
Martín llevaba años dedicándose a la fotografía profesional. Retratos, moda, bodas... pero desde hacía unos meses, había entrado en un nuevo terreno: sesiones privadas para creadoras de contenido. Sabía que OnlyP era un mundo aparte. Sensual, atrevido, sin filtros. Pero nada lo preparó para ella.
Cuando la puerta del estudio se abrió y entró Sofía, el aire pareció espesarse. Media melena castaña, labios carnosos, un cuerpo de curvas perfectas, envuelto en una bata blanca que apenas cubría sus muslos. Le sonrió con picardía.
—¿Tú eres Martín, verdad? —dijo, caminando hacia él con paso lento y seguro—. Me hablaron muy bien de tus fotos… Quiero algo provocador. Muy provocador.
Martín tragó saliva, disimulando el efecto inmediato que le causó su voz. Asintió mientras ajustaba la luz y preparaba la cámara.
—Claro, tú dime el estilo y lo hacemos. Tengo varios fondos, iluminación cálida, podemos jugar con sombras…
—Quiero que me retrates como si fueras uno de mis suscriptores más calientes —interrumpió, abriendo la bata sin pudor. No llevaba nada debajo.
Su cuerpo quedó desnudo frente a él. Sus tetas firmes, su cintura delgada, sus caderas generosas y un triángulo rasurado que brillaba bajo la luz del estudio. Martín sintió un pulso eléctrico recorrerle la espalda.

Ella se acomodó en la silla alta de cuero, abrió las piernas con descaro y lo miró directo a los ojos.
—¿Así está bien para empezar?
Martín levantó la cámara, pero sus manos temblaban. A través del visor, la vio tocarse el cuello, morderse el labio, inclinarse hacia atrás y abrir aún más las piernas. Cada click del obturador era una puñalada de deseo.
—Gírate un poco... eso es… más a cuatro, sí —murmuró, sin poder evitar que su voz se quebrara.
Sofía se arrodilló en el diván, alzó la cadera y arqueó la espalda. Su trasero se alzaba como una provocación directa a su autocontrol.
—¿Así, fotógrafo? —susurró, mirándolo sobre el hombro.
—Perfecto… demasiado perfecto —musitó Martín, bajando la cámara un segundo.
Su erección era evidente bajo el pantalón, y Sofía lo notó. Sonrió. No era la primera vez que alguien se excitaba con ella, pero Martín tenía algo distinto. Se notaba que luchaba consigo mismo.
Ella se sentó de nuevo, abrió las piernas al máximo y le habló con voz suave:
—¿Te molesta si me toco mientras disparas?
—Sofía… no sé si eso es… —balbuceó.
—Vamos, mírame —dijo ella, comenzando a acariciarse suavemente frente al lente—. Sácame así. Quiero que vean lo que me haces sentir sin tocarme.
Martín volvió a levantar la cámara, pero apenas podía concentrarse. Cada gemido suave, cada movimiento de sus dedos sobre su concha húmeda, lo volvía loco. Sintió el calor subirle al rostro, al pecho, al centro mismo de su cuerpo.
—Martín —dijo de pronto ella, mirándolo con los ojos brillantes—. ¿Puedes dejar la cámara un segundo?
—¿Qué…?
—Por favor —susurró, con una súplica dulce en la voz—. ¿Puedo tocarte? ¿Puedo sentirte, aunque sea una vez? Estoy tan mojada… y tú estás tan duro.
Él se quedó quieto. Miró la escena: ella, desnuda, hermosa, abierta para él, deseándolo. Todo su profesionalismo se tambaleó.
Ella se arrodilló frente a él, desabrochando su cinturón con manos temblorosas de deseo.
—Solo un momento, fotógrafo. No lo voy a olvidar nunca… ni tú tampoco.
—Mírame —le pidió ella, con voz baja pero segura—. Quiero ver tus ojos cuando te toque.
Martín obedeció, y cuando sus ojos se encontraron, sintió un escalofrío. Sofía metió la mano por dentro de su ropa interior, liberando su pija dura, palpitante. La acarició despacio, como si saboreara el momento, y soltó un gemido suave.
—Mmm… tan duro —susurró, lamiéndose los labios—. ¿Es por mí?
—Por ti —respondió él, ronco, sujetando el borde del diván con fuerza—. Joder, Sofía…
Ella inclinó la cabeza y lo envolvió con los labios, húmeda, cálida, deliciosa. Lo succionó con lentitud, mirándolo desde abajo, dejando que cada movimiento de su lengua lo volviera loco. Martín apoyó una mano en su cabello, temblando, jadeando.
Sofía lo devoraba con pasión, sin pudor, como si lo disfrutara de verdad. Como si no fuera una sesión de fotos, sino un juego íntimo que ella había planeado desde el principio.
Cuando lo sintió al borde, se detuvo. Lo soltó con un leve chasquido, se limpió los labios con la lengua y se levantó lentamente, sin dejar de mirarlo. Luego se recostó en el diván, abriendo las piernas de nuevo, más descarada, más mojada que antes.

—Cogeme, fotógrafo —le dijo, acariciándose el clítoris con los dedos empapados—. Hazme tuya aquí mismo, sobre este diván, como si fueras uno de mis fans que no aguanta más.
Martín se inclinó sobre ella y la besó con hambre. Un beso profundo, húmedo, urgente. Sofía se aferró a su nuca, lo atrajo hacia su cuerpo desnudo, y él deslizó su mano entre sus muslos hasta sentir su concha mojada y cálida.
—Estás tan mojada… —murmuró contra su boca.
—Desde que entraste con esa cámara en las manos. Desde que me miraste como si quisieras desnudarme con los ojos.
Martín se colocó sobre ella y le metió la pija de un solo movimiento lento, profundo. Ambos gemieron al mismo tiempo, sintiendo la conexión eléctrica de los cuerpos que se encuentran por deseo puro.
—Dios… Sofía…
—Más fuerte… más, por favor…
Y Martín la tomó con fuerza. La embestía sin pausa, mientras ella gemía bajo él, pidiéndole más, arañándole la espalda, mordiendo su cuello. Sus tetas rebotaban con cada movimiento, su cuerpo vibraba de placer, y los gemidos se mezclaban con el sonido de sus cuerpos chocando.

—Mírame mientras me corres dentro —le dijo ella, jadeando—. No quiero que cierres los ojos.
Él obedeció. No podía apartar la vista de esa mujer perfecta, entregada, abierta, suya. La sintió tensarse, estremecerse, y luego un grito suave escapó de sus labios.
—¡Ahh... sí...! ¡Me vengo... me vengo...!
Sofía se estremeció bajo él, temblando de placer. Y entonces Martín explotó dentro de ella, profundo, caliente, gimiendo con los dientes apretados y los músculos en tensión.
Quedaron unos segundos abrazados, jadeando, sudorosos, temblando.
Ella sonrió, aún con las mejillas enrojecidas.
—Creo que esta… fue la mejor sesión de mi vida.
Martín rió, acariciándole la cintura, todavía incrustado en ella.
—No saqué muchas fotos… pero te juro que grabé cada segundo en mi cabeza.
—Entonces tendrás que volver otro día —le dijo ella, besándolo en el cuello—. Y esta vez… traes la cámara encendida desde que entres.

Pasaron unos días desde aquella sesión inolvidable. Martín no dejó de pensar en Sofía ni un solo instante. Su cuerpo, sus gemidos, su forma de mirarlo… y ese último susurro: “La próxima vez… traes la cámara encendida desde que entres.”
Esa promesa se cumplió el viernes por la tarde.
El timbre del estudio sonó y, al abrir, no solo estaba Sofía. Junto a ella, una mujer más bajita, de cabello negro azabache, piel canela y un cuerpo curvilíneo con la misma energía descarada en los ojos.
—Hola, fotógrafo —dijo Sofía con una sonrisa traviesa—. Te presento a Valeria. Vamos a hacer una colaboración para OnlyP. Y pensé… ¿quién mejor para capturar esto que tú?
Martín tragó saliva. Las dos llevaban chaquetas largas y nada debajo. Eso lo notó enseguida, por el modo en que se deslizaban al caminar. El estudio se llenó de una tensión caliente.
—¿Están seguras de lo que quieren hacer? —preguntó él, aunque su cuerpo ya lo supiera.
—Más que nunca —dijo Valeria, acercándose con voz melosa—.Y esta vez… queremos que salgas tú también.
—¿Qué?
—Sí, fotógrafo —intervino Sofía, desatándose la chaqueta, dejando al aire sus tetas firmes—. Hoy eres parte de la sesión.
Antes de que pudiera reaccionar, Valeria lo rodeó por la espalda, deslizándole las manos por el pecho, mientras Sofía se arrodillaba frente a él, desabrochando su pantalón con una sonrisa felina.
—Tienes una cámara... pero ahora te vamos a enfocar nosotras —murmuró Valeria al oído, mordiendo suavemente su lóbulo.
Sofía sacó su pija y la sostuvo entre sus dedos como si ya le perteneciera. La besó suavemente, con ternura y fuego a la vez, mientras Valeria comenzaba a desvestirlo por completo. Martín jadeaba, atrapado entre ambas.
—Quiero probarlo también —dijo Valeria, arrodillándose junto a Sofía.
Y allí, de rodillas, las dos comenzaron a compartirlo. Lamiéndolo, besándolo, turnándose para saborear cada centímetro, mientras lo miraban a los ojos. Sofía lo tomaba profundo, gimiendo con la boca llena. Valeria lo envolvía con su lengua suave, dejando hilos de saliva entre cada caricia.
—Nunca te imaginaste esto, ¿verdad? —le dijo Sofía, levantándose y subiéndose al diván con una sonrisa maliciosa—. Ven. Hazme tuya otra vez, pero que ella mire. Que se excite viéndonos.
Martín se acercó, la tomó de la cintura y la penetró con fuerza, haciendo que Sofía gritara de placer. Valeria los observaba con los dedos entre las piernas, masturbándose con hambre.
—¡Dale más fuerte! —gritó Valeria—. ¡Quiero ver cómo se la coge!
Martín la embestía sin pausa. Sofía gemía, gritaba, se aferraba a los cojines mientras su trasero rebotaba contra su pelvis. Hasta que Valeria no aguantó más. Se subió al diván y le dijo:
—Ahora quiero que me cojas a mí mientras le lames la concha a Sofía.
Martín apenas pudo responder. Sofía se recostó con las piernas abiertas, empapada. Valeria se colocó encima de él, cabalgándolo con movimientos lentos y profundos, mientras él se inclinaba hacia abajo, enterrando su rostro entre los muslos de Sofía, lamiéndola con desesperación.
El estudio se llenó de gemidos, jadeos, palabras sucias, piel contra piel. Valeria lo cabalgaba más rápido, mojada, caliente, gimiendo con los ojos cerrados. Sofía le apretaba la cabeza, temblando con cada lamida.
—¡Me corro... me corrooo! —gritó Sofía, arqueando la espalda, mientras se venía sobre su lengua.
Valeria lo sintió también y comenzó a apretar más fuerte, hasta que sus uñas le marcaron la espalda.
—¡Dámelo dentro, fotógrafo! ¡Relléname mientras ella te mira!
Y Martín no aguantó más. Se corrió con un gemido, dentro de Valeria, mientras lamía los últimos temblores de Sofía, empapado en sudor, placer y deseo cumplido.
Ambas cayeron a su lado, jadeando, risueñas, brillando de satisfacción.
—¿Grabaste todo eso? —preguntó Valeria.
Martín, aún respirando agitado, levantó una mano y señaló la cámara en el trípode, que había grabado toda la escena.
—Todo está registrado.
Sofía se rió, girando hacia él y abrazándolo.
—Entonces prepárate, fotógrafo… porque nuestros fans van a querer más.

Una semana después, Martín recibió una notificación en su correo con el asunto:
"COLAB V.I.P. – ¡Eres tendencia!"
Abrió el mensaje. Era de Sofía. El video que grabaron juntos había explotado en la plataforma. Miles de likes, cientos de comentarios. Había capturado algo que ningún otro fotógrafo lograba: deseo real. Autenticidad. Química. Y eso, en el mundo del contenido caliente, valía oro.
Y entonces, sonó el timbre.
Las dos estaban ahí: Sofía, con jeans ajustados y sin sujetador bajo una camiseta blanca traslúcida, y Valeria, con un vestido corto que no dejaba nada a la imaginación. Ambas sonreían como si ocultaran algo.
—Esperábamos que estuvieras libre —dijo Sofía, entrando sin esperar respuesta.
—Venimos a agradecerte, fotógrafo —añadió Valeria, cerrando la puerta tras ella.
Martín apenas alcanzó a reaccionar cuando Sofía se acercó, lo tomó del cuello y lo besó con hambre. Sus labios suaves, mojados, le encendieron la sangre al instante. Valeria se puso detrás y comenzó a desabotonarle la camisa.
—Nuestra audiencia se duplicó —susurró Sofía entre besos—. Y todas preguntan por ti. Por tu voz. Por tu cara de placer. Por cómo coges.
—Así que… queremos recompensarte —dijo Valeria, bajándole el pantalón con lentitud—. Como solo nosotras sabemos hacerlo.
Martín ya estaba duro. No había forma de disimularlo. Valeria se arrodilló y lamió su pija como si fuera un premio, mientras Sofía se desnudaba con movimientos provocadores, dejando caer la camiseta al suelo sin dejar de mirarlo a los ojos.
—Hoy no vamos a grabar —dijo Sofía—. Hoy es solo para ti.
Lo empujaron hacia el sofá, lo sentaron, y ambas se pusieron de rodillas frente a él. Lo compartieron de nuevo, pero esta vez con más pasión, más sincronía, como si cada una supiera exactamente lo que la otra necesitaba.
Sofía se sentó sobre él, deslizándo su pija dentro de ella con un gemido grave, mientras Valeria se subía al respaldo del sofá, abriendo las piernas frente a su boca.
—Lámeme… mientras te montan —le dijo ella, acariciándose el clítoris.

Y Martín obedeció. Con una mano en cada muslo de Valeria y Sofía cabalgando sobre él, jadeante, desenfrenada, era una visión digna del cielo.
Gemidos, jadeos, movimientos húmedos y lentos al principio, luego más rápidos, más desesperados. Sofía gritó al correrse, temblando encima de él. Valeria se estremeció con su lengua, ahogando gemidos y sujetándose del respaldo para no caer.
Y entonces, él no aguantó más. Sujetó las caderas de Sofía, la empujó con fuerza contra sí y se corrió dentro de ella, gruñendo de placer, sintiendo cómo todo su cuerpo se estremecía.
Quedaron abrazados, exhaustos, los tres respirando en sincronía, sudados y felices.
Valeria lo miró desde el suelo, aún desnuda y con las mejillas sonrojadas.
—Te lo ganaste, fotógrafo. Fuiste parte de la mejor colaboración de nuestras vidas.
Sofía se inclinó sobre su oído y le susurró:
—Y ahora... te vamos a recomendar con más chicas. Muchísimas más.
Martín cerró los ojos con una sonrisa extasiada. Su cuerpo aún vibraba. Su mente ya imaginaba lo que vendría.
Y su cámara… estaba lista para todo.

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