Me llamo Marlene, tengo 17 años y hace un año emigré de Ecuador a Estados Unidos buscando una vida mejor.

Dejé a mi hijo de un año allá con mi familia porque no podía traerlo todavía. Me separé del padre antes de venirme: era un drogadicto, elegí mal, y no quería que mi bebé creciera en ese ambiente.


Vine indocumentada, con ilusión, pero la verdad es que no me ha ido bien. Trabajaba limpiando casas, pero hace un mes me quedé sin empleo y sin plata para pagar nada. No tenía dónde ir, así que le pedí ayuda a mi tío Diego, el único familiar que tengo acá.


Él tiene 28 años, trabaja en construcción, vive solo en una casa chica y me ofreció la habitación que le sobraba hasta que me acomodara. Le digo que ya me voy a ir en cuanto encuentre algo, pero él siempre me responde que no hay apuro, que me quede tranquila.


Era sábado a la noche y decidí salir un rato a despejarme. Mi hijo está lejos, la vida acá es dura y a veces necesito olvidar todo. Estaba re caliente, con ganas de algo que me haga sentir viva. Salí con unas chicas que conocí por el trabajo, fuimos a un bar, tomamos, fumamos un poco de marihuana, bailamos con unos tipos, pero nada más. Como a las tres de la mañana ya me había cansado y pedí un Uber para volver.

Llegué a la casa y vi la luz del living encendida. Entré y ahí estaba Diego, sentado en el sillón, tomando una cerveza fría y mirando televisión. Ya teníamos confianza, así que le tiré en broma: «¿Vas a compartir esas cervezas o qué?». En la heladera había un sixpack, así que agarré una aunque ya venía bastante tomada. Me senté al lado de él y empezamos a hablar. Primero de cosas normales, después más personales.

Ese día llevaba un vestido de jean cortito. No sé qué me dio, pero se me ocurrió abrir un poco más las piernas, como al descuido, para que él pudiera ver. Quería probar, ver si reaccionaba. Y reaccionó. Me miró fijo y me dijo, medio serio pero suave:

«Sobrina, no te abras tanto las piernas así».
«¿Por qué, tío?», le respondí juguetona.
«Porque se te ve toda la ropita interior».
Me reí. «¿Y qué tiene? ¿Te vas a poner duro?».
Se puso colorado y no dijo nada. Yo seguí con las piernas abiertas, mostrándole todo. Me calentaba muchísimo hacer algo tan prohibido, pero no quería parar.
«¿Se te paró?», le pregunté directa.
Me miró y, rápido, dijo que sí.
Muy atrevida, le solté: «A ver, mostrame».
«¿En serio?», preguntó, como no creyéndolo.
«Sí, mostrame».

Vi cómo se desabrochaba el cinturón con esas manos grandes y fuertes de tanto trabajar, se bajó el pantalón y el bóxer de una. Dios… qué verga tenía. Larga, gorda, muy gorda. Me quedé impresionada, no me lo esperaba para nada.
«¡Tío!», le dije bajito, con la voz temblando de morbo.
Me arrodillé frente a él y empecé a lamerle la verga. Se puso durísima en segundos. La metí en la boca, tuve que abrirla bien porque era enorme. Me costaba, así que empecé a lamerle la punta mientras lo miraba a los ojos. Él gemía bajito y eso me mojaba cada vez más.

Se sacó la camiseta. Era fuerte, corpulento, con ese cuerpo de hombre que labura duro. Dejé de chupársela un segundo y le dije: «Desnudate». Me quité el vestido, quedé en ropa interior, saqué un condón del bolso y se lo di: «Ponételo».
Lo hizo rapidísimo. Me tiré en la cama boca arriba, él me sacó la tanga de un tirón y se acercó. Sentí la cabeza de su verga presionando, entrando de a poquito en mi conchita que ya estaba empapada. Empecé a gemir fuerte, era una sensación increíble. Me calentaba sentir cómo me iba abriendo, cómo entraba centímetro a centímetro hasta que la tuve toda adentro.

Me puso los pies sobre sus hombros y se vino encima. Empezó a bombear duro, rápido, profundo. Yo no daba más, me corría una y otra vez, me mojaba como nunca. Casi no tengo pechos, pero él igual me chupaba y besaba los pezones mientras me cogía. Fue increíble cómo me hizo el amor.

De repente sentí su verga palpitar fuerte dentro mío, sabía que se estaba viniendo. Se corrió con un gemido ronco, llenando el condón.

Se lo sacó y se tiró al lado. La cama estaba empapada, yo me había venido por lo menos dos veces. Para mí fue el mejor polvo de mi vida. Sé perfectamente que es mi tío, que esto está mal, que no debería haber pasado… pero me dejé llevar por completo. Y ahora, pensando en frío, no me arrepiento.

Quiero más. Quiero ser su contenedor de semen, que me use cuando quiera, que me llene la concha y el culo con su leche caliente hasta que desborde, hasta que no pueda más. Quiero sentirlo todo adentro sin nada de por medio.

Dejé a mi hijo de un año allá con mi familia porque no podía traerlo todavía. Me separé del padre antes de venirme: era un drogadicto, elegí mal, y no quería que mi bebé creciera en ese ambiente.


Vine indocumentada, con ilusión, pero la verdad es que no me ha ido bien. Trabajaba limpiando casas, pero hace un mes me quedé sin empleo y sin plata para pagar nada. No tenía dónde ir, así que le pedí ayuda a mi tío Diego, el único familiar que tengo acá.


Él tiene 28 años, trabaja en construcción, vive solo en una casa chica y me ofreció la habitación que le sobraba hasta que me acomodara. Le digo que ya me voy a ir en cuanto encuentre algo, pero él siempre me responde que no hay apuro, que me quede tranquila.


Era sábado a la noche y decidí salir un rato a despejarme. Mi hijo está lejos, la vida acá es dura y a veces necesito olvidar todo. Estaba re caliente, con ganas de algo que me haga sentir viva. Salí con unas chicas que conocí por el trabajo, fuimos a un bar, tomamos, fumamos un poco de marihuana, bailamos con unos tipos, pero nada más. Como a las tres de la mañana ya me había cansado y pedí un Uber para volver.

Llegué a la casa y vi la luz del living encendida. Entré y ahí estaba Diego, sentado en el sillón, tomando una cerveza fría y mirando televisión. Ya teníamos confianza, así que le tiré en broma: «¿Vas a compartir esas cervezas o qué?». En la heladera había un sixpack, así que agarré una aunque ya venía bastante tomada. Me senté al lado de él y empezamos a hablar. Primero de cosas normales, después más personales.

Ese día llevaba un vestido de jean cortito. No sé qué me dio, pero se me ocurrió abrir un poco más las piernas, como al descuido, para que él pudiera ver. Quería probar, ver si reaccionaba. Y reaccionó. Me miró fijo y me dijo, medio serio pero suave:

«Sobrina, no te abras tanto las piernas así».
«¿Por qué, tío?», le respondí juguetona.
«Porque se te ve toda la ropita interior».
Me reí. «¿Y qué tiene? ¿Te vas a poner duro?».
Se puso colorado y no dijo nada. Yo seguí con las piernas abiertas, mostrándole todo. Me calentaba muchísimo hacer algo tan prohibido, pero no quería parar.
«¿Se te paró?», le pregunté directa.
Me miró y, rápido, dijo que sí.
Muy atrevida, le solté: «A ver, mostrame».
«¿En serio?», preguntó, como no creyéndolo.
«Sí, mostrame».

Vi cómo se desabrochaba el cinturón con esas manos grandes y fuertes de tanto trabajar, se bajó el pantalón y el bóxer de una. Dios… qué verga tenía. Larga, gorda, muy gorda. Me quedé impresionada, no me lo esperaba para nada.
«¡Tío!», le dije bajito, con la voz temblando de morbo.
Me arrodillé frente a él y empecé a lamerle la verga. Se puso durísima en segundos. La metí en la boca, tuve que abrirla bien porque era enorme. Me costaba, así que empecé a lamerle la punta mientras lo miraba a los ojos. Él gemía bajito y eso me mojaba cada vez más.

Se sacó la camiseta. Era fuerte, corpulento, con ese cuerpo de hombre que labura duro. Dejé de chupársela un segundo y le dije: «Desnudate». Me quité el vestido, quedé en ropa interior, saqué un condón del bolso y se lo di: «Ponételo».
Lo hizo rapidísimo. Me tiré en la cama boca arriba, él me sacó la tanga de un tirón y se acercó. Sentí la cabeza de su verga presionando, entrando de a poquito en mi conchita que ya estaba empapada. Empecé a gemir fuerte, era una sensación increíble. Me calentaba sentir cómo me iba abriendo, cómo entraba centímetro a centímetro hasta que la tuve toda adentro.

Me puso los pies sobre sus hombros y se vino encima. Empezó a bombear duro, rápido, profundo. Yo no daba más, me corría una y otra vez, me mojaba como nunca. Casi no tengo pechos, pero él igual me chupaba y besaba los pezones mientras me cogía. Fue increíble cómo me hizo el amor.

De repente sentí su verga palpitar fuerte dentro mío, sabía que se estaba viniendo. Se corrió con un gemido ronco, llenando el condón.

Se lo sacó y se tiró al lado. La cama estaba empapada, yo me había venido por lo menos dos veces. Para mí fue el mejor polvo de mi vida. Sé perfectamente que es mi tío, que esto está mal, que no debería haber pasado… pero me dejé llevar por completo. Y ahora, pensando en frío, no me arrepiento.

Quiero más. Quiero ser su contenedor de semen, que me use cuando quiera, que me llene la concha y el culo con su leche caliente hasta que desborde, hasta que no pueda más. Quiero sentirlo todo adentro sin nada de por medio.
0 comentarios - El día que mi tío me culió