Era una tarde de esas típicas en el barrio, con el sol todavía alto pero ya empezando a bajar, y el aire cargado de ese olor a jazmín que viene del jardín de los vecinos. Yo estaba en el living, revisando unos papeles del trabajo en la mesa, cuando Norma entró de la cocina con una expresión de preocupación que no le había visto antes. Llevaba puesto un vestido liviano, de esos que se pegan un poco al cuerpo por el calor, y traía en las manos un canasto vacío de ropa. “Marcelo, amor, algo raro está pasando con mi ropa interior”, me dijo, sentándose a mi lado en el sofá. Yo levanté la vista, un poco distraído al principio, pero su tono me alertó. “¿Qué decís? ¿Qué pasa con la ropa interior?”. Ella suspiró y empezó a explicarme: “Mirá, hace como dos semanas que noto que me faltan cosas. Primero fue una tanga roja, esa que me regalaste para nuestro aniversario, la que tiene encaje finito. Pensé que se me había caído en la lavadora o algo, pero después desapareció un corpiño negro, el push-up que uso para salir. Y ayer, cuando colgué la ropa en el fondo, puse tres tangas y dos corpiños, y hoy cuando fui a buscarlos, faltaban dos tangas. No puede ser el viento, porque el resto estaba todo en su lugar. Alguien las está sacando, Marcelo. Me da un poco de miedo, la verdad”.
Yo me quedé pensando un momento, tratando de procesar lo que me decía. Nuestro fondo es chico, con una medianera baja que separa nuestra casa de la de los vecinos, una familia tranquila: el padre trabaja en una fábrica, la madre es ama de casa, y tienen un hijo adolescente, un pibe de unos 18 años que se llama Lucas, flacucho, con anteojos, siempre con la cabeza gacha cuando lo veo en la calle. Parecía inofensivo, pero uno nunca sabe. “Bueno, amor, no nos pongamos paranoicos. Capaz es algún gato o un pájaro que se lleva cosas brillantes. Pero si te quedás tranquila, mañana ponemos una cámara chiquita en el fondo, de esas que se conectan al celular”. Norma negó con la cabeza, decidida: “No, Marcelo, quiero ver qué pasa yo misma. Mañana por la tarde cuelgo más ropa y me quedo espiando desde la ventana de la cocina, la que da al fondo. Si es alguien, lo voy a agarrar con las manos en la masa”. Yo sonreí, admirando su determinación: “Está bien, amor. Si querés, me quedo con vos, pero si es algo serio, llamamos a la policía”. Ella me besó en la mejilla: “Gracias, pero lo manejo yo. No quiero alarmarte por nada”.
Al día siguiente, que era viernes, Norma lavó un poco de ropa interior a propósito: un par de tangas nuevas, una blanca con bordes de encaje y una negra bien chiquita, y un corpiño rojo que le marcaba las curvas de manera espectacular. Las colgó en el tender del fondo alrededor de las tres de la tarde, cuando el sol pegaba fuerte pero el barrio estaba tranquilo, con la gente en el trabajo o durmiendo la siesta. Yo estaba en el estudio, trabajando desde casa, pero ella me había pedido que no me metiera, que quería manejar la situación sola. Me asomé un par de veces a la cocina, donde Norma se había escondido detrás de la cortina, espiando con paciencia. “Amor, ¿todo bien?”, le pregunté en voz baja. Ella me hizo señas para que me callara: “Shh, andate, que si viene alguien te ve. Ya te cuento después”. Me retiré, pero la curiosidad me carcomía.



Pasó como una hora, y de repente escuché un ruido en el fondo, como un salto suave, y luego la voz de Norma elevándose: “¡Eh! ¿Qué estás haciendo ahí? ¡Soltá eso ahora mismo!”. Salí corriendo hacia la cocina, y desde la ventana vi la escena: Norma había salido al fondo como un rayo, y tenía agarrado del brazo a Lucas, el hijo del vecino. El pibe, flacucho como siempre, con su remera holgada y pantalones cortos, estaba rojo como un tomate, con las tangas que acababa de descolgar escondidas debajo de su remera, apretadas contra su pecho. Intentaba zafarse, pero Norma lo tenía firme: “¡No te muevas! ¿Qué hacés robando mi ropa interior? Vení conmigo adentro, que esto lo vamos a aclarar”. Lucas balbuceaba algo, con los ojos bajos, avergonzado: “Por favor, señora… no… fue un error… suélteme”. Pero Norma no lo soltó, lo arrastró por el brazo hacia la casa, y yo abrí la puerta del fondo para ayudar. “¿Qué pasa, amor?”, pregunté, aunque ya lo imaginaba. “Agarré a este pendejo robando mis tangas. Vení, Marcelo, que lo vamos a regañar como se debe”.
Lo metimos en el living, y lo hicimos sentar en el sofá. Lucas estaba temblando, con la cabeza gacha, y las tangas cayeron al piso cuando Norma lo sacudió un poco. “Mirá lo que robaste, pendejo. ¿Por qué hacés esto? ¿Cuántas veces lo hiciste antes?”, le preguntó Norma, cruzada de brazos, con el vestido pegado por el calor, marcando sus curvas. Yo me paré al lado, serio: “Lucas, esto es grave. Robar es un delito, y si se enteran tus padres, va a ser un problema grande. Explicanos qué te pasa por la cabeza”. El pibe empezó a tartamudear, con la voz quebrada: “Yo… lo siento… no sé por qué… es que…”. Y de repente, se le llenaron los ojos de lágrimas, y empezó a llorar en silencio, cubriéndose la cara con las manos. “Por favor, no le digan a mis padres… me van a matar… soy un idiota”.
Norma, que al principio estaba furiosa, vio cómo lloraba y su expresión cambió. Se le ablandó el corazón, se acercó despacio y se sentó a su lado en el sofá. “Bueno, calmate, Lucas… no llores. No vamos a llamar a la policía ni nada, pero tenés que explicarnos”. Le puso una mano en el hombro, frotándolo suave para tranquilizarlo. “Respirá hondo, pibe. Nadie te va a hacer daño”. Lucas levantó la vista, con los ojos rojos, y Norma lo abrazó tiernamente, atrayéndolo contra su pecho, como una madre consolando a un hijo. “Shh, ya está… contanos por qué lo hacés. No te vamos a juzgar”. Yo miré la escena, y algo se me removió adentro. Ver a Norma abrazando a ese pibe tímido, con sus tetas presionadas contra él, me excitó un poco. Siempre me calentó la idea de que otros miren a mi mujer, que se exciten por ella, pero esto era más directo. Me senté del otro lado y pregunté: “Dale, Lucas, contanos. ¿Por qué robás la ropa interior de Norma?”.
El pibe, aún abrazado a ella, sniffó y empezó a hablar bajito: “Es que… nunca estuve con una mujer. Tengo 18 años, pero soy tímido, no sé cómo hablarles a las chicas. En la escuela me ignoran, y en casa… mis padres no me dejan salir mucho. La única forma que tengo de… excitarme, de saciarme solo, es pensando en mujeres reales. Y la señora Norma… es tan linda, con esas curvas, y cuando cuelga la ropa, veo sus tangas y corpiños, y me imagino cómo le quedan. Me las llevo para olerlas, para tocarlas mientras me… ya saben. Lo siento mucho, soy un perdedor”. Norma lo apretó más en el abrazo: “Pobre, Lucas… no sos un perdedor. Es normal a tu edad tener curiosidad. Pero robar no está bien”. Yo, escuchando eso, me excité más. La idea de que este pibe se pajeara pensando en mi mujer, oliendo su ropa interior, me ponía la pija dura. Siempre fantaseé con que otros se calienten por Norma, que se masturben imaginándola desnuda, que fantasearan con ella, que se pajearan pensando en su cuerpo voluptuoso. Era como una fantasía secreta mía, y ahora tenía a este pibe confesándolo en vivo.
Norma lo soltó del abrazo, todavía con la mano en su hombro, y me miró con una mezcla de sorpresa y compasión. “Marcelo, pobre chico… es joven, no sabe nada de la vida. ¿Qué hacemos ahora?”. Yo me acomodé en el sofá, sintiendo mi pija removerse un poco bajo el pantalón, y solté la propuesta que me rondaba la cabeza: “Amor, pobre muchacho, sí. Es inofensivo, solo curioso. ¿No te parece que podríamos hacerle un favor? Digo, mostrarle en vivo y en directo cómo le quedan esos conjuntos de lencería que tanto le gustan. Sería como una lección, para que no robe más y aprenda algo”.
Norma se separó un poco de Lucas, mirándome con los ojos bien abiertos, como si no pudiera creer lo que acababa de oír. “¿Qué? ¿Estás loco, Marcelo? ¿Mostrarle mi lencería puesta? ¿En serio me estás proponiendo que desfile en ropa interior frente a este pibe? Ni loca, amor. Es un vecino, el hijo de la gente de al lado. ¿Y si se enteran? ¿Y si se pone raro?”. Yo me acerqué un poco, hablando bajito para no alterar más al chico, que seguía con la cabeza gacha y los ojos rojos. “Pensalo, Norma. No es nada del otro mundo. Es lo mismo que lo que ve cualquiera en la playa. Vos usás bikinis que son aún más chiquitas que tus tangas y corpiños. Recordá el verano pasado en Pinamar: esa bikini negra que te deja el culo casi al aire y las tetas bien marcadas. La gente te mira, y a vos te encanta, no lo negués. Acá es lo mismo, pero en un ambiente controlado, en casa, con nosotros dos. No pasa nada, amor. Le damos una alegría al pibe y de paso le enseñamos que no se roba”.
Ella se quedó pensando, mordiéndose el labio inferior como hace cuando duda, mirando a Lucas que seguía sentado ahí, avergonzado, con las manos en las rodillas. “No sé, Marcelo… en la playa es distinto, hay gente alrededor, es público. Acá sería como un show privado. ¿Y si se excita demasiado? Mirá que es joven”. Yo insistí, poniéndole una mano en la rodilla: “Justamente, amor. En la playa hay desconocidos mirando, acá somos nosotros, gente conocida. Y si se excita, bueno, es normal. El pibe necesita aprender. Mirá lo arrepentido que está, llorando como un chico. Hagámosle el favor, dale. Vos sos hermosa, y él lo aprecia. No es más que modelar un rato”. Norma miró al chico, que levantó la vista un segundo, con los ojos todavía húmedos, y suspiró. “Bueno… tenés razón en lo de la playa. Mis bikinis son bien chiquitas, y no me molesta que me miren. Si es para ayudarlo y que no robe más… está bien. Pero nada de toques ni nada raro, eh. Solo mirar”. Lucas levantó la cabeza, sorprendido: “¿En serio, señora? ¿Va a… mostrarme? Gracias… lo siento mucho por lo de antes”. Norma le sonrió suave: “Sí, pibe. Pero comportate, ¿eh? Y no le contés a nadie”.



Yo me puse de pie, excitado por la idea, y le dije a Lucas: “Vení, sentémonos en el sillón grande, como si fuéramos el público de un desfile. Norma va a modelar para nosotros”. Nos acomodamos los dos en el sillón del living, yo al lado del pibe, que todavía tenía la cara roja pero ahora con un brillo de anticipación en los ojos. Norma se paró frente a nosotros, en el medio de la habitación, con las manos en las caderas. “Bueno, chicos… empiezo con lo que tengo puesto ahora. Este es un conjunto negro de raso, bastante cerrado, pero que marca bien el cuerpo”. Empezó a quitarse el vestido despacio, como si fuera un striptease sutil. Primero desabrochó los botones de arriba, dejando ver el escote, donde el corpiño negro brillaba bajo la luz de la tarde que entraba por la ventana. Luego, bajó los tirantes por los hombros, la tela resbalando por su piel suave y bronceada. El vestido cayó al piso en un charco, y ahí quedó ella, en el conjunto negro: el corpiño de raso brillante que se pegaba a sus tetas grandes como un guante, realzando las curvas, y la tanga a juego que marcaba sus caderas y el contorno de su concha depilada. Noté que sus pezones se habían endurecido, empujando contra la tela: en parte por el frío del aire acondicionado que acababa de encenderse, en parte por la excitación de mostrarse así, frente a un desconocido joven. “¿Ves, Lucas? Este es de raso, suave al tacto, pero ajustado. Marca todo sin mostrar demasiado”, dijo ella, girando despacio para que viéramos la espalda, donde la tanga se hundía entre sus nalgas redondas.
Lucas se quedó mirando fijo, y vi cómo su mano bajaba instintivamente a su entrepierna, agarrándose por encima del pantalón, apretando su erección que se marcaba clara. “Señora… está… hermosa. Nunca vi algo así de cerca”. Yo sentí mi pija endurecerse también, pero me contuve, disfrutando la escena. Norma hizo una pasada como si fuera una modelo en una pasarela: caminó despacio por el living, balanceando las caderas, giró en el medio y nos tiró un beso con la mano, sonriendo pícara. “Gracias por el aplauso imaginario, chicos. Ahora voy al dormitorio a cambiarme por otro conjunto. No se muevan”. Desapareció por el pasillo, y Lucas me miró, todavía apretando su pija: “Señor… gracias por esto. Su mujer es… increíble”. Yo asentí, excitado: “Sí, lo es. Disfrutalo, pibe, pero con respeto”.
Norma volvió después de unos minutos, envuelta en una bata de seda que le llegaba a medio muslo, atada floja en la cintura. Se paró frente a nosotros otra vez, y con un movimiento lento y teatral, desató el lazo y dejó caer la bata a sus pies. Ahora llevaba un conjunto de encaje rosa, delicado y transparente en partes: el corpiño realzaba sus tetas, dejando ver un poco la piel a través del encaje, y la tanga era chiquita, hundiéndose entre sus nalgas redondas cuando giró para mostrarnos la espalda. “Este es de encaje rosa, más juguetón. Realza las tetas y deja poco a la imaginación por atrás”, explicó, pasando las manos por sus nalgas para enfatizar. Lucas apretaba más fuerte su pija por encima del pantalón, rojo como un tomate: “Dios… qué lindo… se ve tan suave”. Norma hizo la pasada de nuevo, balanceando las caderas con más confianza, giró y nos tiró otro beso: “¿Les gusta? Bueno, ahora el último cambio. Esperen sentaditos”. Volvió a desaparecer, y yo me acomodé en el sillón, sintiendo mi erección presionando contra el pantalón, dura como una roca. Lucas estaba igual, apretando y aflojando la mano sobre su bulto: “Señor… no sé si aguanto… su mujer me pone loco”.
Norma regresó con otra bata, esta mucho más corta, que apenas le tapaba el culo, y se paró frente a nosotros con una sonrisa misteriosa. “Este es uno nuevo, que Marcelo no vio todavía. Preparados…”. Desató la bata y la dejó caer, revelando un conjunto que me dejó boquiabierto: un corset negro de raso y tul, ajustado a la cintura pero exponiendo casi todo arriba, tapando apenas las areolas de sus tetas con un tul transparente, dejando ver los pezones endurecidos debajo. Llevaba medias hasta los muslos con portaligas haciendo juego, y una tanga negra muy pequeña, que marcaba clarito los labios de su concha por delante y por detrás era solo un triángulito que se metía profundo entre sus nalgas redondas y firmes. Caminó despacio, modelando, y noté cómo sus curvas se movían con cada paso, el corset realzando su figura como un reloj de arena. Lucas estaba rojo, apretando y aflojando la mano sobre su pantalón como si quisiera controlarse pero no pudiera, su erección marcadísima. Yo me estiré para atrás en el sillón, dejando ver mi propia erección bajo el pantalón, dura y presionando.

Norma nos miró a los dos, sonriendo con picardía: “Se nota que están contentos con el desfile, chicos. Miren cómo se les marca todo ahí abajo. ¿Les gustó este último?”. Yo asentí, con la voz un poco ronca por la excitación: “Sí, amor… estás espectacular. Pero estaría bueno que te saques el corset, para estar más libre, más natural”. Ella se rio, negando con la cabeza: “¿Qué? Ni loca, Marcelo. Ya les mostré suficiente. El corset se queda”. Yo insistí, excitado por la idea de que le mostrara las tetas al pibe: “Dale, amor… siempre hablaste de hacer topless en la playa, de sentirte libre al sol. Acá es mejor: como dije, ambiente controlado, con gente conocida. No pasa nada, mostrá un poco más”. Ella dudó, mirando a Lucas que la devoraba con los ojos, y empezó a desabrochar el corset despacio, sus dedos temblando un poco en los ganchos…
Norma dudó un segundo más, con los dedos temblando ligeramente en los ganchos del corset, mirándonos a Lucas y a mí con esa expresión de sorpresa mezclada con un brillo de excitación que no podía ocultar del todo. El living estaba cargado de tensión sexual, el aire espeso con el olor a jazmín que entraba por la ventana abierta, y el silencio solo roto por la respiración acelerada del pibe, que no podía quitar los ojos de su cuerpo voluptuoso. Finalmente, ella suspiró profundo, como rindiéndose a la ola de deseo que la invadía, y empezó a desabrochar el corset despacio, gancho por gancho, prolongando el momento como en esas escenas de videos XXX donde la MILF tetona se exhibe frente a un joven virgen y su marido cómplice que desea compartirla, sabiendo que tiene el control total. “Bueno… si insisten tanto… pero solo porque vos lo pedís, Marcelo. Y recordá que es como en la playa, nada más que topless… aunque acá se siente más caliente, con ustedes mirándome como si quisieran devorarme”. El corset se abrió por delante con un susurro de tela sedosa, revelando poco a poco sus tetas grandes y pesadas, las areolas rosadas amplias y arrugadas por la excitación, los pezones ya endurecidos como guindas maduras y erectas, apuntando al frente con una invitación silenciosa y obscena, como si estuvieran rogando por ser chupados o pellizcados. Ella dejó caer el corset al piso en un movimiento fluido y deliberado, quedando solo con las medias hasta los muslos que se clavaban en su carne suave y carnosa, los portaligas que tiraban de la tela con tensión erótica, y esa tanga diminuta que marcaba todo: por delante, los labios de su concha se delineaban clarito bajo la tela fina de raso, hinchados y relucientes por la humedad que empezaba a filtrarse, dejando un manchón oscuro de jugos vaginales que gritaban lo mojada que estaba; por detrás, el triángulito desaparecía profundo entre sus nalgas redondas y carnosas, dejando casi todo al descubierto, el hilo rozando su ano rosado y apretado.

Se paseó despacio por delante de nosotros, caminando de un lado al otro del living como si fuera una pasarela privada en un club de striptease exclusivo, balanceando las caderas con esa gracia puta y provocadora que siempre me pone la pija dura como una roca de granito. Sus tetas rebotaban ligeramente con cada paso deliberado, la piel cremosa y bronceada brillando bajo la luz dorada de la tarde que entraba por la ventana, creando sombras suaves y eróticas en sus curvas voluptuosas, el sudor empezando a perlar sus clavículas como gotas de rocío en una fruta madura. Noté cómo sus pezones se endurecían aún más, empujando al aire como si el roce sutil del viento los estuviera lamiendo, o quizás por la excitación creciente de sentirse expuesta así, observada por dos hombres que la devoraban con los ojos: yo, su marido, con una erección que ya presionaba incómoda contra el pantalón, la cabeza de mi pija goteando presemen que mojaba mi bóxer; y Lucas, el pibe joven y tímido, con la mano aún apretando su bulto como si quisiera contener una explosión de semen, su verga joven latiendo visiblemente bajo la tela. “Miren… esto es topless puro y crudo, como en la playa cuando me pongo esas bikinis chiquitas que dejan mis tetas casi saliéndose y mi concha marcada para que todos los machos me miren y se pajéen después pensando en cogerme. ¿Ves, Lucas? No es nada del otro mundo, pero se siente tan puta y liberador… mis tetas grandes y pesadas al natural, rebotando con cada paso que doy, los pezones duros rogando por una boca que los chupe. ¿Te gustan, pibe? Mirá cómo se paran para vos… toqueteate si querés, pero solo mirá, imaginá chupándolos hasta hacerme gemir”, dijo ella, girando despacio para que viéramos la espalda, donde la tanga se perdía entre sus nalgas, dejando ver la curva perfecta de su culo, suave y redondo como dos melones maduros, con esa piel que invita a azotar y culear sin piedad, el hilo rozando su culo rosado y apretado que palpitaba sutilmente por la excitación.
Lucas estaba sentado a mi lado, rojo como un tomate maduro y sudoroso, con la mano aún apretando la mano sobre su pantalón, su erección marcadísima bajo la tela fina de los shorts, y vi cómo tragaba saliva con dificultad, los ojos fijos en las tetas de Norma que se movían hipnóticas. Yo sentía mi pija latiendo, dura y caliente, el presemen chorreando y mojando mi bóxer como si estuviera listo para explotar. No pude evitar sonreír por dentro al ver al pibe tan excitado, como en esas escenas cuckold donde el marido anima al joven a pajearse por su esposa puta. “Che, Lucas… se nota que te gusta el desfile, pibe. Mirá cómo te apretás el bulto como si quisieras ahorcar tu verga… ¿no tenés ganas de pajearte en este momento, boludo? Norma está aquí, mostrándose para vos… sería como en tus fantasías sucias, pero en vivo, sacándote la leche pensando en cómo sería estar entre sus tetas grandes y meterte en su concha mojada. Dale, sacátela y mostrá cómo te excita mi mujer, cómo tu pija late por querer cogértela”, le dije, con la voz ronca y grave por la excitación, mirando cómo Norma se paseaba, sus tetas rebotando y sus nalgas temblando sutilmente. El chico se quedó mudo al principio, tartamudeando con la cara ardiendo y los ojos bajos: “Yo… no sé… señor Marcelo… es que… ¿está bien? No quiero… ofender a la señora… pero… dios, me pone tan duro”. No sabía qué decir, pobre, con los ojos bajando al piso pero volviendo rápido a las tetas de Norma, su mano apretando más fuerte su verga como si estuviera a punto de correrse en los pantalones.
Yo miré a mi mujer, que se había parado frente a nosotros otra vez, con las manos en las caderas, los pezones endurecidos apuntando directo a nosotros como misiles listos para ser disparados, y le pregunté directo: “Amor… ¿no te gustaría ver cómo se pajea por vos este pibe virgen? Mirá lo caliente que lo pusiste con tus tetas rebotando y tu concha marcada… sería como completar la lección, ver cómo su mano sube y baja por esa verga joven, imaginando cogerte como una puta, chorreando semen por ti. Imaginate, su leche salpicando mientras gime tu nombre”. Norma se mordió el labio inferior con fuerza, sus ojos verdes brillando con esa lujuria voraz que conocía bien de nuestras noches calientes, y noté cómo sus muslos se apretaban un poco, como si su concha estuviera chorreando jugos por la idea, mojando la tanga que ya olía a sexo crudo. “Mmm… sí, me gustaría verlo… me pone la concha en llamas pensar en su verga dura por mí… pero quiero ver a los dos, Marcelo. Si él se pajea por mis tetas y mi culo, vos también, amor. Sacate la pija y mostrame cómo te caliento, cómo tu mano mueve tu verga gruesa pensando en compartirme como una puta”. Su voz era ronca, cargada de deseo sucio, ella ya había tomado el control.
“Dale, amor… como quieras, puta mía… mirá cómo me pongo por verte exhibirte”, respondí, parándome rápido y desabrochando el pantalón con manos ansiosas y temblorosas por la excitación. Lo bajé junto con el bóxer de un tirón, liberando mi pija ya dura como una barra de hierro caliente, gruesa y venosa con las venas hinchadas latiendo, la cabeza morada, brillando con presemen espeso que goteaba por el tronco como lubricante natural, listo para todo. Me senté de nuevo, empecé a pajearme despacio pero firme, la mano envolviendo el grosor, subiendo y bajando por el tronco con roces que me hacían gemir bajo: “Mmm… mirá, Norma… cómo me pajéo por vos, mi pija latiendo por tu cuerpo”. Lucas me miró nervioso, pero siguió mi ejemplo: se sacó los shorts y el bóxer con manos torpes y sudorosas, revelando su pija joven, flaca pero dura como una lanza erecta, con la cabeza morada hinchada y presemen chorreando por el tronco delgado. Se sentó al lado mío, empezó a pajearse también, la mano apretando su verga con fuerza desesperada: “Señora… no puedo creer… mirarla así me pone la verga en llamas”. Norma sonrió con picardía obscena, sentándose en el sillón de enfrente, abriendo un poco las piernas para que viéramos la tanga negra hundida entre sus labios hinchados y mojados, y empezó a acariciarse por encima de la tela, los dedos rozando su clítoris en círculos lentos y presionados, jadeando suave: “Sí… así, chicos… pajéense por mí como en mis sueños más sucios… miren mis tetas grandes rebotando, mi concha marcada en esta tanga chiquita y mojada por sus pajas… me pone caliente verlos excitados, sus pijas latiendo por querer entrar en mí, chorreando presemen por mi cuerpo de puta… ay, toquen sus bolas mientras se pajéan”.
Verla así, tocándose mientras nos pajéabamos por ella como en un video de condicionado donde la hotwife MILF dirige una sesión de masturbación mutua, me volvió loco de deseo. No aguanté y me acerqué gateando, arrodillándome frente al sillón con la pija latiendo en el aire: “Amor… ¿puedo ayudarte con esa concha mojada? Dejame lamerte esa vulva chorreante… mostrémosle al pibe cómo se hace una buena chupada de concha, cómo te hago acabar en mi boca”. Ella asintió, jadeando con los ojos entrecerrados y vidriosos por el placer: “Sí… dale, Marcelo… lameme profundo, tengo la concha en llamas… sentí lo caliente y mojada que estoy por ver sus pijas duras y venosas pajéandose por mí… chupame los labios hinchados, meté la lengua adentro y bebé mis jugos”. Le abrí las piernas más con manos ansiosas, bajé la tanga por sus muslos suaves y temblorosos, exponiendo su concha depilada y reluciente, los labios hinchados y rosados que goteaban jugos vaginales espesos y dulces como miel caliente. Me incliné y empecé a lamerla despacio pero voraz, la lengua plana rozando su clítoris hinchado en círculos presionados, saboreando sus jugos que chorreaban por mi lengua y barbilla. “Ay… sí, amor… lameme así, meté la lengua profunda en mi concha chorreante, chupame los labios como una puta… mirá, Lucas, cómo me hace gozar mi marido con su boca experta, lamiendo mis jugos… ay, tomà todo, Marcelo, sentí cómo palpita mi clítoris en tu lengua”. Ella gemía alto, agarrándome del pelo con fuerza, empujando mi cara contra su concha empapada mientras yo chupaba más profundo, la lengua entrando y saliendo como una pija pequeña, lamiendo sus jugos que goteaban por mi barbilla y cuello. Lucas miraba fijo, pajeándose más rápido y fuerte: “Señora… qué rico… sus jugos brillando en su cara… me pone la verga a explotar”. Norma tembló fuerte, sus tetas rebotando con el espasmo, y acabó en mi boca con un grito ahogado: “Ay… me vengo como una puta… tomá todo, amor… mi concha convulsionando en tu lengua, chorreando jugos calientes por tu garganta… tomate toda mi acabada amor”.
Me separé jadeando, limpiándome la boca con el dorso de la mano, la cara brillante por sus jugos vaginales, y le dije a Lucas con voz ronca: “¿Viste cómo se hace, pibe? Hay que ser suave al principio, lamer el clítoris con presión justa, chupar los labios hinchados y meter la lengua profundo hasta que explote en tu boca, bebiéndote sus jugos como néctar”. Norma, aún jadeando con las tetas subiendo y bajando como olas en un mar de lujuria, miró al chico y dijo con voz ronca y mandona: “Creo que sería mejor una lección práctica… vení, Lucas, arrodillate frente a mi concha chorreante como un buen chico”. Lo llamó con el dedo índice, curvándolo, y él se acercó nervioso pero ansioso, arrodillándose como un cachorro obediente frente a su sillón. Norma lo agarró del pelo suave con una mano firme, guiándolo con tirones suaves pero controladores: “Acercate… meté tu cara entre mis piernas… así, pibe… olé mis jugos primero, aspira el aroma de mi concha mojada… ahora lamé despacio mis jugos, pasá la lengua plana en mi clítoris hinchado… sí, círculos suaves y presionados… ay, qué rico, seguí así, no pares, chupame los labios como un cachorro hambriento”. Le metió la cara contra su concha empapada con un empujón del pelo, guiándolo con la mano enredada en sus mechones: “Bien… chupame los labios hinchados, meté la lengua adentro de mi concha chorreante, saboreá mis jugos… ay, Lucas, me estás haciendo temblar con tu lengua inexperta pero ansiosa… lamé más profundo…así…”. El pibe lo hizo torpe al principio, lamiendo con la lengua inexperta y exploratoria, pero aprendió rápido, chupando con más confianza y voracidad, la lengua danzando por sus pliegues rosados y mojados. Norma gemía alto y sucio: “Sí… no pares, pibe… ay, me vengo otra vez en tu boca….ahhhhh….tragá todo, Lucas, sentí cómo convulsiono en tu cara”. Acabó de nuevo, temblando fuerte y convulsionando, sus jugos vaginales chorreando abundantes por la cara de Lucas, que la miró con los ojos brillantes y la boca reluciente: “Señora… qué rico sabor… dulce, como miel caliente… me pone la verga a explotar”.
Ahora yo, con la pija latiendo como una bestia enjaulada, goteando presemen por el piso, le dije a Norma con voz grave y mandona: “Amor… mostrémosle cómo se hace una buena turca con esas tetas tuyas grandes. Sentate en el sillón, Lucas al lado mío, y arrodillate frente a nosotros como una buena esposa”. Me senté en el sillón, mi pija apuntando al techo, y el pibe se sentó a mi lado, su verga joven tiesa y goteando. Norma se arrodilló frente a mí con una sonrisa pícara y sucia, juntando sus tetas grandes, sudorosas y calientes con las manos, envolviendo mi pija con ellas: “Mirá, Lucas… así se hace una turca… pajear con las tetas… suaves y firmes apretando tu pija, amor… reboto despacio pero fuerte, tu glande hinchada rozando mi barbilla, el presemen chorreando por mi cuello”. Rebotaba con movimientos ondulantes y rítmicos, la pija deslizándose entre su carne caliente y resbaladiza, yo gimiendo alto: “Ay… qué rico, amor… tus tetas cogiendo mi pija…me ponés tan caliente…”. Lucas miraba hipnotizado y se pajeaba al lado, su mano volando por su verga como un pistón: “Señora… qué tetas perfectas… grandes y rebotando, me dan ganas de cogérselas”. Norma lo miró con ojos lujuriosos: “Dejá que te ayude… acercate”. Extendió la mano y empezó a pajearlo lentamente pero firme, la palma envolviendo su tronco delgado pero duro, subiendo y bajando con roces que lo hacían gemir: “Sí… qué dura la tenés… late fuerte en mi mano, Lucas… mirá cómo te pajéo despacio, sintiendo tus venas hinchadas palpitar, el presemen goteando por mis dedos pegajosos… ¿te gusta que la mujer de tu vecino te pajée así?”.


Cuando no podíamos más, con las pijas latiendo al borde del estallido, Norma se paró jadeando con la voz ronca: “Ahora quiero montarte, Marcelo… quiero tu pija gruesa adentro de mi concha chorreante como una puta en celo”. Se sentó en mi pija despacio pero voraz, guiándola a su concha mojada y apretada con una mano: “Ay… llename la concha…así…sí…”. Le dijo a Lucas: “Parate al lado… dame tu pija para chupar, pibe… quiero dos a la vez, quiero tu pija en mi boca mientras cabalgo”. Él se acercó temblando, y ella la chupó profundo y baboso mientras rebotaba en mí: “Mmm… qué rica verga joven y tiesa… Glug…Glug… ay, Marcelo, se te puso más dura viendo como chupo a este pibe virgen…Glug…Glug…la siento más hinchada dentro mío…Glug…Glug…así…acabo…Glug..ahhh!!!”. Acabó de nuevo, temblando violentamente en mi pija: “Ay… me vengo como una puta barata… tu pija partiéndome la concha…Glug…su verga…Glug…en mi boca…¿te gusta amor?”. Yo no podía responder, solo la miraba y disfrutaba.
Luego, con la voz entrecortada por los orgasmos: “Sentate, Lucas… ahora te monto a vos, pibe… quiero tu verga virgen en mi concha experimentada”. Salió de mí con un pop húmedo, jugos chorreando por mi pija, y lo montó al pibe, guiando su verga a su concha: “Ay… qué dura y joven…”. Mirándome con ojos lujuriosos: “Marcelo… enculame a la vez… metela en mi culo despacio, centímetro a centímetro, quiero sentir una doble penetración…quiero ser la más puta”. Me acerqué por detrás, lubricando mi pija con sus jugos chorreantes que goteaban por todo, entrando lento en su ano apretado y caliente: “Tomá… mi pija en tu culo rosado… qué rico sentirlo a él adentro de tu concha, rozándonos como en un sandwich de carne caliente”. Encontramos el ritmo, embistiendo coordinados, yo saliendo cuando él entraba, cogiendo sus agujeros en un vaivén lujurioso: “Ay… me parten entre los dos como una puta en un barata… vengo… otra vez… estoy temblando toda, mi concha y culo convulsionando alrededor de sus pijas…¿me sienten?”.


No aguantamos casi nada. Acabamos abundante: yo en su culo, sentí salir de mí varios chorros calientes y espesos inundándola como un río de semen, desbordando por su culo dilatado; Lucas bramó y eyaculó en su concha. “Tomá nuestra leche puta… llenándote los agujeros hasta rebalsar, semen chorreando por tus muslos” le dije y Norma gritó en éxtasis múltiple: “Sí… llenenme como una puta… siento su semen caliente mezclándose adentro, goteando por mi concha y culo abiertos”.
Por último, Norma hizo que Lucas se acostara en el sofá, su verga aún semi-dura y chorreando restos de semen: “Ahora limpiame toda, pibe… “ y sentándose en su cara le ordenó: “lamé toda leche de mi concha y mi culo… chupame profundo como una buena lección final”, aplastando su concha mojada y chorreante contra su boca, el semen mezclado goteando por sus labios: “Sí… lame mis jugos pegajosos mezclados con su semen caliente… meté la lengua adentro de mi concha, chupa la leche de tu acabada y la de mi marido… ay, qué rico, limpiame hasta la última gota, tragate todo como un buen chico”. El pibe lamió ávido y desesperado, la lengua entrando y saliendo de su concha y culo, chupando con sorbidos obscenos: “Mmm… señora… qué rico sabor…”. Norma gemía suave, rebotando un poco en su cara. Luego se levántó y acercando su cara al chico lo besó profundamente compartiendo sabores: “Bien…ya aprendiste que no tenés que robar y como tenés que tratar a una mujer. Ahora vas a tu casa y si no comentás nada de esto tal vez repitamos”
El joven se vistió rápidamente y se fue casi sin mirar atrás. Ella se apoyó en mi pecho y guiñándome un ojo me dijo: “Que buena lección le dimos, ¿cierto?”
Yo me quedé pensando un momento, tratando de procesar lo que me decía. Nuestro fondo es chico, con una medianera baja que separa nuestra casa de la de los vecinos, una familia tranquila: el padre trabaja en una fábrica, la madre es ama de casa, y tienen un hijo adolescente, un pibe de unos 18 años que se llama Lucas, flacucho, con anteojos, siempre con la cabeza gacha cuando lo veo en la calle. Parecía inofensivo, pero uno nunca sabe. “Bueno, amor, no nos pongamos paranoicos. Capaz es algún gato o un pájaro que se lleva cosas brillantes. Pero si te quedás tranquila, mañana ponemos una cámara chiquita en el fondo, de esas que se conectan al celular”. Norma negó con la cabeza, decidida: “No, Marcelo, quiero ver qué pasa yo misma. Mañana por la tarde cuelgo más ropa y me quedo espiando desde la ventana de la cocina, la que da al fondo. Si es alguien, lo voy a agarrar con las manos en la masa”. Yo sonreí, admirando su determinación: “Está bien, amor. Si querés, me quedo con vos, pero si es algo serio, llamamos a la policía”. Ella me besó en la mejilla: “Gracias, pero lo manejo yo. No quiero alarmarte por nada”.
Al día siguiente, que era viernes, Norma lavó un poco de ropa interior a propósito: un par de tangas nuevas, una blanca con bordes de encaje y una negra bien chiquita, y un corpiño rojo que le marcaba las curvas de manera espectacular. Las colgó en el tender del fondo alrededor de las tres de la tarde, cuando el sol pegaba fuerte pero el barrio estaba tranquilo, con la gente en el trabajo o durmiendo la siesta. Yo estaba en el estudio, trabajando desde casa, pero ella me había pedido que no me metiera, que quería manejar la situación sola. Me asomé un par de veces a la cocina, donde Norma se había escondido detrás de la cortina, espiando con paciencia. “Amor, ¿todo bien?”, le pregunté en voz baja. Ella me hizo señas para que me callara: “Shh, andate, que si viene alguien te ve. Ya te cuento después”. Me retiré, pero la curiosidad me carcomía.



Pasó como una hora, y de repente escuché un ruido en el fondo, como un salto suave, y luego la voz de Norma elevándose: “¡Eh! ¿Qué estás haciendo ahí? ¡Soltá eso ahora mismo!”. Salí corriendo hacia la cocina, y desde la ventana vi la escena: Norma había salido al fondo como un rayo, y tenía agarrado del brazo a Lucas, el hijo del vecino. El pibe, flacucho como siempre, con su remera holgada y pantalones cortos, estaba rojo como un tomate, con las tangas que acababa de descolgar escondidas debajo de su remera, apretadas contra su pecho. Intentaba zafarse, pero Norma lo tenía firme: “¡No te muevas! ¿Qué hacés robando mi ropa interior? Vení conmigo adentro, que esto lo vamos a aclarar”. Lucas balbuceaba algo, con los ojos bajos, avergonzado: “Por favor, señora… no… fue un error… suélteme”. Pero Norma no lo soltó, lo arrastró por el brazo hacia la casa, y yo abrí la puerta del fondo para ayudar. “¿Qué pasa, amor?”, pregunté, aunque ya lo imaginaba. “Agarré a este pendejo robando mis tangas. Vení, Marcelo, que lo vamos a regañar como se debe”.
Lo metimos en el living, y lo hicimos sentar en el sofá. Lucas estaba temblando, con la cabeza gacha, y las tangas cayeron al piso cuando Norma lo sacudió un poco. “Mirá lo que robaste, pendejo. ¿Por qué hacés esto? ¿Cuántas veces lo hiciste antes?”, le preguntó Norma, cruzada de brazos, con el vestido pegado por el calor, marcando sus curvas. Yo me paré al lado, serio: “Lucas, esto es grave. Robar es un delito, y si se enteran tus padres, va a ser un problema grande. Explicanos qué te pasa por la cabeza”. El pibe empezó a tartamudear, con la voz quebrada: “Yo… lo siento… no sé por qué… es que…”. Y de repente, se le llenaron los ojos de lágrimas, y empezó a llorar en silencio, cubriéndose la cara con las manos. “Por favor, no le digan a mis padres… me van a matar… soy un idiota”.
Norma, que al principio estaba furiosa, vio cómo lloraba y su expresión cambió. Se le ablandó el corazón, se acercó despacio y se sentó a su lado en el sofá. “Bueno, calmate, Lucas… no llores. No vamos a llamar a la policía ni nada, pero tenés que explicarnos”. Le puso una mano en el hombro, frotándolo suave para tranquilizarlo. “Respirá hondo, pibe. Nadie te va a hacer daño”. Lucas levantó la vista, con los ojos rojos, y Norma lo abrazó tiernamente, atrayéndolo contra su pecho, como una madre consolando a un hijo. “Shh, ya está… contanos por qué lo hacés. No te vamos a juzgar”. Yo miré la escena, y algo se me removió adentro. Ver a Norma abrazando a ese pibe tímido, con sus tetas presionadas contra él, me excitó un poco. Siempre me calentó la idea de que otros miren a mi mujer, que se exciten por ella, pero esto era más directo. Me senté del otro lado y pregunté: “Dale, Lucas, contanos. ¿Por qué robás la ropa interior de Norma?”.
El pibe, aún abrazado a ella, sniffó y empezó a hablar bajito: “Es que… nunca estuve con una mujer. Tengo 18 años, pero soy tímido, no sé cómo hablarles a las chicas. En la escuela me ignoran, y en casa… mis padres no me dejan salir mucho. La única forma que tengo de… excitarme, de saciarme solo, es pensando en mujeres reales. Y la señora Norma… es tan linda, con esas curvas, y cuando cuelga la ropa, veo sus tangas y corpiños, y me imagino cómo le quedan. Me las llevo para olerlas, para tocarlas mientras me… ya saben. Lo siento mucho, soy un perdedor”. Norma lo apretó más en el abrazo: “Pobre, Lucas… no sos un perdedor. Es normal a tu edad tener curiosidad. Pero robar no está bien”. Yo, escuchando eso, me excité más. La idea de que este pibe se pajeara pensando en mi mujer, oliendo su ropa interior, me ponía la pija dura. Siempre fantaseé con que otros se calienten por Norma, que se masturben imaginándola desnuda, que fantasearan con ella, que se pajearan pensando en su cuerpo voluptuoso. Era como una fantasía secreta mía, y ahora tenía a este pibe confesándolo en vivo.
Norma lo soltó del abrazo, todavía con la mano en su hombro, y me miró con una mezcla de sorpresa y compasión. “Marcelo, pobre chico… es joven, no sabe nada de la vida. ¿Qué hacemos ahora?”. Yo me acomodé en el sofá, sintiendo mi pija removerse un poco bajo el pantalón, y solté la propuesta que me rondaba la cabeza: “Amor, pobre muchacho, sí. Es inofensivo, solo curioso. ¿No te parece que podríamos hacerle un favor? Digo, mostrarle en vivo y en directo cómo le quedan esos conjuntos de lencería que tanto le gustan. Sería como una lección, para que no robe más y aprenda algo”.
Norma se separó un poco de Lucas, mirándome con los ojos bien abiertos, como si no pudiera creer lo que acababa de oír. “¿Qué? ¿Estás loco, Marcelo? ¿Mostrarle mi lencería puesta? ¿En serio me estás proponiendo que desfile en ropa interior frente a este pibe? Ni loca, amor. Es un vecino, el hijo de la gente de al lado. ¿Y si se enteran? ¿Y si se pone raro?”. Yo me acerqué un poco, hablando bajito para no alterar más al chico, que seguía con la cabeza gacha y los ojos rojos. “Pensalo, Norma. No es nada del otro mundo. Es lo mismo que lo que ve cualquiera en la playa. Vos usás bikinis que son aún más chiquitas que tus tangas y corpiños. Recordá el verano pasado en Pinamar: esa bikini negra que te deja el culo casi al aire y las tetas bien marcadas. La gente te mira, y a vos te encanta, no lo negués. Acá es lo mismo, pero en un ambiente controlado, en casa, con nosotros dos. No pasa nada, amor. Le damos una alegría al pibe y de paso le enseñamos que no se roba”.
Ella se quedó pensando, mordiéndose el labio inferior como hace cuando duda, mirando a Lucas que seguía sentado ahí, avergonzado, con las manos en las rodillas. “No sé, Marcelo… en la playa es distinto, hay gente alrededor, es público. Acá sería como un show privado. ¿Y si se excita demasiado? Mirá que es joven”. Yo insistí, poniéndole una mano en la rodilla: “Justamente, amor. En la playa hay desconocidos mirando, acá somos nosotros, gente conocida. Y si se excita, bueno, es normal. El pibe necesita aprender. Mirá lo arrepentido que está, llorando como un chico. Hagámosle el favor, dale. Vos sos hermosa, y él lo aprecia. No es más que modelar un rato”. Norma miró al chico, que levantó la vista un segundo, con los ojos todavía húmedos, y suspiró. “Bueno… tenés razón en lo de la playa. Mis bikinis son bien chiquitas, y no me molesta que me miren. Si es para ayudarlo y que no robe más… está bien. Pero nada de toques ni nada raro, eh. Solo mirar”. Lucas levantó la cabeza, sorprendido: “¿En serio, señora? ¿Va a… mostrarme? Gracias… lo siento mucho por lo de antes”. Norma le sonrió suave: “Sí, pibe. Pero comportate, ¿eh? Y no le contés a nadie”.



Yo me puse de pie, excitado por la idea, y le dije a Lucas: “Vení, sentémonos en el sillón grande, como si fuéramos el público de un desfile. Norma va a modelar para nosotros”. Nos acomodamos los dos en el sillón del living, yo al lado del pibe, que todavía tenía la cara roja pero ahora con un brillo de anticipación en los ojos. Norma se paró frente a nosotros, en el medio de la habitación, con las manos en las caderas. “Bueno, chicos… empiezo con lo que tengo puesto ahora. Este es un conjunto negro de raso, bastante cerrado, pero que marca bien el cuerpo”. Empezó a quitarse el vestido despacio, como si fuera un striptease sutil. Primero desabrochó los botones de arriba, dejando ver el escote, donde el corpiño negro brillaba bajo la luz de la tarde que entraba por la ventana. Luego, bajó los tirantes por los hombros, la tela resbalando por su piel suave y bronceada. El vestido cayó al piso en un charco, y ahí quedó ella, en el conjunto negro: el corpiño de raso brillante que se pegaba a sus tetas grandes como un guante, realzando las curvas, y la tanga a juego que marcaba sus caderas y el contorno de su concha depilada. Noté que sus pezones se habían endurecido, empujando contra la tela: en parte por el frío del aire acondicionado que acababa de encenderse, en parte por la excitación de mostrarse así, frente a un desconocido joven. “¿Ves, Lucas? Este es de raso, suave al tacto, pero ajustado. Marca todo sin mostrar demasiado”, dijo ella, girando despacio para que viéramos la espalda, donde la tanga se hundía entre sus nalgas redondas.
Lucas se quedó mirando fijo, y vi cómo su mano bajaba instintivamente a su entrepierna, agarrándose por encima del pantalón, apretando su erección que se marcaba clara. “Señora… está… hermosa. Nunca vi algo así de cerca”. Yo sentí mi pija endurecerse también, pero me contuve, disfrutando la escena. Norma hizo una pasada como si fuera una modelo en una pasarela: caminó despacio por el living, balanceando las caderas, giró en el medio y nos tiró un beso con la mano, sonriendo pícara. “Gracias por el aplauso imaginario, chicos. Ahora voy al dormitorio a cambiarme por otro conjunto. No se muevan”. Desapareció por el pasillo, y Lucas me miró, todavía apretando su pija: “Señor… gracias por esto. Su mujer es… increíble”. Yo asentí, excitado: “Sí, lo es. Disfrutalo, pibe, pero con respeto”.
Norma volvió después de unos minutos, envuelta en una bata de seda que le llegaba a medio muslo, atada floja en la cintura. Se paró frente a nosotros otra vez, y con un movimiento lento y teatral, desató el lazo y dejó caer la bata a sus pies. Ahora llevaba un conjunto de encaje rosa, delicado y transparente en partes: el corpiño realzaba sus tetas, dejando ver un poco la piel a través del encaje, y la tanga era chiquita, hundiéndose entre sus nalgas redondas cuando giró para mostrarnos la espalda. “Este es de encaje rosa, más juguetón. Realza las tetas y deja poco a la imaginación por atrás”, explicó, pasando las manos por sus nalgas para enfatizar. Lucas apretaba más fuerte su pija por encima del pantalón, rojo como un tomate: “Dios… qué lindo… se ve tan suave”. Norma hizo la pasada de nuevo, balanceando las caderas con más confianza, giró y nos tiró otro beso: “¿Les gusta? Bueno, ahora el último cambio. Esperen sentaditos”. Volvió a desaparecer, y yo me acomodé en el sillón, sintiendo mi erección presionando contra el pantalón, dura como una roca. Lucas estaba igual, apretando y aflojando la mano sobre su bulto: “Señor… no sé si aguanto… su mujer me pone loco”.
Norma regresó con otra bata, esta mucho más corta, que apenas le tapaba el culo, y se paró frente a nosotros con una sonrisa misteriosa. “Este es uno nuevo, que Marcelo no vio todavía. Preparados…”. Desató la bata y la dejó caer, revelando un conjunto que me dejó boquiabierto: un corset negro de raso y tul, ajustado a la cintura pero exponiendo casi todo arriba, tapando apenas las areolas de sus tetas con un tul transparente, dejando ver los pezones endurecidos debajo. Llevaba medias hasta los muslos con portaligas haciendo juego, y una tanga negra muy pequeña, que marcaba clarito los labios de su concha por delante y por detrás era solo un triángulito que se metía profundo entre sus nalgas redondas y firmes. Caminó despacio, modelando, y noté cómo sus curvas se movían con cada paso, el corset realzando su figura como un reloj de arena. Lucas estaba rojo, apretando y aflojando la mano sobre su pantalón como si quisiera controlarse pero no pudiera, su erección marcadísima. Yo me estiré para atrás en el sillón, dejando ver mi propia erección bajo el pantalón, dura y presionando.

Norma nos miró a los dos, sonriendo con picardía: “Se nota que están contentos con el desfile, chicos. Miren cómo se les marca todo ahí abajo. ¿Les gustó este último?”. Yo asentí, con la voz un poco ronca por la excitación: “Sí, amor… estás espectacular. Pero estaría bueno que te saques el corset, para estar más libre, más natural”. Ella se rio, negando con la cabeza: “¿Qué? Ni loca, Marcelo. Ya les mostré suficiente. El corset se queda”. Yo insistí, excitado por la idea de que le mostrara las tetas al pibe: “Dale, amor… siempre hablaste de hacer topless en la playa, de sentirte libre al sol. Acá es mejor: como dije, ambiente controlado, con gente conocida. No pasa nada, mostrá un poco más”. Ella dudó, mirando a Lucas que la devoraba con los ojos, y empezó a desabrochar el corset despacio, sus dedos temblando un poco en los ganchos…
Norma dudó un segundo más, con los dedos temblando ligeramente en los ganchos del corset, mirándonos a Lucas y a mí con esa expresión de sorpresa mezclada con un brillo de excitación que no podía ocultar del todo. El living estaba cargado de tensión sexual, el aire espeso con el olor a jazmín que entraba por la ventana abierta, y el silencio solo roto por la respiración acelerada del pibe, que no podía quitar los ojos de su cuerpo voluptuoso. Finalmente, ella suspiró profundo, como rindiéndose a la ola de deseo que la invadía, y empezó a desabrochar el corset despacio, gancho por gancho, prolongando el momento como en esas escenas de videos XXX donde la MILF tetona se exhibe frente a un joven virgen y su marido cómplice que desea compartirla, sabiendo que tiene el control total. “Bueno… si insisten tanto… pero solo porque vos lo pedís, Marcelo. Y recordá que es como en la playa, nada más que topless… aunque acá se siente más caliente, con ustedes mirándome como si quisieran devorarme”. El corset se abrió por delante con un susurro de tela sedosa, revelando poco a poco sus tetas grandes y pesadas, las areolas rosadas amplias y arrugadas por la excitación, los pezones ya endurecidos como guindas maduras y erectas, apuntando al frente con una invitación silenciosa y obscena, como si estuvieran rogando por ser chupados o pellizcados. Ella dejó caer el corset al piso en un movimiento fluido y deliberado, quedando solo con las medias hasta los muslos que se clavaban en su carne suave y carnosa, los portaligas que tiraban de la tela con tensión erótica, y esa tanga diminuta que marcaba todo: por delante, los labios de su concha se delineaban clarito bajo la tela fina de raso, hinchados y relucientes por la humedad que empezaba a filtrarse, dejando un manchón oscuro de jugos vaginales que gritaban lo mojada que estaba; por detrás, el triángulito desaparecía profundo entre sus nalgas redondas y carnosas, dejando casi todo al descubierto, el hilo rozando su ano rosado y apretado.

Se paseó despacio por delante de nosotros, caminando de un lado al otro del living como si fuera una pasarela privada en un club de striptease exclusivo, balanceando las caderas con esa gracia puta y provocadora que siempre me pone la pija dura como una roca de granito. Sus tetas rebotaban ligeramente con cada paso deliberado, la piel cremosa y bronceada brillando bajo la luz dorada de la tarde que entraba por la ventana, creando sombras suaves y eróticas en sus curvas voluptuosas, el sudor empezando a perlar sus clavículas como gotas de rocío en una fruta madura. Noté cómo sus pezones se endurecían aún más, empujando al aire como si el roce sutil del viento los estuviera lamiendo, o quizás por la excitación creciente de sentirse expuesta así, observada por dos hombres que la devoraban con los ojos: yo, su marido, con una erección que ya presionaba incómoda contra el pantalón, la cabeza de mi pija goteando presemen que mojaba mi bóxer; y Lucas, el pibe joven y tímido, con la mano aún apretando su bulto como si quisiera contener una explosión de semen, su verga joven latiendo visiblemente bajo la tela. “Miren… esto es topless puro y crudo, como en la playa cuando me pongo esas bikinis chiquitas que dejan mis tetas casi saliéndose y mi concha marcada para que todos los machos me miren y se pajéen después pensando en cogerme. ¿Ves, Lucas? No es nada del otro mundo, pero se siente tan puta y liberador… mis tetas grandes y pesadas al natural, rebotando con cada paso que doy, los pezones duros rogando por una boca que los chupe. ¿Te gustan, pibe? Mirá cómo se paran para vos… toqueteate si querés, pero solo mirá, imaginá chupándolos hasta hacerme gemir”, dijo ella, girando despacio para que viéramos la espalda, donde la tanga se perdía entre sus nalgas, dejando ver la curva perfecta de su culo, suave y redondo como dos melones maduros, con esa piel que invita a azotar y culear sin piedad, el hilo rozando su culo rosado y apretado que palpitaba sutilmente por la excitación.
Lucas estaba sentado a mi lado, rojo como un tomate maduro y sudoroso, con la mano aún apretando la mano sobre su pantalón, su erección marcadísima bajo la tela fina de los shorts, y vi cómo tragaba saliva con dificultad, los ojos fijos en las tetas de Norma que se movían hipnóticas. Yo sentía mi pija latiendo, dura y caliente, el presemen chorreando y mojando mi bóxer como si estuviera listo para explotar. No pude evitar sonreír por dentro al ver al pibe tan excitado, como en esas escenas cuckold donde el marido anima al joven a pajearse por su esposa puta. “Che, Lucas… se nota que te gusta el desfile, pibe. Mirá cómo te apretás el bulto como si quisieras ahorcar tu verga… ¿no tenés ganas de pajearte en este momento, boludo? Norma está aquí, mostrándose para vos… sería como en tus fantasías sucias, pero en vivo, sacándote la leche pensando en cómo sería estar entre sus tetas grandes y meterte en su concha mojada. Dale, sacátela y mostrá cómo te excita mi mujer, cómo tu pija late por querer cogértela”, le dije, con la voz ronca y grave por la excitación, mirando cómo Norma se paseaba, sus tetas rebotando y sus nalgas temblando sutilmente. El chico se quedó mudo al principio, tartamudeando con la cara ardiendo y los ojos bajos: “Yo… no sé… señor Marcelo… es que… ¿está bien? No quiero… ofender a la señora… pero… dios, me pone tan duro”. No sabía qué decir, pobre, con los ojos bajando al piso pero volviendo rápido a las tetas de Norma, su mano apretando más fuerte su verga como si estuviera a punto de correrse en los pantalones.
Yo miré a mi mujer, que se había parado frente a nosotros otra vez, con las manos en las caderas, los pezones endurecidos apuntando directo a nosotros como misiles listos para ser disparados, y le pregunté directo: “Amor… ¿no te gustaría ver cómo se pajea por vos este pibe virgen? Mirá lo caliente que lo pusiste con tus tetas rebotando y tu concha marcada… sería como completar la lección, ver cómo su mano sube y baja por esa verga joven, imaginando cogerte como una puta, chorreando semen por ti. Imaginate, su leche salpicando mientras gime tu nombre”. Norma se mordió el labio inferior con fuerza, sus ojos verdes brillando con esa lujuria voraz que conocía bien de nuestras noches calientes, y noté cómo sus muslos se apretaban un poco, como si su concha estuviera chorreando jugos por la idea, mojando la tanga que ya olía a sexo crudo. “Mmm… sí, me gustaría verlo… me pone la concha en llamas pensar en su verga dura por mí… pero quiero ver a los dos, Marcelo. Si él se pajea por mis tetas y mi culo, vos también, amor. Sacate la pija y mostrame cómo te caliento, cómo tu mano mueve tu verga gruesa pensando en compartirme como una puta”. Su voz era ronca, cargada de deseo sucio, ella ya había tomado el control.
“Dale, amor… como quieras, puta mía… mirá cómo me pongo por verte exhibirte”, respondí, parándome rápido y desabrochando el pantalón con manos ansiosas y temblorosas por la excitación. Lo bajé junto con el bóxer de un tirón, liberando mi pija ya dura como una barra de hierro caliente, gruesa y venosa con las venas hinchadas latiendo, la cabeza morada, brillando con presemen espeso que goteaba por el tronco como lubricante natural, listo para todo. Me senté de nuevo, empecé a pajearme despacio pero firme, la mano envolviendo el grosor, subiendo y bajando por el tronco con roces que me hacían gemir bajo: “Mmm… mirá, Norma… cómo me pajéo por vos, mi pija latiendo por tu cuerpo”. Lucas me miró nervioso, pero siguió mi ejemplo: se sacó los shorts y el bóxer con manos torpes y sudorosas, revelando su pija joven, flaca pero dura como una lanza erecta, con la cabeza morada hinchada y presemen chorreando por el tronco delgado. Se sentó al lado mío, empezó a pajearse también, la mano apretando su verga con fuerza desesperada: “Señora… no puedo creer… mirarla así me pone la verga en llamas”. Norma sonrió con picardía obscena, sentándose en el sillón de enfrente, abriendo un poco las piernas para que viéramos la tanga negra hundida entre sus labios hinchados y mojados, y empezó a acariciarse por encima de la tela, los dedos rozando su clítoris en círculos lentos y presionados, jadeando suave: “Sí… así, chicos… pajéense por mí como en mis sueños más sucios… miren mis tetas grandes rebotando, mi concha marcada en esta tanga chiquita y mojada por sus pajas… me pone caliente verlos excitados, sus pijas latiendo por querer entrar en mí, chorreando presemen por mi cuerpo de puta… ay, toquen sus bolas mientras se pajéan”.
Verla así, tocándose mientras nos pajéabamos por ella como en un video de condicionado donde la hotwife MILF dirige una sesión de masturbación mutua, me volvió loco de deseo. No aguanté y me acerqué gateando, arrodillándome frente al sillón con la pija latiendo en el aire: “Amor… ¿puedo ayudarte con esa concha mojada? Dejame lamerte esa vulva chorreante… mostrémosle al pibe cómo se hace una buena chupada de concha, cómo te hago acabar en mi boca”. Ella asintió, jadeando con los ojos entrecerrados y vidriosos por el placer: “Sí… dale, Marcelo… lameme profundo, tengo la concha en llamas… sentí lo caliente y mojada que estoy por ver sus pijas duras y venosas pajéandose por mí… chupame los labios hinchados, meté la lengua adentro y bebé mis jugos”. Le abrí las piernas más con manos ansiosas, bajé la tanga por sus muslos suaves y temblorosos, exponiendo su concha depilada y reluciente, los labios hinchados y rosados que goteaban jugos vaginales espesos y dulces como miel caliente. Me incliné y empecé a lamerla despacio pero voraz, la lengua plana rozando su clítoris hinchado en círculos presionados, saboreando sus jugos que chorreaban por mi lengua y barbilla. “Ay… sí, amor… lameme así, meté la lengua profunda en mi concha chorreante, chupame los labios como una puta… mirá, Lucas, cómo me hace gozar mi marido con su boca experta, lamiendo mis jugos… ay, tomà todo, Marcelo, sentí cómo palpita mi clítoris en tu lengua”. Ella gemía alto, agarrándome del pelo con fuerza, empujando mi cara contra su concha empapada mientras yo chupaba más profundo, la lengua entrando y saliendo como una pija pequeña, lamiendo sus jugos que goteaban por mi barbilla y cuello. Lucas miraba fijo, pajeándose más rápido y fuerte: “Señora… qué rico… sus jugos brillando en su cara… me pone la verga a explotar”. Norma tembló fuerte, sus tetas rebotando con el espasmo, y acabó en mi boca con un grito ahogado: “Ay… me vengo como una puta… tomá todo, amor… mi concha convulsionando en tu lengua, chorreando jugos calientes por tu garganta… tomate toda mi acabada amor”.
Me separé jadeando, limpiándome la boca con el dorso de la mano, la cara brillante por sus jugos vaginales, y le dije a Lucas con voz ronca: “¿Viste cómo se hace, pibe? Hay que ser suave al principio, lamer el clítoris con presión justa, chupar los labios hinchados y meter la lengua profundo hasta que explote en tu boca, bebiéndote sus jugos como néctar”. Norma, aún jadeando con las tetas subiendo y bajando como olas en un mar de lujuria, miró al chico y dijo con voz ronca y mandona: “Creo que sería mejor una lección práctica… vení, Lucas, arrodillate frente a mi concha chorreante como un buen chico”. Lo llamó con el dedo índice, curvándolo, y él se acercó nervioso pero ansioso, arrodillándose como un cachorro obediente frente a su sillón. Norma lo agarró del pelo suave con una mano firme, guiándolo con tirones suaves pero controladores: “Acercate… meté tu cara entre mis piernas… así, pibe… olé mis jugos primero, aspira el aroma de mi concha mojada… ahora lamé despacio mis jugos, pasá la lengua plana en mi clítoris hinchado… sí, círculos suaves y presionados… ay, qué rico, seguí así, no pares, chupame los labios como un cachorro hambriento”. Le metió la cara contra su concha empapada con un empujón del pelo, guiándolo con la mano enredada en sus mechones: “Bien… chupame los labios hinchados, meté la lengua adentro de mi concha chorreante, saboreá mis jugos… ay, Lucas, me estás haciendo temblar con tu lengua inexperta pero ansiosa… lamé más profundo…así…”. El pibe lo hizo torpe al principio, lamiendo con la lengua inexperta y exploratoria, pero aprendió rápido, chupando con más confianza y voracidad, la lengua danzando por sus pliegues rosados y mojados. Norma gemía alto y sucio: “Sí… no pares, pibe… ay, me vengo otra vez en tu boca….ahhhhh….tragá todo, Lucas, sentí cómo convulsiono en tu cara”. Acabó de nuevo, temblando fuerte y convulsionando, sus jugos vaginales chorreando abundantes por la cara de Lucas, que la miró con los ojos brillantes y la boca reluciente: “Señora… qué rico sabor… dulce, como miel caliente… me pone la verga a explotar”.
Ahora yo, con la pija latiendo como una bestia enjaulada, goteando presemen por el piso, le dije a Norma con voz grave y mandona: “Amor… mostrémosle cómo se hace una buena turca con esas tetas tuyas grandes. Sentate en el sillón, Lucas al lado mío, y arrodillate frente a nosotros como una buena esposa”. Me senté en el sillón, mi pija apuntando al techo, y el pibe se sentó a mi lado, su verga joven tiesa y goteando. Norma se arrodilló frente a mí con una sonrisa pícara y sucia, juntando sus tetas grandes, sudorosas y calientes con las manos, envolviendo mi pija con ellas: “Mirá, Lucas… así se hace una turca… pajear con las tetas… suaves y firmes apretando tu pija, amor… reboto despacio pero fuerte, tu glande hinchada rozando mi barbilla, el presemen chorreando por mi cuello”. Rebotaba con movimientos ondulantes y rítmicos, la pija deslizándose entre su carne caliente y resbaladiza, yo gimiendo alto: “Ay… qué rico, amor… tus tetas cogiendo mi pija…me ponés tan caliente…”. Lucas miraba hipnotizado y se pajeaba al lado, su mano volando por su verga como un pistón: “Señora… qué tetas perfectas… grandes y rebotando, me dan ganas de cogérselas”. Norma lo miró con ojos lujuriosos: “Dejá que te ayude… acercate”. Extendió la mano y empezó a pajearlo lentamente pero firme, la palma envolviendo su tronco delgado pero duro, subiendo y bajando con roces que lo hacían gemir: “Sí… qué dura la tenés… late fuerte en mi mano, Lucas… mirá cómo te pajéo despacio, sintiendo tus venas hinchadas palpitar, el presemen goteando por mis dedos pegajosos… ¿te gusta que la mujer de tu vecino te pajée así?”.


Cuando no podíamos más, con las pijas latiendo al borde del estallido, Norma se paró jadeando con la voz ronca: “Ahora quiero montarte, Marcelo… quiero tu pija gruesa adentro de mi concha chorreante como una puta en celo”. Se sentó en mi pija despacio pero voraz, guiándola a su concha mojada y apretada con una mano: “Ay… llename la concha…así…sí…”. Le dijo a Lucas: “Parate al lado… dame tu pija para chupar, pibe… quiero dos a la vez, quiero tu pija en mi boca mientras cabalgo”. Él se acercó temblando, y ella la chupó profundo y baboso mientras rebotaba en mí: “Mmm… qué rica verga joven y tiesa… Glug…Glug… ay, Marcelo, se te puso más dura viendo como chupo a este pibe virgen…Glug…Glug…la siento más hinchada dentro mío…Glug…Glug…así…acabo…Glug..ahhh!!!”. Acabó de nuevo, temblando violentamente en mi pija: “Ay… me vengo como una puta barata… tu pija partiéndome la concha…Glug…su verga…Glug…en mi boca…¿te gusta amor?”. Yo no podía responder, solo la miraba y disfrutaba.
Luego, con la voz entrecortada por los orgasmos: “Sentate, Lucas… ahora te monto a vos, pibe… quiero tu verga virgen en mi concha experimentada”. Salió de mí con un pop húmedo, jugos chorreando por mi pija, y lo montó al pibe, guiando su verga a su concha: “Ay… qué dura y joven…”. Mirándome con ojos lujuriosos: “Marcelo… enculame a la vez… metela en mi culo despacio, centímetro a centímetro, quiero sentir una doble penetración…quiero ser la más puta”. Me acerqué por detrás, lubricando mi pija con sus jugos chorreantes que goteaban por todo, entrando lento en su ano apretado y caliente: “Tomá… mi pija en tu culo rosado… qué rico sentirlo a él adentro de tu concha, rozándonos como en un sandwich de carne caliente”. Encontramos el ritmo, embistiendo coordinados, yo saliendo cuando él entraba, cogiendo sus agujeros en un vaivén lujurioso: “Ay… me parten entre los dos como una puta en un barata… vengo… otra vez… estoy temblando toda, mi concha y culo convulsionando alrededor de sus pijas…¿me sienten?”.


No aguantamos casi nada. Acabamos abundante: yo en su culo, sentí salir de mí varios chorros calientes y espesos inundándola como un río de semen, desbordando por su culo dilatado; Lucas bramó y eyaculó en su concha. “Tomá nuestra leche puta… llenándote los agujeros hasta rebalsar, semen chorreando por tus muslos” le dije y Norma gritó en éxtasis múltiple: “Sí… llenenme como una puta… siento su semen caliente mezclándose adentro, goteando por mi concha y culo abiertos”.
Por último, Norma hizo que Lucas se acostara en el sofá, su verga aún semi-dura y chorreando restos de semen: “Ahora limpiame toda, pibe… “ y sentándose en su cara le ordenó: “lamé toda leche de mi concha y mi culo… chupame profundo como una buena lección final”, aplastando su concha mojada y chorreante contra su boca, el semen mezclado goteando por sus labios: “Sí… lame mis jugos pegajosos mezclados con su semen caliente… meté la lengua adentro de mi concha, chupa la leche de tu acabada y la de mi marido… ay, qué rico, limpiame hasta la última gota, tragate todo como un buen chico”. El pibe lamió ávido y desesperado, la lengua entrando y saliendo de su concha y culo, chupando con sorbidos obscenos: “Mmm… señora… qué rico sabor…”. Norma gemía suave, rebotando un poco en su cara. Luego se levántó y acercando su cara al chico lo besó profundamente compartiendo sabores: “Bien…ya aprendiste que no tenés que robar y como tenés que tratar a una mujer. Ahora vas a tu casa y si no comentás nada de esto tal vez repitamos”
El joven se vistió rápidamente y se fue casi sin mirar atrás. Ella se apoyó en mi pecho y guiñándome un ojo me dijo: “Que buena lección le dimos, ¿cierto?”
0 comentarios - Nosotros y el roba tangas