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Mi esposa, la masajista (2)

Pasaron dos días desde aquella tarde, y el ambiente en casa tenía un peso distinto.
Lorena evitaba el tema, pero yo podía sentirlo: algo en ella había cambiado. No hacía falta que me dijera nada; su cuerpo hablaba solo.
Una noche, mientras cocinábamos, el celular vibró sobre la mesada. Ella lo tomó con naturalidad, pero el gesto apenas disimuló el leve temblor de sus manos.
No dije nada, seguí revolviendo la salsa como si no hubiera notado el brillo repentino en sus ojos.
Pude ver cómo leía el mensaje. Cómo lo volvió a leer. Cómo se mordía el labio inferior.
Y cómo, después de unos segundos, guardó el teléfono sin decir palabra.
Más tarde, cuando fue a bañarse, lo supe. 
Eduardo le había escrito.
Decía que no podía dejar de pensar en lo que habia pasado. Que quería repetir, esta vez mejor preparado, más tranquilo, dispuesto a pagar lo que hiciera falta.
Una “sesión completa, completa”, la llamó.
Lorena no me lo contó de inmediato. Pasaron dos días más.
Una mañana, mientras tomaba mate, me dijo sin mirarme:
—Eduardo me escribió. Dice que los masajes le hicieron bien, pero los dolores persisten...
El tono de su voz era neutro, casi profesional, pero su respiración la traicionaba.
—¿Y le vas a decir que sí? —pregunté, fingiendo desinterés.
Ella tardó en contestar. —Si, nos hace falta la plata, te moelsta?
—para nada amor— le respondi.
Ahí lo entendí todo: no era solo el dinero. Había algo más. Una mezcla de curiosidad, nervios, y quien sabe que mas… 
El sabado llegó rápido.
Yo preparé el bolso con los botines y una camiseta vieja, como quien va realmente a jugar al futbol.
Ella, en cambio, había pasado la mañana arreglando el quincho, como si se tratara de un ritual.
Velas nuevas, música suave, toallas limpias, el aroma a aceites que impregnaba el aire.
Su ropa era sencilla, pero pensada: calzas oscuras, remera blanca, el cabello recogido con un mechón suelto que caía justo sobre su cuello.
La observé mientras ordenaba cada detalle, y supe que el encuentro ya estaba decidido, mucho antes de que yo me despidiera.
Me despedí mientras seguía acomodando todo.
—No vuelvas muy tarde, amor —me dijo desde la puerta, sin sospechar nada.
Le di un beso largo, lento, y salí con el bolso al hombro.
Solo que esta vez no fui a ninguna cancha.
Simule un portazo y me escondi en el lavadero esperando a que Eduardo llegara.
Media hora después, el auto de él dobló la esquina y se detuvo frente a casa.
Desde mi escondite, lo vi bajar: jean, camisa, parecía recién bañado.
Golpeó las manos y esperó.
Lorena apareció unos segundos después.
Esa fue mi oportunidad para irme al fondo y escabullirme en mi “lugar”.
Eduardo salio al jardin con esa seguridad que siempre parecía medir cada paso antes de darlo. Caminó hacia el quincho, mochila al hombro, y se detuvo un instante antes de tocar la puerta, como si quisiera preparar su propia paciencia para lo que venía.
—Pasa —dijo ella, con la voz controlada pero temblorosa, una sonrisa ligera que apenas ocultaba la tensión en sus hombros.
Él no pudo disimular la reacción: sus ojos se abrieron un instante más de lo normal, la respiración se volvió más profunda, y un temblor imperceptible recorrió su cuerpo. Fue apenas un segundo, pero suficiente para que ella lo sintiera.
—por fin… gracias por atenderme otra vez, no veia la hora de volver —dijo él, la voz un poco más grave—. La última vez… uffff— suspiro recordando
Ella sonrió, tratando de mantener la calma. Su mirada se movía entre él y la camilla, consciente del efecto que provocaba.
Hubo un silencio largo. Eduardo dejó la mochila sobre la mesa, y su mirada no se apartó de ella. Entonces, con voz baja y segura, dijo:
—Estaba pensando… que si esta vez el masaje fuera distinto… podría valer un poco más. Algo más libre, más… especial.
Ella arqueó una ceja, intentando mantener la compostura.
—¿Especial cómo? —preguntó, con un hilo de voz que delataba su nerviosismo.
—Con otra ropa —dijo él, apenas un susurro—. Algo más… cómodo. Te transfiero el doble.
Ella se quedó inmóvil, procesando la propuesta. Sus manos se entrelazaron frente a ella, respirando hondo.
—mmmm, nose… —murmuró, con un hilo de voz que apenas se escuchaba.
Sin apartar la mirada:
—dale, estamos solos, tranquilos y te ganas unos pesos mas...
Lorena levantó la vista, y por un instante sus ojos se encontraron. Un pulso eléctrico recorrió el aire entre los dos. Finalmente, un suspiro escapó de sus labios:
—Está bien… —dijo, con timidez y decisión— que tenes en mente?
—alguna lencería bien sexy, quiero que me atiendas como corresponde!— de a poco iba perdiendo las formas.
Entró a la casa y desapareció un instante detrás del marco de la puerta.
Cuando volvió, una bata de seda la cubría. Se la quito con timidez al entrar al quincho, llevaba una lencería, ¡era un fuego! ,la luz del atardecer jugaba sobre su figura. La tensión en la habitación era palpable: Eduardo no pudo disimular su calentura al verla…
Mi esposa, la masajista (2)


—naaaaaaa, mira lo que sos… que bien la vamos a pasar mamita...
—empezamos? —dijo ella con un hilo de voz mientras tomaba el aceite de la mesa.
Él asintió apenas, sin decir nada, se quito la remera, se bajo los pantalones y se recostó sobre la camilla boca arriba, el bulto que podia notarse a través del boxer era considerable...
Lore se acerco sin decir nada, un calor silencioso inundaba la habitación. Todo estaba listo para empezar. 
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Sus manos temblaban ligeramente al tomar el frasco de aceite, pero lo disimuló vertiendo un chorro generoso en sus palmas, frotándolas para calentarlo. El aroma a lavanda y algo más exótico se mezcló con el sudor nervioso que empezaba a perlar su piel bajo la lencería negra. Esa tela fina, con transparencias que dejaban ver el triángulo oscuro entre sus piernas, la hacía sentir expuesta, vulnerable... y muy caliente.
Eduardo la devoraba con los ojos desde la camilla, recostado boca arriba, solo con el boxer puesto. El bulto era obsceno: la tela se tensaba como si estuviera a punto de romperse, delineando cada centímetro de esa verga gruesa que ya palpitaba. — mamita, que hermosa que estas—, murmuró él, mientras su mano se posaba sobre la cola de mi mujer. Ella no dijo nada.
—Empecemos por arriba—dijo Lorena, intentando sonar profesional, pero su voz salió entrecortada. Se posicionó al lado de la camilla, inclinándose sobre él. Sus tetas enormes, apenas contenidas por el encaje negro, rozaron accidentalmente el brazo de Eduardo al masajearle el cuello. Él soltó un gemido profundo, como si ese contacto fuera electricidad pura.
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Desde mi escondite en la ventanita, el corazón me latía a mil. Ver a mi mujer así, en lencería sexy que yo ni sabía que tenía, tocando a otro tipo... Mi mano ya estaba dentro del pantalón, apretando mi verga dura como piedra. Mis 15 cm no eran nada comparados con lo que se marcaba ahí abajo, pero el morbo de ser el cornudo escondido me tenía al borde.
Lorena bajó las manos por el pecho de Eduardo, untándolo de aceite, sus dedos deslizándose sobre los músculos tensos. Él arqueó la espalda apenas, empujando el bulto contra el aire. —Bajá un poco más, reina... los dolores están más abajo —susurró, con una sonrisa. Estaba impaciente.
Ella dudó un segundo, mordiéndose el labio. La plata ya estaba transferida —el doble, como prometió—, pero esto se estaba yendo de las manos. Aun así, sus manos obedecieron, bajando por el abdomen, hasta el borde del boxer. El calor que irradiaba de ahí era intenso, y cuando rozó el elástico, Eduardo levantó las caderas para facilitarle.
—sacalo bebe, te quiere ver de nuevo—dijo él, en tono burlon.
Lorena tragó saliva, sus mejillas ardiendo. Es solo un masaje, es por la guita, mi marido no se entera, se repetía. Con manos temblorosas, tiró del boxer hacia abajo. La verga saltó libre, tiesa como una barra de hierro: 22 cm fáciles, gruesa, con venas marcadas y la cabeza hinchada, reseca. Lorena se quedó mirando, hipnotizada, un segundo de más.
—Ufff, viste como me pones... La otra vez me dejaste con ganas de más. Hoy quiero tu boca, reina. Quiero todo.—
Lorena se quedó helada. Sus ojos subieron de la verga a la cara de él, luego bajaron otra vez. Su respiración se aceleró, los pezones marcándose como balas bajo el encaje. —No se, no da.. —balbuceó, pero su cuerpo ya se inclinaba hacia adelante, como hipnotizado.
—Dale, mamita. Solo la puntita primero. Nadie se entera —insistió Eduardo. —sacate el corpiño primero— Interrupio. Lore hizo caso. 
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Sus enormes pechos quedaron liberados. Lorena cerró los ojos un segundo. Arqueo su cuerpo hacia abajo, abrió la boca y dejó que la cabeza resbaladiza entrara entre sus labios. Un gemido gutural escapó de Eduardo. Ella empezó lento, lamiendo la punta, rodeándola con la lengua, sintiendo cómo palpitaba contra su paladar. Sus manos subieron instintivamente a la base, apretando mientras succionaba más profundo.
—Mmm, sí... así, que hermosa sos—gruñó él, empujando las caderas apenas. Lorena tosió un poco al sentirla golpear el fondo de su garganta, pero no se apartó. Sus tetas rebotaban con cada movimiento, rozando los muslos de él. El encaje de la tanga estaba empapado; se frotaba disimuladamente contra el borde de la camilla.
Desde afuera, la imagen era sublime. Mi mujer chupandosela..., mirá cómo se traga esa pija enorme!, pensé. Continue pajeándome.
Eduardo agarró el cabello recogido de Lorena, guiándola con más ritmo. 
—Más rápido... sí, así... mirá qué boca de puta tenes... —Sus huevos se tensaban, la verga hinchándose más en la boca de ella. Lorena gemía alrededor del tronco, vibraciones que lo volvían loco. Sus mejillas se hundían con cada succión, saliva chorreando por la barbilla, mezclándose con el aceite.
—Mirame —ordenó él. Lorena levantó los ojos, vidriosos, mientras se la metía hasta la garganta. —Ya no aguanto bebe, me moría de ganas de verte… ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh —Explotó.
Lore comenzo a toser, sin dejar que la pija se escapara de su boca.
El primer chorro fue directo al fondo, espeso y caliente. Lorena tragó por instinto, tosiendo, pero él la sostuvo ahí, descargando más: segundo, tercero, cuarto chorro llenándole la boca hasta que rebalsó por las comisuras. Ella siguió chupando, ordeñándolo, lamiendo cada gota, fascinada por la cantidad, el sabor, el poder que tenía sobre él en ese momento.
—Uffff... por Dios, qué hija de puta sos... —jadeó Eduardo, la verga latiendo aún entre los labios de Lorena. Ella se apartó lento, limpiándose la boca con el dorso de la mano, el rostro rojo, semen brillando en su barbilla y tetas.
Eduardo no le dio tiempo a recomponerse. Con un movimiento rápido se incorporó, la tomó por la nuca y le comió la boca en un beso salvaje, su lengua invadiendo, saboreando su propia leche mezclada con la saliva de ella. Lorena soltó un gemido, sorprendida, pero no se apartó; el beso era crudo, hambriento, y sus manos ya estaban sobre ella, apretando las tetas con fuerza, pellizcando los pezones.
—Mmm, sos mía ahora. —gruñó contra sus labios, mientras una mano bajaba por la espalda, amasando el culo redondo y firme bajo la tanga. Los dedos se colaron entre las nalgas, rozando el agujero, y luego bajaron más, encontrando la tela empapada de la concha—. Mirá cómo estás chorreando bebe...—
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Lorena jadeó, las piernas temblando. Eduardo la empujó suavemente contra la camilla, la sentó de un tirón y se arrodilló entre sus piernas abiertas. Con un movimiento lento le fue bajando la tanga, hasta dejar al descubierto la concha hinchada, brillando de jugos.
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Mi esposa, la masajista (2)

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— Abrí más las piernas bebe —ordenó, y antes de que ella pudiera decir algo, su boca ya estaba ahí. La lengua se hundió en los labios, lamiendo de abajo arriba, chupando el clítoris con hambre. Lorena gritó, las manos yéndose al cabello de él, primero para empujar… luego para jalarlo más cerca.
—Ahhh…mmmmmmmm… —gimió, sus caderas ya se movían solas, frotándose contra la cara de él. Eduardo succionaba con fuerza, metiendo la lengua adentro, luego un dedo, dos dedos, entraron muy fácil por lo mojada que estaba. Los movía rápido, curvándolos, mientras lamía el clítoris en círculos.
—Mmm, qué rica concha tenés Lore… —murmuró contra la carne, la barba raspando los muslos—. Decime, ¿tu marido te la chupa asi? ¿te sabe coger?
Lorena jadeó, la cabeza echada para atrás, las tetas rebotando con cada embestida de los dedos. —N-no… él… ahhh… nunca así… —confesó entre gemidos, ya sin filtro. La lengua de Eduardo la volvía loca, chupando, mordisqueando, succionando hasta hacerla temblar.
Eduardo levantó la vista, los labios brillando de sus jugos. —Mirá cómo te ponés… ya estás para el segundo round. —Se puso de pie, la verga otra vez dura como piedra, 22 cm apuntando al cielo, la cabeza hinchada y roja. La frotó contra la concha de Lorena, deslizándola entre los labios, untándola de jugos—. ¿Querés que te coja? Pedimelo.
Lorena lo miró, los ojos vidriosos, la respiración entrecortada. —Sí… cogeme… pero acabá afuera… por favor… —susurró, abriendo más las piernas, ofreciéndose.
Eduardo sonrió y de un solo empujón, la cabeza entró, estirándola, llenándola como nunca. Lorena gritó, clavandole las uñas en su espalda
Y desde la ventanita, yo miraba todo, pajeándome como loco, sabiendo que mi mujer ya era de él.
Eduardo empujó con fuerza, la cabeza gruesa de su verga abriéndose paso entre los labios hinchados de Lorena. Ella gritó, un sonido mitad placer, mitad dolor, mientras los 22 cm se hundían de a poco, estirándola hasta el límite.
—mmmmm… ¡es enorme! —grito Lorena, —. ¡Despacio… me rompés!
—mmm hija de puta, mirá cómo te entra toda —gruñó Eduardo, sin piedad. Empujó más, hasta que sus huevos chocaron contra la camilla. Lorena arqueó la espalda, las tetas enormes rebotando, los pezones duros como piedras—. ¿Te encanta mi verga no?.—
Lorena gimió, las piernas temblando alrededor de la cintura de él. —Sí… mmmm, seguí, no pares—
Eduardo empezó a moverse mas fuerte, sacándola casi toda y volviendo a meterla de golpe. Cada embestida hacía que la camilla crujiera, los jugos de Lorena chorreando por la madera. —Mirá cómo te mojas putita… tu concha me come la verga entera...—
—S-sí… me encanta… —confesó Lorena, ya sin vergüenza. Sus caderas se levantaron para recibirlo, encontrando el ritmo—. Más fuerte… cogeme bien fuerte…— suplico ella.
Eduardo aceleró, agarrándole las tetas con ambas manos, amasándolas. La embistió con furia, la verga entrando y saliendo a toda velocidad, los huevos golpeando la camilla — que puta hermosa sos—
Lorena gritó, la cabeza echada para atrás. —¡Sí, cogeme! ¡No pares… dale que acabo, ahhhhhhhhhh, mmmmmmmmmmm! —Su concha se contrajo alrededor de la verga, un orgasmo brutal recorriéndola, los jugos salpicando con cada embestida.
Eduardo no aflojó.  Espero a que acabara el orgamo. La levantó de la camilla, la puso de espaldas contra el ventanal del quincho, las tetas aplastadas contra el vidrio. Desde afuera, yo veía todo: el culo redondo de mi mujer rebotando, la verga de Eduardo entrando y saliendo. —Mirá qué orto hermoso tenes…  —dijo, escupiendo en la mano y untándole el agujerito.
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—mmmmmm… —suspiero Lorena, al sentir el dedo rosandole la cola. 
Eduardo se rió. —Tranquila putita… hoy te lleno la concha, la colita es la proxima vez. —La embistió con saña, una mano en el cabello, tirando para atrás, la otra a el clítoris—. Decime… ¿querés mi leche adentro?
Lorena jadeó, perdida en el placer. —No… afuera… te dije… ahhh… pero cogeme más, no pares…
Eduardo la giró de nuevo, la puso boca arriba en la camilla, las piernas sobre sus hombros. La verga entró más profundo que nunca, golpeando el fondo. —Mirá cómo te lleno hija de puta… sos mía ahora —gruñó, embistiendo como un animal—. Tu concha es mía… decímelo.
—Soy tuya… cogeme… daleee… —gritó Lorena, otro orgasmo acercándose—. ¡acabame adentro!
Eduardo sonrió, esa frase fue el detonante, aceleró, los huevos tensándose, la verga hinchándose dentro de ella—. Tomá… puta de mierda… ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh
—siiiiiiiiiiiiiiiiii, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh,mmmmmmmmmmmmmmmmmmmm— grito ella también.
El primer chorro fue brutal. Lorena gritó, sintiendo la leche caliente inundándola, chorro tras chorro, hasta que rebalsó por los costados. Eduardo siguió embistiendo, ordeñándose dentro, hasta la última gota.
—Uffff… mirá cómo te dejé… llena de leche —jadeó, sacándola lento, la verga chorreando. Lorena quedó ahí, temblando, la concha abierta, semen goteando.
Me acabe como nunca con tal escena, nunca pensé verla asi, me encantaba, quería mas!

9 comentarios - Mi esposa, la masajista (2)

Marcosydaihu +1
Excelente, los de voyeurista son mis preferidos. Yo tambien escribo y estamos en la misma aca como que ya murio. Si queres mandame msj y charlamos por tlg. A ver donde podemos publicar. Saludos
rfm314 +1
Cómo encuentro más fotos de la modelo del relato?
Jero-Hot +1
sos un crack relatando!! se te extrañaba
mariomcobretti +1
Sensacionallllllllllll colega
Ojala vengan mas y mas cuernos