You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

135📑La Doméstica Paraguaya

135📑La Doméstica Paraguaya


Martín era un hombre de ciudad, con dinero suficiente para vivir cómodo en una casa amplia en las afueras de Asunción. No le gustaba ensuciarse las manos con tareas domésticas, así que había contratado a una muchacha para que se encargara de todo.

Se llamaba Rocío. Morena, de curvas generosas, con ese acento paraguayo dulce y pegajoso que sonaba a tentación. Usaba siempre un uniforme sencillo: blusa blanca ajustada y una falda corta que, cada vez que se agachaba, dejaba ver más piel de la que Martín podía soportar.

puta



Al principio, se limitaba a observarla. Cómo lavaba los platos con los brazos brillando de agua, cómo se inclinaba para barrer bajo los muebles, cómo el sudor perlaba su cuello en las horas de calor. Pero poco a poco, la tensión se volvió insoportable.

Una tarde, mientras Rocío fregaba el suelo de la cocina, Martín se acercó en silencio. Ella, inclinada, movía el trapo con energía, y la falda se le había subido hasta la mitad de los muslos.

—Trabajás demasiado, Rocío… —murmuró él, con voz grave.

Ella se giró apenas, sorprendida, con un rubor en las mejillas.

—Y si no trabajo, señor… ¿quién me va a pagar? —respondió, bajando la mirada, aunque sus labios dibujaban una sonrisa tímida.

Martín no resistió. Se inclinó sobre ella, tomó su cintura y la pegó contra su cuerpo. Rocío soltó un pequeño gemido, más de sorpresa que de rechazo, pero no se apartó.

—Yo te pago… con otra cosa —susurró él, bajándole lentamente la blusa, dejando escapar sus tetas firmes.

Rocío gimió bajito cuando sus labios encontraron sus pezones, duros y ansiosos. La respiración se volvió jadeante, sus manos aún húmedas se aferraron al cuello de Martín.

—Señor… —murmuró ella, pero su tono era más de rendición que de protesta.

Martín la levantó en brazos y la sentó sobre la mesa de la cocina. Con un movimiento brusco, apartó la falda y descubrió que debajo llevaba solo una diminuta tanga de encaje. Empapada.

—Estás riquisima, Rocío. —dijo él, tocándola con firmeza.
pendeja


Ella mordió su labio inferior y lo miró directo a los ojos.

—Es culpa de usted… siempre me mira como si quisiera comerme.

Martín no esperó más. Le bajó la tanga y le penetró la concha de golpe, haciéndola gritar de placer. La mesa crujió bajo el vaivén de sus cuerpos. Rocío lo rodeó con las piernas, clavando las uñas en su espalda, gimiendo cada vez más fuerte.
mucama


El sonido de la piel chocando se mezclaba con los jadeos, el olor a sudor y jabón, la cocina convertida en un escenario de lujuria. Martín la tomaba con fuerza, entrando más y más profundo, mientras ella suplicaba entre gemidos.

—¡Más, señor… más! —clamaba, con la voz rota de placer.

El orgasmo llegó como un terremoto. Rocío se arqueó, convulsionando, apretando con fuerza alrededor de él. Martín la sostuvo, y con un gruñido ronco se dejó ir dentro de ella, descargando toda su tensión.

Cuando el silencio volvió a la cocina, Rocío lo miró, aún jadeante, con una sonrisa traviesa.

—Señor… creo que me va a tener que pagar seguido así…

Martín sonrió, sabiendo que esa doméstica paraguaya sería, desde entonces, su mayor tentación.

cogida



Martín estaba en la habitación principal, esperando con paciencia… y con la erección dura como piedra. Cuando escuchó los pasos de Rocío acercándose con la pila de ropa planchada, la sonrisa traviesa se dibujó en su rostro.

—Acercame la ropa, Rocío —dijo con voz grave, fingiendo inocencia.

Ella obedeció, caminando despacio, sin sospechar lo que le esperaba. Pero cuando entró en la habitación, se encontró con Martín completamente desnudo, la mano acariciando su pija, mirándola con ojos llenos de deseo.

—Mirá lo que te espera… —murmuró, mientras ella se sonrojaba y tragaba saliva.

Sin pensarlo, Rocío se acercó y lo tomó con ambas manos. Martín la guió con suavidad hacia él, y pronto su boca estaba sobre él, chupando con hambre y maestría, haciendo que la excitación de ambos subiera como fuego. El gemido ronco de Martín llenaba la habitación mientras ella lo mamaba con intensidad, moviendo la lengua y jugando con la punta con picardía.

—Así… así… —jadeó él, apretándole la cabeza, disfrutando de cada movimiento de su lengua.

Cuando no pudo más, Martín la levantó, desnudo, y la subió a la cama. La colocó sobre el colchón y comenzó a montarla con fuerza, penetrándo su concha sin pausa mientras ella arqueaba la espalda, las manos aferradas a su pecho y los gemidos inundando la habitación.

Rocío lo miraba, ardiente, deseosa, y de pronto cambió el ritmo: se giró sobre él y comenzó a montarlo, tomando el control, haciendo que él perdiera el aliento. Los cuerpos se movían juntos, el placer explotando en oleadas.
putita


El clímax llegó como una tormenta: ambos jadeaban, estremeciéndose, gimiendo sin control. Martín creyó que nada podría superar esa intensidad… hasta que Rocío salió de golpe de la cama, todavía sudada y con el cabello despeinado, y con una sonrisa traviesa le dijo:

—¡Se me olvidó la comida encendida!

Martín la miró, boquiabierto, mezclando frustración y diversión mientras ella se escapaba hacia la cocina, dejándolo respirando con dificultad, aún temblando del placer reciente.

—Esta doméstica es imposible… —murmuró, mientras una sonrisa de complicidad se dibujaba en su rostro, anticipando que aún quedaban muchas más sorpresas por vivir.


Martín todavía estaba temblando por el clímax anterior. La erección no cedía, y su deseo por Rocío ardía más que nunca. No podía dejarlo así, inconcluso.

—No puedo esperar más —murmuró para sí mismo, y salió tras ella hacia la cocina.

Al entrar, la encontró desnuda, con el cabello suelto, revolviendo la comida en una olla. El aroma del guiso se mezclaba con el calor que emanaba su cuerpo, haciendo que la excitación de Martín explotara por completo.

—Patrón, por suerte no se quemó —dijo Rocío, girándose y mostrando su sonrisa traviesa, sin percibir del todo la urgencia que él sentía.

Martín la miró, la respiración agitada, y respondió con voz ronca:

—El quemado por la calentura… soy yo.

Sin más, la apoyó sobre la mesa, con un brazo fuerte sosteniéndola por la cintura, y con la otra mano le dio unas nalgadas firmes que hicieron que ella gimiera, arqueando la espalda.

—Mmm… eso me gusta, patrón —jadeó Rocío, con los ojos brillantes de lujuria.

Martín no perdió tiempo. Le metió la pija en el culo con firmeza, sintiendo cómo ella se tensaba y gritaba suavemente, mezclando placer y sorpresa. Rocío apoyó las manos sobre la mesada, hundiéndose aún más en el placer que él le proporcionaba, mientras su cuerpo se arqueaba con cada embestida.

—Así… sí… así me gusta —murmuró él, entre jadeos, sintiendo cómo el calor subía hasta la cabeza—. No te muevas… déjame acabar lo que quedó pendiente.

El vaivén fue salvaje, húmedo y profundo. La cocina se llenó de sonidos de piel, jadeos y susurros excitantes. Martín no dejaba de cogerla, alternando ritmo y fuerza.

El clímax los atrapó a ambos, brutal y despiadado. Rocío tembló, apretándolo con fuerza mientras él descargaba dentro de ella, sintiendo cada estremecimiento como si fuera el primero de la mañana.

Cuando terminaron, Rocío lo miró con una sonrisa traviesa y se dejó caer sobre él, sudada, jadeante, acariciando su pecho.

—Patrón… parece que cocinaré más seguido así —dijo con picardía—.

Martín sonrió, agotado pero feliz, sabiendo que esa doméstica paraguaya nunca dejaría de sorprenderlo.
Sirvienta



Era un día caluroso y Martín decidió darse una ducha para refrescarse. Entró al baño, abrió el agua y, al sentir el vapor, se dio cuenta de que había olvidado la toalla en la habitación.

—¡Rocío! —gritó, mientras el agua corría sobre su cuerpo—. ¡Me olvidé de la toalla, pasamela!

Rocío, que repasaba la sala y escuchó el llamado, caminó hacia el baño con paso tranquilo. Llevaba puesta su blusa ligera y una faldita, pero algo en la urgencia de Martín la hizo sonreír maliciosamente.

—Aquí, patrón —dijo, acercándole la toalla.

Martín la recibió, pero antes de que pudiera secarse, sintió cómo Rocío se desnudaba por completo frente a él. La mujer, con una sonrisa traviesa, se metió bajo el chorro de agua, abrazándolo y presionando su cuerpo contra el suyo.

—No podía dejarte solo, patrón… —susurró, con la voz cargada de deseo.

El contacto inmediato lo hizo jadear. Sus cuerpos se frotaban, húmedos, deslizándose entre el vapor y el agua. Rocío se apoyó contra la pared mientras él la tomaba de la cintura, besándola con hambre y fuerza.

—Rocío… —gruñó Martín, mientras sus manos recorrían su espalda y sus tetas—. ¡Estás imposible!

Ella respondió arqueando la espalda, empujándose contra él, dejando que sus pezones duros rozaran su pecho. Martín la giró lentamente y la penetró contra la pared de la ducha, sintiendo cómo se tensaba y gimoteaba de placer.

—Así… sí… así me gusta —jadeó Rocío, sujetándolo con fuerza mientras lo montaba y lo guiaba con movimientos lentos pero profundos.

El agua corría sobre sus cuerpos, mezclándose con sus jadeos y el sonido de la piel contra la piel. Martín la abrazaba firme, embistiéndola con fuerza, mientras ella lo guiaba, alternando ritmo y profundidad, haciendo que ambos perdieran el control.

Cuando el clímax los atrapó, se abrazaron bajo la corriente de agua, respirando agitadamente, con el corazón latiendo. Rocío lo miró con ojos brillantes y traviesos:

—No te olvides, patrón… siempre puedo aparecer en los momentos más inesperados.

Martín rió entre jadeos, sabiendo que con esa paraguaya, cualquier instante podía convertirse en fuego.

Relatos eroticos



Era una tarde tranquila, Martín paseaba por el patio cuando vio algo que lo hizo detenerse en seco. Rocío estaba junto al portón, conversando con un hombre. Él le alcanzaba un billete y la besaba en la mejilla, con familiaridad.

El corazón de Martín se tensó. Un nudo de celos le apretó el estómago. El hombre arrancó en su moto y se perdió en el horizonte. Martín respiró hondo y entró en la casa, buscando respuestas.

—Rocío… ¿quién era ese? —preguntó, con voz grave y mezcla de furia y deseo.

Ella lo miró con tranquilidad, sin apartar la vista.

—Mi pareja —dijo con seguridad.

—Si tenías pareja… ¿por qué estabas cogiendo conmigo? —gruñó él, con la erección pulsando y la lujuria mezclada con celos.

Rocío lo miró desafiante, mordiendo su labio inferior:

—Porque me gusta el sexo… y me gusta usted, su pija.

Martín no pudo resistir más. Con una mezcla de furia y deseo, la desnudó sin contemplaciones, llevándola al sofá. Rocío lo siguió con los ojos brillantes, jadeando, ansiosa.

—Así… —dijo él, mientras la hacía cabalgar su pija —. Así me gusta.
domestica


Ella lo tomó entre sus piernas, moviéndose con fuerza, disfrutando de cada embestida, gimiendo con placer mientras él alternaba el ritmo y la profundidad.

—Ahora… —murmuró él, inclinándose hacia atrás—. Te voy a coger por el culo.

Rocío arqueó la espalda, apretándolo con fuerza, jadeando con un placer casi doloroso.

—¿Cuál te pija te gusta más? —preguntó él, entre embestidas, la mezcla de lujuria y celos pintada en su rostro.

Ella, con los ojos brillantes y la respiración entrecortada, respondió sin dudar:

—Su pija patrón… ¡el de usted!
relatos porno


Martín rugió y la tomó con violencia deliciosa, alternando ritmo, profundidad y presión. Rocío gimió, aferrándose al sofá, entregada por completo. Finalmente, Martín terminó sobre sus tetas , dejándola temblando y jadeante, mientras él la abrazaba, mezclando deseo, furia y satisfacción en un solo momento intenso.

Rocío lo miró con esa sonrisa traviesa y desafiante que él ya conocía:

—Patrón… nunca va a poder dejarme ir.

Martín la abrazó, respirando agitado, consciente de que con esa paraguaya , cada momento podía desatar un infierno de placer y lujuria.
135📑La Doméstica Paraguaya



Después de aquel encuentro furioso en el sofá, Martín comenzó a tratar a Rocío con una frialdad inusual. La miraba de lejos, la tocaba menos, y aunque su deseo ardía por dentro, no era capaz de ocultar la tormenta que lo carcomía.

Rocío, perspicaz como siempre, lo notó enseguida. Una tarde, mientras él tomaba un whisky en la sala, se acercó lentamente, con esa mezcla de dulzura y atrevimiento que la caracterizaba.

—¿Pasa algo, patrón? —preguntó, acariciándole el hombro.

Martín la miró con el ceño fruncido y la voz grave.

—Sí, pasa… Estoy loco por vos, Rocío. No soporto verte con otro. Te deseo solo para mí. Quiero que dejes a tu pareja… y que seas mía.

Rocío lo observó en silencio unos segundos. Luego suspiró profundamente, como si estuviera soltando un peso, y una sonrisa pícara apareció en su rostro.

—Si eso es lo que el patrón manda… —susurró.

Y sin titubear, comenzó a desnudarse frente a él. Primero la blusa, dejando sus tetas firmes al descubierto. Luego la falda, revelando su piel morena y ese cuerpo que tanto lo enloquecía. Finalmente, completamente desnuda, se acercó a él, se sentó en sus piernas y le susurró al oído:

—Soy toda suya.

Martín la abrazó con fuerza, besándola con desesperación, como un hombre que por fin toma posesión de lo que cree suyo. Sus manos recorrieron cada rincón de su cuerpo, y pronto penetró su concha allí mismo, en el sillón, con la intensidad de un amante posesivo.

Rocío gemía fuerte, arqueando la espalda, montándo su pija con lujuria desbordada. El sofá crujía bajo el vaivén salvaje de sus cuerpos, mientras Martín murmuraba entre jadeos:

—Mía… solo mía.

Ella lo abrazó con fuerza, entregándose por completo, sus labios junto a su oído, jadeando con el cuerpo tembloroso:

—Sí, patrón… solo suya.

El clímax los atrapó juntos, intenso, definitivo, como una marca invisible que los unía más allá de la lujuria. Cuando todo terminó, Rocío quedó recostada sobre su pecho, sudada y satisfecha, acariciándole con ternura.

Martín, aún con el corazón acelerado, sabía que ese pacto sellado con sexo y celos lo había cambiado todo: Rocío ya no era solo su doméstica… ahora era suya en cuerpo y alma.

puta



Pasaron unos días, y Rocío apareció en la puerta de la casa con una maleta en la mano y una sonrisa cómplice. Había dejado atrás a su pareja, y ahora venía dispuesta a entregarse por completo a la nueva vida que había elegido.

Martín la miró con deseo y ternura mezclados, acercándose para recibirla.

—Bienvenida a tu nueva casa, Rocío —le dijo, tomándole la maleta y dejándola a un lado—. Pero ya no tenés que llamarme patrón. Decime Martín… o mejor aún, mi amor.

Ella lo miró con picardía, y con voz suave respondió:

—Bueno, amor… ¿y qué querés que hagamos ahora?

Martín sonrió, con los ojos brillando de lujuria, y la tomó de la cintura.

—Darte la bienvenida como se debe.

La besó con hambre, con esa urgencia que venía acumulando, y mientras lo hacía la fue desnudando lentamente. Primero la blusa, dejando sus tetas al aire, firmes y deseosos de su boca. Martín las besó con pasión, chupando sus pezones hasta hacerla gemir.
pendeja


Luego, bajó la tanga despacio, disfrutando de cada segundo, hasta que se detuvo sorprendido.

Encima de su conchita, el vello estaba recortado con una forma clara: una M.

—¿Esto es… por mí? —preguntó, con una sonrisa incrédula.

—Pues claro, amor —respondió Rocío, mordiéndose el labio.

Martín no pudo resistir. Se inclinó y comenzó a besarla allí, lamiendo y devorando con avidez, haciendo que ella se retorciera de placer, gimiendo con fuerza mientras se agarraba de su cabello.

Cuando ya no pudo más, Rocío lo empujó suavemente hacia el sillón, lo hizo recostarse y le bajó el pantalón y tomó su pija con la boca, mamándoselo con maestría, chupando y jugando con su lengua hasta hacerlo gemir de puro placer.

Martín, al borde de estallar, la levantó le metió la pija en la concha y la hizo cabalgarlo con fuerza, mientras le chupaba y apretaba las tetas. Rocío se movía sobre él como una diosa, gimiendo, perdiéndose en el vaivén salvaje, hasta que él, con la respiración entrecortada, la giró y la penetró por el culo, haciéndola gritar de placer y someterse aún más a su deseo.

—Ahora sos mía… toda mía —jadeó él, embistiéndola con fuerza.

—Sí, amor… ¡soy tuya! —respondió ella, temblando de placer, entregándose por completo.

El clímax llegó arrollador, haciendo que ambos se estremecieran, convulsionando juntos hasta caer exhaustos.

Al final, Rocío se recostó sobre su pecho, abrazados, sudados y sonrientes, sellando el pacto que ya no tenía vuelta atrás.

—Te amo, Martín —susurró ella, acariciándole el rostro.

Él la besó en la frente, apretándola contra su cuerpo.

—Y yo a vos, Rocío. Esto apenas comienza.

mucama


cogida

1 comentarios - 135📑La Doméstica Paraguaya

CuriosoAkd
Tal cuál describis asi son las paraguayas calientes que te entregan todo