You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

16: Entrenamiento corporativo




Post anterior
Post siguiente
Compendio III


LA JUNTA 16: ENTRENAMIENTO CORPORATIVO

El miércoles siguiente a esa complicada reunión llovía desde el amanecer, y las gotas golpeaban la ventana de mi oficina como un metrónomo. Me ardían los ojos de tanto mirar los informes de mantenimiento: plazos, envíos y presupuestos de las instalaciones de Calgary, cerca de Sydney, dispuestos en columnas ordenadas y estériles. El zumbido del aire acondicionado llenaba el silencio, ese murmullo sordo y corporativo que hacía que el lugar pareciera aún más vacío a esas horas.

Entonces, la puerta se abrió con un chirrido.

16: Entrenamiento corporativo

Leticia entró, sin parecer en absoluto la intocable jefa de relaciones públicas que dominaba tanto las ruedas de prensa como las salas de juntas. Su cabello castaño rojizo se le pegaba húmedo a la frente, y la lluvia aún brillaba en su gran abrigo, de esos que se ven en las películas de detectives. Por una vez, no parecía que estuviera a punto de conquistar el mundo, sino más bien que había luchado contra él y se había visto atrapada en la tormenta.

-¡Hola, Letty! ¿Cómo estás? ¿En qué puedo ayudarte? - le pregunté, sorprendido por su inesperada visita.

Me dedicó esa sonrisa pícara y felina que le había visto usar con los periodistas.

• ¡Hola, Marco! Estuviste preguntando por mi rutina de ejercicios, así que he decidido venir a enseñártela. - dijo como si fuera lo más normal del mundo.

Me quedé atónito. Se lo había preguntado, pero era más bien una charla de ascensor para matar el tiempo. Y aunque su trasero me parece intrigante, nunca pensé que tomaría medidas tan drásticas.

• ¡Vaya! ¡Tu oficina es más pequeña que la mía! - dijo deslumbrada, mientras observaba divertida el entorno.

Sus palabras me dolieron más de lo que esperaba. Sé que mi oficina no es gran cosa: solo tiene una ventana decente con vistas al Downtown, un librero modesto, mi escritorio y mi ordenador, dos sillas para invitados y una solitaria planta en una maceta junto a la puerta, a la que riego todos los días para recordarme que todo esto es mío. Pero me gusta así. Pedí un espacio pequeño a propósito. Es tranquilo, insonorizado, mi pequeña isla en un mar de ruido. Aquí puedo pensar. Trabajar. Respirar.

Aun así, oír a Letty señalarlo con tanta naturalidad... No sé. Quizás me dolió un poco. Como si me hubiera recordado que no encajo del todo en este mundo de oficinas acristaladas y placas con nombres.

- Bueno, para serte sincero, no necesito mucho. - Sonreí de todos modos.

Se dio cuenta de que sus palabras me habían dolido, pero rápidamente lo dejó pasar.

• De todos modos, estoy aquí porque me preguntaste por mi rutina de ejercicios. Pensé en darte esa... lección privada que me pediste. – señaló, tanteando el ambiente.

- ¿Lección? – Parpadeé confundido.

• Mi rutina de ejercicios. - aclaró ella. - Me lo preguntaste una vez. Dijiste que tu mujer quería, ¿Cómo lo dijiste?, “tonificar sus glúteos”.

Estaba poniendo palabras en mi boca. Nunca le había dicho eso. Solo le consulté qué debería hacer Marisol si quisiera mejorar su figura.

Antes de que pudiera responder, respiró lentamente y se desabrochó el cinturón de su gabardina. Durante una fracción de segundo, dudó, con un destello de incertidumbre en los ojos. Entonces, la gabardina se deslizó por sus hombros y cayó a sus pies.

Debajo llevaba una camiseta sin mangas gris oscuro y leggins, ambos ajustados pero modestos, diseñados para dejar poco a la imaginación. Aun así, el ambiente cambió. La oficina, normalmente tan fría y estéril, de repente pareció más pequeña.

sexo en la oficina

• ¡Muy bien! - comentó con una sonrisa radiante, al ver que yo estaba atónito por su belleza. - ¡Empecemos!

Su primera flexión de piernas fue elegante, pero un poco desviada. El movimiento era técnicamente correcto, pero su peso se desplazaba demasiado hacia delante. Lo intentó de nuevo, esta vez con más determinación, y me di cuenta de que le dolía. No tardé en comprender que estaba tratando de impresionarme, al tiempo que se sentía incómoda bajo la superficie, consciente de que la estaba observando.

culona hermosa

Sin embargo, yo no la observaba como ella esperaba. No estaba deslumbrado, sino observando. Estudiando su mecánica.

- ¡Tranquilízate! - le sugerí tras algunas repeticiones. - No hace falta que te esfuerces tanto.

• ¿Qué? ¿Qué quieres decir? - preguntó mientras mantenía su engaño.

- Veo que te encoges del dolor, además tu rodilla derecha está demasiado levantada. - señalé.

• ¿Qué? - preguntó paralizada en mitad del movimiento.

- Tu rodilla. - repetí, poniéndome de pie. - Se está desviando más allá de tu alcance normal. Estás compensando en exceso con la cadera. Es fácil de corregir: echa el peso hacia atrás y activa el tronco.

Era guapa, sí, pero lo que más me llamó la atención era la tensión de sus hombros. No era confianza. Era rebeldía, dirigida tanto a mí como a ella misma.

• ¿Te... has dado cuenta? - Se volvió hacia mí, sorprendida. El cambio en su tono fue sutil, pero marcado.

infidelidad consentida

- Es difícil no darse cuenta. - Me encogí de hombros. - Hago ejercicio todos los días.

• ¿De verdad entrenas? - Levantó las cejas, rompiendo su habitual compostura.

- Todos los días. Diez kilómetros por la tarde, cien flexiones, cien sentadillas y cien abdominales por la noche. - respondí con naturalidad. - Mis hijas quieren que sea el hombre más fuerte del mundo y mi mujer cree que soy su propio Superman.

• ¡Ya lo veo! – Se burló ella con una risita coqueta, pero se detuvo cuando me miró a los ojos. - Pero tú lo dices... en serio.

- Siempre. – respondí tranquilo. - Pero no te preocupes, tu forma de hacerlo sigue siendo mucho mejor que la mía. De hecho, eso refuerza mi creencia de que llevas años entrenando.

• ¿Así que también analizas los entrenamientos? - consultó ella, medio divertida.

- Lo analizo todo. - respondí con orgullo. - Es una costumbre de ingeniero.

Se produjo un silencio. No era incómodo.

• No dejas de sorprenderme. No eres lo que esperaba, Marco. - Su voz era ahora más tranquila, sin rastro de burla.

- Me lo dicen mucho. - dije, volviendo a sentarme. - Sobre todo la gente que piensa que soy fácil de leer.

Me estudió durante un segundo más, tal vez buscando algún rastro del hombre al que había venido a impresionar y encontrando a alguien completamente diferente. Luego, con un pequeño gesto de asentimiento, sonrió, una sonrisa que ocultaba tanto admiración como confusión.

companera de trabajo

• Supongo que tendré que replantearme mis suposiciones también. - dijo en voz baja.

El silencio se prolongó entre nosotros un poco. Luego se recuperó y esbozó una sonrisa forzada.

• Así que los rumores son ciertos. Realmente eres el “príncipe de la junta directiva”. – comentó en aire más festivo.

Sus palabras me dolieron en lo más profundo de mis costillas y ella sonrió encantada.

- ¡Por favor, no empieces! – Le imploré. - Aquí solo soy un tipo normal que responde correos electrónicos.

16: Entrenamiento corporativo

Eso la hizo reír de verdad esta vez, no con esa risa pulida de relaciones públicas, sino con algo más cálido.

• Ahora no me extraña tanto que le agrades a Edith. - Sacudió la cabeza sensualmente y murmuró entre dientes, con un toque de malicia y coqueteo en la voz.

Sus ojos brillaron con picardía mientras se acercaba a mí, dejando un rastro de gotas en la alfombra con su cabello mojado.

• Pero lo que sí necesitas… - dijo, bajando la voz hasta convertirla en un susurro. - …es levantarte de esa silla y ponerte ropa deportiva.

Me cogió de la mano y me hizo levantarme. Por supuesto, los trajes de ejecutivo no están pensados para hacer ejercicio.

• ¡Vamos! ¡No aprenderás si no entrenas conmigo! - dijo con una sonrisa cómplice y juguetona mientras empezaba a desabrocharme la camisa, el cinturón y los pantalones sin ningún reparo.

• ¡Puedes dejarte puestos los calzoncillos! - sugirió guiñándome un ojo, al darse cuenta de mi creciente excitación.

sexo en la oficina

Al ver mi pecho desnudo y mis anchos hombros, se mordió el labio, claramente encantada con lo que veía.

• Nunca pensé que pudieras ser... tan musculoso. - murmuró.

Me sonrojé, sin saber muy bien cómo responder.

- Supongo que todo se reduce a hacer los ejercicios adecuados. -logré decir con voz un poco ronca. – Como te dije, corro 10 km cada día. Además, hago 100 abdominales, 100 flexiones y 100 sentadillas. No es mucho.

• Bueno... se nota. - Suspiró, mirándome con deseo.

Leticia se dio la vuelta y empezó a mostrarme su rutina, flexionando el trasero mientras se inclinaba para estirar la parte de atrás de los muslos. Cada movimiento era calculado, mostrando su fuerza y elegancia. No pude evitar mirar, hipnotizado por su confianza. Empezó a explicarme los distintos ejercicios que hacía para mantener su cuerpo tan tonificado, pero mis ojos no dejaban de desviarse hacia su trasero, con la tela de sus mallas estirándose sobre sus nalgas con cada movimiento.

culona hermosa

No podía evitarlo. Intenté seguir su rutina de ejercicios, pero mi creciente erección dentro de mis calzoncillos lo hacía doloroso y difícil.

• No te estás concentrando, Marco. - Sentenció Leticia con una sonrisa burlona, volviéndose hacia mí.

Se inclinó, con los pechos presionando contra su sujetador deportivo, y extendió la mano para ajustar mi postura. Su mano se detuvo en mi espalda baja, enviándome oleadas de calor.

• Tienes que mantener el tronco firme. – me dijo en un susurro ardiente.

Me apretó las nalgas mientras me obligaba a mantener la postura.

•¡Tú también tienes un bonito y firme trasero! - susurró con una voz cálida y aterciopelada.

Su tacto era electrizante, y no pude evitar gemir ligeramente mientras ella continuaba masajeando mis músculos, con sus dedos bailando peligrosamente cerca de la cintura de mis calzoncillos. La mirada de Leticia se desvió hacia abajo, al darse cuenta de mi excitación, y sonrió con aire burlón, con los ojos oscuros de deseo.

• Parece que eres más que un simple curioso, Marco. - murmuró, acercándose para que sus pechos rozaran mi pecho.

infidelidad consentida

- ¡No puedo evitarlo! - tragué saliva. - Eres una mujer atractiva... y me quedé mirando tu trasero, pero nunca pensé que lo vería tan de cerca.

• Bueno, no eres el primero. - dijo con un guiño, sin dejar de mantenerme en esa postura, su mano jugando peligrosamente en torno a mis partes bajas. - Pero puedo decir que quieres ver algo más que a mí haciendo ejercicio.

Su mano se deslizó casualmente sobre mi bulto, provocándome con la punta de los dedos.

companera de trabajo

• Parece que esta parte es grande y dura. - dijo en un tono provocador y meloso.

- Lo siento, no quería decir... - tartamudeé, con las mejillas ardiendo de vergüenza, pero disfrutando de la presión de sus dedos.

• ¡Oh, cállate! - me ordenó en un tono juguetón que me hizo saltar el corazón al irme estrujando cada vez con más ganas. - No hay nada de qué avergonzarse... de hecho, creo que es algo de lo que deberías estar muy, muy orgulloso.

Con un movimiento rápido, se arrodilló y me bajó los calzoncillos hasta el suelo, dejándome completamente expuesto. El aire fresco de la oficina rozó mi erección, haciéndola palpitar. Ella la miró con una mezcla de sorpresa y admiración, con ojos enormes y la boca ligeramente abierta.

• ¡Es muy grueso y grande! - exclamó sorprendida por lo que veía.

16: Entrenamiento corporativo

Extendió la mano y lo rodeó con ella, con un toque ligero como una pluma que me provocó un escalofrío. Me acarició suavemente, mirándome atentamente, y sentí cómo mi verga respondía con entusiasmo a su tacto. La mirada de Leticia era intensa, con una pregunta silenciosa en sus ojos, y yo asentí, dándole el permiso que buscaba. Se metió mi miembro en la boca, su calor me envolvió y solté un grito ahogado.

• Sabes bien. - dijo, sacando la lengua y provocándome la uretra, casi haciéndome gritar.

sexo en la oficina

Sus acciones fueron tan inesperadas que me resultó imposible resistirme. La tensión en la habitación se intensificó, el aire se llenó de deseo cuando ella empezó a chupármela. Cada movimiento de su cabeza enviaba oleadas de placer a través de mi cuerpo, y no pude evitar agarrarme al borde del escritorio para mantener el equilibrio.

Mientras ella hacía su magia, no pude evitar mirarla fijamente, los músculos de su cuello flexionándose mientras me tomaba más a fondo. Sus ojos se cerraron, con una mirada de pura concentración grabada en su rostro, y me di cuenta de que ella estaba disfrutando tanto como yo. Era como si ambos hubiéramos estado esperando este momento, la tensión entre nosotros aumentando hasta que ya no se podía ignorar.

Sentí que literalmente me estaba ordeñando. No sé si era por su estilo de vida saludable o por su talento innato, pero seguía comiéndome la verga y chupándola como una campeona. Aunque mi mujer me la chupa como un agujero negro, Leticia era como un huracán.

Mis ojos se pusieron en blanco cuando ella me tomó más a fondo, con sus dientes rozando la sensible parte inferior de mi miembro. Apreté los dientes, tratando de contener un gemido que amenazaba con escapar de mis labios. Su mano jugaba con mis testículos, y la suave presión aumentaba la intensidad del momento.

Pero no estaba dispuesto a dejar que ella se lo pasara tan bien. Con una rapidez que me sorprendió incluso a mí mismo, la levanté, con sus piernas envueltas alrededor de mi cintura, y la tumbé en el mismo suelo en el que me estaba chupando la verga. Sus leggins estaban empapados y podía sentir su calor a través de la tela. La besé, saboreando la lluvia en sus labios, y ella me devolvió el beso con una urgencia que igualaba a la mía.

Nuestras manos recorrieron los cuerpos del otro, explorando y reclamando como si hubiéramos estado hambrientos de contacto físico. Tiré de la tela húmeda de su camiseta sin mangas, dejando al descubierto sus pechos turgentes y rosados, y tomé uno en mi boca, provocando el pezón con mi lengua. Leticia gimió en nuestro beso, sus caderas frotándose contra mí, buscando más fricción.

Deslicé mi mano hacia sus leggins, sintiendo la humedad entre sus piernas, y ella jadeó cuando aparté la tela. Mis dedos encontraron su clítoris, ya hinchado y pidiendo atención. Empecé a frotarla con lentos círculos, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba a mi alrededor. Sus piernas se envolvieron más fuerte a mi alrededor, acercándome más a ella mientras seguía besándola, nuestras lenguas bailando juntas en un ritmo apasionado.

culona hermosa

Su respiración se volvió agitada y supe que estaba a punto. Aceleré el ritmo, pasando el pulgar por su clítoris mientras mis dedos se deslizaban dentro de ella. Estaba tan húmeda, tan caliente, y ya temblaba con los primeros signos de su orgasmo. Podía sentir cómo sus paredes se apretaban alrededor de mis dedos, y ella dejó escapar un grito ahogado contra mi boca mientras se corría. Su cuerpo se arqueó del suelo y se aferró a mí como a un salvavidas.

- No tengo condones aquí. – le advertí, dejando que las implicaciones calaran.

Mi verga estaba dura y rígida. Ella estaba mojada y suplicante. Y su abrigo, que si por algún extraño milagro contenía una caja de profilácticos de mi talla (L), estaba tan lejos de nosotros como la luna.

• No te preocupes. - jadeó Leticia, con el pecho subiendo y bajando con cada respiración entrecortada. Metió la mano en el bolsillo y sacó un condón, con los ojos brillantes de excitación. - Siempre vengo preparada para estas... “reuniones”.

A pesar de eso, no hizo nada en particular. Pensé que quizá tomaba la píldora o algo así, pero en lugar de ralentizar el ritmo para dejar ponérmelo, su intensidad se multiplicó por diez.

Llegó un momento en que empezó a provocarme con su sexo húmedo. Incluso yo tengo mis límites y, durante uno de esos “toques rápidos”, introduje la punta, reclamándola como mía.

• ¡Ahh! ¡Es tan grande! – se quejó en un tono como si se estuviera sumergiendo en agua caliente.

La sensación de su estrecho y húmedo sexo alrededor de mi punta era exquisita, y tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no empujar más. Pero ella tenía otros planes. Leticia se inclinó y agarró mi verga, guiándola dentro de ella con una urgencia palpable. La observé mientras me acogía centímetro a centímetro, con los ojos entrecerrados mientras se adaptaba a mi tamaño.

• ¡Me estás estirando! – se quejó con una voz que mezclaba dolor y amor.

infidelidad consentida

Pero no se detuvo. Se empujó hacia abajo hasta que mi verga quedó enterrada profundamente dentro de ella. Podía sentir sus músculos apretándose a mi alrededor, y tuve que apretar los dientes para contenerme.

- Y tú estás muy apretada. - logré decir, mientras apenas empujaba hasta la mitad.

Leticia abrió los ojos de golpe y me miró con una mirada salvaje y hambrienta que nunca había visto antes. Envolvió sus piernas alrededor de mi cintura y me empujó más adentro, estirando su sexo para acomodar mi grosor.

companera de trabajo

• ¡Oh, Dios mío! ¡Me estás rompiendo! - exclamó mientras luchaba por tomarme por completo. Yo, por otro lado, contuve la respiración, ya que tampoco era fácil para mí.

Pero ella era una profesional y lo iba a tomar todo.

•¡Mhm! ¡Me estás llenando! ¡Me estás llenando tan bien! - comentó en un susurro desesperado, placentero y romántico.

16: Entrenamiento corporativo

No podía creer que esto estuviera pasando. Ahí estaba yo, follándome a la jefa de relaciones públicas en mi oficina durante el horario laboral. Pero era tan intenso, tan real, que todos mis pensamientos de culpa y decoro se desvanecieron en la tormenta de pasión que se abatía sobre nosotros.

Al final, no pude aguantar más y la di la vuelta. Ella gimió sorprendida, pero cuando por fin empecé a empujar, gimió, sintiéndome dentro.

sexo en la oficina

- Te gusta, ¿Verdad? - le susurré al oído, con el sonido de la lluvia fuera como única música.

• ¡Sí! ¡Sí! - jadeó Leticia, clavando las uñas en la alfombra que tenía debajo. Tenía los ojos cerrados con fuerza por el placer, y su cuerpo se retorcía bajo mi ritmo implacable. - ¡Esto es increíble! ¡Me estás llenando por completo!

Con cada embestida, sus pechos rebotaban y su culo redondo golpeaba mis muslos. Verla tan vulnerable y desesperada por más me empujó al límite. Me incliné para besarle el cuello, saboreando la sal de su sudor. Tenía la piel enrojecida y respiraba entrecortadamente, al ritmo de nuestro frenético acto sexual.

Y entonces, su útero se relajó. Empecé a empujar. A apretar. Y ella se estiró como si estuviera en la gloria divina.

culona hermosa

• ¡Oh, carajos, Marco! - gritó, y su voz resonó en mi tranquila oficina. - ¡Estás tan adentro!

En ese momento, ella sudaba profusamente. Su piel brillaba como si estuviera haciendo un entrenamiento intenso, mientras que yo solo sentía la parte posterior de mis caderas ligeramente húmeda. Sin embargo, ella me abrazó por la espalda, queriendo más y más.

• ¡Más fuerte! ¡Sí, más fuerte! – gritó suplicante, su voz mezclándose con la lluvia del exterior.

La estaba penetrando sin descanso y ella empezó a correrse. Seguí follándola una y otra vez. Yo ni siquiera estaba cerca. Todavía no. Pero ella empezó a tener un orgasmo tras otro.

•¡Oh, Dios! ¡Marco! - gritó, clavándome las uñas en la espalda mientras alcanzaba un clímax intenso.

Su piel se apretaba alrededor de mi verga, los músculos se contraían en una sinfonía de placer que me tenía al límite, pero aún no había terminado. Quería más de ella.

Para entonces, le mordí el cuello, le apreté los pechos. Incluso conseguí meter un solo dedo en su estrecho y virgen culo. Y ella me dejó. Estaba perdida en la niebla del placer mientras mi cuerpo la sacudía como una fuerza imparable.

La lluvia fuera arreciaba, golpeando la ventana como un tambor, marcando el ritmo de nuestro apasionado encuentro. Su respiración se entrecortó cuando la penetré con fuerza, mis caderas moviéndose como pistones, cada embestida enviando ondas de choque a través de su cuerpo.

Sus gemidos se hicieron más fuertes y ella comenzó a balancearse hacia mí, respondiendo a cada una de mis embestidas con sus propios movimientos ansiosos. Sus manos me recorrían todo el cuerpo, sus uñas dejaban rastros de fuego en mi espalda, sus pechos rebotaban con cada impacto.

• ¡Maldición, me corro otra vez! - gritó, como si la arrastrara una inundación.

Su coño se contraía y sentí la cálida oleada de su orgasmo alrededor de mi verga. Era demasiado para mí. Con una última y potente embestida, me corrí, llenando su útero con un rugido que pareció sacudir los cimientos de la oficina.

infidelidad consentida

Mientras eyaculaba una y otra vez dentro de ella, su respiración se agitó y arqueó la espalda, sintiendo los cinco potentes golpes en lo más profundo de su vientre. Y mientras me hinchaba dentro de ella, nuestros fluidos mantuvieron mi verga caliente y cómoda dentro de ella.

Nos quedamos allí tumbados un momento, jadeando y enredados juntos, pegados como animales, con la lluvia fuera como telón de fondo amortiguado a nuestros jadeos compartidos. Leticia tenía los ojos cerrados y una sonrisa serena se dibujaba en sus labios.

companera de trabajo

• Ha sido... todo un entrenamiento. - señaló con una voz agitada, en una mezcla de satisfacción y sorpresa.

- Sí, supongo que has encontrado una nueva forma de quemar calorías. – le respondí con una sonrisa, con el corazón aún acelerado por la emoción. - Mi mujer y yo, por otro lado, estamos bastante acostumbrados a esto.

Leticia abrió los ojos y se encontró con los míos, con una chispa traviesa en la mirada.

• Quizás debería entrenar contigo más a menudo. - sugirió con voz ronca.

Nos besamos un poco más y ella sintió cómo mi virilidad se agitaba dentro de ella, dejando escapar un dulce gemido lleno de felicidad.

• ¿Sabes? Siempre supe que tenías un lado salvaje, Marco. – murmuró excitada, con los ojos brillantes de emoción al sentirme todavía hinchando de su interior. - Pero nunca imaginé que fuera tan salvaje.

No pude evitar reírme, con la adrenalina de nuestro improvisado revolcón en la oficina aún corriendo por mis venas.

- Y tú apenas estás empezando a explorarlo, Letty. - le dije, apartándole un mechón de pelo de la cara.

• ¿Ah, sí? - Sus mejillas se sonrojaron y me miró con una expresión entre tímida y desafiante.


- Mm-hmm - Asentí con la cabeza, todavía profundamente enterrado en ella.

Nos quedamos allí tumbados unos momentos más, recuperando poco a poco la respiración normal. La lluvia se había convertido en un reconfortante ruido de fondo fuera de la ventana, un extraño contraste con la apasionada cacofonía de nuestros cuerpos apenas unos momentos antes.

Como era de esperar, cuando finalmente logré retirarme, ella lo miró fijamente. Yo seguía excitado y claramente listo para más. Pero, por otro lado, esas hojas de cálculo de Calgary no se resolverían solas.

• Será mejor que me vaya. - susurró, incorporándose y arreglándose los leggings. - Pero estoy segura de que podemos, ya sabes, entrenar juntos otra vez.

16: Entrenamiento corporativo

- A mí también me gustaría. - admití con una cálida sonrisa. -Pero me preocupa que alguien más pueda notar tu olor a sexo.

Leticia se rió, un sonido que era a la vez travieso y dulce.

• ¡No te preocupes! - señaló levantándose y alisándose la camiseta. - No todos podemos decir que no a una oficina con ducha incluida.

(Don’t worry. Not everybody can say no to an office with shower included)

sexo en la oficina

Sus palabras me dejaron atónito: así que Letty se despertó, vino a trabajar, me visitó, cogió conmigo, se vistió y se duchó en su oficina, para seguir con su alegre día. Se dio cuenta de que la miraba de forma diferente y me sonrió, satisfecha.

Cuando terminamos de vestirnos, nos besamos una vez más. Para el mundo fuera de mi oficina, éramos feroces rivales de departamento. Dentro, éramos amantes secretos.

• Te enviaré un correo electrónico. - dijo Letty mientras recogía su abrigo del suelo. - Podemos... coordinar mejor sobre los horarios de entrenamiento.

No pude evitar reírme, sintiéndome un poco culpable, pero también emocionado por la perspectiva.

- ¡Suena bien! – le respondí, metiéndome la camisa por dentro y abrochándome los pantalones.

Y con eso, ambos retomamos nuestras rutinas diarias habituales.


Post siguiente


0 comentarios - 16: Entrenamiento corporativo