Organizar preñada y puta acabo con su matrimonio

Desde que se casaron hacía ocho años, Nazaret y Gustavo llevaban fantaseando con la posibilidad de hacer un intercambio de parejas para mejorar la rutina sexual del matrimonio. Ambos eran de mentes abiertas y lo habían hablado, a pesar de los múltiples juegos eróticos que practicaban en la cama, de los juguetes que usaban, de que se esforzaban en convertir la relación en un acto divertido, todo resultaba monótono. Necesitaban otro tipo de emociones. Pero no era fácil para una pareja como ellos. Había un gran temor a dar el paso por muchos motivos, motivos de reputación, motivos familiares, el miedo a un mundo desconocido, a un círculo muy reservado e íntimo. Gustavo tenía una reputación que proteger, pertenecía como asociado a un prestigioso bufete de abogados en Barcelona y que le descubrieran metido en esos mundillos de desenfreno podía ocasionarle serios problemas. Y luego estaba la familia, Nazaret era hija única de un diplomático, por tanto se corría el riesgo de manchar el buen nombre de la familia.
Llevaban casi diez años juntos. Se conocieron en la universidad, ya en el último curso, cuando ambos estudiaban en el mismo campus, Gustavo en la facultad de Derecho y ella en Administración de Empresas. Nazaret había sido muy loca y en su época de estudiante había follado mucho, había sido la típica putona calientapollas, la chica fácil en las noches de marcha, hasta que conoció a Gus y asentó un poco la cabeza. Él había sido más pasivo y antes de conocer a su esposa, había tenido dos relaciones estables, relaciones que no funcionaron. Se llevaban bien, había plena confianza y se divertían sexualmente, con ganas de sentir nuevas experiencias, pero con miedo a integrarse en lo desconocido.
Nazaret era una morenaza despampanante de 32 años. Alta y delgada, con una voluminosa melena larga y ondulada de color negro, piel bronceada y ojos verdes, con un culo macizo, lo suficientemente ancho y abombado para que sus curvas fueran perfectas, con tetas que parecían dos campanas de gelatinas, blanditas, con pezones pequeños y aureolas ovaladas. Le gustaba llamar la atención, dejar a los hombres con la boca abierta, que la miraran, y para conseguirlo utilizaba una elegancia muy sensual con vestidos provocativos.
Gustavo era otro pijo cortado por el mismo patrón. Algo más bajo que ella, tenía un cuerpo musculoso, igual de bronceado y depilado por todos lados, con una melena lisa muy cuadrada y tan coqueto a la hora de vestir como su mujer. Muchas chicas intentaban ligar con él, pero era muy cortado, su timidez no tenía ni punto de comparación con la simpatía de Nazaret.
Con el fin de integrarse en el mundillo de los intercambios de pareja, una vez compraron una revista de contactos, pero ninguno de los anuncios terminó por convencerles. Lo intentaron por internet, pero les pasó lo mismo. No se decidían, el temor les dejaba varados en la incertidumbre. Quedar con una pareja desconocida para un intercambio o montar un trío simplemente para hartarse de follar, no les atraía a ninguno de los dos. A ellos les iban más las fantasías eróticas, simular una violación, simular que la follaba algún familiar, algún jefe, algún amigo, que alguien la dominaba, pero intentar eso realmente resultaba extremadamente arriesgado dadas las circunstancias personales de cada uno.
Lo intentaron en un club de intercambios muy selecto de la ciudad. Acudieron a tomar una copa, charlaron con gente, incluso estuvieron en la sala de mirar y ser mirados, haciendo el amor junto a otras parejas, sin llegar al intercambio, pero no les gustó el ambiente, no les pareció excitante, allí se iba a follar y punto, y para colmo el día que fueron Nazaret se topó con un antiguo compañero de la universidad, menos mal que no llegó a reconocerla.
El tiempo transcurría y se dedicaban únicamente a simular situaciones morbosas, casi siempre con familiares y amigos. Actuaban en la cama como si rodaran una película pornográfica. Pero la emoción del principio perdía vigor y empezaron a cansarse de esa apariencia, de esa irrealidad. Ya todo se les volvía monótono. Parecían gilipollas haciéndose pasar por otras personas, sólo para poder saciar esas fantasías.
Un mediodía, tras salir del despacho, Gus pasó por delante un viejo Cine X, el único que aún existía en la ciudad. Constaba de tres salas y se decía que por ser el único, era bastante concurrido. Desde siempre hasta su progresiva desaparición, las salas X siempre le habían parecido lugares morbosos, lugares de desahogo para tipos pervertidos y solitarios. Cuando llegó a casa, se lo propuso a su mujer.

- ¿A una sala X? – se sorprendió Nazaret.

- No me digas que no te da morbo, y es un sitio discreto, nadie nos va a conocer, está en los barrios bajeros ésos del norte.

- Ahí sólo van tíos guarros, ¿no? ¿Tú quieres ir? Ahí van pocas mujeres.

- Yo desde luego iría.

- Podemos probar, podemos ir el sábado.



Pasaron dos días hablando del tema, emocionados por el morbo que les producía ir a un cine X en una parte barriobajera de la ciudad. A última hora de la tarde del sábado, se pusieron a arreglarse, decididos a vivir una emocionante experiencia. Era invierno y se hizo de noche muy pronto. Nazaret se vistió con su habitual elegancia. Se puso un jersey largo de cuello vuelto, a modo de vestido cortito, de color gris, medias negras transparentes y zapatos de tacón muy fino. Después de adornó de complementos y como toque de sensualidad se colocó un abrigo de visón que le llegaba por debajo de la cintura, casi coincidiendo con la base del jersey, en la parte alta de los muslos. Iba espectacular para merodear por un barrio tan chabacano.

Fueron en taxi para evitar que alguien les reconociera en el impecable BMW deportivo y se bajaron frente a un restaurante, como fingiendo ante el taxista que iban a una boda. Luego fueron caminando hasta la avenida donde se encontraba el cine. La gente la miraba, volvía la cabeza y más de uno le soltó algún piropo. Iba radiante y a Gus le excitaba que los hombres se fijaran en ella, una excitación acrecentada por el hecho de ofrecerla en un cine X a hombres reprimidos.

Merodearon nerviosos por la acera de enfrente al cine sin decidirse. De alguna manera, les causaba mucho pudor adentrarse en un sitio como aquél. Sólo veían entrar hombres, casi todos maduros. Contaron siete. Luego vieron entrar una pareja, pero estaba claro que ella era una prostituta. Luego entró un chico joven, solo, y luego tres prostitutas que llegaron juntas. Probablemente, cobrarían veinte o treinta euros por hacer la película más amena a los babosos que allí acudían.


Continuara...

1 comentario - Organizar preñada y puta acabo con su matrimonio

killeonix
y la otra parte amigo???