Con el tiempo, mis visitas a la casa de mi tía se volvieronuna rutina casi adictiva. Siempre encontraba una excusa perfecta: "Vine aver a los chicos", "Traje algo para los primos", o simplemente"Pasaba por acá y me acordé de ustedes". Pero la verdad era que micorazón latía fuerte solo de pensar en cruzármela, en oler su perfume queflotaba por la casa, o en robarle una mirada a ese culo perfecto que se movíacon una gracia que ninguna piba de mi edad tenía.
Los años pasaron, yo crecí de un pendejo de 15 a un tipo de29, con más experiencia, más seguridad, pero el deseo por ella no se apagó niun poco. Al contrario, se hizo más intenso, más oscuro. Ya no me conformaba conespiarla desde la puerta entreabierta del baño, viendo cómo el agua resbalabapor su piel madura, por esas curvas que el tiempo había hecho más suaves ytentadoras. Quería tocarla. Quería que ella me viera como hombre, no como elsobrino.
El punto de quiebre llegó un verano, hace un par de años.Era una tarde calurosa, de esas que te pegan la ropa al cuerpo. Fui a la casaporque mis primos me habían invitado a una pileta que tenían en el fondo. Miprima, esa bombón de tetas exageradas que mencioné antes en otros videos,estaba ahí en bikini, volviéndome loco a mí y a cualquiera que la mirara. Peroni siquiera ella podía competir con mi tía ese día. Ella salió al patio con unvestido liviano, de esos que se pegan con el viento, marcando todo. Sincorpiño, se notaba. Las tetas firmes para su edad, los pezones apenasinsinuados bajo la tela fina. Y el culo... Dios, ese culo redondo moviéndosemientras traía unas bebidas. Me quedé mirándola como idiota, con la pija durabajo el short, rezando para que nadie notara.
Nos pusimos a charlar todos en la pileta. Por primera vez enmucho tiempo, mi tía se sentó cerca mío. Hablábamos de pavadas: el calor, eltrabajo de ella, mis estudios. Pero yo sentía la electricidad en el aire. En unmomento, se inclinó para agarrar algo del piso y el vestido se le subió un pocopor los muslos. Vi la curva de su culo, el borde de una tanga blanca. Casi mecorro ahí mismo, pero no paso nada y el día sigo como si nada.
Los años siguen pasando implacables, y ahora tengo 29, conuna vida que desde afuera parece normal: laburo, amigos, alguna mina de vez encuando. Pero adentro, ese fuego por mi tía nunca se apagó. Al contrario, conella teniendo 62 años, la deseo más que nunca. Está más madura, más mujer: elpelo con canas plateadas que le queda elegante, la piel suave con esasarruguitas que le dan carácter, las tetas que siguen colgando perfecto, pesadasy naturales, y ese culo grande, carnoso, que se mueve lento pero con unasensualidad que me mata. Se viste con ropa cómoda en casa, pero cuando salepone vestidos que le marcan todo. La veo en reuniones familiares y me cuestadisimular la erección.
Mi prima, la bombón, ahora tiene 24. Es una diosa posta:tetas enormes, naturales, que desbordan cualquier corpiño, cintura fina, culoredondo y firme de gimnasio, piernas largas, cara de modelo con labios gruesos.La sigo en redes, y cada story es una tortura: ella en la playa, en la pileta,marcando todo.
Pero la realidad es que la relación con ellas es... normal.Nada más. No somos de esa familia que se abraza mucho, que se cuenta todo.Vamos a los cumpleaños, Navidad, algún asado, charlamos de pavadas: el clima,el laburo, cómo están los otros primos. Un beso en la mejilla al saludar ydespedir, y listo. No hay mensajes diarios, no hay confianza profunda. Ellas meven como el sobrino/primo mayor, educado, que aparece de vez en cuando. Yo lastrato con respeto, les pregunto cómo están, ofrezco ayuda si hace falta, perono pasa de ahí. Nunca logré romper esa barrera.
El voyeurismo, eso sí, sigue siendo mi válvula de escape.Cada vez que voy a la casa de mi tía –que ahora vive sola, porque los hijos seindependizaron– me las ingenio para robar miradas. Ella sigue con la costumbrede dejar la puerta del baño entreabierta cuando se ducha. La espié hace poco:el agua cayendo por su cuerpo maduro, las tetas pesadas con pezones grandes yoscuros, la panza suave, el culo grande cuando se da vuelta. Me escondí en elpasillo y me pajeé en silencio, mordiéndome los labios para no gemir.
Con mi prima es más esporádico, pero cuando coincide queestá en lo de la madre, aprovecho. La última vez fue en un cumpleaños: ellallegó con un short cortísimo y una remera escotada. Se cambió en el cuarto,puerta sin traba. Me acerqué fingiendo buscar algo y la vi por el espejo:quitándose la remera, esas tetas enormes saltando libres, pezones rosados yduros por el aire acondicionado, luego bajándose el short y quedando en unatanga fina hilo dental que se le clavaba en el culo perfecto. Se miró alespejo, se acomodó las tetas con las manos... y yo ahí, duro como piedra,espiando como un pervertido.
Después en la mesa, todo normal: "Pasame la ensalada,primo", "Contame cómo te va en el laburo". Sonrisas educadas,nada más. Ella ni se imagina que horas después me pajearía pensando en chuparleesas tetas, en cogérmela contra la pared. Y mi tía, sirviendo el postre con esevestido flojo que dejaba ver el contorno de los pezones, sin saber que susobrino la desea desde hace 15 años.
El deseo está más fuerte que nunca, pero la distanciatambién. Sé que es casi imposible romper esa barrera familiar sin confianzareal. A veces pienso en mandar un mensaje más personal a mi tía, algo como"Te veo tan linda últimamente", pero me arrepiento. O invitar a miprima a tomar algo "como primos", pero sé que diría que sí poreducación y no pasaría nada.
Sigo fantaseando con las dos: con mi tía madura enseñándomecosas, lenta y experta; con mi prima joven y salvaje, tetona y fogosa. Inclusojuntas, en mis pajas más sucias. Pero en la realidad, todo queda en miradasrobadas, en espiadas secretas, en erecciones disimuladas bajo la mesa. Y asísigo, con 29 años, deseando lo prohibido que está tan cerca pero tan lejos.Cada reunión familiar es una dulce tortura.
Los años pasaron, yo crecí de un pendejo de 15 a un tipo de29, con más experiencia, más seguridad, pero el deseo por ella no se apagó niun poco. Al contrario, se hizo más intenso, más oscuro. Ya no me conformaba conespiarla desde la puerta entreabierta del baño, viendo cómo el agua resbalabapor su piel madura, por esas curvas que el tiempo había hecho más suaves ytentadoras. Quería tocarla. Quería que ella me viera como hombre, no como elsobrino.
El punto de quiebre llegó un verano, hace un par de años.Era una tarde calurosa, de esas que te pegan la ropa al cuerpo. Fui a la casaporque mis primos me habían invitado a una pileta que tenían en el fondo. Miprima, esa bombón de tetas exageradas que mencioné antes en otros videos,estaba ahí en bikini, volviéndome loco a mí y a cualquiera que la mirara. Peroni siquiera ella podía competir con mi tía ese día. Ella salió al patio con unvestido liviano, de esos que se pegan con el viento, marcando todo. Sincorpiño, se notaba. Las tetas firmes para su edad, los pezones apenasinsinuados bajo la tela fina. Y el culo... Dios, ese culo redondo moviéndosemientras traía unas bebidas. Me quedé mirándola como idiota, con la pija durabajo el short, rezando para que nadie notara.
Nos pusimos a charlar todos en la pileta. Por primera vez enmucho tiempo, mi tía se sentó cerca mío. Hablábamos de pavadas: el calor, eltrabajo de ella, mis estudios. Pero yo sentía la electricidad en el aire. En unmomento, se inclinó para agarrar algo del piso y el vestido se le subió un pocopor los muslos. Vi la curva de su culo, el borde de una tanga blanca. Casi mecorro ahí mismo, pero no paso nada y el día sigo como si nada.
Los años siguen pasando implacables, y ahora tengo 29, conuna vida que desde afuera parece normal: laburo, amigos, alguna mina de vez encuando. Pero adentro, ese fuego por mi tía nunca se apagó. Al contrario, conella teniendo 62 años, la deseo más que nunca. Está más madura, más mujer: elpelo con canas plateadas que le queda elegante, la piel suave con esasarruguitas que le dan carácter, las tetas que siguen colgando perfecto, pesadasy naturales, y ese culo grande, carnoso, que se mueve lento pero con unasensualidad que me mata. Se viste con ropa cómoda en casa, pero cuando salepone vestidos que le marcan todo. La veo en reuniones familiares y me cuestadisimular la erección.
Mi prima, la bombón, ahora tiene 24. Es una diosa posta:tetas enormes, naturales, que desbordan cualquier corpiño, cintura fina, culoredondo y firme de gimnasio, piernas largas, cara de modelo con labios gruesos.La sigo en redes, y cada story es una tortura: ella en la playa, en la pileta,marcando todo.
Pero la realidad es que la relación con ellas es... normal.Nada más. No somos de esa familia que se abraza mucho, que se cuenta todo.Vamos a los cumpleaños, Navidad, algún asado, charlamos de pavadas: el clima,el laburo, cómo están los otros primos. Un beso en la mejilla al saludar ydespedir, y listo. No hay mensajes diarios, no hay confianza profunda. Ellas meven como el sobrino/primo mayor, educado, que aparece de vez en cuando. Yo lastrato con respeto, les pregunto cómo están, ofrezco ayuda si hace falta, perono pasa de ahí. Nunca logré romper esa barrera.
El voyeurismo, eso sí, sigue siendo mi válvula de escape.Cada vez que voy a la casa de mi tía –que ahora vive sola, porque los hijos seindependizaron– me las ingenio para robar miradas. Ella sigue con la costumbrede dejar la puerta del baño entreabierta cuando se ducha. La espié hace poco:el agua cayendo por su cuerpo maduro, las tetas pesadas con pezones grandes yoscuros, la panza suave, el culo grande cuando se da vuelta. Me escondí en elpasillo y me pajeé en silencio, mordiéndome los labios para no gemir.
Con mi prima es más esporádico, pero cuando coincide queestá en lo de la madre, aprovecho. La última vez fue en un cumpleaños: ellallegó con un short cortísimo y una remera escotada. Se cambió en el cuarto,puerta sin traba. Me acerqué fingiendo buscar algo y la vi por el espejo:quitándose la remera, esas tetas enormes saltando libres, pezones rosados yduros por el aire acondicionado, luego bajándose el short y quedando en unatanga fina hilo dental que se le clavaba en el culo perfecto. Se miró alespejo, se acomodó las tetas con las manos... y yo ahí, duro como piedra,espiando como un pervertido.
Después en la mesa, todo normal: "Pasame la ensalada,primo", "Contame cómo te va en el laburo". Sonrisas educadas,nada más. Ella ni se imagina que horas después me pajearía pensando en chuparleesas tetas, en cogérmela contra la pared. Y mi tía, sirviendo el postre con esevestido flojo que dejaba ver el contorno de los pezones, sin saber que susobrino la desea desde hace 15 años.
El deseo está más fuerte que nunca, pero la distanciatambién. Sé que es casi imposible romper esa barrera familiar sin confianzareal. A veces pienso en mandar un mensaje más personal a mi tía, algo como"Te veo tan linda últimamente", pero me arrepiento. O invitar a miprima a tomar algo "como primos", pero sé que diría que sí poreducación y no pasaría nada.
Sigo fantaseando con las dos: con mi tía madura enseñándomecosas, lenta y experta; con mi prima joven y salvaje, tetona y fogosa. Inclusojuntas, en mis pajas más sucias. Pero en la realidad, todo queda en miradasrobadas, en espiadas secretas, en erecciones disimuladas bajo la mesa. Y asísigo, con 29 años, deseando lo prohibido que está tan cerca pero tan lejos.Cada reunión familiar es una dulce tortura.
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