dije, aunque la sombra de Toño volvía a posarse en mi mente.

¿Qué sentiría Amelia por él? ¿Aun lo seguiría queriendo?

Me besaba, al ver mi mirada extraviada.

“¡Mi corazón… late muy fuerte!... puedo sentirlo”

Me enterraba en sus blancos pechos, para que lo escuchara. No oía mucho, pero aprovechaba de succionar sus pezones como un bebe.

“¡Oye!” me decía ella, regañándome con dulzura “¡No hagas eso!”

“¡Es que son muy bonitos y tienen buen sabor!”

“¿Tú también… lo crees?” dijo un poco avergonzada

Ese “también” me llenó de inseguridades. Pensé que el desgraciado de Toño también los había probado, pero ella se refería a que también los podía chupar.

“¡Ay!... ¡estás… violento!...” me dijo ella, respirando agitada.

“¡Oh, discúlpame… corazón!... trataré de ir… más despacio…”

La estaba bombeando violentamente, en frustración por el estúpido Toño.

“¡No!... no te… detengas… te siento tan adentro… estás tan cerca… de mí.”

Me besaba. Sentía sus jugos mojando en mi vientre.

“¡Es… tan rico!... creo que… me voy a venir…”

“¡Avísame… para que nos corramos juntos!” le dije yo. Ella me besó y abrazó fervientemente.

La volteé para que se corriera sobre mí. Ver sus enormes pechos, vibrando desenfrenados, me ponía más caliente.

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“¡Marco…me vengo!... ¡Me vengo!... ¡Marco!... ¡Ah!...”

Nos corrimos al mismo tiempo. Nos abrazamos por unos minutos, besándonos suavemente.

“¿No podrías…quedarte un poquito más?” me dijo ella, enterrando sus pechos en mi cintura.

“¡No podemos, corazón!...tenemos que levantarnos… ¿Podrías despertar a tu mamá?...”

“¿Quieres hacerlo con ella, ahora?” me dijo, casi poniéndose a llorar.

“¡No, preciosa!” la besé en sus tiernos labios “Para que despierten a tus amigas y desayunen, antes de ir a la escuela.”

Entonces, recordó a sus amigas y lo que habían hecho el día anterior. Yo salté a la ducha y me vestí.

Cuando salí de mi habitación, lo que vi me impactó bastante: Verónica, Amelia y sus amigas, desayunando con poquísima ropa.

Las niñas se incomodaron mientras me sentaba a la mesa, tratando de cubrirse con las frazadas sus diferentes atributos, pero de alguna u otra manera, exponían otra parte de sus lindos cuerpos.

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Las dueñas de casa, sin embargo, hacían todo lo contrario.

“¿No quieres servirte un poco de café?” me decía Verónica, poniendo sus pechos cerca de mis orejas y dejándome ver ampliamente bajo su escote.

“¡No, suegra! ¡No tengo mucho tiempo!” dije yo, armando mi sándwich de jamón-queso.

“¿No quieres que te corte un poco de torta?” decía Amelia, que se había puesto un camisón que le dejaba ver sus grandes pezones bambolear.

“¡No, corazón! Aprovecha de servírselo a tus amigas, para que desayunen…” le respondí, luego miré a las niñas “¿Les duele la cabeza?”

Algunas asintieron.

“¡Bien, a lo mejor esto les ayudara!” dije, dejando la caja de aspirinas.

Me dio la impresión que debía salir cuanto antes. Sus miradas felinas me hacían creer que no tenía suficientes “refuerzos” para satisfacerlas a todas y pensaba que era demasiado temprano para involucrarme en una orgía mayor…

“De cualquier manera, Sonia me consolará” pensaba yo.

Llegué al terminal cerca de las 6 y media.

“¡Llegaste temprano!” me dijo Sonia, sonriendo amistosamente“… ¿Será que me echabas de menos?”

“No. Solo fue porque no desayuné hoy.”

Vestía una falda corta y una camisa blanca que transparentaba su ropa interior negra, cubriéndose con una chaqueta de cuero. Ya empezaba a mostrar más carne y el resto del personal estaba agradecido.

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Nuestra relación había cambiado. Cuando éramos simples compañeros de trabajo, siempre pensé que Sonia me juzgaba por ser infantil y la mirada con esos lentes me daba la sensación de que estaba bajo el microscopio.

Ahora la situación era otra. Estaba más cariñosa y se arrimaba más a mi lado en el bus. No podía quejarme… es guapa, tiene bonita figura y es una pervertida viciosa, pero el trabajo sigue siendo el trabajo y aun la sigo necesitando como una profesional.

“Te quería preguntar…” me decía con un poco de timidez.

“¿Si?” pregunté yo. La encontraba rara… ya habíamos tenido sexo, le había roto el trasero 2 veces y me había chupado la verga otras 2, mientras estaba dormido y ¿Recién ahora se ponía tímida conmigo?

“¿Cómo aprendiste a hablar inglés?”

“¡Ah, eso! ¡Pues fue un golpe de suerte!”

Cuando estaba en mi 4to año de universidad, vino de visita uno de esos tíos que vive en el extranjero, viajando constantemente por ser talentoso y blablablá.

Lo había visto pocas veces en mi vida y era la primera vez que pude conversar con un ingeniero reconocido. Lo tenían como embajador de una institución humanitaria y tenía que viajar constantemente, para evaluar factores para fuentes energéticas alternativas.

Conversamos bastante esa vez y me dijo que era un chico empeñoso, aunque le decía que no era tanto, porque mi desempeño universitario no era muy abrumador.

Me dijo que aparte del trabajo diplomático, trabajaba en una consultora en US y si me interesaba, podía recibirme en su casa, para trabajar en una de las pasantías que la consultora ofrecía.

Hablé con mis viejos y como ese semestre estaba terminando bien, aprovecharía las vacaciones de verano para trabajar allá. Me hablaban todo en inglés y al principio di bote, pero a diferencia de los americanos, que privilegiaban el bienestar de los funcionarios por encima de la calidad del trabajo, yo era “más bruto y primitivo” y me daba lo mismo quedarme trabajando hasta las 8 de la noche o salir a las 4 con el resto. Después de todo, para mí, esa experiencia era como vacaciones y tenía que aprovechar el tiempo.

“¿Y tu tío, no te ofreció que te quedaras?” preguntó Sonia.

“Sí, pero soy de esos tipos que les gusta sacar las cosas por su propio peso y no colgarme a lo que otros lograron.”

“Si yo hubiera tenido esa oportunidad, me habría quedado…” dijo ella, suspirando.

“Sí, pero de haberme quedado, no te habría conocido…” le dije yo, acomodando mi silla para dormir.

No lo dije a propósito, pero ella me besó la mejilla. Definitivamente, estaba un tanto extraña…

Seis por ocho (36): Todo sobre Amelia

En la faena, lo primero que hice fue contactar al supervisor. Ya habían arreglado la avería y salvo algunos cortes esporádicos en algunas áreas, no había nada nuevo que reportar.

Como soy curioso, le pedí una copia de los informes que hicieron y como le caigo bien, el compadre me complació.

Deseo alguna vez entrar a trabajar en faena. Pensé que sería útil tener un reporte ya armado y ver su estructura, para tener una referencia, en caso que alguien me pidiera uno.

Trabajé, fui a almorzar, nos revolcamos con Sonia por el resto de la hora de almuerzo, seguimos trabajando y volví a casa.

Pueden estar diciendo “¡Perro!, ¿Y los detalles del revolcón con Sonia?”. Pues no fue muy diferente a los otros días: mamada y romperle el culo (había olvidado los condones), pero lo que más me importa es narrar lo que descubriría con Amelia.

Mi suegro estaba de pésimo humor. Las niñas se habían comido la torta y las golosinas. Como justicia divina, lo único que le había quedado para desayunar era la porción enana de papas que compró, las galletas y sus confites de mierda, que no le saciaron el hambre del desayuno.

Las niñas se habían desbandado incluso más de lo que había esperado: se bebieron la mitad del whisky y al parecer, el aguardiente se la bebieron como si fuera agua, dejando la botella vacía.

Verónica y yo nos reíamos. Con razón durmieron tanto rato…

Sergio se paró a leer el diario en el comedor. No le simpatizaba que nos riéramos de su desgracia, pero yo había pagado y me daba lo mismo.

“¡Marco!... ¿Te gustaría salir… a trotar conmigo?...” preguntó Amelia.

“¡Claro!” respondí al ver que ya estaba con sus calzas negras y una polera roja. De cualquier manera, pensaba ir por el tonto de Toño.

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Sin embargo, Verónica parecía tener la última palabra…

“¿Puede… ir?” preguntó con timidez.

Verónica sonrió.

“¡Por supuesto!” pero cuando me iba a mi habitación, me susurró al oído “Pero esta noche serás mío solamente…”

Le agarré el trasero, confirmándole.

Algo había en su mente. No conversamos en todo el trayecto. Mi cuerpo se acostumbraba más al trote y mis deseos de morir no eran tantos como la última vez.

Yo iba pendiente de cualquier corredor sospechoso que siguiera la descripción de Amelia, pero no apareció. Al menos, la tendría solamente para mí en el vergel.

Nos sentamos en el mismo tronco donde me pidió por primera vez que le tocara los pechos. Su cara estaba muy preocupada.

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“Quería decirte algo… muy importante… pero no me atrevía a hacerlo en la casa…” me decía muy nerviosa.

“¿Qué pasó?” Estaba asustado. No quería que me dijera que se había acostado con Toño.

“Es sobre Toño…” me dijo, como si leyera mis temores.

“¿Qué pasa… con él?” le dije, sintiendo pánico.

“Quiero decirte… la verdad sobre él…” me decía, sin poder mirarme a los ojos. Parecía que se iba a poner a llorar. Eso no me olía bien ¡Nada bien!

“¡Dime!” sentía mi estomago llenándose de ácidos de batería.

“Marco… Toño…” dijo ella, soltando una lagrima.

“¿Sí?” pregunté, hecho un nudo de expectación.

“Toño… no existe.” Me dijo, cerrando sus ojos.

“¿Qué?” dije yo, como si me hubiera caído un rayo.

“No quise mentirte, Marco. Te quiero mucho…” me dijo Amelia, llorando “Pero mis amigas me dijeron que si me gustabas tanto, ¿Por qué no probaba con sacarme celos?”

La historia había sido así: después del último turno, Amelia empezó a enamorarse de mí. Sus amigas la notaron más triste y les confesó que me quería, que estaba perdidamente enamorada de su cuñado, pero que yo era demasiado caballero para verla como una mujer.

Sus amigas, que habían seguido fielmente un sinnúmero de animaciones japonesas, narrando situaciones similares, le sugirieron que probara “mis verdaderos sentimientos hacia ella”, fingiendo que ella había encontrado “a alguien que le robara el corazón”.

Pasaron casi toda la semana, discutiendo el arquetipo del supuesto novio, que eventualmente desembocaría en la descripción física de Toño.

Sin embargo, Amelia tenía sus dudas. Ella es inocente y no le gusta mentir.

Pero al verme llegar acompañado con Sonia, decidió tomar todas sus armas y demostrarme que no era una niña, pero yo no mostré mucho interés. Esa noche, esperó a oscuras mi regreso, reformulando su engaño una y otra vez... pero yo tardaba demasiado y pensó que no volvería esa noche.

Cuando se preparaba para dormir, escuchó el ruido de la puerta y su corazón dio un respiro: había cumplido mi palabra.

Pero llegué y me acosté a dormir. Pensaba acurrucarse a mi lado, como consuelo, cuando la sorprendí.

“Entonces, te dije sobre Toño. Te dije que me había pedido la “Prueba de amor” y que me había tocado los pechos, pero no pude seguir mintiendo y me puse a llorar. Creías cada palabra de lo que decía y empezabas a soltar tu imaginación.”

Amelia estaba arrepentida. Podía ver la sinceridad de sus lágrimas y por su forma de hablar.

El nombre salió de su tarea de historia, gracias a “Marco Antonio”. Me decía que en el fondo, lo que sentía por Toño era cierto, porque era lo que yo le hacía sentir.

“Yo solo quería estar contigo y me dolía mucho mentirte. Entonces me besaste y me dijiste que me harías tuya y me sentí muy feliz.”

Me recordó a lo que Verónica me había dicho la primera vez que hicimos el amor.

“¡No quise mentirte!... ¡De veras!... pero estabas tan interesado en mí, que no pude detenerme… ¡Por favor, discúlpame!” me decía, llorando.

Le salté encima y la besé apasionadamente.

“¡No sabes lo feliz que me has hecho!” le dije yo, sacando sus calzas y tomando su intimidad.

“¡Pero, Marco!... ¡Ah!...” decía ella tratando de resistirse, pero mis dedos ya estaban dentro de su mojada cuevita.

“¡Estaba asustado! ¡Pensé que estabas enamorada de Toño!”

“¡No!... ¡Tus manos!... ¡Marco, yo te amo a ti!” me decía, mientras le sacaba la polera y amasaba sus pechos.

“¡Quiero tomarte, como nadie más lo ha hecho!”

La apoyé en el tronco y le pedí que levantara la cintura.

“Marco… ¿Qué haces?.... ¡Ah!...”

Originalmente, quería hacerle el amor, pero ver ese trasero deportivo, tenso y bien formado, no pude
resistirme. Además, era el de Amelia, tan inocente y sencilla… era mucha tentación.

“¿Me dejas probar? ¡Es que se ve tan apetitoso!” le dije yo, coqueteando mi cabeza con su agujero.

“¿A ti… te gustan… esas cosas?” me preguntaba, mientras veía cómo sus jugos chorreaban. ¡Pobrecita, estaba tan caliente!

“Sí… lo siento. Sé que lo quieres dentro de ti” lo retiré y acaricié sus labios vaginales.

“¡Ah!... bueno… es que a mí… también me gusta… por detrás” me dijo ella, tratando de ocultar la cara para que no la viera.

“¿Cómo?” yo estaba petrificado.

“Bueno… es que la semana que viniste… hicimos tantas cosas… que bueno… quise experimentar… y todo eso… para que no creyeras que seguía siendo una niña… y bueno… pues me metí algunas cosas por ahí… y me gustó… pero pensé que sería raro para ti… así que si quieres… podemos hacerlo así… claro, no te estoy obligando…” decía ella, con la misma timidez de niña inocente.

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Me reía. En el fondo, estaba agarrando el vicio.

“¡Está bien, pero puede ser doloroso!”

“¡No importa! ¡Sé que lo harás, preocupándote de mí!”

No fue fácil. Estuve forzando unos 5 minutos, solamente para insertar la cabeza, incluso lubricando con saliva, como esos videos de la red. Ella chorreaba bastante y gemía de placer. Lo estaba disfrutando.

“¡Bien, creo que está bien adentro! Empezaré a bombearte despacio, ¿Te sientes bien?”

“Sí. Se siente rico…” me decía ella.

Empecé a taladrar. Ella daba unos gemidos muy curiosos, como si estuviera sorprendida o tuviera hipo.

“¡Ip!”

Yo me reía. Era extraño.

“¿Estás bien?”

“… ¡Ip!... Sí, estoy bien… ¡Ip!... pero es que es un dolor extraño… ¡Ip!... y no quiero gritar… ¡Ip!”

Ir avanzando por su estrecho intestino era todo un desafío, pero las vistas eran invaluables: sus pechos se balanceaban como si fuera una vaquita y su trasero era muy suave, pero lo mejor era su extraño grito.

“¡Ip!”

A medida que bombeaba, ella gemía con cada sacudida. Cuando alcancé la máxima penetración, sus gemidos empezaron a cambiar, de su tímido “¡Ip!” a gemidos propios de placer.

“… ¡Ah!... ¡Esto es tan rico!... ¡Ah!... deberías haberme… ¡Ah!... enseñado esto primero…”

Sus caderas se movían solas, para ayudar mi bombeo. Sus jugos chorreaban por montones.
Aprovechaba de agarrar sus bamboleantes pechos y besar su hombro.

“… ¡Lo siento, Marco!... ¡Ah!... ¡No lo volveré a hacer!... ¡Ah!...” me decía, llorando de placer.

“¡Está bien!... Créeme, no me siento enojado… era rico pensar… que engañabas a Toño… conmigo…”

La empezaba a bombear fervientemente. Como mi agarre en sus pechos era fuerte, ella aprovechó de deslizar una de sus manos en su rajita.

“..¿Esto… lo podemos… hacer muchas veces… cierto?...” decía ella, masturbándose violentamente.

“Sí… y lo mejor… es que puedo acabar en ti… sin problemas” le dije yo, intoxicado con el aroma de su piel.

“¿Acabar… en mí?... ¡Ah!...” la idea sumaba un orgasmo más en su jugosa rajita.

“Sí… podría acabar en ti… todas las veces que pueda…”

Parecía que le estaba dando orgasmos múltiples…

“¡Ah!... ¡Ah!... me gustaría sentirlo…dentro de mí… ¿Te falta…mucho?...”

No era necesario que me lo dijera… yo también quería hacerlo.

“¡Bien, prepárate!... se sentirá un poco extraño…”

Empecé a correrme. Ella se llevaba la mano al estomago.

“¡Es tan calientita!... se siente tan rico…”

También se corría. Notaba cómo se relajaban sus brazos.

“¡Amelia, te quiero mucho!” le dije, acariciándola suavemente “Siempre me preocuparé de cuidarte…”

“¡Yo siempre querré que me cuides!” me decía ella, besándome.

Nos vestimos y volvimos a casa. Tuve que ayudarle, porque su trasero estaba adolorido y no podía correr.

“¿Así que te caíste?” dijo Verónica, al escuchar su excusa en la cena.

“Estaba trotando y no vi una piedra.”

“¡Tienes que ser cuidadosa! ¡No voy a estar pagando para que te curen en el hospital!” dijo Sergio.

“Pues tendrás que guardar reposo.” dijo Verónica, para luego mirarme a los ojos “No podrás quedarte jugando hasta tarde…”

Si tenía dudas, la mano sobre mi paquete había aclarado con quién dormiría esa noche…


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