Diario de un Ginecólogo

-¿Sussy? ¿Quién es la siguiente?

Me quito los guantes usados y los tiro al basurero de la esquina.

-Ana Rodriguez Doc.- Me avisa la voz monótona de Susana por el citófono. De seguro está metida en el facebook otra vez.

-¿Trae los exámenes?

Transcurre un breve silencio.

-Sí, los trajo.

-Hazla pasar por favor.

Me deslizo con la silla al otro extremo de la habitación, hasta el estante con los historiales médicos y busco el de Ana. Oigo que llaman a la puerta.

-¡Pasa!- Digo con distracción buscando su expediente.

-Hola Dany.- Me saluda dulcemente.

Me volteo para saludarla y tropiezo con su enorme vientre de embarazada a la altura de mi cabeza. Me levanto y la saludo con un beso en la mejilla.

-¡Wow! ¿Cuánto tienes?- Le pregunto y le toco su abultada tripa con cariño.

-Ocho meses y dos semanas.- Mientras lo dice, aprieta mi mano con la suya y me lanza una mirada abrasadora.

Siempre hace lo mismo, al parecer la libido no desciende con su embarazo. Carraspeo y quito mi mano con cuidado.

-Ya estás a punto, ya quisiera yo que mi hijo naciera pronto.

-Verdad que estás casado- Dice con desgano, mirando mi alianza.- ¿Cuánto tiene?- Pregunta con falsa preocupación.

-Cuatro meses. Dame los exámenes y vístete en el baño mientras los reviso.

Me hace caso y toma la bata azul. Al leer los exámenes, inconscientemente me la imagino desvistiéndose. El embarazo sin duda la ha vuelto más hembra. Le han crecido el culo y las tetas. No encuentro nada más excitante que coger con una embarazada, desde que supe que mi mujer lo estaba, no he parado de tener sexo con ella. Sus cuerpos cambian maravillosamente y en el momento en que llegan al orgasmo…

Pero al parecer a Ana no la han tocado en mucho tiempo. En las últimas cinco sesiones he tenido que aguantar sus indirectas y sus roces casuales.

-Listo.- Dice llamando mi atención. Me giro hacia ella y veo que nuevamente se ha desvestido completamente. No es necesario que lo haga, con que se desvista de la cintura para abajo es suficiente, sin embargo, soy consciente de que debajo de esa bata sólo lleva los sostenes… sostenes que sujetan grandes pechos de embarazadas, llenos de leche y de seguro con un enorme pezón. Basta. Es tu paciente.

-Bien- Le sonrío como si no me hubiese percatado de su desnudez.- Recuéstate en la camilla y acomódate mientras me preparo.

Veo que le cuesta subirse a la camilla y decido ayudarla. La levanto con cuidado de la cadera y sin querer la tomo de las nalgas para alzarla, ella da un respingo y yo trago saliva. Sin querer mirarla, me giro para lavarme las manos y acomodarme el bóxer con discreción. Me coloco los guantes, el cubre boca y me sitúo entres sus piernas morenas y abiertas. Trato de no mirarle inmediatamente el coño, al menos hasta que mi reciente erección desaparezca.

-Bien, ¿Viste ya lo resultados?

-Sí, pero no entendí ni mierda de lo que decían.- Ambos reímos.

-Suele pasar.- Bromeo- Lo que tienes es Candidiasis.

-¿Y que se supone que es eso?- Pregunta tratando de alzarse, apoyándose en los codos.

-No hagas fuerza.- La reto- Recuéstate.

-No me gusta no verte la cara mientras me hablas.

Suspiro con desaprobación.

-A ver, quédate así un poco mientras te subo el respaldo.- Me levanto y lo hago- ¿Ahora sí señorita?- Le digo alzando las cejas.

-Sí señor Doctor.- Me responde coqueta.

No puedo evitar sonreír.

-La Candidiasis es una infección por hongo.

-¿Cómo? Me cuido de todas las posibles infecciones, ni siquiera hago pipi en un baño que no sea el mío.

-Esto es muy común entre las embarazadas Ana. Este hongo- Explico- todas las mujeres lo tienen, sólo que no es dañino en lo absoluto, lo que pasa es que ahora tú tienes altos niveles de estrógeno, por lo que produces más glucógeno y eso facilita el crecimiento de este hongo en el cuello uterino y en las paredes vaginales.

Me mira incrédula, como si hubiese hablado en chino.

-Esto hace que tengas la vagina irritada y que te arda al orinar.

-Ah, ya veo. ¿Esto afectará a mi bebé?

-No, a menos que no lo tratemos ahora. De todos modos no es nada grave.- La tranquilizo.-Era más o menos lo que creía, así que estamos bien.

-Menos mal.

-Eso sí, durante el tratamiento no puedes mantener relaciones.

-Pfffff- Se burla- Ni aunque quisiera.- Vuelve a mirarme tórridamente, incitándome.

Trago una buena bocanada de aire y redirijo mi mirada a su entrepierna.

-Veamos como sigues.

La examino con tranquilidad, palpando la inflamación de sus labios. Cuando introduzco un dedo, observo como contrae la vagina aceptando a voluntad la leve penetración. Vuelvo a tragar saliva.

-Supongo que ya sabes el sexo de tu bebé.- Digo tratando de llenar el silencio incómodo.

-No, no he querido saberlo, quiero que sea sorpresa.

-De seguro es niño.- Afirmo abstraído, aún con la cabeza gacha examinándole.

-¿Cómo lo sabes?- Noto diversión en su voz.

-Por lo general cuando las mujeres tienen la guatita como tú, abultada hacia delante, suelen ser niños, y cuando sus caderas toman forma de campana, son niñitas.

-¿Así?- Dijo irónica.

-Sí.- Respondí alzando mi cabeza y me vi atrapado nuevamente por sus ojos castaños, que destilaban deseo e insatisfacción por todas partes.

-¿Todo bien allí bajo?- Preguntó acalorándose.

-Todo perfecto.- Aseguré adoptando un tono de voz grave. ¿Qué estoy haciendo? Esta mujer está casada al igual que yo.

Me quité los guantes y el cubre bocas, rompiendo el hechizo. Me levanté y me dispuse a ayudarla a descender de la camilla. Cuando ya estaba de pie, me encaminé hacia mi escritorio dándole la espalda y tomé el recetario.

-Deberás comprarte un supositorio antifúngico. Lo usarás diariamente por siete días.

-¿Causará algún problema con el embarazo?-Preguntó.

-No. Estos contienen clotrimazol, así que todo andará perfec…- Quedé con la palabra en la boca al girarme para hablarle.

Se quitó la bata, se quitó los sostenes y me ofrecía la helénica imagen de su espalda desnuda, con su melena azabache lisa, que le rozaba hasta los omoplatos. Al final de su columna, aparecían dos hoyuelos, y más abajo su culo, oh Dios, su culo. Grande y redondo, con nalgas incólumes y morenas.

Volví a sufrir una erección. Al percatarse de mi silencio, me miró por encima del hombro con una sonrisita perversa y lentamente se giró hacia mí, y cómo no, mis ojos se fijaron en ese par de tetas gigantescas, con un pezón ya duro y una aureola oscura extendida.

No logré articular palabras. Mi mente sólo logró engendrar un pensamiento y fue: Fóllatela.

Sin atender a mi súper yo, que se agitaba como loco dentro de mi cabeza, recordándome a mi amada esposa, a que Ana estaba casada y esperando un hijo, a la posibilidad de ser descubiertos; cerré la puerta con llave.

Sonrió ufana al ver que había logrado su objetivo. Sin mediar palabras, me lancé sobre ella y la devoré en un beso, pero al chocar contra su vientre de ocho meses y medio, retrocedí alarmado.

-Tranquilo, no me pasa nada.- Aseuguro sonriéndome.

Volvía a acercarme y tomé una de sus tetas blandas y suaves, apretando el pezón con fuerza. Ella abrió la boca, como si fuera a gemir, pero no emitió ni un solo ruido.

-¿Hace cuanto no te follan Ana?- Pregunté olvidando el decoro doctor- paciente. Me incliné, teniendo cuidado con su estómago, y sin mayor preámbulo me metí uno de sus senos a la boca.

-Desde que mi esposo supo que estaba embarazada ¡Ah!- Gimió al sentir como le succionaba. Bebí de su leche. Sabía tenuemente a melón. No era un sabor agradable, pero al saber que estaba mamando de una embarazada, me excito aún más. Volví a succionar y ella perdió el equilibrio, teniendo que apoyarse a duras penas contra la camilla.

-¿Cómo es que tu marido…?

-Le molesta mi embarazo.- Contestó sin dejarme terminar, acunando mi cabeza entre sus pechos.

-Me encantan las embarazadas.- Confesé abandonando su seno, para ir besando el espacio entre sus pechos, su cuello…

-Fóllame como follas a tu mujer.- Pidió. Alcé mi vista y ella bajó la suya, implorándome con desenfrenada lujuria. Le di un último beso en el cuello y otro cariñoso en los labios.

-Esto será rápido Ana.- Le advertí desabrochándome los pantalones.- Date la vuelta y apoya tus codos en la camilla.

Asintió .Fui a uno de los anaqueles y saqué un lubricante que uso para los exudados. Me situé detrás de ella.

-Inclínate un poco más.- Pedí. Lo hizo.

-¿Ahí está bien?

-Sí.- Extraje un poco de lubricante y lo esparcí con cuidado por entre sus nalgas. A Ana le recorrió un escalofrío al sentir el frío de la crema. Bajé mis pantalones, mi ropa interior y liberé mi erección. Esparcí otro tanto a lo largo de mi pene y me preparé para penetrarla.

-No gimas alto, por favor.- Le pedí con dulzura mientras besaba su espalda con afectuocidad.

-No te preocupes.- Respondió ansiosa.

Aferré una de mis manos a su cadera y con la otra, posicioné mi glande en su entrada.

-Sujétate.- Ordené. Introduje poco a poco la cabeza en su interior, cedía fácil. Es imposible que una mujer como Ana no la hayan follado nunca por el culo, así que no tendré problema.

Ana soltó un gemido ahogado cuando sintió el deslizar de mi pene por su ano. Es tan caliente, sin duda ella tenía experiencia. No apretaba el ano como acto reflejo ante mi penetración. Cuando llegué al tope, retrocedí con calma, pero esta vez volví a penetrarla…duro. Ana ahogó un grito. Retrocedí con parsimonia y volvía a ensartarla con brusquedad. Ambos gruñimos guturalmente.

-Más fuerte Dany.- Suplicó con voz áspera. La sujeté con fuerza por la cadera con ambas manos y comencé a embestirla con fuerza, olvidándome por completo de su embarazo. A cada penetración, podía sentir el calor del culo de Ana. Traté de introducir uno de mis dedos en su vagina, pero su vientre me hizo la tarea imposible. Volví a aferrar mis dedos a su turgente culo y me enfoqué en penetrarla con todas mis fuerzas. Ana hacía intentos por acoplarse a mí, desesperándome aún más. Podía oír como ella me obedecía y trataba de acallar sus gemidos, seguramente, mordiéndose los labios.

Supe que llegaría al fin cuando su ano se contrajo para impedir un inminente orgasmo.

-Me… me vengo.- Suspiró vencida, y acto seguido se corrió, languideciendo sobre la camilla. Tuve que sujetarla pasando un brazo a duras penas por su estómago. Logré penetrarla unas cuantas veces más y me corrí en su interior con un halarido bajo.

-¿Estás bien Ana?- Me enderecé, saliéndome de su interior. Le sobé la espalda con mimo.

-Sí, más que bien.- Contestó con media sonrisa, apoyando la mejilla contra la irritante sabanilla de papel.

-Venga, no quiero que tengas complicaciones.- La tomé por debajo de las axilas para levantarla, cuando oímos un extraño ruido y a continuación, como si un globo se reventase, oímos el choque del agua contra el piso. .

Ambos nos quedamos quietos, alarmados.

Ana giró el cuello. Con ojos abiertos de par en par y asustados, dijo con voz nerviosa:

-Se me rompió la fuente.

Instintivamente miré hacia abajo y vi una posa de agua a mis pies.

¡Mierda!

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