La Cofradía (I)

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La historia tuvo su comienzo el verano pasado cuando me tomé una semana a cuenta de las vacaciones para poder realizar un trabajo encargado por una revista. 


Mi trabajo en una empresa multinacional, no es todo lo remunerado que uno quisiera pero sí lo suficiente para permitirme evadirme de ella con mi afición favorita, la escritura. 
Me gusta escribir para satisfacer mi ego, ya que mi bolsillo no se ve recompensado por esta devoción.


Por lo que decidí refugiarme en mi chalet. Sin prisas, subí al tren de las once, castigado por el sol de julio que apretaba mas que el nudo de una corbata en día de boda. 
El viaje transcurrió casi sin enterarme. Deseaba llegar cuanto antes para cobijarme a la sombra de mi abandonado porche con una cerveza fría y haciendo un boceto de mi próximo cuento.


La estación quedaba en medio del pueblo y antes de abandonarlo compré una bolsa de galletas especiales para "Nimbo". Es el pastor alemán de mis vecinos. Bueno, realmente es más mío que de ellos, ya que desde que me ofrecí para entrenarlo, le tomé cariño. 
De tal forma que; entre la parcela de ellos y la mía, hay una abertura para que el perro pueda ir de un lado a otro sin impedimentos y así disfrutar de mayor espacio para sus juegos. 
También tenemos una pequeña puerta de hierro cerrada por un picaporte sin cerradura que separa nuestras terrazas. Dan al sur y disponemos de muchas horas de sol, apartados de las miradas indiscretas. Aunque últimamente, mis vecinos suelen hacer poco uso de su parte.



Y hablando de vecinos, no puedo decir que me lleve muy espléndidamente con ellos, aunque tampoco tan mal que no nos hablemos. Nimbo es el punto de conexión entre nosotros. 
La culpa la tiene ella, me refiero a Adela, que es lo que se dice "una borde". No suelo emplear este vocabulario con las mujeres, pero con ella me quedo corto. 
Es una mujer rara. Habla poco, pero con las frases adecuadas. No recuerdo haberle dado motivos para que sea tan desdeñosa conmigo, salvo que me separara de su buena amiga, mi ex-esposa. 
Antes era simpática y amable pero a raíz de mis primeros roces matrimoniales, su comportamiento ha ido parejo a mis problemas. 


No obstante, tengo que decir en su favor que reúne la cualidad de ser inteligente con la de estar inmensamente buena. Para comérsela de un tirón sin hacer un alto, aunque explotara uno del atracón. 
Tiene un culo de esos que te hace 
girar la cabeza cuando los ves pasar. Prieto, respingón y colofón de unas largas y hermosas piernas. Se asomaba al balcón de los treinta y cinco con unos pechos redondos y puntiagudos, algo grandes pero que retaban a la ley de la gravedad sin complejos. Una mujer capaz de provocar malos pensamientos en las puertas del cielo. 
 Sin darme cuenta, la rememoraba en mis pensamientos libidinosos provocándome más de una erección, y más dos, para qué vamos a quedarnos cortos.
 Los labios, gordezuelos, rezuman sensualidad y para rematar se hacen acompañar por un par de ojos preciosos color miel. Chispeantes, alegres cuando los deja a su aire, inquietos cuando está nerviosa, misteriosos cuando se retraen y sensuales cuando se dilatan sus pupilas. 


 Muy pocas veces la había visto en traje de baño. Pero las suficiente para saber que tiene un cuerpo proporcionado, con una cintura estrecha que realza sus sensuales caderas. Escarbando en mi interior descubría un deseo de poseerla con toda la morbosidad que fuera posible, en tanto que en mi exterior me maquillaba para aparentar una indiferencia muy lejana de la realidad, especialmente por Luis Antonio, su marido.


A él sí le tengo simpatía. Ese era uno de los motivos por los que no le había presentado batalla a la insoportable de su cónyuge. 


Le agradezco que me deje disfrutar de la compañía de Nimbo como uno más de la familia sin cortapisas alguno. Supongo que con ello también él sale beneficiado, ya que debido a su trabajo en una empresa de informática, tiene poco tiempo para dedicarlo al noble animal, y me deja la responsabilidad de vigilarlo cuando él está de viaje.
Todos estos pensamientos me tenían absorto cuando llegué al chalet. 


Abrí la puerta y me dirigí a la habitación del fondo para cambiarme de ropa y quedarme con el atuendo ligero de un pantalón corto y una camiseta.


No había terminado de subir la persiana y ya tenía al silencioso perro retozando junto a mí, moviendo el rabo sin parar y frotándose contra mis piernas. Me agaché para acariciarlo y vi que de su boca emergía un trozo de tela. 
Le ordené que la abriera y se sentara. Cogí el tejido y al comprobar lo que era, lo llevé instintivamente a la nariz. Aun permanecía en él, el aroma a intimidad. Algo se disparó en mi interior que me hacía bombear la sangre a mayor velocidad. Lo dejé sobre la cama y me asomé a la ventana.
El corazón me dio un salto. 
A escasos metros, sobre una tumbona, mi insoportable vecina totalmente desnuda se extendía crema solar por todo su cuerpo. Lo hacía con lentitud, como una caricia sin fin. Su piel reflejaba los rayos solares, haciendo más sensual, si cabe, su atractiva anatomía. Sus pechos se erguían provocadores, dejando ver sus pezones rodeados de una aureola grande de color sonrosado. 
Noté la sangre golpear mis sienes como un caballo enloquecido al detener mi observación en su entrepierna. Un frondoso bosque negro cubría toda la zona, dándole un aire salvaje. Nunca había visto un monte de Venus tan tupido y al mismo tiempo tan sugerente, formando un combado relieve. Aunque la verdad sea dicha, tampoco he visto demasiados en mi vida. 


Ella seguía en su tarea sin sospechar la presencia de un mirón tan cercano. Sus dedos pellizcaban los pezones tensándolos y haciéndolos vibrar. Su tamaño me tenía embobado. Me fijé en la voluptuosidad de su lengua mojando los labios. A continuación sus manos bajaban de los senos, al vientre, y de allí al sexo, recorriéndolo con ambas manos y empujando con las caderas para salir al encuentro. Unos dedos atrevidos se pararon en medio y con la ternura que se acaricia a un bebé, fueron abriendo la entrada de aquella gruta, dejándome ver el encendido color de una granada.


Me pareció observar que una protuberancia se alzaba en el centro. Pero estaba tan atrapado por el todo que no quería particularizar.
Unos ladridos reclamaron mi atención y también alertaron al volcán que se desperezaba en la tumbona. Miró hacia los lados sobresaltada y al no ver a nadie se giró y se colocó boca abajo, mostrando que la parte trasera era tan espectacular como la delantera. Acaricié al chucho con desgana, por haberme espantado la distracción que se preveía. Y se me ocurrió una idea.


Saqué las dos cámaras de fotos que tenía: una digital y otra analógica de las de carrete, que siempre tengo dispuesta. Las puse a punto y con la primera hice una toma de mi hermosa vecina.
Acto seguido rebusqué en un armario el silbato de alta frecuencia que utilizaba en los entrenamientos del perro, alcancé la prenda íntima y se la di a oler a mi alumno, diciéndole en voz baja que buscara. Salió a la carrera, en tanto que yo me ubicaba en mi puesto de observación con la cámara digital preparada enfocando al objetivo. Casi al instante entró en el encuadre mi aliado, que sin ningún miramiento hundió el hocico entre las nalgas de su ama. El salto que dio fue digno de quedar grabado para la posteridad. El animal se echó para atrás asustado y se sentó como esperando nuevas órdenes.



- Eres un perro muy malo. ¿Cómo se te ocurre atacar a tu amita de esa manera? Anda. Vete a jugar por ahí.
No había enfado en su voz. Se pasó una mano por el punto atacado sonriendo pícaramente y se tumbó de nuevo, pero esta vez boca arriba cerrando los ojos para que el sol no le molestara. Así estaba mejor, me dije. Me llevé el silbato a la boca. Dos cortos y uno largo. El animal se acercó despacio y comenzó a lamerle la cara.
- ¡Bueno! ¿Pero que te has creído? – y al ver como movía la cola le pasó la mano por la cabeza, alisándole las orejas -. Ya te entiendo. Que quieres que te perdone. De acuerdo, te perdono, pero no seas pesado y déjame tomar el sol.
La lengua canina retornó a su tarea de lamer. Ahora bajando a los pechos. Vi como abría los ojos y lo miraba sin decir nada. Nimbo seguía pasando la áspera lengua por aquellos montículos que inmediatamente respondieron a las caricias asomando unos pezones formidables. Ella se dejaba hacer sin protestar. Volví a soplar el silbato y el perro deslizó su lengua por el ombligo en dirección al espeso triángulo de la entrepierna. Ahora el sorprendido fui yo, mi repelente vecina no rechazó la caricia sino que separó sus piernas deliberadamente para que el animal no tuviera obstáculos.


Seguí haciendo fotos, buscando unos primeros planos de aquella escena.
- Sigue bonito. No pares. Así precioso. Hmmm. Que perrito más picarón.


Su cuerpo brillaba debido a la crema, al sol y al sudor que comenzaba a perlar y pasaba su lengua por los resecos labios. Nimbo se iba acelerando y comprendí que sus entrenamientos estaban dando sus frutos. 


Los ejercicios los había realizado con congéneres en celo, pero su comportamiento con el ama llevaba el mismo camino. Un llamativo trozo de verga enrojecido asomaba fuera de su funda lista para entrar en acción. 


Ella se apretaba los pechos y los amasaba hacia arriba hasta acabar retorciendo aquellos pezones tan sugerentes, mientras sus piernas se separaban todo lo que podían. Me percaté como arqueaba su liso vientre para que su sexo se presionara contra la áspera y húmeda lengua. Tiré todas las fotos que quedaban en el disco y tomé la siguiente cámara, para no perder imágenes.
Silbé de nuevo y mi fiel amigo estiró las orejas hacia atrás, se levantó sobre sus patas traseras y colocando las delanteras a ambos lados de la estrecha cintura, empezó a golpear la entrada de aquel tesoro que salía en su busca.


 Por un momento, mi vecina mostró cara de asombró ante la nueva situación y cuando quiso reaccionar ya tenía toda la méntula incrustada en su hambriento sexo. Hizo intención de rechazarla, dudó breve instante, lo suficiente para que diera tiempo al animal a iniciar un rápido movimiento de mete y saca, y comprendí que el deseo fue superior a sus principios al ver como cerraba los ojos y respondía a los empujones con sus caderas hacia arriba. 
En su rostro se plasmaba la lujuria y el placer dejando escapar gemidos silenciosos envueltos en jadeos. Y sus manos iban enloquecidas desde sus pezones hasta su enhiesto vástago y terminaba apretando la enorme verga de Nimbo. El animal tenía las orejas aplastadas y los ojos entrecerrados, pero su lengua no dejaba de lamer los pechos erizados de su ama.


El frenético combate me hizo olvidar las mínimas reglas de seguridad y tan embelesado estaba que me di cuenta de que el rollo de película se había acabado al oír el ruido del pequeño motor rebobinando. Ruido que mi vecina oyó también. Sus ojos abiertos como platos me miraban roja de vergüenza y de rabia. Si hubiera tenido un arma de fuego a mano me hubiera fusilado sin remordimientos.
Me eché para atrás sentándome en la cama. Yo también estaba perplejo al ser descubierto. No supe que hacer. Lo que me faltaba, me dije. Pensé que me iba a montar un escándalo mayúsculo. De pronto, oí su voz angustiada que me llamaba pidiendo ayuda. Me asomé y vi como, horrorizada, intentaba quitarse a Nimbo de encima. Enseguida lo entendí, el pobre animal estaba a punto de eyacular y la especie de nudo que se le formó en medio de la larga vara impedía la separación de la forma requerida y su dueña corría el riesgo de sufrir daños mayores si forzaba al animal.


- No te muevas – le grité -. Intenta tranquilizar al animal hasta que baje.
Esto último lo terminé de decir casi a su lado.
- Quieto Nimbo no te muevas. Tranquilo pequeño. Y tu Adela estate quieta, si el animal saca su miembro ahora tal como lo tiene, te puede desgarrar y dejarte muy mal.
Intenté tranquilizarla pasando una mano por su frente, su angustia era patente. Yo también estaba asustado de las consecuencias de mi broma.


- ¿Qué tengo que hacer? Dios mío. Que vergüenza estoy pasando. Me hace daño. Como aprieta
- Tranquila. No es momento para vergüenzas. Si haces lo que te diga no pasará nada. Es cuestión de paciencia.


- Sí. Haré todo lo que me pidas. Pero por favor, no dejes que me haga daño.


Sus ojos llenos de lágrimas brillaban con gran hermosura. Pasé una mano, suavemente, por su vientre y fui bajando hasta tocar su sexo que ardía. Cogí el de Nimbo y pude detectar lo grande y gordo que se le había puesto.


- La única solución es conseguir que el perro eyacule. Así que no hay más remedio que continuar hasta que acabe. Pero tu tienes que colaborar, en tanto yo vigilo al animal.
Volvió a abrir los ojos, confundida ante la propuesta.


- ¿Quieres decir que tengo que continuar como si no pasara nada? ¿Estás loco? ¿Así, contigo delante? Me da mucha vergüenza hacerlo mientras tu miras. ¿Qué pensarás?
Bajó los ojos al tiempo que sus mejillas se arrebolaban


- No hay otra solución. Tienes que seguir moviéndote como antes, para acabar pronto. El animal no sabe de vergüenzas y si lo asustas es peor. Puede dar un tirón y desgarrarte por dentro. No te preocupes por mí presencia. Te ayudaré. ¿De acuerdo?
- De acuerdo – dejó escapar como un hilo de voz.


Yo seguía tranquilizando al perro cuando Adela puso sus manos en sus pechos de nuevo y comenzó a amasarlos despacio, mirándome con fijeza. Fue como si un extraño lazo nos uniera. Acerqué mis labios a sus mejillas y sorbí sus lágrimas. 
Sus ojos estaban abiertos de par en par y podía ahondar en su interior. El miedo y la turbación se veían en el fondo oscuro. Su respiración entrecortada aumentaba de ritmo. Sus labios se entreabrieron como invitándome a besarlos y no dudé. Apreté los míos contra los suyos y sentí la humedad de su lengua buscando la mía. Aprecié como perdía el control y una mano mía se posó en sus senos acariciándolos. 


El ritmo de su jadeo se aceleraba dejando escapar suspiros cuando dejé su boca y me dediqué a chupetear y mordisquear sus sensibles pezones. Por entonces, los movimientos del animal se iban haciendo más violentos y la poseía como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. Ella jadeaba y gemía retornando a empujar su vientre en busca de su contrincante, balbuceando palabras ininteligibles y humedeciendo sus carnosos labios. Sus manos apretaban mi cabeza contra el pecho. Acaricié su sexo y encontré el vástago que me había llamado la atención en mi primera observación, lo cogí entre los dedos y lo friccioné. Aquello fue el "no va más". Sus impulsos se volvieron violentos así como su respiración más silbante, lo que indicaba que estaba llegando al orgasmo. Y por lo aparatoso de los espasmos, bastante placentero. 


El perro parecía haberla oído ya que poniendo sus orejas tan pegadas al cuerpo que no se les veían, arremetió con tanta fuerza que estuvo a punto de sacar su enorme bola en una de las sacudidas, haciéndola gritar, antes de soltar la carga de líquido que guardaba en su interior.


 Noté sus convulsiones interminables y como, poco a poco, el bulto se iba deshaciendo hasta que se desacopló de su ama con el mismo sonido en que se descorcha una botella.
La curiosidad me animó a mirar su sexo de cerca. Lo tenía enrojecido y palpitaba como si tuviera vida propia. De el manaba una gran cantidad de fluidos que  aproveche para extender por su espeso vello, comprobando que llegaba hasta el orificio trasero, el cual repasé a conciencia, pero cuando intenté introducir un dedo se contrajo impidiendo el paso. Metí dos dedos en su tórrida vagina y los músculos interiores se pegaron a ellos como ventosas y un gemido escapó de su boca. La miré a los ojos y le dije que estaba muy hermosa. Los colores le arrebolaron las mejillas.


Con todo el fragor erótico que se destilaba no me había percatado del dolor de testículos que tenía. La tensión de mi pene era tal que estaba duro como una piedra. Le cogí una mano y la llevé al bulto de mi pantalón. No esperó ninguna indicación, me lo bajó agarrando con fuerza aquel trozo endurecido, lo atrajo hacia su boca y con la lengua lo acarició a todo lo largo hasta llegar a las bolas que apretadas contra el mástil que se negaban a colgar de sus pellejos. 
Retrocedió hasta el principio y apretó sus labios alrededor de la cabeza enrojecida y brillante. Abrió la boca y lo fue introduciendo hasta que llegó a la campanilla y como si fuera un polo comenzó a lamerlo y a chupetearlo al mismo tiempo que apretaba mis testículos. Su lengua se movía alrededor del glande, frotándolo en círculos. Todo aquel masaje simultáneo fue demasiado para mí y no le avisé cuando el primer chorro la cogió desprevenida. Me miró fijamente a los ojos como si fuera a leer en mi interior y sin apartar su mirada fue tragando todo el esperma que a ráfagas golpeaba su paladar.


 Sus manos apretaban mis testículos doloridos de tanta contención. Al final no le dio tiempo a engullir todo lo que le llegaba y unos finos regueros se escaparon por las comisuras resbalando hasta sus orondos pechos.
Las rodillas me temblaron. Pero no me dio tiempo a sentarme a su lado. Se levantó y acercó su boca a la mía. Respondí abriendo los labios cuando sentí su lengua, pero detrás de ella entró un borbotón de mi propio semen que aún retenía y me lo escupió dentro. Sin saber como reaccionar ante este hecho insólito, la miré y vi el odio reflejado en sus pupilas.
- Prueba tu misma leche, cerdo.


Agarró una toalla, se envolvió en ella y se adentró en su vivienda con pasos ligeros, dejándome sumergido en un mar de dudas y saboreando mi propio esperma. A fin de cuentas, no era tan desagradable como creía. No llegaré nunca a entender a las mujeres. No hacía ni cinco minutos leí en sus ojos el deseo y de pronto pasó al odio.


No la vi el resto del día. Las ventanas de su casa estaban entornadas y las persianas a media altura. Ni ruidos, ni luces, ni nada. Sabía que su marido estaría fuera una semana ya que así me lo dijo antes de marcharse, pero de ella no sabía si trabajaba o estaba de vacaciones.


 Me dediqué a visualizar las fotos digitales en el ordenador y me saqué una copia de seguridad. Imprimí media docena y las guardé en un sobre. Nunca se sabe lo que puede ocurrir y menos con una mujer rencorosa como mi vecina. Hecho esto, me dediqué a mi escritura y estuve trabajando hasta el amanecer.


Me levanté tarde y me tumbé al sol. Necesitaba aclarar las ideas. Nimbo correteaba por los alrededores esperando sus golosinas. Le di un puñado de galletas, engulléndolas con ansiedad. El ruido de la cancela llamó mi atención. Allí estaba mi vecina como una aparición. Una cinta en la frente, una camiseta blanca y una faldita de tenis era todo su atuendo. El sudor en la prenda superior remarcaba sus pechos. El pelo negro recogido en una trenza le daban un aire de colegiala. Me apuntó con la raqueta cuando estaba casi a mi lado. Me puse en guardia, capaz era de golpearme con ella.


- No le des chucherías al perro que después no tiene ganas de comer.
- Tu sabes que no son chucherías, estas galletas tienen mucho alimento y además son recomendadas para limpiarle los dientes.


- ¡Bueno! Lo que quiero decir es que tu y yo tenemos que hablar.
- Habla entonces y deja al perro tranquilo. Toma asiento –, hice intención de dejarle espacio en la tumbona y me cortó.
- No. Quédate quieto. Lo de ayer fue una guarrada por tu parte. Las fotos...
El color encendido de su cara le hacía más sensual. No la dejé terminar.
- ¿Qué le pasa a las fotos?
- Que eres un cerdo, que te aprovechaste de espiarme y me sacaste unas fotos. Quiero que me devuelvas los negativos. Eres un asqueroso mirón.


- En primer lugar te diré que las fotos estuvieron acondicionadas a tus actuaciones en un lugar... digamos que a la intemperie, donde cualquiera puede verte. O ¿me vas a decir que tu no pusiste nada de tu parte? 
Y en segundo lugar, todo tiene su precio, incluso unas míseras fotografías. En mi revista se darían de bofetadas por una sola para la portada.


Esto último no lo tenía planeado, pero al acordarme del sobre, me vino a la mente los chantajes del cine. En su rostro se reflejó todas las tonalidades de las pasiones, desde el rojo hasta el amarillo. Y la raqueta se bamboleaba de un lado a otro como si la fuera a estrellar contra mí.
- Eres un canalla y un chantajista.


- Cuando más furiosa te pones más guapa estás. Espera un momento que voy por la cámara. Una cara tan preciosa no puede quedar en el olvido.
- Tu ironía me da asco. ¿Qué quieres a cambio? –, asomó a su mirada una sombra de temor.


- Depende. Tú ¿Qué estás dispuesta a ofrecer? No estoy al día en esto de los chantajes y no sé como se valora el producto.
- Déjate de bromas. Estoy dispuesta a pagarte lo que pidas por los negativos.


Por un momento me sentí tentando de entregarle lo que me pedía sin nada a cambio. El miedo reflejado en sus hermosos ojos me estaba ganando terreno. Pero recordando el trato que me había dado en los últimos tiempos y su mirada del día anterior mientras se alejaba de mí, le seguí el juego.
- Para el carro y no te decidas tan pronto. Puede que te arrepientas de tanta generosidad.
- Yo tengo palabra. Y cuando la doy, la cumplo. No estoy tan corrompida como tu. Nunca imaginé que cayeras tan bajo. Y pensar que por un momento creí me habías ayudado desinteresadamente.
La furia se le mezclaba con el rubor al recordar lo pasado el día anterior, sin embargo no bajaba de su tono altivo.
- Y lo hice. Por cierto con gran placer...
- Cerdo. Deja ya de regodearte en tu miseria. Pon un precio.


- Bueno. Vayamos al grano. Como no soy muy experto en este tema, te voy a proponer un trato que te saldrá económico. Recordando a Aladino y a su lámpara maravillosa, la primera entrega será a cambio de tres deseos.
- ¿Cuáles son? –, la ansiedad asomó a sus labios.
- El primero de todos es que a partir de este momento debes ser amable conmigo y sonreír. No creo que cueste mucho ya que antes lo hacías muy a menudo. 
Veamos como lo haces. Con cara de sorpresa intentó fabricar una sonrisa que le salió mueca, provocándome la risa por su gesto. Pero no se enfadó como esperaba, sino que lo intentó de nuevo hasta conseguirlo.
- Muy bien. ¿Ves como es muy fácil? Hace tiempo que deseaba ver tu rostro iluminado – su sonrisa se alargó ante mis palabras -. Ahora viene el segundo. Quiero tus bragas usadas.
- ¿Qué has dicho? Estás loco ¿Mis bragas usadas? – asentí con la cabeza -. Ves como eres un guarro. Te las daré luego, cuando me las quite.
- No. El trato es que me las des ahora mismo. Siempre he deseado ver a una tenista sin nada debajo.
La seriedad que puse no dejaba lugar a dudas. Por un momento vaciló, miró hacia los lados y con rapidez se bajo las prendas al mismo tiempo. Hurgo en el pantaloncito y me entregó la diminuta pieza, toda arrugada y mojada. La llevé a mi nariz y aspiré. No perdía de vista mis movimientos. Olía a hembra y a sudor y me excité.
- Bien, muy bien. Y ahora el tercer deseo. Me gustaría rasurarte ese monte de Venus tan frondoso que tienes.


Hizo un gesto rápido con las manos para cubrirse. Se giró bruscamente, se agachó para coger la bolsa de deportes mostrándome su hermoso trasero y la entrada de su caliente cueva y se marchó dando un portazo. Yo lo había intentado. Si no pudo ser, otra vez será...


No había transcurrido media hora, dormitaba y el ruido de la cancela me hizo abrir los ojos. Allí estaba, recién duchada con camiseta de tirantes dejando sus senos aprisionados y unos pantalones cortísimos, casi al borde de sus glúteos permitiendo asomar unos rizos negros por los lados.


- Sé que eres un cerdo. Pero no tengo otra salida. Estoy dispuesta para el tercer deseo. Aquí tengo lo necesario. Espero que no me hagas heridas.
Por lo visto, había meditado mi propuesta, y su tono hiriente me dejaba entrever que cedía forzada. Dejó la maquinilla y el gel sobre la toalla y me empujó para echarme de la tumbona, se sacó el pantalón y se tumbó con las piernas separadas. A pesar de esperar la situación, casi me atraganto al ver a aquella espléndida mujer a mi merced. Se colocó como si estuviera en el ginecólogo. Con las piernas tan abiertas que en medio del oscuro matorral, aparecía entornada la entrada enrojecida de su sexo, bordeado por unos abultados labios.


Con unas tijeras pequeñas fui dando cortes hasta dejarla preparada para la maquinilla de afeitar. Yo sudaba sin parar, aparte de los problemas que tenía para dominar los temblores de mis manos. Cada vez que daba un tirón del vello y se separaban los bordes me venía la intención entrar a saco y meter mi lengua en aquella ardiente cueva. 
Extendí la espuma y comencé a pasar la hoja cortante con mucha suavidad. Llegué a los labios y los tomé entre dos dedos para tensar la piel. Del medio, comenzó a emerger un pequeño brote que al ir aumentando iba dejando la caperuza hacia atrás e irguiéndose con la altivez de su propietaria.


 Procuraba pasar sin tocarlo, pero era imposible resistir la enorme atracción que ejercía sobre mí. Miré la cara de mi vecina que permanecía con los ojos cerrados. Su lengua mojaba los labios y sus pechos subían y bajaban con los pezones tensando la camiseta con tal presión que de un momento a otro parecía que iba a romperse. 
El cosquilleo de la maquinilla surtía efecto. Hubo un momento que parecía que el aire se había detenido y un silencio se había adueñado del entorno. Solamente percibía el raspar de la afilada hoja sobre la piel y el golpeo de un tambor en mis sienes. El liso vientre se contraía a cada pasada. Le hice levantar las piernas para que dejara la parte posterior en mejor disposición y pasé el dedo varias veces por la entrada del pequeño orificio, que se contrajo a cada toque. 


Me juré que aquel oscuro deseo, sería mío antes de que me diera un infarto. Aunque estuve a punto de tenerlo cuando vi toda la raja abierta mostrando la entrada sonrosada y mojada, luciendo un clítoris digno de estar en las enciclopedias de la sexualidad. Era como un pene en miniatura que brillaba y temblaba de igual forma que lo hacía mi miembro en aquel momento. Le pasé una toalla humedecida para limpiar los restos de jabón y a continuación le froté con una aceite que ella había traído. Miré mi obra y me sentí orgulloso. La piel blanquecina se había enrojecido por el rasurado y los gruesos labios se abrían como una flor pidiendo a gritos una caricia. No lo pensé más. Llevé mi boca y bebí de aquel manantial. La respuesta no se hizo esperar.
- El trato se acaba aquí - me agarró del pelo y apartó mi cabeza, cerrando las piernas con gran rapidez.
En su mirada percibí la misma contrariedad que yo notaba. Aunque he de reconocer que su cabeza fue más fría que la mía. Volví al ataque, intentando un nuevo acuerdo.
- Te doy una segunda entrega si me dejas beber de esa fuente tan generosa que tienes.
Me miró a los ojos y al bulto de mis pantalones, que aquella altura parecía una tienda de campaña. Por un momento tuve la sensación de que era ella la que controlaba la situación y yo el chantajeado. El brillo de sus ojos me alertaron. No podía distinguir si se debía a las lágrimas que pululaban por salir o al deseo que se estaba apoderando de ella. Se pasó una mano por la cara como si estuviera meditando. Mi mente no respondía con sobriedad.
- De acuerdo.
Abrió de nuevo sus piernas y observé que su sexo estaba humedecido. Introduje mi lengua en el fondo de aquel volcán y "vive Dios" que ardía. Hurgué hasta que me dolieron las mandíbulas, saciando mi sed en aquellos flujos agridulces que manaban sin interrupción.
Unos gemidos me obligaron a levantar la vista. Adela se había subido la camiseta al cuello y amasaba sus pechos al aire con los pezones rígidos recibiendo apretujones y pellizcos.
Metí un dedo y sentí como las paredes de la vagina se contraían abrazándolo. Metí otro y un tercero más se enterró en el horno. Durante unos minutos mantuve un ritmo lento de mete y saca viendo como su cuerpo se arqueaba. No lo dudé. Me desprendí del traje de baño y aproximé mi verga a su boca. Abrió los ojos y me sonrió. Se metió hasta la mitad del miembro en la boca, yo en agradecimiento cambié de posición y reanudé mi ardoroso trabajo en su ardiente flor. Era la postura perfecta del denominado sesenta y nueve. 
Durante unos minutos sólo se oía el chupeteo simultáneo. Pasé mi lengua por su ano y este se relajó. Ella hizo lo mismo con el mío. Sentía la punta húmeda hurgando en la entrada y tuve que hacer esfuerzos para no acabar en aquel momento. Yo le respondí metiendo un dedo en su orificio que la hizo gemir y ella me respondió de igual manera. Su dedo exploraba mi orificio trasero y comprobé que el miembro se endureció aún más. Le mordisqueé el clítoris y lo chupeteé sin darle tregua. 


Aquel era su punto débil. Al tiempo, le introduje dos dedos. Gemía y se contorneaba haciéndome difícil el equilibrio, así que me levanté y cambié de lugar. Apunté mi pene, duro y cubierto de venas en la entrada de su sexo que se encontraba abierto y fui metiéndolo lentamente, pero sin detenerme hasta que mis testículos golpearon sus nalgas. Parecía un crisol a punto de fundir. Agarré los senos y los manoseé, finalizando en los puntiagudos pezones que se estaban rígidos y duros. Los jadeos eran continuos, seguidos de fuertes convulsiones. El orgasmo que estaba teniendo la había puesto fuera de control y balbuceaba palabras sin sentido que cada vez iban clarificándose.
- Fóllame cabrón. No pares. Rómpeme. Maaaás. Quiero más. Quiero tu leche...
Me asombré de su vocabulario. Nunca lo hubiera creído. Ella, tan precavida con sus palabras. 
Le hice dar la vuelta y colocarla a cuatro patas. Su hermoso culo se levantaba provocador, enseñando su abultado sexo, todo rasurado y sonrosado, abierto y goteando. La hembra que había en ella se había desmelenado y mostraba toda su fogosidad. 


La ensarté de nuevo de un solo golpe sin resistencia alguna. La lubrificación era perfecta. Tuvo otro orgasmo largo que la sacudió como una pelele. Una de las veces que me salí de su cueva de amor apunté su entrada posterior y empujé sin avisar. Dio un grito, al sentir toda la cabeza del glande dentro, y se revolvió lanzándome otra vez su mirada de rencor.


- Si quieres por ahí, tendrás que entregar el rollo entero.
Sus jadeos entrecortados y su mirada desafiante le daban aire de una fiera en celo. 
Si me hubiera pedido que me arrojara a un pozo, no hubiera dudado ni un instante.
- De acuerdo. Te lo daré. Pero no me dejes así que me suicido - le farfullé como un rugido, sin soltarla de las caderas y con la cabeza de la verga dolorida por su apretado esfínter.
- Bien. Pero quiero verte de frente. Y ten mucho cuidado. Es la primera que me hacen eso.
Me di cuenta que aquello era un desafío de pasiones desbocadas. Volvió a colocarse de la misma forma que cuando le rasuré. Levantó las piernas y las separó para dejarme disponible su sexo y su orificio trasero. Agarró mi pene y lo encaró hacia su ano sin apartar su mirada de la mía. Fue atrayéndome hasta introducir la punta amoratada y se detuvo. Se mordía los gruesos labios, aguantando el dolor que el intruso le ocasionaba. 




Le pedí tranquilidad y que se relajara. De un empujón la ensarté hasta el fondo. Creí que se me deshacía el miembro y ella bramó, mordiéndose el dolor. Las lágrimas corrían por su cara. Paré para que tomara un respiro y entre tanto le fui acariciando el vientre y los pechos. Cuando alcancé los pezones, llevé mi boca a ellos y los besé suavemente, se alzaron como a punto de reventar. Los chupeteé y mordí, devolviéndome suspiros y gemidos.
La estrechez del conducto me apretaba. Aquel lugar parecía que no había sido profanado nunca y ese pensamiento me excitó más aún. Empecé a meter y sacar, en tanto, introducía los dedos en su sexo. Mi querida Adela no se arredró ante dicha situación. Empezó a responder hacia fuera buscando el encuentro y jadeando a cada arremetida. Yo estaba próximo a acabar, cuando oí que decía:
- Para. No aguanto más, me voy a hacer pis. Sácamela por favor. Tengo que ir al baño. No. No la saques. Rómpeme el culo. Así. No pares cabrón.
Parecía haber perdido la razón. Con tanta contradicción hice como si no la oyera y seguí poseyéndola como un desesperado. Ella respondía mordiendo mis tetillas sin piedad cuando yo hacía intención de sacarla y me clavaba las uñas en las espaldas. 


Fueron unos minutos salvajes. Noté como me apretaba el pene con el esfínter al tiempo que unos espasmos la sacudían. No pude retardar más y empujando hacia dentro, eyaculé con violencia, como si expulsara mi vida por aquel conducto junto aquellos chorros que rebotaban contra sus paredes interiores. 
Sin haber acabado sus contracciones por el orgasmo vivido, noté un líquido caliente que mojaba todo mi pubis. Era verdad, se estaba haciendo pis.
No sé el tiempo que permanecimos en aquella posición, pero cuando saqué el pene desmadejado, un borbotón de semen manó de su ano que con llamativas contracciones se cerraba y abría sin control alguno. Su rostro sudado y enrojecido estaba bellísimo. Y sus grandes ojos de miel me miraban sin rencor. La besé en los labios y los saboreé mientras jugaba con su lengua.
- Eres deliciosa - le susurré al oído mientras mi mano acariciaba su pecho.
- ¿Me darás los negativos? –
- Sí.


La invité a comer como si fuéramos dos buenos amigos. Aceptó al momento y su docilidad me puso en guardia. Pero con una mujer como ella cualquier estado de alerta se podía ir a pique en el momento menos esperado.


Le entregué la película sin revelar y además el disco grabado en la cámara digital. Eso sí, me guarde las copias en el ordenador. Su sonrisa misteriosa seguía preocupándome.
- ¿Qué hubieras hecho, si me hubiera negado a tus pretensiones?
- Ya que sabías que tenía unas fotos, te las habría devuelto.
- ¿Así sin más?
- Pues claro. Sin nada a cambio. ¿Qué te has creído de mí? No soy ningún chantajista. Y menos contigo. Reconozco que no pude resistir la tentación de hacerlas, pero tenías una imagen tan erótica y yo estaba tan excitado que perdí el control. Hace mucho tiempo que te deseo.


Desde luego, no descubrí mi participación en la actuación de Nimbo, ni mi pretensión de hacerle pagar su arrogancia. No quería romper el hechizo que presentía entre ambos. Algo en mi interior me decía que ella no era del todo ajena a aquel juego. Y que tampoco se creía todo lo que le conté.


- Entonces ¿Por qué pusiste precio a las fotos? Eso fue una miserable acción.
-¡Eh! Para el carro. Recuerda que tu te ofreciste primero a pagar lo que fuera. Yo. Solamente, te seguí el juego. Y te aseguro que después de lo que ha pasado, no me arrepiento de nada. Eres una mujer capaz de hacer perder la cabeza a cualquier hombre.


La miré a los ojos. Brillaban a la tenue luz de las velas. Seguía presintiendo algo extraño en el ambiente. Sus sensuales labios se distendían en una leve sonrisa. Se llevó la copa a la boca y los entreabrió lentamente. Me alteré. ¿Qué estaría pasando por su mente? Me dije, en tanto, yo imitaba sus movimientos.
- ¿Te apetecería repetir?
- ¿Otra copa, te refieres?
- No. Me refiero a lo otro.
La propuesta me dejó helado. Nunca imaginé que ella tomara esa decisión. Tartamudeé y casi un balbuceo brotó del fondo de mi garganta, que sonó a eco de mi propio pensamiento.
- ¿Te refieres al sexo entre nosotros? – asintió mirando al fondo de la copa -. De acuerdo. Cuando tu quieras. En tu casa o en la mía.
- En la mía. Ahora mismo. Pero con una condición.
- Lo que quieras – ya lanzado, no iba a parar en mientes - ¿Cuál?
- Es una sorpresa. Lo sabrás cuando lleguemos. ¿Aceptas?
- De acuerdo.
Dejó el bolso sobre el sofá y soltó los botones de su blusa, dejando al descubierto un diminuto sujetador que a duras penas podía retener tan exuberante pecho. Se aproximó a mí y me besó fugazmente en los labios. Me guiñó un ojo y me indicó que la siguiera hasta la habitación. Se desnudó lentamente con sugerentes movimientos que calentaron el ambiente a una temperatura muy alta. Eso pensé al notar que gruesas gotas de sudor caían de mi frente. Sólo un pequeñísimo tanga de color negro quedaba en aquel hermoso cuerpo y se introducía por la hendidura separando las dos valvas de su impresionante ostra. No esperé. De un tirón me desnudé con ansiedad y me apresuré a abrazarla. Su piel caliente me hizo reaccionar con una rápida erección.
- Ya veo que estás listo para el combate. Pero ahora soy yo, la que tengo un deseo.
- Tu deseo será cumplido. Manda y te obedezco.
Como por arte de magia. No supe nunca como lo hizo. Sacó un pañuelo de seda negro lo dobló varias veces y me rodeó el rostro, cubriendo mis ojos. Lo anudó fuertemente convenciéndose de que no podía ver a su través. Realmente estaba sorprendido.
- ¿Qué pretendes?
- Ya ves. Tapar tus ojos para que no veas. Sólo te guiarás por los demás sentidos. Y ya puestos. Como tu decías, me gustaría amarrarte las manos al cabezal de la cama. Nunca he disfrutado de un hombre a mi entera disposición. No me negarás este capricho ¿Verdad?


Me empujó sobre la cama sin esperar mi consentimiento y me hizo abrir los brazos, mediante caricias y besos desde el pecho a las manos. Mi instinto me advertía que rechazara aquellas novedades pero el calor de su cuerpo me nublaba la razón y me dejaba llevar como un niño. Sin oponer resistencia. Al final, cuando quise darme cuenta, era tarde. Mis manos sujetas con cuerdas de algodón, me dejaban a su merced. Bendita merced. Con los brazos en cruz y sin ver nada, agudizaba el oído para orientarme en adivinar cuales eran sus movimientos. Me indicó que iba al baño y me quedé a solas con mi propia agitación. Al poco rato la oí llegar. Sus pies descalzos se deslizaban por el suelo sin apenas hacer ruido.


Me besó en la boca compartiendo el aliento conmigo. Un ligero sonido metálico me puso alerta. La situación se me escapaba de las manos y un escalofrío recorrió mi cuerpo, a pesar de la temperatura que reinaba.
- ¿Qué estás haciendo? – le pregunté, al oír el ruido de un aerosol.
- No tengas miedo muchachote. Quiero dejar tu peludo pubis tan mondo y lirondo como el mío – su voz destilaba ironía.
- Deja. No seas loca. A mi no me gusta tener ese sitio afeitado.
- Y ¿Quién te ha preguntado si te gusta? ¿Acaso me lo preguntaste tú a mí?
- Estás de broma ¿verdad? – temí que mi aseveración fuera inútil.
- En estas cosas no suelo estar de broma. Quiero que sientas la suavidad de tu piel cuando te acaricie. No debes preocuparte. Sentirás más placer todavía. Te lo aseguro. Y ahora basta de charla y manos a la obra.
Su mano extendía el gel, apartando mi sexo de un lado a otro, ya que por entonces había decaído de ánimos. Con rápidos pases, terminó pronto con la labor. Hasta el orificio posterior me lo dejó depilado. 


Me sentía raro, notando un ligero frescor en la parte afeitada, especialmente en los testículos. Al mismo tiempo me pareció no tener más piel que aquella en todo el cuerpo. Todos mis sentidos los tenía concentrados allí. Tenía razón, el más ligero roce me crispaba.
- A partir de ahora, entras a formar parte de la Cofradía del Pubis Rasurado


Pero antes deberás pasar unas pruebas, para saber si eres apto o no.
- ¿Qué tonterías estás diciendo?
- No son ninguna tontería. Después me lo agradecerás. Y ahora será mejor que calles y me permitas comprobar tu idoneidad.
Me acarició con delicadeza, pasando la yema de sus dedos sin apoyarlas siquiera. Sentía que mis poros se abrían y la sangre se agolpaba en sus extremos. Llevó su boca a mi lánguido pene y lo engulló como un sorbete. Sus labios me hicieron cosquillas. Sus dedos, como dos pequeñas pinzas, me aprisionaron los pezones y los retorcieron sin piedad. No parecía importarle mis quejidos de dolor. 


En unos minutos me tenía excitado y jadeando. Sólo ansiaba que continuara. Sus labios hacían destrozos en mis razonamientos. Iban de un lugar a otro sin que la distancia fuera impedimento. Su lengua húmeda recorría todo mi cuerpo y se detenía en el extremo de mi miembro. Que por milagro de la naturaleza se mantenía tan rígido que no podía adivinar hasta donde llegaba su altitud. Colocó su sexo chorreante sobre mi boca y saboreé sus cálidos fluidos, que manaban ininterrumpidamente, mojando mi cara y resbalando hasta mi peludo pecho. En tanto, su boca había engullido mi verga hasta el fondo. Golpeaba su garganta a cada empuje, al mismo tiempo que sus labios lo hacían contra mi pubis. 
Sentía la piel tirante y me estremecía cuando la lengua golpeaba a todo lo largo. La oscuridad de mis ojos no era óbice para ver miles de lucecitas que giraban a mí alrededor. 


La asfixia que la presión de sus piernas ejercía sobre mi cara me obligaban a sorber sus líquidos sin parar. Era ella quién gobernaba la nave de la pasión y presentía el final de aquella frenética cabalgada tan próximo que cuando quise advertirla no pude y empujando mis caderas hacia ella, vertí dentro de su boca una emulsión que parecía no tener fin. Lo fue tragando sin dejar escapar ni una gota. A continuación, me liberó del aplastamiento de su sexo y con un movimiento rápido se giró y se introdujo mi verga, aun en estado de erección, en su ardiente cueva de un solo golpe. Estiró su cuerpo sobre el mío y puso su boca en la mía, que abrí golosamente para recibir su lengua. En lugar de ello fue depositando, sorbito a sorbito, el semen que creí había tragado, y me lo hizo engullir todo, hasta que su lengua se pegó a la mía y un beso apasionado nos mantuvo unidos durante largo tiempo. La venda no impedía que mis sentidos se colmaran de sensaciones tan excitantes. Estaba tan abstraído que no oía mis jadeos ni los de ella, que había acelerado sus movimientos y con unos gemidos entrecortados manifestaba su convulsivo clímax.



Se levantó y abandonó la estancia con un escueto: "Ahora vuelvo". La oí caminar descalza y en el oscuro silencio que dejó, notaba mi pene flácido y mis testículos doloridos. Pero aun así, no recuerdo unos momentos tan apasionados como aquellos. Mi limitación a la movilidad, me hacía sentirme indefenso y al mismo tiempo excitado. Mi piel se había vuelto tan sensible que mis tetillas se erizaban al mínimo roce.
Interrumpió mis pensamientos el ruido de sus pies descalzos y el roce de sus piernas sudorosas.
- Te voy a permitir darte la vuelta para que descanses de esta postura.
- Gracias. Me estoy cansando. Y eso que he disfrutado mucho.
Estaba ansioso de continuar y me parecía que la interrupción me había dejado a medias.
- No te preocupes. Ahora vas a disfrutar como nunca lo has hecho.
Su voz sonó burlona. 


Ya era tarde. Amarrado de las manos y boca abajo, la suavidad de una mano me colocó el pene hacia atrás, obligándome a separar las piernas. Desde esa posición empezó a sobarme los testículos y a pasar la lengua por ellos y por el ano. Me hizo ponerme de rodillas y colocar mi cabeza sobre la almohada. En esta pose, mi culo se alzaba indefenso hacia arriba y no me importó al sentir su lengua en mi hendidura y chupándome el glande a punto de estallar, de la cantidad de sangre que allí se acumulaba.
Un dedo, algo fresco, hurgó en mi orificio posterior. Que contraje instintivamente.
- No temas. Yo soy más cuidadosa que tú. El dedo lleva vaselina.
No había terminado de decirlo y ya lo tenía enterrado hasta el fondo. Lo sentí pasar casi sin darme cuenta de lo que estaba ocurriendo. Intenté oponerme y apreté más el esfínter. Un cachetazo en las nalgas me avisó que aflojara, al tiempo que otro dedo acompañaba al primero.
- Yo que tú, no lo haría forastero – me dijo con chanza -. Tu me recomendabas que tuviera tranquilidad y me relajara. Ahora aplícate el cuento y disfruta.
Metió la cabeza por debajo y comenzó a chuparme al mismo ritmo que los dedos entraban y salían de mi interior. Era la primera vez que tenía una experiencia así y me encontraba desconcertado por la respuesta que yo estaba dando. Aceptaba la situación y sentía placer.
En un momento determinado, paró y noté que tanteaba mi trasero con algo diferente.


- Ahora viene una pequeña sorpresa.
De un golpe bestial metió un cilindro enorme por mi culo que me hizo rugir de dolor. Las lágrimas asomaron a mis ojos y le supliqué que me sacara aquello que me ardía en mi interior y que me estaba partiendo en dos. Era doloroso y por un momento creí que me iba a desmayar.
- Tranquilo. No seas quejica. Sólo es un pene artificial, aproximadamente como el tuyo. Así podrás sentir lo mismo que yo cuando me sodomizabas.
Empezó a moverlo lentamente. Y cuando creía que lo iba a sacar lo volvía a meter de golpe hasta el fondo. Durante cinco minutos fue una tortura. Pero, poco a poco, me fue haciendo partícipe de su ritmo hasta que comprobé que era yo el que buscaba el pene cuando intentaba sacarlo. Dejando escapar suspiros de placer.
Me soltó las manos y la venda, y me dio la vuelta sin sacarme aquel enorme instrumento de mi agujero. Su cara estaba encendida por la pasión. Relamía sus abultados labios y se retorcía sus turgentes pezones con voluptuosidad. Comprobé asombrado, que en medio de mi peludo cuerpo, asomaba un espacio sonrosado, como el calvero de un bosque, con un árbol amoratado y tieso en el centro. Me acaricié, descubriendo nuevas sensaciones. Y llevando mi mano al intruso de mi trasero lo fui sacando lentamente. Experimenté una impresión de vacío cuando lo extraje del interior. Lo puse junto al mío y comparé. Era más grueso y como cinco centímetros más largo.
- Ves como no es peligroso. Descansa un poco que aún no ha terminado la sesión.


Volvió a amarrarme, aunque me permitió permanecer sin la venda.


- Creo que ya estás preparado para la gran sorpresa. Ahora vengo.
Otra vez el silencio roto por mi propia respiración que agitada me resecaba la boca. Al poco la vi llegar seguida de Nimbo. Aquello no me gustaba, si era lo que me imaginaba. Traía en sus manos un tarro de mermelada abierto.
Me embadurnó de confitura toda la parte rasurada y después lo hizo con su sexo. Se puso a horcajadas sobre mi cabeza y me mandó que comprobara si estaba lo suficientemente dulce. Mi lengua recorrió su ardiente raja de un lado a otro y al tropezar con el enano que se erguía casi al principio no desaproveché la ocasión de mordisquearlo. 
Tuvo un estremecimiento y aplastó mi cara sin compasión. Enseguida ordenó a Nimbo que lamiera mis partes almibaradas. La lengua rasposa entró en acción. Una cosa era verlo en otro sexo y otra muy distinta sentirlo en el propio. La movía con una enorme rapidez. Como las aspas de un ventilador y a veces se introducía mi endurecido pene en la boca, para saborearlo mejor. Un escalofrío me sacudió al rozar sus afilados colmillos mi amoratado glande. Deseché de mi cabeza las consecuencias de un accidente, ¿cómo lo iba a justificar?. Siguió con la lengua hurgando en mi ano, que se dilataba ante el ataque permitiendo que entrara parte de ella en el interior. Me estaba volviendo loco. 


Mi vecina no perdía el control. También se untó los pechos de mermelada y cuando el animal había acabado conmigo, colocó sus pezuñas sobre mi estómago y siguió deleitándose en los pechos hinchados de su ama. Que, con dos lenguas en su cuerpo, gemía y suspiraba sin parar. Con su hermoso culo pegado a mi nariz no me dejaba ver lo que ocurría al otro lado. Pero lo pude deducir al sentir sus manos debajo de Nimbo acariciándole la verga, al mismo tiempo que la mía. Estaban tan próximas que con las manos abarcaba ambas y las estrujaba una contra la otra. Por momentos, la del animal iba engordando y alargándose más que la mía. Estaba caliente y golpeaba mis testículos indicando su estado de excitación. De pronto, Adela me recogió las piernas hacia arriba dejando todo mi trasero a disposición del perro llenando de confitura la entrada. Nimbo llevó su lengua hasta allí y me elevó tanto la temperatura que me avergoncé de desear que me follara.


Mi pensamiento dio la sensación de ser transparente. Mi vecina me dejó respirar y me ordenó que mantuviera las piernas separadas y cogiendo el falo de Nimbo, que por entonces su tamaño superaba una cuarta de las mías, lo encaró a mi dilatado agujero. Sentí la punta fina y caliente tantear y sin más entró a ráfagas hasta que sus testículos golpearon mis nalgas. Sus movimientos fueron rápidos. Empecé a experimentar una distensión tal que creí que me iba a reventar. Su enorme bola a mitad de pene se hinchaba sin parar. Perdí la noción y comencé a empujar buscando el enfrentamiento. El recto me ardía, pero al mismo tiempo una oleada de placer se iba adueñando de mí. Ni siquiera me fijaba en las expresiones del perro. Sólo me apercibía de lo que pasaba en mi culo. Allí convergía toda mi atención. 


Apenas me di cuenta de cuando Adela se metió el pene artificial en su sexo y lo movía sin parar. Noté sus dientes en mis tetillas doloridas y deseé que me las arrancara. Yo no era el mismo. Era otro el que había despertado en mi interior y exteriorizaba sus pasiones más inconfesables con tal virulencia que me dejaba a un lado suplantando mi propio ego. Allí sólo estaba el perro y yo ayuntados como dos animales sin razonamientos. El animal se envaró y profirió una especie de gruñido que intuí era un gemido y un potente surtidor fue inundando mi interior sin tener fin. Hasta que Nimbo se desacopló de mí no supe el tiempo que había transcurrido. Un reguero de líquido blanquecino brotó de mi desvirgado orificio a borbotones y notaba como el esfínter se contraía y se dilataba sin control por mi parte a cada emanación. 
Mi pene se mantenía duro, con los testículos pegados a su base. En ningún momento durante el acoplamiento, sentí la necesidad de eyacular pero presentía que no tardaría mucho en hacerlo. Adela se percató de mi estado y poniéndose en cuclillas, de espaldas a mí, fue metiéndose mi verga en su estrecho culo. Conforme iba entrando yo seguía notando el mío encendido y expulsando el semen que había entrado. Me montó como una experta jinete sin perder el compás. Yo estaba llegando otra vez al clímax y le avisé.
Desató mis ataduras, se puso a gatas y me indicó que la penetrara por el sexo y con el consolador en su ano. Noté en las paredes de su vagina la presión de aquella cosa contra mi glande y ya no pude seguir más, con un acuciante empujón, eyaculé dentro de su rasurado sexo al mismo tiempo que ella se contraía con un atropellado estremecimiento.
Sudorosos, nos abrazamos y besamos, dejándonos llevar por el cansancio con nuestros rasurados pubis pegados por los fluidos.
Después no dimos un merecido baño y pactamos que los siguientes encuentros serían sin chantajes ni engaños. Respetando nuestros deseos como si de una cofradía se tratase.
Mi trabajo, también quedó listo para su publicación. Esta vez se sorprendieron en la redacción ante una historia de tan alto contenido erótico.
Adela y yo seguimos compartiendo nuestras fantasías en las ausencias de su marido. También, nuestro querido perro colabora algunas veces. En uno de nuestros encuentros, me confesó que sabía desde un principio que yo controlaba a Nimbo. Que me había oído llegar y que me había inducido al chantaje deliberadamente, porque también tenía pensamientos raros conmigo. 

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