Los pechos de mi abuela.
Un joven le juega una broma a su abuela y sorprendido por el atractivo de sus tetas, termina confesándose con una erección entre las piernas.
Se encontraba sentada en una silla, se inclinaba hacia adelante mientras sacaba de un tobo lleno de agua y espuma unas prendas, las frotaba y las volvía a hundir. Ella tenía más o menos 60 años, era una señora de esas de antes que siempre había permanecido haciendo los oficios de su casa y esa era su forma de lavar la ropa.
Llevaba puesto un vestido blanco que parecía un mantel y que le quedaba bastante suelto. Al inclinarse hacia adelante se veía como sus enormes tetas caían y no llevaba brasier abajo.
Fui notando que los tirantes que sostenían el vestido se iban corriendo en sus hombros y se deslizaban por sus brazos, cuando esto pasaba ella se los acomodaba, pero ella a veces esperaba un rato mientras seguía frotando.
En una de esas ocasiones, cuando ya tenía cada uno de las tiras del vestido suficientemente desarregladas, impulsado por la picardía juvenil me acerqué habilidosamente.
—¡Abuela! —dije para sorprenderla.
Cuando asombrada subió su mirada para verme aproveché para tirarle el vestido hacia abajo.
Sus enormes tetas quedaron al descubierto. Era grandes, estaban caídas, pero no se veían arrugadas como me lo imaginaba, no puedo decir que fueran las tetas de una adolescente, pero vaya que sí estaban sumamente conservadas, con sus pezones oscuros y grandes. Sinceramente debo admitir que sus tetas me parecieron una delicia.
—¡Pero Luis, ¿qué es lo que te pasa? —gritó mientras se subía el vestido—. ¡¿Es que acaso no respetas a tu abuela?!
Se me desvaneció ánimo pícaro que tenía, me encontraba sorprendido por la imagen que tuve de sus tetas. Ahora entendía perfectamente qué era lo que veía el dueño del quiosco cuando la cortejaba.
—¡Te voy a enseñar a respetar a los mayores! —dijo mientras se ponía de pie y tomaba una de sus chanclas.
Me fui corriendo, pero terminé llegando a la habitación, donde terminó por acorralarme.
—Ven acá, muchacho abusivo —dijo mientras me tomaba con su chancla aún en la mano.
Me bajó los pantalones dejándome las nalgas al aire y me comenzó a pegar con la chancla.
—¡Abuela yo ya estoy bastante grande para esto! —le dije.
—¡A mí eso no me importa! —dijo.
Me azotó las nalgas con rudeza hasta dejármelas enrojecidas.
—¿Has aprendido a respetar a tus mayores? —dijo al terminar de reprenderme.
Me había dejado las nalgas rojas, pero no me había dolido. Me di la vuelta y le mostré mi polla. La tenía dura y colorada.
Su cabeza se puso como un tomate y su rostro dibujó una expresión de absoluta incredulidad.
—¡¿Pero… Luis… qué te pasa?! —dijo mirándome la polla con los ojos bien abiertos—, ¿cómo es posible esto?
Guardó silencio y me veía desconcertada.
—Abuela… —le dije mirándola a la cara—, lo que pasa es que me gustan tus tetas —dije apenado.
—¿Pero qué dices?… ¿Mis tetas?... —dijo sorprendida, aunque se notaba que ya la ira le había bajado—. ¿Cómo va hacer eso?... ¿Te gustan mis tetas?, pero sí yo soy una señora, además soy tu abuela.
—Es que abuela… —le dije ya prácticamente jalándomela frente a ella—… es que estás muy tetuda.
—¿Tetu..?, pero que dices muchacho —dijo desorientada.
Poseído por mi instinto llevé mi mano a su vestido y lo tiré hacia abajo con delicadeza.
Los tirantes se salieron nuevamente de sus hombros y cayeron por sus brazos mientras el vestido se deslizó lentamente por su piel hasta dejar nuevamente expuestos sus senos.
Esto pareció calentarla sexualmente y se quedó quieta y boquiabierta, dejándome ver sus pechos mientras me la jalaba.
—¿Haces eso a menudo? —preguntó.
—¿Qué cosa? —dije.
—Eso que estás haciendo con tu rabo —respondió—. Jalártela de esa forma.
—Todo el tiempo —le dije.
Permaneció en silencio.
—Bueno… —dijo—, la verdad es que ya eres casi un hombre.
Noté que los pezones se le habían puesto durísimos.
—Acuéstate en la cama —me dijo.
—¿Para qué? —pregunté sorprendido.
—Acuéstate y ya está, muchacho imprudente, qué no ves que te voy a dar lo que quieres —dijo.
Una fuerte emoción recorrió todo mi cuerpo y rápidamente obedecí.
Me acosté desnudo y con la polla como un mástil.
—Eso sí —me dijo—. No le puedes contar a nadie.
—No diré nada —le dije—. Te lo prometo.
Entonces miré como llevó su mano a su cintura y se bajó el vestido. No tenía nada debajo y la entrepierna la tenía llena de vello. Le colgaba piel aquí y allá, pero mi mirada se iba a sus grandes tetas, a sus anchas caderas y a al vello que tenía en su zona intima.
Se subió a la cama y se puso sobre mí.
—Te voy lo voy hacer como se lo hacía a tu abuelo —me dijo.
Me quedé quieto y sentí como me sujetó el miembro y se lo enterró hasta dejarlo atrapado en su interior. Por vez primera sentí la humedad de un coño, estaba en el cielo.
—Te gusta —dijo soltando una risilla—, ¿No es así?
Asentí con la cabeza.
Ella se tumbó sobre mí poniéndome sus tetas en la cara y con sus brazos rodeó mi cabeza y me comenzó a acariciar un poco el pelo. Luego comenzó a moverse encajándose ella sola mi cipote, mientras yo me quedaba completamente quieto, disfrutando. Así de esa forma mi abuela me hizo hombre, y sin demora, presionando mi rostro entre sus senos, llegué al orgasmo y le vertí todo mi semen en el mismo coño que había dado luz a mi padre.
Ella se frotó un poco sobre mí y luego se movió.
—¿Qué te pareció? —me preguntó.
—Me gustó, me gustó —le dije—, eres la mejor abuela del mundo.
Su rostro dibujó una sonrisa.
—Bueno… ya sabes... —me dijo agitando su dedo—, no le digas a nadie.
—Te prometo que no lo haré —le dije.
Luego de ese suceso fui agarrando confianza y las cosas entre nosotros se pusieron discretamente juguetonas, llegaba a la casa, dejaba mis cosas a un lado e iba a la cocina y sí me la encontraba cocinado me acercaba por detrás y le subía el vestido.
—¿Qué cocinas? —preguntaba mientras le amasaba las tetas.
—Lo verás cuando esté servida —me decía.
Yo le bajaba las bombachas y, como ya sabía cómo se hacía, se la metía desde atrás mientras ella tranquila se dejaba coger. Terminaba siempre adentro, sin recibir nunca alguna objeción.
Así de esa forma me la cogí incontables veces, pero como a veces no podíamos hacerlo porque mis padres estaban en la casa y eso me desesperaba, sin decirle nada a ella terminé por encontrar la forma de dañar mi propia cama. Mi padre se enojó pensando que tendría que comprar una cama nueva, pero mi abuela amablemente sugirió que podría dormir con ella.
—Ernesto, hijo, mi cama es bastante grande —dijo—, que se venga a dormir conmigo mientras compras la cama nueva.
Mi padre terminó aceptando la propuesta haciéndome ver que esa sería una forma de castigo por la que además debería estar apenado, ya que incomodaría a mi abuela. Lo que nunca supo es que en realidad en las noches ella me montaba como lo había hecho la primera vez y así, de esa forma lenta y pausada, me cogía al igual que lo hacía con mi difunto abuelo, con sus enormes pechos sobre mi cara.
Fueron pasando algunos años, la cama se compró al tiempo y volví a mi habitación. Fui volviéndome más hombre y mi cuerpo atlético me hizo ganar mucha popularidad entre las mujeres de distintas edades, pero un día en el que vi a mi abuela especialmente arreglada y atractiva, obviamente nunca había dejado sus andanzas con los señores que la cortejaban, quise demostrarle el aprecio que siempre le tendría. Esperé la noche y me metí a su habitación.
—Pero Luis… hijo… ¿Qué haces acá? —me dijo.
—Abuela —le susurré—, quiero hacerlo una vez más.
Me miró y sonrió.
—Bueno… —me dijo—, está bien, una última vez. Ven acuéstate.
—No —le dije—, está vez quiero hacerlo de otra forma.
—¿De otra forma? —me dijo—, ¿Cómo así?
—Ponte en cuatro patas —le dije—, ¿Sí sabes cómo es?
Abrió sus ojos.
—¿Qué sí sé cómo es? —dijo sarcásticamente—, ay cariño, yo inventé esa posición.
Me saqué la polla y me la vio.
—Te ha crecido mucho, eh… —me piropeó la polla.
Sonreí y luego me coloqué atrás de ella y le junté las piernas. Su culo quedó en pompa para mí. Llevé mis manos a su trasero y le abrí las nalgas y me sedujo la idea de probarle el culo.
—Abuela…
—¿Qué? —me dijo—, ¿Pasa algo?
—¿Lo has hecho por atrás alguna vez?
—No. Jamás —me dijo de forma tajante—. Ni se te ocurra. No seas puerco.
—Bueno… qué más da, tampoco era mi intención —pensé.
Agarré mi miembro y se lo puse entre los labios del coño.
—Luis, la polla te ha crecido un montón —me dijo realmente sorprendida.
—La tengo más gruesa ahora —le dije.
—¡Madre mía!, hijo querido, hace muchísimos años que no sentía una igual.
Se la metí toda y comencé a darle, ella en cuatro y yo de pie sobre la cama con la rodillas flexionadas con mis huevos chocando contra su coño. Se la enterraba toda.
—Ay, madre querida —exclamaba mi abuela—, me vas a romper el coño, hijo… Mmmmm…. mmmmm…
—Abuela, baja la voz —le dije sonriendo—, que mi papá te va a escuchar.
—Ohh… Ahhh… cariño, no había gozado así en años... —me dijo.
No le llevé la contraria y comencé a bombear más fuerte.
—Mmmm… ooohhh… Luis…
Finalmente decidí acabar y me descargué en su coño como había hecho siempre.
—¿Qué te pareció? —le pregunté.
—Me ha gustado, me ha gustado —me dijo sonriendo satisfecha—, eres el mejor nieto que pude tener.
Le di un beso en la mejilla y me quedé a pasar la noche con ella.
Un joven le juega una broma a su abuela y sorprendido por el atractivo de sus tetas, termina confesándose con una erección entre las piernas.
Se encontraba sentada en una silla, se inclinaba hacia adelante mientras sacaba de un tobo lleno de agua y espuma unas prendas, las frotaba y las volvía a hundir. Ella tenía más o menos 60 años, era una señora de esas de antes que siempre había permanecido haciendo los oficios de su casa y esa era su forma de lavar la ropa.
Llevaba puesto un vestido blanco que parecía un mantel y que le quedaba bastante suelto. Al inclinarse hacia adelante se veía como sus enormes tetas caían y no llevaba brasier abajo.
Fui notando que los tirantes que sostenían el vestido se iban corriendo en sus hombros y se deslizaban por sus brazos, cuando esto pasaba ella se los acomodaba, pero ella a veces esperaba un rato mientras seguía frotando.
En una de esas ocasiones, cuando ya tenía cada uno de las tiras del vestido suficientemente desarregladas, impulsado por la picardía juvenil me acerqué habilidosamente.
—¡Abuela! —dije para sorprenderla.
Cuando asombrada subió su mirada para verme aproveché para tirarle el vestido hacia abajo.
Sus enormes tetas quedaron al descubierto. Era grandes, estaban caídas, pero no se veían arrugadas como me lo imaginaba, no puedo decir que fueran las tetas de una adolescente, pero vaya que sí estaban sumamente conservadas, con sus pezones oscuros y grandes. Sinceramente debo admitir que sus tetas me parecieron una delicia.
—¡Pero Luis, ¿qué es lo que te pasa? —gritó mientras se subía el vestido—. ¡¿Es que acaso no respetas a tu abuela?!
Se me desvaneció ánimo pícaro que tenía, me encontraba sorprendido por la imagen que tuve de sus tetas. Ahora entendía perfectamente qué era lo que veía el dueño del quiosco cuando la cortejaba.
—¡Te voy a enseñar a respetar a los mayores! —dijo mientras se ponía de pie y tomaba una de sus chanclas.
Me fui corriendo, pero terminé llegando a la habitación, donde terminó por acorralarme.
—Ven acá, muchacho abusivo —dijo mientras me tomaba con su chancla aún en la mano.
Me bajó los pantalones dejándome las nalgas al aire y me comenzó a pegar con la chancla.
—¡Abuela yo ya estoy bastante grande para esto! —le dije.
—¡A mí eso no me importa! —dijo.
Me azotó las nalgas con rudeza hasta dejármelas enrojecidas.
—¿Has aprendido a respetar a tus mayores? —dijo al terminar de reprenderme.
Me había dejado las nalgas rojas, pero no me había dolido. Me di la vuelta y le mostré mi polla. La tenía dura y colorada.
Su cabeza se puso como un tomate y su rostro dibujó una expresión de absoluta incredulidad.
—¡¿Pero… Luis… qué te pasa?! —dijo mirándome la polla con los ojos bien abiertos—, ¿cómo es posible esto?
Guardó silencio y me veía desconcertada.
—Abuela… —le dije mirándola a la cara—, lo que pasa es que me gustan tus tetas —dije apenado.
—¿Pero qué dices?… ¿Mis tetas?... —dijo sorprendida, aunque se notaba que ya la ira le había bajado—. ¿Cómo va hacer eso?... ¿Te gustan mis tetas?, pero sí yo soy una señora, además soy tu abuela.
—Es que abuela… —le dije ya prácticamente jalándomela frente a ella—… es que estás muy tetuda.
—¿Tetu..?, pero que dices muchacho —dijo desorientada.
Poseído por mi instinto llevé mi mano a su vestido y lo tiré hacia abajo con delicadeza.
Los tirantes se salieron nuevamente de sus hombros y cayeron por sus brazos mientras el vestido se deslizó lentamente por su piel hasta dejar nuevamente expuestos sus senos.
Esto pareció calentarla sexualmente y se quedó quieta y boquiabierta, dejándome ver sus pechos mientras me la jalaba.
—¿Haces eso a menudo? —preguntó.
—¿Qué cosa? —dije.
—Eso que estás haciendo con tu rabo —respondió—. Jalártela de esa forma.
—Todo el tiempo —le dije.
Permaneció en silencio.
—Bueno… —dijo—, la verdad es que ya eres casi un hombre.
Noté que los pezones se le habían puesto durísimos.
—Acuéstate en la cama —me dijo.
—¿Para qué? —pregunté sorprendido.
—Acuéstate y ya está, muchacho imprudente, qué no ves que te voy a dar lo que quieres —dijo.
Una fuerte emoción recorrió todo mi cuerpo y rápidamente obedecí.
Me acosté desnudo y con la polla como un mástil.
—Eso sí —me dijo—. No le puedes contar a nadie.
—No diré nada —le dije—. Te lo prometo.
Entonces miré como llevó su mano a su cintura y se bajó el vestido. No tenía nada debajo y la entrepierna la tenía llena de vello. Le colgaba piel aquí y allá, pero mi mirada se iba a sus grandes tetas, a sus anchas caderas y a al vello que tenía en su zona intima.
Se subió a la cama y se puso sobre mí.
—Te voy lo voy hacer como se lo hacía a tu abuelo —me dijo.
Me quedé quieto y sentí como me sujetó el miembro y se lo enterró hasta dejarlo atrapado en su interior. Por vez primera sentí la humedad de un coño, estaba en el cielo.
—Te gusta —dijo soltando una risilla—, ¿No es así?
Asentí con la cabeza.
Ella se tumbó sobre mí poniéndome sus tetas en la cara y con sus brazos rodeó mi cabeza y me comenzó a acariciar un poco el pelo. Luego comenzó a moverse encajándose ella sola mi cipote, mientras yo me quedaba completamente quieto, disfrutando. Así de esa forma mi abuela me hizo hombre, y sin demora, presionando mi rostro entre sus senos, llegué al orgasmo y le vertí todo mi semen en el mismo coño que había dado luz a mi padre.
Ella se frotó un poco sobre mí y luego se movió.
—¿Qué te pareció? —me preguntó.
—Me gustó, me gustó —le dije—, eres la mejor abuela del mundo.
Su rostro dibujó una sonrisa.
—Bueno… ya sabes... —me dijo agitando su dedo—, no le digas a nadie.
—Te prometo que no lo haré —le dije.
Luego de ese suceso fui agarrando confianza y las cosas entre nosotros se pusieron discretamente juguetonas, llegaba a la casa, dejaba mis cosas a un lado e iba a la cocina y sí me la encontraba cocinado me acercaba por detrás y le subía el vestido.
—¿Qué cocinas? —preguntaba mientras le amasaba las tetas.
—Lo verás cuando esté servida —me decía.
Yo le bajaba las bombachas y, como ya sabía cómo se hacía, se la metía desde atrás mientras ella tranquila se dejaba coger. Terminaba siempre adentro, sin recibir nunca alguna objeción.
Así de esa forma me la cogí incontables veces, pero como a veces no podíamos hacerlo porque mis padres estaban en la casa y eso me desesperaba, sin decirle nada a ella terminé por encontrar la forma de dañar mi propia cama. Mi padre se enojó pensando que tendría que comprar una cama nueva, pero mi abuela amablemente sugirió que podría dormir con ella.
—Ernesto, hijo, mi cama es bastante grande —dijo—, que se venga a dormir conmigo mientras compras la cama nueva.
Mi padre terminó aceptando la propuesta haciéndome ver que esa sería una forma de castigo por la que además debería estar apenado, ya que incomodaría a mi abuela. Lo que nunca supo es que en realidad en las noches ella me montaba como lo había hecho la primera vez y así, de esa forma lenta y pausada, me cogía al igual que lo hacía con mi difunto abuelo, con sus enormes pechos sobre mi cara.
Fueron pasando algunos años, la cama se compró al tiempo y volví a mi habitación. Fui volviéndome más hombre y mi cuerpo atlético me hizo ganar mucha popularidad entre las mujeres de distintas edades, pero un día en el que vi a mi abuela especialmente arreglada y atractiva, obviamente nunca había dejado sus andanzas con los señores que la cortejaban, quise demostrarle el aprecio que siempre le tendría. Esperé la noche y me metí a su habitación.
—Pero Luis… hijo… ¿Qué haces acá? —me dijo.
—Abuela —le susurré—, quiero hacerlo una vez más.
Me miró y sonrió.
—Bueno… —me dijo—, está bien, una última vez. Ven acuéstate.
—No —le dije—, está vez quiero hacerlo de otra forma.
—¿De otra forma? —me dijo—, ¿Cómo así?
—Ponte en cuatro patas —le dije—, ¿Sí sabes cómo es?
Abrió sus ojos.
—¿Qué sí sé cómo es? —dijo sarcásticamente—, ay cariño, yo inventé esa posición.
Me saqué la polla y me la vio.
—Te ha crecido mucho, eh… —me piropeó la polla.
Sonreí y luego me coloqué atrás de ella y le junté las piernas. Su culo quedó en pompa para mí. Llevé mis manos a su trasero y le abrí las nalgas y me sedujo la idea de probarle el culo.
—Abuela…
—¿Qué? —me dijo—, ¿Pasa algo?
—¿Lo has hecho por atrás alguna vez?
—No. Jamás —me dijo de forma tajante—. Ni se te ocurra. No seas puerco.
—Bueno… qué más da, tampoco era mi intención —pensé.
Agarré mi miembro y se lo puse entre los labios del coño.
—Luis, la polla te ha crecido un montón —me dijo realmente sorprendida.
—La tengo más gruesa ahora —le dije.
—¡Madre mía!, hijo querido, hace muchísimos años que no sentía una igual.
Se la metí toda y comencé a darle, ella en cuatro y yo de pie sobre la cama con la rodillas flexionadas con mis huevos chocando contra su coño. Se la enterraba toda.
—Ay, madre querida —exclamaba mi abuela—, me vas a romper el coño, hijo… Mmmmm…. mmmmm…
—Abuela, baja la voz —le dije sonriendo—, que mi papá te va a escuchar.
—Ohh… Ahhh… cariño, no había gozado así en años... —me dijo.
No le llevé la contraria y comencé a bombear más fuerte.
—Mmmm… ooohhh… Luis…
Finalmente decidí acabar y me descargué en su coño como había hecho siempre.
—¿Qué te pareció? —le pregunté.
—Me ha gustado, me ha gustado —me dijo sonriendo satisfecha—, eres el mejor nieto que pude tener.
Le di un beso en la mejilla y me quedé a pasar la noche con ella.
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