El castigo: cinco mamadas, siete corridas Parte 1

os contaré la historia de un castigo (por llamarlo de alguna manera). Recordaréis que al llegar a casa de trabajar mi ama comprueba que lleve tanga y pantymedias bajo la ropa de hombre, amenazando castigarme si no lo cumplo. Pues hace unos días mi curiosidad me pudo y decidí ponerla a prueba. El tanga sí me lo puse, pero las pantymedias no.

—¿Qué haces sin tus pantymedias, Carla? —preguntó Mónica enfadada.

—Es que me dan mucho calor, Ama. —Pensé que decir que las había olvidado no colaría, y, por otra parte, ahora que había empezado el verano, era verdad que me daban calor.

—Eso no es excusa. De hecho, yo también me había dado cuenta de lo cruel que es hacerte llevar pantymedias en verano y pensaba ponerle solución. Lo que más me molesta es que ni siquiera me lo hayas consultado. —Ella tenía razón, pero es que lo que yo quería era animarla a imponerme un castigo.

—Lo siento, Ama.

—Me aseguraré de ello.

Esa misma noche, Mónica me folló el culo con una intensidad que superaba la de cualquiera de nuestras sesiones anteriores, estando al nivel de la empleada por un macho en celo, como fue, no hace tanto tiempo, el caso de Fran. Ni siquiera rozó mi “clítoris”, así que, aunque estuve a punto (por el estímulo de mi punto G) no llegué a correrme. Ella sí alcanzó varios orgasmos, en cambio, gracias a que el arnés que usó era de doble falo.

—Esta tarde he estado pensando en cómo castigarte.

—¿Y qué ha decidido, Ama?

—Para empezar, no ta vas a correr en toda la semana. —Era lunes—. Además, te voy a follar cada día. El resto ya lo irás descubriendo.

Realmente, parecía que la semana pintaba bien, salvo por lo de no poder correrme. Pero si veía que no aguantaba igual podía masturbarme a escondidas; aunque, de momento, tenía intención de cumplir el castigo a rajatabla.

El martes fui a trabajar normalmente (con las pantymedias puestas). Cuando llegué a casa, justo acababa de ponerme mis tacones, que ya tenía a mi mujer comprobando que llevase mis prendas femeninas. Luego me comunicó la segunda parte de mi castigo.

—Te he comprado un par de cositas.

—¿El qué, Ama? —Me sorprendía que en pleno castigo quisiera hacerme regalos.

—Compruébalo tú misma —dijo entregándome dos cajitas—. Abre primero la roja.

Así lo hice. En la caja encontré un butt plug. Vale, ya había llevado en varias ocasiones el rabo de diablesa, que no era más que un butt plug con adorno de serie. No creo que tuviera ningún problema en llevar eso un rato. De hecho, la forma era parecida a la del rabo de diablesa, aunque éste tenía la base perforada (luego descubrí para qué).

—¿Quiere que me lo vaya a poner ahora, Ama?

—Sí, pero quiero ver cómo lo haces, Carla, así que ve a buscar el lubricante, y no tardes.

—Por supuesto, Ama.

Fui a por el bote de lubricante. Al volver, me bajé los pantalones, que cayeron sobre mis sandalias de tacón, me bajé también las pantymedias, y aparté la tira del tanga. Unté una generosa cantidad de lubricante en el butt plug y un poco también en mi ano. Luego, sin la más mínima dificultad, inserté el butt plug en mi culo. Cuando acabé, me recoloqué el tanga.

—Puedes abrir la otra caja —dijo Mónica.

En un primer momento no estaba muy segura de lo que acababa de encontrarme. Era una especie de artilugio metálico. Cuando me di cuenta de lo que era me sentí bastante estúpida por no haberlo visto desde el principio. Era un cinturón de castidad, o mejor dicho, un dispositivo de castidad (pues, en realidad, no era un cinturón).

—Ayer te dije que no te correrías en toda la semana —continuó—. Como comprenderás tengo que asegurarme de que no hagas trampas.

—Supongo que me lo tengo que poner ahora también.

—Yo ya me he leído las instrucciones, así que te lo pondré yo misma. Y a diferencia del butt plug, esto no te lo vas a quitar hasta el próximo lunes.

Mientras yo me quitaba del todo la ropa, para facilitarle la tarea, Mónica separó los diversos componentes. Luego cogió el primero de ellos: un anillo de metal partido en dos, con una especie de bisagra que permitía abrirlo o cerrarlo (como las esposas). Me lo puso rodeando todo mi aparato genital, quedando la bisagra bajo mis testículos, y lo ajustó. Pasó un pequeño candado por el cierre, para que no se abriera solo, pero de momento no lo cerró.

El siguiente componente era una especie de cilindro curvo de punta redondeada y con una pequeña abertura, en el que, evidentemente, iría mi clítoris. Pero había algo con lo que no había contado: por dentro el cilindro tenía una pequeña sonda que debería meterse en mi uretra.

—Pásame el lubricante —dijo mi ama.

Se lo entregué con algo de miedo. Una cosa era meterme objetos por el culo, la uretra eran palabras mayores. Untó un poco de lubricante mientras me continuó explicando.

—No te asustes, no te va a doler. Además, es mejor así.

—¿Mejor?

—Sí, vas a llevar esto durante varios días. Y no me apetece estar quitándotelo cada vez que tengas que mear. Mucho menos dejarte la llave. Con un dispositivo sin sonda, aunque es cierto que podrías mear igualmente por una abertura, te pondrías perdido y al final se te acabaría irritando el clítoris. No queremos que pase eso, ¿verdad?

—No —respondí apresuradamente.

—Con la sonda, en cambio, tu orina saldrá limpiamente por el cilindro sin ponerte perdido.

—Gracias por pensar en mí, Ama.

—No hay de qué, Carla.

Me lo puso. Aunque algo molesto, no fue nada traumático. Luego se aseguró de que el candado fijase ambos componentes y lo cerró. Aún quedaba una extraña barrita de metal ligeramente curva y un candado algo más pequeño.

—Como ya sabrás —dijo—, esto impedirá que tengas erecciones en toda la semana. Para empezar, el diámetro y la forma del cilindro impedirán que se te ponga gorda o recta, y el que esté atado al anillo que rodea tus genitales impedirá que te crezca en longitud, ya que, si pasase, te estiraría los testículos hacia abajo, lo que sería bastante doloroso.

—¿Y esa barrita que falta?

—Ahora lo verás…

Al parecer, el butt plug y el dispositivo de castidad debían ser del mismo fabricante, pues eran compatibles. La barrita se introducía por la perforación de la base del butt plug, así como por otra abertura en la bisagra (a la que no había dado importancia, pensando que era parte del mecanismo). Luego, se pasaba el otro candado por la barrita (que tenía dos agujeros cerca del final, uno antes y otro después de la bisagra), de forma que era imposible retirarla.

—Esto impedirá que haga trampas con el butt plug. ¿Verdad, Ama?

—Exacto.

—¿Desea que hagamos algo más?

—Maquíllate y ponte una peluca. Pero quédate así mismo, desnuda salvo por los tacones y los artilugios estos. Después haz lo que quieras.

—Gracias, Ama.

Tras unas horas, llegó el momento de mear. Entré al aseo con cierta preocupación. Me senté en la taza (ya nunca meaba de pie, ni siquiera en el trabajo, a pesar de ir disfrazada de hombre) e intenté relajarme. Al poco rato empezó a salir el chorrito. La curvatura del cilindro apuntaba mi clítoris hacia abajo, por lo que el chorro caía directamente al agua. Igual que cuando mean las mujeres de verdad. Me gustó. Sin embargo fui consciente de que eso me podría poner en un aprieto si necesitaba ir a mear en el trabajo. Los aseos no eran mixtos y podría resultar extraño si alguien me oía. Iba a tener que asegurarme de ir cuando no hubiera nadie más.

Aquella noche, antes de ir a dormir, me quitó el butt plug y me folló el culo salvajemente. No me dolió lo más mínimo, pues lo tenía bastante dilatado. Al terminar dijo:

—Buenas noches, Carla. Dejaremos descansar tu culito 24 horas. Le vendrá bien.

—Muchas gracias, Ama.

El miércoles fue un día tranquilo. Pero al llegar la noche, Mónica volvió a follarme el culo. Y luego anunció:

—Esta vez te pondrás el butt plug toda la noche. Hoy vas a dormir con él puesto.

—¡Pero eso son ocho horas seguidas! Cuando me lo quite me va a quedar el culo abierto, Ama.

—Si eso pasara, la solución sería bien sencilla. Continuarías llevando butt plugs, cada vez más pequeños, hasta que recuperases el tamaño normal.

—Está bien, Ama.

El jueves por la mañana tuve que despertar a Mónica para que me prestara la llave y así poderme quitar el butt plug. Por la noche tocó otra sesión de sexo anal. Esta vez sí me dolió un poco, ya que no tenía el ano tan dilatado. Sorprendentemente, no me hizo ponerme el butt plug en todo el día.

Al día siguiente, el despertador de Mónica sonó justo después que el mio.

—Buenos días, Carla.

—Buenos días, Ama.

—¿Sabes por qué madrugo hoy?

—¿Me va a hacer ponerme el butt plug?

—Sí. Irás a trabajar con él puesto.

Cuando llegué a casa estaba reventada. Llevaba casi doce horas con el butt plug puesto. Por suerte, Mónica me permitió quitármelo. Me pidió que estuviera desnuda toda la tarde, pero me hizo llevar los zapatos rojos del disfraz de diablesa. Por la noche volvió a follarme.

El sábado fue un día aburrido hasta la tarde. Por allá a las seis, Mónica decidió follarme el culo. Me sorprendió, ya que el resto de días lo había hecho por la noche. Enseguida entendí el motivo.

—Te vas a volver a poner el butt plug. Lo llevarás hasta mañana por la mañana. No menos de 16 horas. Así que ni se te ocurra hacerme madrugar.

Finalmente, llegó el domingo. Mi despertador sonó a las 10:30. Llevaba un poco más de 16 horas con el butt plug, así que desperté a Mónica para pedirle la llave. Me la dio, y cuando acabé de quitarme el butt plug, me folló una vez más. Esta vez no usó lubricante, sólo un poco de saliva. Tampoco hacía falta.

—Esta noche acabará tu castigo. Pero aún queda lo mejor.

Estuve intrigada todo el día.

Por la noche, Mónica me indicó que me preparara para un “examen oral” y que me pusiera bien guapa. Decidí que lo más adecuado para un examen sería un disfraz de colegiala.

Primero, me pinté las uñas de pies y manos de rosa chicle (me pareció el mejor color para una colegiala adolescente). Luego, me puse unas medias blancas bastante transparentes, un tanga blanco abierto (de forma que mi dispositivo de castidad saliera por la abertura) y un sujetador con relleno del mismo color. Escogí una minifalda de cuadros negros y rojos bastante cortita, por lo que habría unos diez centímetros entre el final de las medias y el inicio de la falda, y una blusa blanca, a juego con la ropa interior.

Decidí calzarme mis tacones más altos, que, aunque puede que no fueran los más adecuados para este disfraz, eran sin duda los que me quedaban mejor. Eran unas sandalias negras, tipo mule, de 14 cm de tacón (con uno de plataforma). No las tenía del todo dominadas, pero confiaba que no me tocaría andar mucho. Las uñas de mis pies se podían apreciar perfectamente.

Finalmente, me maquillé con una sombra de ojos rosa muy clarita, me puse un poco de colorete y me pinté los labios del mismo color que las uñas (rosa chicle). Completé el disfraz con pestañas postizas y una peluca de un color pelirrojo bastante natural.

Justo acababa de colocarme la peluca, cuando entró Mónica en la habitación.

—Ponte esto otra vez —dijo, entregándome el butt plug una vez más.

Me lo puse sin ninguna dificultad. Aún tenía el ano dilatado de la sesión anterior.

—¿En que consistirá el examen, Ama?

—Muy sencillo, realizarás una serie de ejercicios que serán evaluados, y, si suspendes, prolongaremos el castigo otra semana. Hasta que lleguen los examinadores, puedes ir practicando con tus tacones, que buena falta te hace.

Me puse a recorrer el pasillo arriba y abajo, como tantas otras veces. Mientras, iba imaginándome como sería el examen. Estaba casi segura de que los ejercicios serían felaciones (era un examen oral, a fin de cuentas), pero, ¿a quién? ¿a hombres? ¿a transexuales? y, sobretodo, ¿a cuántos? El timbre me sacó de mis pensamientos.

Esperé con impaciencia en el recibidor a que llegaran nuestros invitados. Llamaron por segunda vez y abrí yo misma la puerta. Eran Soraya (la hermosa transexual que colaboró en mi iniciación a la feminidad), junto con un hombre joven.

—Hola, Carla, mi amor —dijo Soraya.

—Hola, Soraya, me alegro mucho de volver a verte.

—Te presento a… bueno, mejor te lo presento luego. ¿Tenéis alguna habitación para que nos vayamos cambiando?

—Por supuesto —intervino Mónica—. Tercera puerta a la derecha.

El hombre que acompañaba a Soraya se dirigió a la habitación. Ella se quedó con nosotros charlando. El timbre sonó de nuevo. Aparecieron cuatro hombres más.

—Os presento: Antonio, Juan Luis, Miguel y Fran, al que creo que ya conocéis. Ellas son Carla, que será vuestra felatriz, y su ama, Mónica.

Nos saludamos todos con un par de besos. Luego, Soraya se dirigió también a la habitación. Había venido con un traje de chaqueta y unas sandalias de tacón ancho de unos doce o trece centímetros. Pero estaba segura de que saldría de la habitación aún más sexy de como había entrado. Mi mujer la acompañó, así que me quedé sola con los cuatro hombres.

—Así que habéis venido a que os haga una felación.

—Exactamente —dijo Miguel, que al parecer era el más lanzado.

—Yo es que me quedé con ganas de más —añadió Fran.

—Pues espero satisfaceros a todos.

Mónica salió al poco rato. Se había desnudado completamente y se había puesto sus zapatos de ballet. Dieciocho centímetros de tacón eran su única vestimenta. Con esos tacones, nadie se hubiera fijado en otras prendas.

—¿Vamos? —dijo, animándonos a seguirla.

Los cuatro hombres que estaban en el recibidor y yo misma la seguimos a la habitación. Una vez allí, me indicó que los desnudara. Algunas de las pollas ya estaban empezando a crecer un poco. Cuando quitaba los últimos calzoncillos, apareció Soraya. Venía acompañada por otra mujer.

—Os presento a Felicia.

Felicia era una mujer guapa, de rasgos marcados, preciosa cabellera rubia y rizada. Llevaba las piernas enfundadas en unas medias negras muy sexis atadas a un liguero que se perdía debajo de una faldita gris. Calzaba unos zapatos de salón negros de unos 8 o 9 cm de tacón de aguja (“¡principiante!”, pensé para mí). Al igual que yo, llevaba una blusa blanca. Lucía una perfecta manicura francesa, y un maquillaje impecable, sin duda, obras de Soraya.

Soraya se había quitado el traje y se había cambiado las sandalias por unas de tiras con unos quince centímetros de tacón de aguja. A parte de esto, llevaba un tanga de hilo dental, que como era habitual en ella no dejaba ver ningún tipo de bulto en su entrepierna (¡cuánto deseaba aprender a hacer eso!), sus grandes pechos estaban adornados por unas pezoneras en forma de estrella. Todo lo que llevaba, incluido el esmalte de uñas, era de un color negro brillante. La única excepción: su larga melena color castaño, que esta vez llevaba alisada.

—Pues ya estamos todos —indicó mi ama—. Tu examen consistirá en chupar estas seis pollas.

Mientras terminaba la frase, levantó la falda de Felicia revelando sus genitales, carentes de ropa interior: un precioso pene acompañado de dos testículos rosados. Iba completamente depilada. No era ningún secreto que Felicia era el hombre que había llegado a la vez que Soraya. Aun así me sorprendía el cambio. ¿Acaso cambiaba yo tanto cuando me disfrazaba de hombre para ir a trabajar?

Supuse que el resto de hombres ya conocían a Soraya de antemano, ya que ninguno encontró a faltar la sexta polla.

—Cuando queráis —añadió Mónica.

Felicia se quitó la falda y la blusa, manteniendo los tacones, las medias y el liguero. Su pecho, plano, también estaba perfectamente depilado. Soraya, a su vez, se quitó el tanga. Poco a poco sus genitales salieron del escondite. Se pusieron a hablar entre todos, pero yo estaba demasiado hipnotizada con el espectáculo para enterarme de nada.

Tenía ante mí seis pollas, dos de ellas pertenecientes a “mujeres”, que anhelaban explorar el interior de mi boca. Se estaban organizando, al parecer, para decidir en que orden lo harían. Toqué la punta redondeada de mi dispositivo de castidad y noté que se había formado una gota de líquido preseminal. Increíble. Antes de empezar yo ya goteaba de excitación.

Dos de los chicos, Juan Luis y Miguel, se disputaban ser el primero. Se lo jugaron a piedra papel o tijera. Ganó Miguel. Antonio quiso ser el último a lo que ninguno de los otros se opuso. Al resto les importaba poco el orden, por lo que enseguida acabaron de organizarse.

—Ya está —anunció Miguel—. Empezaré yo, luego irán Juan Luis y Fran, las chicas, Felicia y Soraya, y finalmente Antonio. ¿Te parece bien?

—No del todo —dije—. Quiero comerme a Soraya de postre. Tiene que ser la última.

—De acuerdo —intervino Antonio—. Prefería que me la comieras al final, después de haber visto el espectáculo de las mamadas anteriores, pero no me viene de una.

—Así —concluyó Soraya—, seremos Miguel, Juan Luis, Fran, Felicia, Toni y yo. Pues cuando quieras, Carla.

Me acerqué a Miguel. Probablemente se había afeitado la zona púbica recientemente, pues se notaba un pequeño corte. Su polla estaba ya bastante dura. Me arrodillé ante él y acerqué mi boca a su miembro. En el último momento me desvié hacia sus testículos y los besé. Saqué la lengua y procedí a lamerlos. Pinchaban un poco.

Tras chupar un rato los testículos, la polla de Miguel estaba preparada para recibir mis atenciones bucales. Volví a sacar la lengua y recorrí el camino desde sus testículos hasta su glande, por la parte de abajo de su polla.

—Mmmmm. Cómo me pones putita…

Aunque tenía claro que no quería usar mucho las manos (una mamada siempre es más sexy sin manos), no pude aguantarme y rodeé su polla con mi mano, para luego proceder a lamer el glande como si fuera un caramelo. Estuve así hasta que salió la primera gota de líquido preseminal. La lamí.

—Veo que te gusta, pronto tendrás mucho más…

Yo no contestaba. Estaba demasiado concentrada en su polla. Además, era el momento de metérmela en la boca, y quería dejar alucinados a todos los invitados. Abrí bien la boca e introduje el glande en ella.

Poco a poco, como tantas otras veces había practicado con el arnés de mi ama, fui acercando mi cara a su pubis, mientras su polla se abría paso en mi boca. Mis labios se encontraron con mi mano, que rodeaba esa gran polla. Debía tener la mitad ya en mi boca.

—Mmmmm. ¡Qué boca más caliente!

Quité la mano de la polla y me agarré de las nalgas de Miguel. Poco a poco, fui acercándome más a su pubis, hasta que noté que su glande llegaba al tope. Entonces, alineé mi cabeza de la forma adecuada y, con ayuda de un último empujón, engullí aquel miembro viril completamente.

—Vaya, la zorrita sabe mucho más que de lo que parecía.

Aguanté unos segundos con la polla en mi garganta y luego volví a la profundidad normal. A partir de entonces, aumenté considerablemente la velocidad (aún me quedaban otras cinco pollas que chupar y no era cuestión de pasarse todo el día). Estaba follando a aquella polla con la boca. En el fondo, me moría de ganas de degustar la primera ración de semen.

—¡Métetela hasta el fondo, puta!

Le hice caso, la siguiente embestida me la metí hasta el fondo y aguanté un par de segundos. Luego, retomé el ritmo normal, aunque, desde ese momento, cada 6 o 7 embestidas, hacía una profunda. Mi clítoris intentaba crecer pero el dispositivo de castidad lo impedía. La presión era algo molesta.

—Así, muy bien, putita.

Al cabo de unos minutos, la respiración de Miguel se fue acelerando. La corrida era inminente. Decidí no alterar en lo más mínimo el ritmo de la felación. De 6 embestidas, una la hacía profunda. Así, era como jugar a la ruleta rusa. Existía el riesgo de que se corriera directamente en mi garganta. Eso era algo para lo que no sabía si estaba preparada, y saber que podía suceder me excitaba muchísimo.

No fue el caso. Justo después de salir de las profundidades, un chorro caliente y espeso inundó mi boca. Era delicioso. Mientras seguía moviendo mi cabeza, fui tragando como pude los primeros chorros. Cuando ya parecía que no iba a salir más, hice una última embestida hasta el fondo, aguantando más de 10 segundos con la polla en la garganta. Tuve la extraña sensación de que en esos momentos salió un último chorrito, de esos que emanan sin fuerza. Me resultó agradable. Eso me hizo coger más ganas de sentir cómo era eso de recibir el primer chorro en la garganta.

Poco a poco fui sacando la polla de mi boca. Una vez fuera, me fijé en que estaba bastante pringada de semen. Recogí todo lo que pude con la lengua. Les mostré a los asistentes mi boca abierta, me relamí, y luego, lo más sensualmente que pude, dije:

—Siguiente…

Juan Luis era el siguiente. Se acercó a mí y me ofreció un cojín para las rodillas. De momento no me dolían, pero no creo que pudiera aguantar todas las felaciones sin él. Me acomodé.

Ahora tenía ante mí una polla no erecta. Delgadita, de longitud media. Decidí dejar que creciera en mi interior. Así que, sin la menor dificultad, la introduje completamente en mi boca. Una vez dentro, me dediqué a recorrer su glande con mi lengua y succionarlo ligeramente. De vez en cuando, sacaba la lengua para lamer un poco sus testículos. Mientras, su polla iba creciendo en mi interior.

Como me negaba a sacar de mi boca la más mínima porción de polla, llegó el momento en que fue imposible para mí seguir jugando con su glande, pues éste quedaba demasiado adentro como para que llegase con la lengua. Debido a eso, durante un rato me limité a lamer sus testículos mientras esperaba a que llegara a su máximo tamaño. Poco a poco, noté como su glande se adentraba en mi interior, pero como aún no me impedía respirar decidí dejar que siguiera creciendo un rato más.

Llevaba ya un rato sin notar el menor aumento, y, viendo que aún no me impedía respirar (a pesar de que me parecía que tenía parte de su polla alojada en mi garganta), pensé que el simple hecho de lamerle los huevos manteniendo la polla en mi interior no era suficiente estímulo para que la polla llegase a su tamaño máximo. Ante la posibilidad de que mi “examinador” me evaluase negativamente por no darle suficiente placer, decidí cambiar de táctica.

Lentamente, fui retrocediendo. Esperaba notar en seguida la salida de su glande de mi garganta, pero mientras los milímetros de polla iban desfilando a través de mis labios, la garganta aún la notaba llena. Cuando había salido el tamaño que (habitualmente) corresponde a la mitad de una polla caucásica estándar, noté, por fin, que de mi garganta salía el glande de esa larga, aunque fina, polla.

Continué sacando polla de mi boca. Lentamente. Entre mi público se escuchaban algunas reacciones de sorpresa, tanto por la longitud de la polla, como por el hecho de que llevase ya un rato con semejante rabo alojado en mi interior. Mi dispositivo de castidad volvía a gotear.

La terminé de sacar del todo y admiré lo engullido. Así, a ojo, eran unos 20 cm de salchicha. El caso es que, con esa longitud, no parecía que tuviera que crecer mucho más, por lo que, seguramente el grosor no aumentaría más tampoco. Por si fuera poco, no exhibía una gran dureza (posiblemente consecuencia de su delgadez). La única cualidad de esa polla era la longitud… ¡pero qué longitud! Todo eso hacía a la polla de Juan Luis muy cómoda de chupar. Tanto, que decidí que le haría una mamada profunda de principio a fin.

Nuevamente, me introduje la polla hasta la garganta. Me aseguré de hacer una pausa al final para que todos viesen como mis labios reposaban en su pubis durante unos segundos. Tras la pausa, me dispuse a sacar de mi garganta unos escasos 5 o 6 centímetros, asegurándome, así, que el glande no llegase nunca a abandonarla del todo. Y vuelta para adentro.

Repetí el procedimiento unas cuantas veces más. Siempre llegando a tocar su pubis con mis labios, pero sin hacer ya ninguna pausa. Y siempre sacando sólo 5 o 6 cm. La única variable era la velocidad. Cada vez lo hacía más rápido. Estaba segura de que mi público estaba alucinando. Llegó el momento en que era incapaz de mover mi cabeza más rápido. En ese momento sucedió lo que tanto ansiaba.

Noté un gran chorro que brotaba desde lo más hondo de mi garganta. Semen, caliente y espeso semen. Por alguna razón no me activó el reflejo de la arcada (supongo que lo había domado hacía tiempo), pero tampoco el de tragar. Por ello, aunque parte de la corrida seguía lentamente el camino que marcaba la gravedad, resbalando por mi esófago en dirección a mi estómago, sin que pudiera hacer nada por impedirlo, otra parte se acumulaba en mi garganta, a medida que Juan Luis me iba llenando más y más. Yo seguía moviendo mi cabeza (ahora algo más lentamente), por lo que el punto de entrada del semen iba cambiando de posición, a medida que el glande iba subiendo y bajando por mi garganta.

Una de las veces que volví a metérmela hasta el fondo, parte del semen desbordó mi garganta llegando hasta mi boca. Decidí conservarlo como prueba de la corrida para mi público. Así que me limité a seguir metiendo y sacando polla de mi interior. No estaba segura de si había acabado de correrse o aún continuaba saliendo semen. Por si acaso, me la metí hasta el fondo una última vez y la mantuve hasta estar convencida de que todo el semen de mi garganta había resbalado hasta mi estómago.

Luego, la fui sacando poco a poco, hasta que sólo su glande estaba en mi boca, y con sumo cuidado de no arruinar la sorpresa (no quería que vieran aún el semen), saqué el glande de mi boca, cerrando los labios a medida que éste salía de ella.

—¿Te has corrido? —Soraya intuía la respuesta.

— … Sí … —balbuceó Juan Luis.

—Te has quedado sin palabras —intervino Miguel.

—Es que… nunca antes una chica se había tragado toda una corrida mía.

En ese momento, les mostré a todos mi boquita llena con parte de su semen. La cerré. Tragué. Y les mostré de nuevo mi boca vacía.

—Si nos ponemos estrictos —maticé—, hasta ahora no había tragado.

—Bueno —añadió Miguel—, tampoco es para tanto. Entiendo que sea la primera vez…

—No, no lo entendéis —sentenció Juan Luis—. Me he corrido en la boca de muchas chicas, pero ninguna se había tragado ¡toda! mi corrida. Normalmente les desborda por la comisura de los labios. Eyaculo una gran cantidad de semen, y las chicas no dan abasto en tragar…

—Tragar, lo que se dice tragar, sólo lo he hecho ahora al final. En realidad te has corrido directamente en mi garganta. Lo que habéis visto en mi boca era lo que ha desbordado de mi garganta.

—¡guau! —Estaban maravillados.

—Bueno, ¿seguimos? Aún me quedan pollas que chupar.

—Me toca —dijo Fran.

—Aún recuerdo tu gran polla de la otra vez.

—Y yo la tuya, Carla, es una pena que estés vestida.

—Te la enseñaría, pero…

Me levanté la minifalda de cuadros para que Fran y el resto de los presentes pudieran ver mi dispositivo de castidad. Se notaban algunas caras de sorpresa.

—Muy apropiado —dijo Fran—. En cierto modo es como si estuvieras castrada. Y dime, hace mucho rato que llevas eso puesto.

—Casi una semana seguida…

—¡¿Duermes con él?!

—Sí, claro… También llevo esto.

Me giré y aparté también la tira del tanga para que pudieran ver el butt plug. No pareció impresionarles tanto como el dispositivo de castidad (lo que era comprensible).

—Esto sí que he podido quitármelo de vez en cuando, aunque he llegado a llevarlo varias horas seguidas, incluso para dormir o trabajar. —Eso sí pareció sorprenderles.

—De hecho —intervino Mónica—, ayer se lo puso por la tarde y se lo ha quitado hoy a media mañana. Más de 16 horas seguidas. Además, esta última vez se lo ha puesto poco antes de que llegarais y no permitiré que se lo quite hasta mañana a la misma hora. Un día entero. Suponiendo que apruebe el examen oral, claro.

—Gracias, Ama —fue lo único que se me ocurrió decir.

—Puedes continuar —finalizó.

—Gracias, Ama —repetí—. La otra vez me quedé con ganas de que te corrieras en mi boca, Fran.

—Pues hoy probarás mi semen.

—En realidad, lo probé después de que te fueras. Recuerda que me dejaste unas muestras.

—¿Ah sí? Menuda guarrilla estás hecha…

Mientras acababa la frase, rodeé su glande con mis labios. Efectivamente era toda una guarrilla. Y estaba muy orgullosa de ello.

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