
El calor de Bangkok era denso, pegajoso. Las luces de neón brillaban en cada esquina mientras los tuk-tuks zigzagueaban entre turistas y vendedores callejeros. Marcos había llegado a Tailandia buscando aventura, y el recepcionista del hotel, un tipo sonriente y con acento rasposo, le hizo una sugerencia con una sonrisa cómplice:
—Si quiere diversión… de la buena… vaya a Soi Cowboy o Nana Plaza. Zona roja. Muchas chicas. Solo elige. Algunas se te cuelgan encima. Pero… cuidado —dijo, bajando la voz—. No todo lo que brilla es oro. Aquí también hay ladyboys. Mejor toca antes de llevarte una sorpresa, ¿entiendes?
Marcos rió. Estaba solo, excitado por la idea de algo diferente. Tomó un taxi y se lanzó a la noche tailandesa.
Cuando llegó, el lugar era un espectáculo de lujuria: luces rosadas, bares abiertos, chicas bailando con poca ropa en vitrinas vivientes. Algunas saltaban encima de los turistas, los abrazaban, les ofrecían tragos, sonrisas, y más.
Marcos caminó, observando, tanteando. Algunas eran exageradamente voluptuosas. Otras, peligrosamente perfectas. Recordó el consejo: “toca la entrepierna antes de elegir”. Sonrió.
Fue entonces cuando la vio.
Una flaquita, menudita, piel bronceada, piernas largas y pechos pequeños que apenas sobresalían bajo un top ajustado. Ojos oscuros, labios provocadores. Le sonrió y se le acercó despacio, sin saltar como las demás.

—¿Hablas español? —preguntó él, curioso.
Ella sonrió más amplio y, sin decir palabra, le tomó la mano y la puso sobre su propia entrepierna. No había sorpresa. Lisa, húmeda… femenina.
—Yo hablal español… poquito —susurró, pegando su cuerpo al de él—. Yo culear. Yo chupal todo…
A Marcos se le endureció al instante. El corazón le latía como tambor. Le acarició la cintura y asintió.
—Vamos.
El cuarto era pequeño, con luz tenue y una cama amplia. Apenas cerraron la puerta, la chica se arrodilló frente a él, desabrochándole el pantalón. Marcos no tuvo tiempo de pensar: ella sacó su pene erecto, lo miró con deseo, y lo chupó profundo, sin preámbulos.
—Mmm… tú rico… —murmuró, lamiéndolo como a un helado, húmeda, sucia, caliente.
Marcos gemía, echando la cabeza hacia atrás. Ella lo mamaba con pasión, con lengua inquieta, jugando con su glande, babeándolo entero. Lo miraba desde abajo, con los ojos brillantes.
—Ahora yo arriba —dijo, subiendo con agilidad a la cama y abriendo las piernas—. Tú meter… ya.
Marcos se quitó todo, subió sobre ella y le rozo la concha con la punta y le metio la pija con fuerza. La chica gimió fuerte, agarrándose de las sábanas. Su interior era estrecho, caliente, perfecto. Él embestía con ritmo, mirándola a la cara, escuchando sus jadeos rotos:

—Sí, papi… así… tú romperme, sí… más, más…
Cambió de posición. La puso de espaldas, le arqueó la espalda, y le entró de nuevo, esta vez más profundo. La cogia mientras le apretaba las tetas. Ella se mordía los labios, se tocaba el clítoris con la mano, gimiendo sin pudor.
—Tú venirme en boca… yo gustar eso —dijo entre suspiros, volviéndose con los labios abiertos.
Marcos no aguantó más. Le puso la pija en la boca, ella lo recibió sin miedo, lo lamió, lo succionó con todo el deseo del mundo… y él acabó con un gruñido , llenándole la garganta. Ella tragó sin dejar de chupar, como si fuera su premio.

Después de ese orgasmo explosivo en su boca, Marcos cayó sobre la cama, sudado, con el pecho agitado. Pensó que eso era todo. Que la faena había terminado. Pero ella no pensaba igual.
La chica se arrastró por el colchón, se montó sobre su pecho desnudo, y comenzó a masajearlo con las manos tibias, sensuales, como si lo acariciara por dentro.
—Tú fuerte… —susurró, dibujando círculos sobre sus pectorales—. Me gusta sentirte aquí.
Se inclinó y le besó un pezón, luego el otro, mientras con una mano jugaba lentamente con su pija, aún húmeda, aún descansando. Lo acariciaba con dedos delicados, de base a punta, sin apuro, como si lo despertara suavemente.
—Tú no terminar todavía… tú darme más —murmuró, con una sonrisa traviesa.
Marcos sintió cómo su pija volvía a endurecerse entre sus dedos suaves, expertos, juguetones. Ella lo lamía mientras lo miraba, frotando su pelvis contra su muslo.
—Tú querer por culito, sí?
Marcos la miró sorprendido, con la respiración cortada.
—¿Por atrás? —preguntó, entre excitado y aturdido.
Ella asintió, con esa mezcla de picardía y descaro que lo volvía loco.
—Sí, papi… yo darte. Yo gustar. Tú romper culo.
Marcos tragó saliva, con el cuerpo ardiendo y el corazón retumbando. Asintió sin pensar.
—Claro que sí… quiero romperte el culo.
Ella se giró lentamente, poniéndose en cuatro, apoyando los codos en la cama, y arqueó la espalda, abriendo sus nalgas pequeñas y firmes. Su entrada trasera asomaba estrecha, húmeda, provocadora. Se giró apenas y dijo con voz ronca:

—Despacio primero… luego tú romper, ¿sí?
Él se acercó, escupió en su palma, lubricó bien su pija endurecida, y lo posicionó en su culo. Comenzó a empujar, sintiendo cómo se abría lentamente, cómo el cuerpo de ella lo recibía con un gemido ahogado.
—Ahhh… sí… tú entra… tú grande… —gimió ella, apretando las sábanas.
Marcos comenzó a moverse, primero con lentitud, sintiendo esa presión caliente, esa estrechez deliciosa. Luego, a medida que ella se acostumbraba, empezó a empujar más fuerte, a embestirla con ritmo. El cuarto se llenó de jadeos, piel contra piel, palabras sucias y gemidos rotos.
—¡Rómpeme, papi… más fuerte! ¡Yo tuya!
Marcos la sujetó de la cintura, la embistió con fuerza, cada vez más profundo, mientras ella se tocaba el clítoris y gemía como una poseida. El placer era brutal, ardiente, sin frenos.
—¡Me vengo! —gritó ella, mientras su cuerpo temblaba entero.

Él no aguantó mucho más. Se salió al último segundo, la giró de rodillas frente a él, y le apuntó a la boca. Ella abrió bien los labios, lo recibió con hambre… y él acabó rugiendo, llenándole otra vez la garganta.
Ella tragó cada gota, sin quitarle los ojos de encima. Luego se relamió, jadeando.
—Tú volver mañana… yo tener más juegos. Y le anoto su numero en una servilleta
Marcos sonrió, todavía temblando. Sabía que esa ciudad no solo lo había seducido… lo había marcado para siempre.

El sol caía sobre los templos dorados de Bangkok, y Marcos caminaba entre turistas, aromas de curry y puestos de frutas exóticas. Había visitado palacios, probado comida callejera, comprado recuerdos. Había hecho lo que “debía hacer” como turista.
Pero al caer la noche… el cuerpo volvió a pedir lo que realmente lo había marcado.
Lin.
Guardó silencio en el taxi. No la iba a llamar, no quería parecer necesitado. Prefería volver a la zona roja, verla de lejos, encontrarla con suerte en el mismo lugar. Como la noche anterior.
Pero cuando llegó… ella no estaba.
Caminó por el callejón de neón, bar por bar. Mismos tragos, mismas chicas en vitrinas, mismas luces. Pero Lin… nada. Ni una pista. Preguntar sería inútil. Seguro está con otro tipo, pensó. Seguro la tiene contra una pared como yo anoche.
El deseo no bajaba. El cuerpo seguía tenso. La necesidad lo dominaba. Y entonces, la vio.
Una chica distinta.
Piel más clara, ojos rasgados, labios gruesos. Tenía el cabello suelto, lacio hasta la cintura, y un top diminuto que dejaba asomar unos senos más grandes, firmes, redondos. Estaba apoyada contra una columna, fumando, sin moverse como las otras. Apenas lo miró, sonrió despacio. Como si lo hubiera estado esperando.
Marcos no lo dudó. Se acercó.
—¿Hablas español ?
—Si, bebe. Un poco. Quieres jugar?
—Tal vez…
Ella dio una calada al cigarro, lo tiró al suelo, y se le acercó. Lo abrazó del cuello y lo besó directo en la mejilla, pero mientras lo hacía… su mano bajó y le apretó la entrepierna sin permiso, con seguridad.
—Tú fuerte. Me gusta. Yo rica para ti.
Marcos la miró, prendido. Distinta energía. Más salvaje, más directa. Y ya no podía esperar más.
—Vamos.
La habitación era en un hotel distinto, más oscuro, más privado. Ella se desnudó, dejando ver un cuerpo espectacular: cintura estrecha, caderas suaves y unos senos grandes que le colgaban perfectos, provocadores.

—Tú mirar. Tú tocar —dijo, tomando sus manos y llevándolas a sus tetas —. Tú lamer si quieres.
Marcos se agachó y le lamió las tetas con hambre, las chupó con deseo bruto mientras ella le bajaba el pantalón y le tomaba la pija con una mano experta.
—Tú duro pene… yo poner rica para ti.
Se inclinó sobre la cama, separó bien las piernas, y movió las caderas despacio, mirándolo por encima del hombro.
—Ven… rompe concha.

Marcos la penetró con un gemido, y ella lanzó un jadeo largo, delicioso. Sus caderas eran perfectas para agarrarse, y el vaivén de sus tetas mientras la embestía desde atrás era hipnótico. La tomó con fuerza, sin piedad, como ella se lo pedía, y ella solo gritaba más:
—¡Sí, papi! ¡Más! ¡Rómpeme! ¡Yo tuya!
La giró, la alzó de una pierna y la tomó en el aire, sintiendo sus tetas rebotar contra su torso. Luego ella lo empujó sobre la cama, se subió encima y le agarro su pene y se lo metio en la concha, lo cabalgó con fuerza, las tetas rebotando en su cara, el las besaba y apretaba.
—¡Tú venirme en cara! ¡Yo tragar!
Y él, al borde, le tiró del cabello, la hizo bajar, y acabó en su boca con un rugido, jadeando, temblando. Ella lo lamió hasta dejarlo limpio… y luego se pasó la lengua por los labios como si quisiera provocarlo aún más.
Marcos se dejó caer en la cama, sudado, rendido.
No era Lin. Pero la noche… no lo había defraudado.

El reloj marcaba las 18:47. El vuelo de Marcos salía al amanecer. Tenía la maleta armada, el pasaporte en el bolsillo… pero el cuerpo aún ardía. La cabeza también.
No podía irse sin verla.
Sacó la servilleta arrugada de su billetera. La miró un segundo. Dudó. Y marcó.
—¿Aló? —respondió una voz suave, familiar.
—¿Lin?
—Mmm… tú llamar. Pensé que no volverías.
—Me voy esta noche. Pero no quería irme sin despedirme…
Hubo un breve silencio. Y luego, su voz sonó diferente. Sonriente.
—Yo ir ahora. Con amiga. Tú esperar.
Marcos sonrió. No preguntó más. Solo preparó el cuarto.
Golpearon la puerta a los veinte minutos. Cuando abrió, Lin estaba allí, con un vestido corto, el mismo perfume… y al lado, una chica que no había visto antes: más bajita, piel blanca como la leche, labios pintados y unos pechos grandes que casi estallaban bajo el escote.
Lin habló bajito, casi al oído:
—Ella se llama Nok. Muy rica. Muy traviesa. Yo pensar que tú merecer regalo. Última noche… doble placer.
Nok no esperó más. Entró, cerró la puerta, y se acercó a Marcos con hambre en los ojos. Le tomó la cara, lo besó con fuerza, sin presentaciones. Lin se acercó por detrás y comenzó a acariciarlo, susurrándole en el oído:
—Hoy tú no olvidar. Hoy tú morir de gusto…
Entre ambas le quitaron la ropa, lentamente. Una lo besaba en el pecho, la otra lo chupaba en el cuello. Y pronto, Lin se arrodilló y le lamió la pija, mamó con pasión, mientras Nok se desnudaba por completo, mostrando un cuerpo perfecto, curvo, dispuesto.
—¡Está tan duro! —dijo Nok con acento divertido—. Yo querer probar también…
Se turnaban, lo lamían juntas, una en la punta, otra en la base. Le besaban los huevos, lo hacían gemir sin pudor. Luego lo llevaron a la cama, lo acostaron, y Nok se subió sobre él, lo penetró despacio mientras Lin se sentaba sobre su cara, gimiendo con los pezones duros.
—¡Así, papi! ¡Nosotras chupal, culear… tú acabar en todas!
Los tres cuerpos se entrelazaban. Nok se movía arriba abajo con fuerza, con sus tetas saltando frente a su cara, mientras Lin gemía contra su boca. Marcos no sabía a cuál tocar, a cuál mirar, a cuál lamer primero.
Era un sueño húmedo hecho realidad.
Cuando Nok se corrió, gritando, Lin la empujó sobre su espalda y se montó sobre sobre su pija cabalgando con más ritmo, más hambre. Se la sentía estrecha, húmeda, desesperada por exprimirle hasta la última gota.
—¡Dámelo en mi boca! —gritó Lin, bajando de golpe.
Y Nok, de rodillas al lado, le ayudaba con la lengua, besando su glande, excitándolo más.
Marcos estalló.
Con un gruñido profundo, se vino en la boca de Lin, mientras Nok le lamía los huevos y le sujetaba las piernas. Ambas tragaron, lo besaron, lo dejaron vacío, temblando.

Ya vestidos, Lin le dio un beso suave, en la boca. Nok sonrió con picardía.
—Tailandia gusta de ti… tú volver.
Marcos no dijo nada. Solo les tomó las manos.
—No lo voy a olvidar nunca.
Lin le puso un papel nuevo en el bolsillo. Esta vez, no era solo un número.
Era su nombre completo. Su dirección. Una promesa silenciosa.
—Para cuando tú quieras… yo estar. Tú llamar. Tú romperme otra vez.
Y con una última sonrisa, ambas salieron del cuarto, dejándolo solo… pero marcado para siempre.

1 comentarios - 126📑Turismo en Tailandia