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El baño del terminal

Me llamo Kathy, tengo 25 años y vivo en Concepción. Y sí, a veces me busco clientes en los lugares más inesperados. Esta vez no fue un motel ni la pieza tibia de siempre, fue un baño público en el terminal de buses.

El lugar apestaba a cloro y meados. El piso estaba mojado, las paredes manchadas, y las puertas apenas cerraban. Yo sabía lo que venía, y aun así, cuando él me tomó del brazo y me empujó adentro, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

—A ver, perra, de rodillas —ordenó sin mirarme.

Me arrodillé sobre esas baldosas frías y asquerosas, con la falda recogida y el corazón latiéndome a mil. El eco del baño multiplicaba cada gemido, cada jadeo. Apenas abrí la boca, él me agarró del pelo y me la llenó sin avisar.

—Eso, trágatelo todo, conchetumadre… así me gusta ver a una puta.

Las arcadas se mezclaban con mi excitación. Sentía el rímel correr por mis mejillas, mi saliva goteando al piso. Él se reía, me usaba como si fuera nada, apretando mi cara contra su pelvis, dejándome sin aire.

Después me levantó de un tirón y me volteó contra la pared. Mis manos tocaban los azulejos fríos, mi cara aplastada contra ellos. Me subió la falda y me bajó el calzón de un tirón. Ni siquiera importaba si alguien entraba, el ruido del pestillo oxidado era lo único que nos separaba del resto.

—Abre las piernas, puta barata.

Obedecí. El pantalón suyo apenas bajó lo justo para embestirme. El sonido era obsceno, húmedo, rebotando en las paredes. Cada golpe suyo hacía que mis tetas rozaran el muro helado, mis gemidos se ahogaban entre risas nerviosas y vergüenza.

—Así quería verte, Kathy… usada en un baño como la perra que eres.

Me sentía humillada, reducida a un cuerpo sucio en un lugar sucio. Pero ese era el punto. Entre el olor, el eco, y la brutalidad con que me tomaba, me corrí más rápido de lo que imaginé. Una mezcla de asco y placer me sacudió entera.

Cuando terminó, me dejó contra la pared, las piernas temblando, el calzón enredado en los tobillos. Se subió el cierre, me dio una palmada en el culo y abrió la puerta como si nada.

Yo me quedé ahí, respirando fuerte, con la cara sudada y el maquillaje arruinado, pensando en lo que acababa de pasar. Afuera, la vida seguía normal. Pero en ese baño inmundo, yo acababa de ser la puta más obediente y humillada de todas.

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