Relato 1 - Energía oculta

Relato 1 – Energía oculta

Eran las 10 y media de la noche cuando abrí la puerta de la habitación. El recepcionista me dio una tarjeta blanca de plástico que sirvió de llave. Encendí la luz en un acto reflejo y deposité la mochila con mis cosas encima de la cama doble:
- Pasa, aunque sea para echar un vistazo a la junior suite – dije animado.
- Pues parece grandecilla: cama, un sofá, una tele de 32 pulgadas… ¡Mira! –exclamó ella-. Un minibar repleto de comida y bebida…
Cuando observó la lista de precios pegada en la puerta del minúsculo frigorífico se quejó sin rechistar.

La habitación era ideal para pasar unos días, aunque en realidad solo me disponía a dormir esa noche. Fue el segundo premio de un sorteo que iba a disfrutar con mi pareja. Lamentablemente, ella no podía venir en esa fecha concreta y, casualidades de la vida, terminé visitándola con su hermana.

La cama se situaba en la entrada a mano izquierda y una televisión nueva enfocaba directamente a ella. A la derecha, un sofá blanco de dos plazas y un butacón a juego, con una mesa pequeña entre ambos. Ese sofá invitaba a contemplar las vistas, pero la oscura noche descartaba esa opción. El balcón no ofrecía ningún atractivo en aquel momento.

Ella se sentó en los pies de la cama y se quitó los zapatos, como si fuera a prolongar su estancia. Encendió la televisión y comenzó a hacer zapping, sin concentrarse en lo que veía. A lo mejor estaba nerviosa y quería distraerse de ese modo. Yo me apresuré a observar el cuarto de baño:
- ¡Te estás perdiendo la mejor parte de la habitación! – le grité para que despertara de su trance-. Esto no sería una junior suite si no fuera por este jacuzzi…

Pasada la cama estaba el baño, que se dividía en tres partes: la izquierda la ocupaba el jacuzzi, a la cual se accedía subiendo un pequeño escalón. Enfrente, el lavabo y el lavamanos, y a la derecha, separado del resto, una ducha con una mampara de cristal traslúcido. En general, el baño poseía una decoración y distribución bastante modernas para ser un hotel.
- ¿Alguna vez te has metido en un jacuzzi privado como éste? –solté.
- Pues, ahora que lo preguntas…creo que no. Sólo en comunes, y encima en el exterior… No es lo mismo, claro. ¿Y tú?
- Tampoco, estoy en tu misma situación. Y no pienso desperdiciar esta oportunidad.

Pensativo, al cabo de unos segundos le dije:
- Son las 11 menos algo, parece una buena hora para un baño con burbujas. ¿Qué me dices? Tranquila, nos conocemos de hace años, ¡no muerdo! –incidí.
- No sé, llevo unos días sin depilarme. Y además, no he traído bikini.
- Ni yo bañador –dije secamente-. Pero eso no es un problema. Normalmente me baño desnudo, pero si te parece mal, puedo meterme en calzoncillos y listo. Y por lo de tus pelos, ya te he dicho que hay confianza, no vas a asustarme. Con ropa interior, va. Que luego te arrepentirás, seguro.
- Venga...

Abrí el grifo para que manara abundante agua y fui regulando la temperatura con las yemas de los dedos. Siempre he preferido el agua caliente, así que opté porque fuera más caliente de lo normal y se fuera enfriando una vez estuviéramos dentro. Me giré para ver qué estaba haciendo; me la encontré quitándose granos de la cara invisibles a ojos masculinos, sin preocupación alguna.

Inevitablemente me fijé en su figura y apariencia externa. Poseía una estatura normal, cabellos hasta el cuello y unas curvas que, pese a no estar bien definidas, tenían un encanto misterioso. Durante los años que nos fuimos conociendo, indirectamente a través de su hermana, surgió una amistad inofensiva y cercana. En muchas excursiones y descansos en la playa había visto su cuerpo casi desnudo, por lo que no supondría una gran vergüenza quitarnos la ropa. Además, habíamos hablado de casi todos los temas como amigos habituales que apenas esconden información el uno del otro.

- Pongo jabón, ¿vale? Así tenemos espuma.
- Ok –respondió, mientras seguía a lo suyo.

- Pues esto yo casi está. Con tu permiso, voy a ir metiéndome, y a ver si me aclaro con este mando. ¡Quiero muchas burbujas! Por un día…

Primero me quité la camiseta y luego se sucedieron los zapatos, calcetines y pantalones. Deposité la ropa, medio doblada, encima del retrete. Ese día llevaba mis calzoncillos preferidos, ajustados y negros. Subí el escalón del jacuzzi y metí las piernas dentro lentamente. De pie, giré el cuello y comenté:
- ¡Te estoy ganando!
- ¡Ahora voy! ¿Qué tal está? –respondió.
- Perfecta. Algo caliente, pero te acabas acostumbrando.

Ella estaba a mis espaldas. Al hablar con ella, pude comprobar que, de reojo, echó un vistazo como un relámpago a mi culo. Dudo que lo hiciera con maldad, pero nunca me había visto con ropa ajustada y supongo que querría fijarse cómo tenía mi culo. “Imagino que es lo más normal, yo en su caso haría lo mismo”, pensé.

Me metí por completo. Estaba de espaldas al resto del baño, mirando la pared. No sé porqué escogí ese sitio, pero ahí me quedé. El jacuzzi en sí era coqueto, pequeño e íntimo, ideal para dos personas. De repente, empecé a trastear con el mando, probando los diferentes niveles de burbujeo hasta dar con el óptimo.

- Allá voy, que luego se enfría.

Se quitó la camiseta de tirantes y los pantalones, estos últimos con bastante lentitud, y los dejó encima de mi ropa.

- No sé si quitarme la parte de arriba, me da cosa…
- Como tú veas… Te he visto más veces, así que no veré nada nuevo –dije con una voz tranquila y segura. Además, yo también hago topless.

Sin pensárselo más veces, se desabrochó el sujetador y lo dejó con el resto de ropa. Únicamente llevaba puesto un tanga colorido, algo infantil, y de los modelos grandes, no de los de hilo ni encaje. Su piel seguía morena del verano. Sus pechos, bien colocados y una talla 90 aproximadamente, no tenían marca alguna de bikini. No era extremadamente delgada ni excesivamente obesa, poseía el peso ideal para su altura. Quizás algún quilo de más, pero eso le confería una figura sexy y natural.

Rápidamente se sentó en el jacuzzi. El agua le cubría hasta por encima de los pezones, como si yo hubiese calculado minuciosamente la cantidad de agua necesaria. Las piernas nos rozaban mutuamente debajo del agua, algo inevitable debido al tamaño del jacuzzi. No importaba lo más mínimo.

- ¡Ay, qué gusto! –pronunció. Si tuviera dinero, me compraba uno de estos y lo ponía en mi casa.
- Toma, y quién no. Pero de aquí a que nos toque la lotería… Por eso, aprovecha hoy. No pienso salir de aquí hasta que tenga los dedos arrugados.

Durante unos minutos, fuimos hablando sobre cómo me tocó ese premio, cuáles fueron los restantes, y un poco sobre la decoración de la habitación. El agua y las burbujas seguían a lo suyo, mientras que el agua no variaba su temperatura. Inconscientemente, el agua y el vaho del baño me secaron la garganta. Sin dudarlo, pensé en las bebidas del minibar.
- ¿No tienes sed? He visto que hay unas botellas de vodka con limón en la nevera. Yo voy a por una, ¿te apetece? –le propuse.
- Uf, ¿has visto lo que vale cada una? ¡6 euros por una botellita!
- ¡Qué más da! Ya te dije antes, un día es un día. Si es por eso, yo te invito, tú no te preocupes.
- Venga… Pero te la debo, ¡eh!

Agarré la toalla para no empapar el suelo, pero fui goteando de todas formas. Rápidamente, cogí dos botellas y las abrí por el camino. En un abrir y cerrar de ojos estaba sentado en la misma postura, pero con una deliciosa bebida en la mano. Le di la suya y enseguida echó un trago.
- Ya verás qué bien sienta. Esto es como estar en el paraíso –comenté.
- (Tras beber otro sorbo). ¡Y tanto! –replicó. A ver si voy a terminar piripi…
- ¡Bah! Sólo es una botella, no vamos a bebernos diez.

Sin darnos cuenta, ya casi habíamos terminado nuestras bebidas. Ambos estábamos poco acostumbrados al alcohol, así que notamos sus consecuencias con velocidad: pómulos más rojos y risas exageradas. En la conversación, poco a poco fui introduciendo la temática sexual, para caldear el ambiente de forma sutil. Yo sabía que ella apenas había tenido contactos con otros chicos, y menos relaciones sexuales, aun siendo dos años mayor que yo. No es que ella fuese fea ni antipática, simplemente no afloraba su sexualidad como al resto. Aunque yo siempre intuía que algo debía haber, que no se puede luchar contra la naturaleza y sus impulsos.
- Oye… Esto tiene argumento de película porno, ¿eh?
- Ui, ui, calla… Y encima yo que ya voy contentilla, ¡jaja!
- Era broma. Esto… te voy a preguntar una cosa, no sé si te dará vergüenza. Yo ya, de eso, creo que no tengo…
- Tú dirás.
- Me están empezando a molestar los calzoncillos, si te importa que me los quite. Total, no puedes ver a través de la espuma. Como mucho podrás imaginar… –y solté una carcajada floja.
- Bueno, si te molestan… No voy a decir que no.
- ¿Verdad? Y tampoco verías nada raro, todos los hombres tenemos lo mismo allá abajo…

Reposé la botella fuera del jacuzzi, levanté un poco el culo y con las dos manos me bajé los calzoncillos. Empapados, los escurrí como pude y los dejé en el mismo borde.
- ¡Ala! Uno se siente más ligero ahora… ¡Noto las burbujas con más tacto!
- Seguramente. A mí me rebotan en el culo ahora mismo… –reímos.

Se nos terminó el vodka, aunque no se nos calmó la sed.
- ¿Nos bebemos otra? A medias si prefieres… –le insistí.
- Vale. Que sin darme cuenta, me la he terminado. Sí que pasaba bien, sí…
- No quiero ser machista, pero te toca ir a buscarla a ti.

A la par le guiñe un ojo, de modo que no vería mi cuerpo desnudo. No dijo nada, pero se rió y se levantó. Sus pechos mojados me parecieron más perfectos, y sus curvas proporcionaban mayor sensualidad. Siguiendo el mismo camino que hice yo, volvió con otra botella idéntica de vodka con limón y dejó la toalla en el mismo lugar. Primero bebí un trago y luego le devolví la bebida, echando otro trago similar al mío.

Ella reposó la botella en un canto del jacuzzi, mientras nuestras miradas directas se prolongaban. Sabía que, a partir de ese momento, iba a ser más lanzado. Me conozco, sé cómo he actuado otras veces y ese era siempre el detonante.
- Oye, si pudieras pedir algo más en este momento... ¿qué pedirías? –pregunté.
- ¿Ahora? Mmm… (pensativa). No me iría mal un masaje en la espalda, la verdad.
- Bueno… Hoy es tu día de suerte entonces. Siéntate aquí, a mi lado, y si quieres te doy un pequeño masaje. Para que veas que soy buena persona, eh…

Sin rechistar, se acercó sin levantarse y se colocó a mi izquierda. Sin decirnos nada, mis manos se posaron sobre su espalda y comencé a darle un suave masaje. Ella bebió otro trago y cerró los ojos, como si viajase a otro mundo. Fui acariciando toda su espalda, fuera del agua la zona del cuello y parte de la espalda y debajo del agua la zona lumbar. Ambos estábamos dirigidos hacia la pared del baño. Interrumpiendo el ambiente, le dije:

- Me gustaría hacerte una pregunta… Me pica la curiosidad.
- Suelta, pregunta lo que quieras –dijo abiertamente, ya con los ojos abiertos.
- Imagino que habrás visto bastantes… pollas (al momento que dije esa palabra, se concentró aún más en mis palabras, y titubeó con la cabeza). Pero, ¿alguna vez has tocado alguna?

Sonrió pícaramente, pero no giró la cabeza, imagino que por vergüenza a responderme a los ojos.
- Una vez… Aunque hace años de eso, y también iba algo animadita de alcohol.
- Sólo preguntaba, pura curiosidad, nada más.

A la vez que respondía, ella intentó mirar de reojo a través de la espuma, a ver si conseguía vislumbrar mi pene. En esa atmósfera, imaginé que a ella también le picaría alguna curiosidad, aunque fuera mínima. Sin mediar más palabra, seguí con mi masaje unos minutos más. Disimuladamente, me acerqué más a ella, muslo con muslo.
- A ver, gírate un poco y así te doy mejor, que la mano izquierda la tengo en una posición bastante rara –le aconsejé.

Ciertamente, se me estaba durmiendo la mano en la anterior postura. Yo también me giré un poco, y continué con el masaje. No se podía quejar, la verdad. En un acto suave, le fui acariciando las caderas y los laterales de la espalda. Imprimí toda mi sensualidad en ese masaje. Con mis brazos rodeando su cuerpo pero sin tocarla, fui masajeando su barriga y abdomen. Ella no se inmutaba, se dejaba llevar por la situación. Muy lentamente, iba subiendo las manos poco a poco.

Ella sabía de antemano dónde acabarían, pero decidió no pararme. La magia de la situación impedía volver a la realidad, que estaba con su cuñado desnudo en un jacuzzi y medio borrachos. Mis manos seguían subiendo, hasta que los pulgares rozaron sus pechos. Sin dudarlo un instante, seguí masajeando y subiendo a la misma velocidad. Le estaba dando un buen masaje en sus pechos húmedos. Notaba sus pezones, aún pequeños, con las yemas de los dedos. Me sorprendió que no me detuviese. De forma instintiva, me acerqué más y comencé a besarle en la nuca y en el cuello. Todavía con los ojos cerrados, movió despacio su cuello hacia mí; podía verle la cara. Había placer en su rostro, sin lugar a dudas.

La besé con pequeños picos por su mejilla derecha, hasta que nuestros labios se encontraron. Un beso apasionado, sin lengua, ella medio girada hacia mí y yo con las piernas extendidas. Mis manos mojadas agarraron sus pómulos, que fueron deslizándose de nuevo hacia sus pechos. Con su mano derecha, empezó a acariciarme la rodilla, subiendo dulcemente por mi muslo. Sobraban las palabras.

Pensando que de repente agarraría mi pene, continuó subiendo y me fue acariciando la barriga y mi pecho. Superficialmente, ella tenía algo de vergüenza en tocarme las partes. Pero dentro de sí misma lo deseaba con locura. Y suerte que hizo caso a su demonio interior. Esa misma mano fue bajando, mientras yo seguía acariciando su pecho. Nuestros labios permanecían juntos. Cogió mi pene con fuerza, le faltaba poco para agrandarse del todo.

De repente, alejó sus labios y abrió los ojos. En ese momento pensé que se vestiría y saldría corriendo. Nada más lejos, apartó la espuma que cubría mi lado del jacuzzi con la otra mano y observó con curiosidad mi polla.
- He visto algunas… pero puedo asegurar que no he tocado ninguna como ésta –dijo avergonzada, soltándose.

Mi modo de agradecer sus palabras fue besándola otra vez, más apasionadamente si cabe. Ella no soltaba mi pene, y empezó a agitarlo suavemente debajo del agua. A su vez, mis manos se deslizaron con dulzura por sus pechos, su abdomen… Se colaron por debajo de su bikini, y le acaricié su coño mojado. Estaba completamente rasurada, pese a nombrar antes que no se había depilado. Su cara, con sus ojos cerrados, contenía cada vez más placer. Mi dedo corazón se movía sigilosamente por debajo de su ropa, rozándole el clítoris, con más fuerza. Poco a poco, fui haciendo el gesto de introducir ese dedo.

Pese a estar mojados por el jacuzzi, yo notaba que ella estaba húmeda allí abajo. Se me pasó por la cabeza que debía estar meses sin alcanzar el orgasmo, y años sin que un chico le tocara. Así, mi dedo entró por completo en su vagina. Ella apretó más fuerte mi pene, y agitó con fiereza, creando olas en el agua. Mi dedo se movía apretujado dentro de su coño, hasta que comenzó a soltar leves gemidos. Sin desearlo, abrió los dedos de la mano y soltó mi pene. Con mi otra mano le rodeé su cuerpo y acaricié su pecho izquierdo. Aumenté el ritmo, su cabeza enfocó al techo y sus piernas temblaron a la par de otro leve gemido, éste más sincero: se estaba corriendo.

Al cabo de unos segundos, abrió los ojos y suspiró profundamente. Sin lugar a dudas, tenía mucho calor escondido que necesitaba salir. Saqué suavemente mi dedo de su coño, que noté doblemente mojado. La besé de nuevo, ella me respondió aliviada. Aún así, sabía que este clima no había terminado, todavía había fuego en el ambiente que debía extinguirse. Ella extendió su mano y se bebió de un trago la botella medio llena. Yo seguía sentado, me agarré a sus caderas y la invité a colocarse encima de mí.

Debía actuar con seguridad, no quería que ella volviese a la realidad todavía. Abrió los ojos y se giró, mirándome fijamente y sonriendo. Se sentó en mis muslos con las piernas dobladas y me volvió a besar. Delicadamente, cogí los laterales del bikini con mis pulgares y fui bajándoselo poco a poco. Sin miramientos, alzó un poco el culo y se lo quité del todo.
- Ahora ya estamos igualados. Verás que se está mejor ahora… -volví a guiñar un ojo.

Sin más palabras, dejé el tanga mojado encima del mío y volvimos a besarnos. Mientras nuestros labios transmitían pasión, cogí mi polla con la mano izquierda y la dirigí hacia ella, rozándola contra su pierna. Ella deslizó su mano derecha bajo el agua y apartó mi mano, a la vez que levantaba, de nuevo y lentamente, su culo. Se fue introduciendo mi pene con mucha cautela, despacio. A medida que entraba, me la notaba más grande, con más fuerza, más mojada. A medio camino, la soltó y se apoyó con ambos codos en mi cuello, dejando muertas las manos por detrás.

Se levantó hasta que casi salió de su coño, pero volvió a bajar empujando. Cada vez se abría más, y cada vez entraba más profundo. Sin más, me preguntó preocupada:
- ¿Usamos protección? Es peligroso…
- No pasa nada, marcha atrás luego y listo… -respondí sin pensar. Todo irá bien.

Cuando me quise dar cuenta, ya estaba todo dentro de ella. Con mis manos posadas en sus caderas, la levanté y la bajé, aumentando el ritmo cada vez hasta alcanzar el bombeo perfecto. Gemía periódicamente, en voz baja pero muy excitante. De vez en cuando relajaba los brazos en el agua mientras yo la penetraba con ritmo. Mis manos iban de sus caderas a sus pechos que masajeaba con placer, y volvía a sus caderas. Y viceversa. Estaba seguro que hacía años que su coño no se expandía tanto, si alguna vez lo hizo. A ella le iba la marcha, pese a que nunca lo exteriorizaba.

De pronto, marcó ella la velocidad y aceleró. Con un golpe de cuello se quitó el pelo de la cara y me miró a los ojos, concentrada. Seguidamente, volvió a cerrarlos y gimió más fuerte que antes. Mi polla notó que su coño se ensanchó, sus piernas se agitaron de nuevo igual que la última vez; era su segundo orgasmo.

Aflojó el ritmo hasta que simplemente se quedó sentada, con mi pene introducido hasta el fondo de su vagina. Realizó minúsculos círculos con su culo, sin levantarse, de modo que la notase viva y en su máxima entereza. Ese breve descanso me puso más cachondo todavía. Hubiera deseado que ese polvo no acabase nunca, o que pudiera repetirse cada fin de semana. Pero ambos sabíamos que era fruto de un día, una casualidad que no sucedería de nuevo jamás.

Sin detener la marcha, la alcé y saqué mi polla. Me puse de pie y apoyé mi rodilla izquierda sobre el asiento del jacuzzi. En ese instante, miró de llena mi polla y mi cuerpo mojado. Por su cara, nada tan grande había estado antes dentro de su vagina. Lo sabía y le gustaba. Asimismo, estaba algo confusa, quería que yo llevase la iniciativa, le dominase, que escogiese qué haríamos. Sin más preámbulos, giré su cuerpo y le invité a levantarse; ahora me daba la espalda. Ambos de pie, empujé su hombro dulcemente con la mano derecha. Arqueó la espalda y sus manos se posaron sobre el borde del jacuzzi, mientras que las mías conducían mi polla de nuevo a su agujero.

Sin pensarlo dos veces, volví a penetrarla. Mis manos se posaron en sus caderas, y recobré el ritmo en un abrir y cerrar de ojos. Sin apenas pausa, retornaron sus cálidos gemidos, a los que se sumaron los míos con el mismo volumen. Nuestras piernas estaban sumergidas, pero nuestros sexos sobrepasaban la superficie del agua. El calor del ambiente nos impidió notar que ya se había enfriado, pero no esa circunstancia tampoco nos hubiera frenado. Yo mientras, la follaba a ritmo constante y ella murmuraba de placer, jadeando. Salpiqué sus nalgas con agua para que siguieran mojadas, las masajeé y le agarré sus caderas para aumentar la fiereza. De un momento a otro íbamos a explotar.

Tras un rato eterno y duradero, me ordenó que no parase, que siguiera. La penetré con más fuerza que nunca, velozmente. Sus gemidos se aceleraron y me miró de reojo. Agachó la cabeza y se inclinó algo más hacia abajo. Sus piernas y su cuerpo temblaron. Esos pequeños espasmos se contrarrestaron con el mayor gemido de la noche. Noté que su coño chorreaba y que se había corrido de nuevo. Este gesto me aceleró más y saqué rápidamente mi polla; descargué todo mi esperma en su espalda y culo. En ese orgasmo casi consecutivo de ambos lancé varios chorros de semen, el primero de ellos casi alcanzándole la cabeza. El resto fue resbalando por su trasero, de nuevo mojado. Notó que estaba cubierta de leche y se sumergió en el agua para aclarárselo.
- Si que has soltado, sí… -dijo, ya sin vergüenza alguna, y medio riéndose.
- Y que lo digas… Ha sido increíble…
- Sí, ¡irrepetible! Eso sí, de esto, ni una palabra a mi hermana, eh…que si se entera, me mata…
- Nos mata –concreté.
- Eso.
- No te preocupes. Lo de hoy, no sale de esta habitación.

Los dos estábamos exhaustos, sin duda el mejor polvo en mucho tiempo. Nos besamos cálidamente y descansamos sentados en el jacuzzi mientras se vaciaba. Antes de secarnos del todo al fresco, nos cubrimos con nuestras respectivas toallas de baño. Ya vistiéndonos, justo me estaba subiendo los calzoncillos, echó una última mirada a escondidas a mi polla, como si se despidiera de ella. Del mismo modo, yo miré menos disimuladamente su coño depilado, de aspecto infantil aunque de comportamiento lujurioso. Sin más, continuamos hablando sobre otros temas, mientras nos vestíamos y recogíamos todo.

Y nos despedimos con unos besos en las mejillas, como si nada hubiera pasado. A partir de ahí, todo lo acontecido eran bellos recuerdos. Tanto para ella como para mí, sabíamos que esa escena no iba a suceder de nuevo. Pero quedó a tan gran altura, que repetirlo podría decaer las expectativas. Una noche imborrable con retirada en la cima, como los grandes.

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