


Ayer, 24 de mayo de 2025, el invierno en San Fernando centro era un zarpazo de frío. Vivo en un depto chico pero acogedor cerca de la estación del tren Mitre, con paredes blancas, un sillón gastado pero cómodo, y un calefactor que apenas combate la humedad. Tengo 25 años, mido 1,60 m, y mi cuerpo, esculpido con pesas caseras, es mi orgullo. Mi pija, de 18 cm, cabezona, gorda y venosa, es mi arma, una que ha dejado huella en muchos cuerpos. Sin empleo fijo, vivo de changas: descargar mercadería, repartir flyers, lo que pinte. El dinero no alcanza, pero mi casa es un refugio. Mi vida se teje entre los vagones del Mitre, los mensajes de Poringa, y un anhelo que guardo en silencio: un alma gemela que apague esta sed insaciable.

Anoche, tras un día de repartir volantes bajo un cielo gris, entré a Poringa buscando calor. Encontré a Camila, una chica trans de 26 años a pocas cuadras. Sus fotos eran dinamita: pelo negro largo hasta la cintura, labios pintados de borgoña, un cuerpo curvilíneo con tetas firmes y un culo redondo que desafiaba la gravedad, y una tanguita negra abrazando su pija pequeña. “Busco un macho que me haga mujer hasta el amanecer”, decía su perfil. Su mensaje fue un disparo: “¿San Fer? Vení a mi depto esta noche, papi ”. Quedamos a las 22:00 en su edificio, a diez minutos a pie.

Salí con una campera negra, un jean ajustado que marcaba mi pija, y una bufanda contra el frío. Las calles de San Fernando estaban vacías, el viento helado silbando. Llegué a su edificio, sencillo pero prolijo, y Camila abrió la puerta con una sonrisa que derritió el invierno. Era un huracán: un vestidito negro de lana que moldeaba sus curvas, medias opacas hasta los muslos que resaltaban sus piernas suaves, uñas pintadas de negro, y un perfume floral que me noqueó. Su maquillaje, con pestañas largas y labios borgoña, era puro pecado. “Entrá, macho, que afuera te congelás”, dijo, con una voz suave pero cargada de lujuria. Su depto era pequeño, con velas aromáticas titilando, un sillón de pana, y una cama con sábanas de satén rojo que olían a deseo. “Tu casa es un templo, Camila”, dije, quitándome la campera. Ella rió, rozándome el brazo. “Y vos sos el dios que quiero adorar esta noche”, susurró, y el aire ya ardía.
Nos sentamos en la cama, charlando para conectar. “¿Qué te lleva a Poringa?”, pregunté, mirándola a los ojos, que brillaban bajo las velas. “Ser trans en San Fer es duro. Quiero machos que me deseen sin juzgar. Poringa es mi libertad”, dijo, con una sinceridad que me llegó. Es recepcionista en un consultorio y ahorra para viajar a Brasil. Yo hablé de mis changas, mis noches en el tren, y mi búsqueda de un amor que me ancle. “Sos un poeta con pija de acero, ¿no?”, bromeó, y reímos, pero su mano en mi pierna encendió la mech

Cómo me la chupa: Camila se arrodilló en la alfombra, sus labios gruesos envolviendo mi pija con una lentitud que me arrancó un gruñido. Sus labios, húmedos y calientes, se deslizaban por cada vena, succionando con presión, dejando un rastro de saliva brillante que goteaba por mi pija y caía en la alfombra. Su lengua lamía la cabeza gorda, trazando círculos lentos, saboreando cada pliegue, mientras hilos de saliva se estiraban entre sus labios y mi piel. Sus manos pintadas acariciaban mis muslos, sus uñas rozándome, y sus tetas, libres del sostén, rebotaban, con gotas de sudor resbalando por su escote. Sus ojos, con pestañas largas, me miraban, brillando de lujuria. “Chupás como si mi pija fuera tu dios”, dije, y ella gimió, su pija pequeña goteando un hilo de semen viscoso en la alfombra, su maquillaje borgoña corriendo en riachuelos por el sudor. Cada chupada era un ritual: sonidos húmedos, su garganta apretando mi pija de 18 cm, sus labios al límite. “Papi, es tan gorda, me obsesiona”, jadeó, con saliva brillando en su barbilla, y yo, con una mano en su pelo negro, la guié, sintiendo cada roce como un rayo.


---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Cómo me la cogí-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------



Cómo entra la pija: La puse en cuatro en la cama, su culo redondo elevado, la tanguita negra bajada a los tobillos, exponiendo su entrada rosada, apretada, reluciente por el lubricante que apliqué con dedos temblorosos. Gotas de lubricante resbalaban por sus muslos, mezclándose con el sudor de su piel. Mi pija, cabezona y venosa, rozó su entrada, y Camila gimió, arqueándose, sus medias opacas estiradas. “Papi, metémela, destrozame”, suplicó, y yo, con una mano en su cadera, la hice entrar despacio, la cabeza gorda forzando su camino, dilatándola, mientras un hilo de lubricante goteaba al satén rojo. Su cuerpo temblaba, su pija pequeña goteaba semen claro contra las sábanas, y su gemido fue un alarido de rendición. “Goza, pequeño, que mi pija te reclama”, dije, y ella, con un grito, jadeó: “Sí, papi, rómpeme”. Cada centímetro era una invasión, sus paredes internas abrazándome, calientes y húmedas, sus gemidos resonando con el crujir de la cama.



En cuatro: La cojí con furia, mi pija entrando y saliendo, el sonido húmedo de piel contra piel mezclándose con sus gritos de trans rendida. Su culo redondo rebotaba, un charco de lubricante y sudor formándose en las sábanas. Sus tetas se balanceaban, gotas de sudor cayendo de sus pezones, sus uñas pintadas arrancando hilos del satén. Sus medias opacas se arrugaban, y su pija pequeña goteaba semen claro, formando un charco pegajoso. “Papi, me partís, no pares”, suplicaba, su maquillaje borgoña corrido en lágrimas de placer, un hilo de saliva cayendo de su boca entreabierta. Agarré sus caderas, hundiéndome hasta el fondo, mis bolas chocando contra su piel, dejando un rastro húmedo. Su culo apretado me succionaba, un calor viscoso que me volvía loco, sus gemidos un himno de sumisión.

Encima en la cama: La senté en mi regazo, su culo tragándose mi pija, rebotando con un ritmo que hacía crujir el colchón. Sus tetas rozaban mi pecho, sus pezones duros pincelándome, gotas de sudor resbalando por su piel y cayendo en mi abdomen. Sus medias opacas, rasgadas en una pierna, rozaban mis muslos, y su pija pequeña goteaba un hilo de semen viscoso, manchando mi piel. Sus uñas pintadas se clavaban en mis hombros, dejando marcas rojas, su pelo negro cayendo en ondas empapadas. “Me hacés estallar, papi”, gemía, su perfume floral mezclado con sudor y lubricante. Apreté sus nalgas, guiándola, mi pija perforándola hasta el núcleo, un sonido húmedo acompañando cada rebote. Su pija se frotaba contra mí, dejando un rastro pegajoso, y sus gritos resonaban mientras el espejo del techo mostraba su cuerpo arqueado.

Contra la pared: La levanté, apoyándola contra la pared, una pierna sobre mi hombro, sus medias brillando bajo las velas, rasgadas y húmedas de sudor. Mi pija entró de un golpe, profunda, arrancándole un grito que rebotó en el depto. Sus tetas temblaban, gotas de sudor y semen claro goteando desde su pija pequeña contra la pared. Sus uñas pintadas arañaban mi brazo, su maquillaje deshecho en manchas oscuras, sus labios borgoña entreabiertos, con saliva brillando. “Papi, me destrozás”, jadeaba, y la cojí con salvajismo, mi pija deslizándose en su culo apretado, lubricante y sudor chorreando por sus muslos. El sonido húmedo de cada embestida llenaba el aire, su cuerpo deslizándose contra la pared, sus gemidos al borde del colapso.

Contra la pared: La levanté, apoyándola contra la pared, una pierna sobre mi hombro, sus medias brillando bajo las velas, rasgadas y húmedas de sudor. Mi pija entró de un golpe, profunda, arrancándole un grito que rebotó en el depto. Sus tetas temblaban, gotas de sudor y semen claro goteando desde su pija pequeña contra la pared. Sus uñas pintadas arañaban mi brazo, su maquillaje deshecho en manchas oscuras, sus labios borgoña entreabiertos, con saliva brillando. “Papi, me destrozás”, jadeaba, y la cojí con salvajismo, mi pija deslizándose en su culo apretado, lubricante y sudor chorreando por sus
muslos. El sonido húmedo de cada embestida llenaba el aire, su cuerpo deslizándose contra la pared, sus gemidos al borde del colapso.

Boca abajo: La tiré boca abajo en la cama, su culo en el aire, sus medias rasgadas, su pelo negro desparramado, empapado de sudor. Abrí sus mejillas, su entrada dilatada reluciendo con lubricante y fluidos, y le metí la pija con un movimiento lento, saboreando su rendición. La cojí con un ritmo implacable, mis manos apretando sus nalgas, mis bolas chocando contra su piel, dejando un rastro húmedo. “Papi, no puedo más, llenáme”, gritaba, su pija pequeña goteando semen en las sábanas, sus uñas arrancando el satén. Su culo me apretaba como un torno, cada embestida un abismo de placer, lubricante y sudor chorreando al colchón, sus gritos resonando.

Estado de Camila tras la cojida: Terminamos exhaustos, tirados en la cama empapada, las sábanas rojas manchadas con charcos de semen, lubricante, y sudor. Camila estaba destrozada, un cuadro de lujuria: su maquillaje borgoña corrido en manchas negras por sus mejillas, lágrimas de placer secas en su piel, su pelo negro pegado a su rostro sudoroso. Sus tetas brillaban con sudor, gotas resbalando por su escote, y su pija pequeña, flácida, goteaba un último hilo de semen claro en su muslo. Las medias opacas, rasgadas en ambas piernas, colgaban deshechas, y su tanguita negra estaba perdida en el suelo, empapada. Su culo, dilatado y reluciente de lubricante, temblaba con espasmos, y su cuerpo, cubierto de fluidos, exhalaba calor. “Sos un huracán, macho. Me destruiste”, jadeó, su voz ronca, apenas audible, mientras intentaba levantarse, sus piernas temblando como gelatina.
Charlamos bajo una manta, con el café frío. Me habló de su consultorio, yo de mi búsqueda de amor. “Quizá no lo encuentres, pero hoy me tuviste a mí”, dijo, guiñando con esfuerzo. “Quiero más noches así, pequeño”, contesté, acariciando su pelo empapado.

Charlamos bajo una manta. Me habló de su consultorio, yo de mi búsqueda de amor. “Quizá no lo encuentres, pero hoy me tuviste a mí”, dijo, guiñando con esfuerzo. “Quiero más noches así, pequeño”, contesté, acariciando su pelo empapado.
Final: A las 2:00, al ponerme la campera, escuchamos pasos pesados y un golpe en el pasillo. Camila palideció. “A veces hay tipos rondando. Una vez forzaron una puerta”, susurró, apagando velas. Mi pulso se disparó, imaginé un robo. Agarré una lámpara, listo para lo peor. Miramos por la mirilla: dos encapuchados discutían, uno con una botella. “Esto se puso feo”, murmuré. Pero se fueron, borrachos, tras unos minutos tensos. “Casi me infarto”, dije, riendo. Camila rió. “San Fer y sus sustos”. Nos despedimos con un abrazo y un beso suyo, dejando borgoña en mi mejilla. Intercambiamos números. “Volvé, macho”, dijo.

Nenas sissies, femboys, putitas afeminadas, anoten: ya tengo mi cuenta de Telegram para charlar en privado con las que sean 100% mías y no arruguen hago encuentros.
nuevo grupo mejor trolas
3 comentarios - La noche de invierno con la trans de Poringa