La primera venida de mi amiga

Esta es la historia de la primera vez que mi amiga se vino... y también de la primera vez que me vine en su interior.
Por cuestiones de privacidad, ella se llamará simplemente Claudia. Ella mide un metro con sesenta y cinco centímetros, tiene la piel de color caramelo y unos ojos de mide que a más de uno le arrancan suspiros.
Además, está consciente de que su cuerpo es fantástico, así que se viste para invitar a pecar. ¡Si pudiera recordar en cuántas ocasiones me masturbé pensando en ella...!
Nos conocimos en la escuela, hace unos dos o tres años. Desde el principio me sentí atraído hacia ella, aunque el destino quiso que nos hiciéramos amigos, por lo que nunca me decidí a dar el paso decisivo.
Por lo anterior, en más de una ocasión nos reunimos a estudiar en casa. En la suya, por lo general, no había nadie durante las tardes, pues tanto su madre como su padre trabajaban todo el día. De esa manera sucedió en esta ocasión. Transcurrían los primeros días de abril, y el calor era casi insoportable. Nuestras pieles brillaban un poco a causa del sudor, y ella aprovechaba el clima para sacar de sus cajones las prendas más diminutas que puedan imaginar.
Unos días antes llegó a la escuela con una falda tan corta que en ocasiones nos dejaba ver la parte baja de sus nalgas, cubiertas apenas por unas braguitas cacheteras que a uno le provocan una erección casi al instante.
Además, sus pechos, firmes y redondos, tenían la buena costumbre de viajar sin sostén, por lo que verla caminar -incluso si se ignoraba el suculento contoneo de sus caderas y el hipnótico movimiento de sus nalgas- era un deleite para hombres y mujeres por igual.
Ese día llevaba una playera blanca que, debido al sudor, parecía ser casi transparente y sus pezones, dos perfectas monedas, parecían querer atravesar la tela que los recubría. Ella es generosa con los escotes y, bendito sea el calor, trabajábamos sobre el piso, por lo que en todo momento la piel de sus pechos era visible para mí.
Llevábamos casi una hora trabajando cuando ella se levantó para ir al baño. La imagen de sus largas piernas, sedosas, suaves y casi desnudas, cubiertas sólo por un short blanco que dejaba adivinar el color amarillo de su diminuta tanga, se adueñó por completo de mi mente y consiguió que mi pene se alzara entre mis piernas. De inmediato oculté la erección.
Tan pronto ella desapareció por la puerta del baño me levanté y me puse a husmear en sus cajones. Pronto descubrí su ropa interior. Un par de brassieres e incontables calzones de todas formas, tamaños y colores, todos oliendo a ella, aparecían ante mis ojos. Mi mano izquierda de inmediato se puso sobre mi entrepierna y, por encima del pantalón, comencé a tocar mi verga. No habían pasado más de tres minutos cuando sentí que manchaba los calzones.
Satisfecho, me senté de nuevo en el lugar que ocupaba, aunque la erección no desapareció por completo.
Cuando regresó, Claudia me preguntó si no quería tomar algo, así que bajamos a la cocina a preparar limonadas. Vaciamos un par de recipientes de hielo en la jarra para que el líquido estuviera bien frío. Mientras lo hacíamos, mis ojos no se apartaban de sus pechos, que se movían al compás del cuchillo. Ella, estoy seguro, se dio cuenta. Pero no dijo nada. Mientras lavábamos los limones un par de chorros de agua salpicaron a Claudia, dejando a la vista amplios parches de piel.
Y, pese a que se sonrojó bastante, no se cambió de ropa.
Más tarde, mientras bebíamos la limonada, me puse a jugar con los hielos, pasándolo por sus brazos y su cuello. Casi al instante, vi cómo sus pezones se ponían erectos. Ella se dio cuenta. Seguí pasando el hielo por su piel hasta que llegué a sus piernas, en donde arrancó ligeros gemidos de placer. Su rostro se había convertido en una máscara roja.
Sin embargo, supe aprovechar mi oportunidad. La tomé de la cintura y le planté un beso en la boca con toda la suavidad que fui capaz de imprimir en el beso. Su cadera de inmediato se pegó a la mía, y por su mirada me di cuenta de que ella sentía mi erección.
Claudia se rió un poco y luego me tomó de la mano. Subimos a su habitación y lo primero que hizo fue quitarme la camisa. Luego, puso una de mis manos sobre sus pechos, vestidos aún. El tacto era increíble. Jugué con su pezón derecho durante un par de segundos, antes de que la tumbara sobre la cama, le quitara la playera y comenzara a chupárselos. Los gemidos de placer no se hicieron esperar.
Procedimos a quitarnos los pantalones y casi de inmediato la ropa interior. La visión de su cuerpo desnudo me persigue desde entonces. Su pubis, sin depilar, era un área salvaje e inexplorada que me estaba esperando desde hacía tiempo. Mis manos se tomaron su tiempo en llegar desde su boca hasta su vagina, húmeda y caliente. Mis dedos se deslizaron a su interior como si se tratara de un cuchillo entrando a mantequilla caliente. Sentí su mordida en un hombro.
Me aseguré de que las yemas de mis dedos recorrieran la totalidad de su caliente coñito y, luego de varios minutos de jugueteo, le pedí que se pusiera sobre sus rodillas. Sus nalgas perfectas se alzaban ante mí. Le di un par de nalgadas, lamí sus nalgas, acaricié cada centímetro de sus glúteos como si se tratara de la tela más suave, pues su culito era más suave que cualquier tela. Acto seguido, presioné su ano con mi pulgar y con una lentitud calculada con frialdad lo deslicé hacia abajo, hacia la raja que esperaba una embestida. Cuando mi dedo alcanzó su clítoris -los temblores que se adueñaron de su cuerpo me lo dijeron- mi lengua se introdujo en los pliegues de su vagina, acariciando, lamiendo y saboreando cada segundo que pasaba ahí.
Ella se encontraba gimiendo de verdad y por entre sus piernas escurrían chorros hirvientes. De pronto, sentí que todo su cuerpo se ponía en tensión y, unos segundos más tarde, se relajaba. "Me vine", me dijo, y era verdad. Mi boca se había llenado de ese extraño pero delicioso líquido que guardaba en sus entrañas.
Con sus manos aún sobre su vientre y pellizcando sus pezones, ella me pidió que me sentara. Claudia tenía una mirada salvaje. Y de pronto, sin decir palabra alguna, se abalanzó sobre mi verga, la recorrió con su boca, con sus dientes, dejó que entrara hasta el fondo de su garganta, y cuando un líquido transparente y viscoso comenzó a manar de mí, ella se puso sobre sus rodillas, teniendo cuidado de que sus pechos fueran bien visibles para mí, y luego, con la punta de la lengua, recogió el agua bendita y se la tragó.
Casi me vengo en ese momento, así que le pedí que parara y que se pusiera boca arriba. Ella, bien dispuesta, obedeció. Tan pronto nuestros cuerpos se unieron, su mano guió a mi pena hacia su coñito. "Un momento, no tenemos condones", le dije. "No importa, hoy es un día seguro", respondió con un suspiro. La penetración fue espectacular. Pude ver cómo se transformaba su rostro, escuché la aceleración de su respiración y mordí con delectación sus pezones oscuros.
Pasaron cinco minutos, tal vez más, antes de que Claudia subiera sus piernas a mis hombros. Desde ahí, tanto su culo como su chochito eran una opción genial. Sin embargo, aún no hablábamos sobre sexo anal, así que me limité a "destrozarle el coño", como ella diría más tarde.
Quince minutos más tarde, le dije, sin preámbulos ni contemplaciones ni tacto alguno, "ponte en cuatro, corazón", y ella obedeció. Sus nalgas se levantaban frente a mí de nuevo, y esta ves no dudé en lamer su ano. Ella se estremeció. Luego, mientras mi verga irrumpía en su vagina de nuevo, dejó escapar una frase: "me encanta dártelas".
Me vine diez minutos después, y fue una sorpresa para ambos. Ella, confesó, se había venido en otra ocasión, un par de minutos antes. Sin embargo, me dijo que jamás se había sentido tan bien, y no le importó limpiarse mi semen, que escurría ya entre sus piernas, frente a mí.
Le dije que tenía un culo espectacular y, mientras metía mis dedos en su vagina de nuevo, lo acaricié un poco. Su agujero parecía respirar.
Esa tarde hicimos el amor dos veces más. Sus padres no sospecharon nada. Desde entonces, el sexo se ha convertido en parte de nuestra cotidianidad.

¿Les gustó? El próximo relato hablará de la primera vez que decidimos probar el sexo anal. ¡Espero sus comentarios!

2 comentarios - La primera venida de mi amiga

Gabiilook +1
Muy bueno.. qe delicia ver acabar a una mujer