Sofía lo deseaba desde siempre.
Matías era su mejor amigo. El chico con el que compartía apuntes, fiestas, risas… y también fantasías sucias que no se atrevía a confesar. A veces se masturbaba pensando en él, en su cuerpo alto, en sus manos grandes. Pero él nunca entendía sus indirectas. Era bueno, dulce… e insoportablemente ciego.
Hasta que Sofía se hartó.
Una noche cualquiera, le mandó un mensaje:
"¿Venís a casa? Estoy media bajón, necesito hablar con vos."
Se bañó, se perfumó, se puso una bata finita sin sostén y una tanga de hilo negro. Nada más. Preparó vino, bajó la luz, puso música lenta.
Matías llegó sonriente, inocente como siempre.
—¿Todo bien? —preguntó.
—Lo va a estar —dijo ella, mirándolo como una loba.
En cuanto se sentó en el sillón, Sofía se le subió encima, sin previo aviso. Le metió la lengua en la boca, frotándose contra su entrepierna. Él se quedó inmóvil… hasta que sintió su tanga húmeda restregándose contra su jeans.
—Sofi, ¿qué hacés?
—Lo que tenía que haber hecho hace años. Te quiero coger. Y ahora.
Le bajó el pantalón , se arrodilló frente a él y se tragó su pene entero, con hambre acumulada. Matías gemía como nunca lo había oído. Ella le sujetaba las caderas, moviendo la cabeza con ritmo lento y profundo, jugando con la lengua como una experta.
Cuando estuvo duro como una piedra, lo montó, deslizándo su concha encima con un gemido largo y sucio.

—¡Ahhh… esto… esto lo soñé tantas veces! —jadeó ella, cabalgándolo con fuerza.
Matías la agarró de la cintura, empezó a responder con embestidas salvajes, como si hubiera guardado años de deseo. Sofía rebotaba sobre él, con las tetas al aire.
Cuando ambos estuvieron a punto, ella se levantó y lo hizo acabar sobre sus tetas , riéndose mientras él temblaba.
—¿Y ahora qué somos? —preguntó él, sin aliento.
—Amigos —dijo ella, lamiéndose los labios—. Pero con acceso ilimitado a mi cuerpo.
Después de esa noche, el sexo entre ellos se volvió una rutina peligrosa.
Mensajes como “¿dónde te la meto hoy?” se convirtieron en parte del día a día. No había lugar ni hora sagrada.
Una mañana, después de un parcial, Matías salió del aula frustrado. Sofía lo siguió al baño sin que él lo notara. Cerró la puerta detrás de él y lo empujó contra el muro.
—Hoy te toca en el baño —dijo, desabrochándole el cinturón.
—Sofi, ¿qué hacés? ¡Estamos en la facu!
—Me estás empapando con solo mirarte. Así que cerrá el pico.
Se arrodilló y devoró su pija sin piedad. Le chupaba la punta con movimientos circulares, le lamía el tronco con lentitud, y luego lo embestía con la boca hasta hacerlo arquear la espalda.
Él se sujetaba del muro, mordiéndose los labios para no gemir.
Sofía se paró, subió la falda y se sentó sobre él, aprisionándolo con su concha húmeda caliente y palpitante. Rebotaba con fuerza, sudando, mordiéndole el cuello, mientras él le apretaba el culo con desesperación.

—Vas a hacerme acabar… —gimió él.
—¡Adentro! ¡Quiero sentir cómo me llenás! ¡Ahora!
Se derramó dentro de ella mientras temblaba. Ella se vino segundos después, mordiéndose el hombro para no gritar.
Salieron del baño cinco minutos después, arreglándose la ropa, como si nada. Pero ambos sabían que ese juego ya no tenía frenos.
Sofía se miró al espejo una última vez. El vestido negro le apretaba las curvas como un guante. El escote era generoso, el tajo en la pierna, peligroso. Había elegido ese look por una sola razón: provocar.
Esa noche, Matías iba a una fiesta universitaria con sus amigos… y ella también. Pero no como su cita.
Él aún creía que lo suyo era solo sexo escondido.
Sofía ya no estaba tan segura.
Cuando llegó a la casa, el living estaba lleno. Música fuerte, gente bailando, alcohol. Lo vio a lo lejos, riendo con otra chica. Bonita. Peligrosamente bonita.
La sangre le hirvió.
Caminó hacia él con paso firme. No le dijo nada. Solo lo tomó de la mano, lo llevó por el pasillo y lo encerró en el primer cuarto oscuro que encontró.
—¿Qué hacés, Sofi? —susurró él, sorprendido.
Ella no respondió. Se arrodilló frente a él, le bajó el pantalón y se lo metió a la boca con una furia que lo dejó sin aire.
—¿Así que andás sonriendo con otras? —le dijo, mirándolo desde abajo mientras lo chupaba lento y sucio—. Vas a sonreír cuando te lo exprima todo.
Matías no pudo resistirse. La sujetó del pelo, la empujó suave mientras ella lo tragaba entero.
—¡Sofi, por Dios…!
Pero ella no se detuvo. Lo devoró con desesperación, salivando, gimiendo. Luego se puso de pie, se subió el vestido, se dio vuelta y se inclinó sobre la cama.

—Cogeme. Ya.
Él la tomó por detrás con fuerza, y le penetró la concha con una embestida profunda. Sofía soltó un gemido ahogado, enterrando la cara en la almohada mientras él la cogía como un salvaje. Las nalgas chocaban con sus caderas, húmedas, rítmicas.
—¿Así tratás a tu mejor amiga? —preguntó ella, jadeando.
—No. Así trato a la mujer que me vuelve loco.
Ella se giró, lo empujó sobre la cama, se subió encima y lo cabalgó salvaje, con las tetas botando, los gemidos cada vez más desesperados. Lo hizo acabar dentro suyo, mientras ella se vino temblando sobre él, con un grito ahogado.
Minutos después, aún sin hablar, se vistieron en la oscuridad. Al salir, Sofía le clavó una mirada.
—Matías, te aviso… si no me querés solo para coger, me vas a tener que demostrarlo.
Y se fue, dejándolo solo en medio de la fiesta, con el corazón latiendo más fuerte que nunca.
Matías era su mejor amigo. El chico con el que compartía apuntes, fiestas, risas… y también fantasías sucias que no se atrevía a confesar. A veces se masturbaba pensando en él, en su cuerpo alto, en sus manos grandes. Pero él nunca entendía sus indirectas. Era bueno, dulce… e insoportablemente ciego.
Hasta que Sofía se hartó.
Una noche cualquiera, le mandó un mensaje:
"¿Venís a casa? Estoy media bajón, necesito hablar con vos."
Se bañó, se perfumó, se puso una bata finita sin sostén y una tanga de hilo negro. Nada más. Preparó vino, bajó la luz, puso música lenta.
Matías llegó sonriente, inocente como siempre.
—¿Todo bien? —preguntó.
—Lo va a estar —dijo ella, mirándolo como una loba.
En cuanto se sentó en el sillón, Sofía se le subió encima, sin previo aviso. Le metió la lengua en la boca, frotándose contra su entrepierna. Él se quedó inmóvil… hasta que sintió su tanga húmeda restregándose contra su jeans.
—Sofi, ¿qué hacés?
—Lo que tenía que haber hecho hace años. Te quiero coger. Y ahora.
Le bajó el pantalón , se arrodilló frente a él y se tragó su pene entero, con hambre acumulada. Matías gemía como nunca lo había oído. Ella le sujetaba las caderas, moviendo la cabeza con ritmo lento y profundo, jugando con la lengua como una experta.
Cuando estuvo duro como una piedra, lo montó, deslizándo su concha encima con un gemido largo y sucio.

—¡Ahhh… esto… esto lo soñé tantas veces! —jadeó ella, cabalgándolo con fuerza.
Matías la agarró de la cintura, empezó a responder con embestidas salvajes, como si hubiera guardado años de deseo. Sofía rebotaba sobre él, con las tetas al aire.
Cuando ambos estuvieron a punto, ella se levantó y lo hizo acabar sobre sus tetas , riéndose mientras él temblaba.
—¿Y ahora qué somos? —preguntó él, sin aliento.
—Amigos —dijo ella, lamiéndose los labios—. Pero con acceso ilimitado a mi cuerpo.
Después de esa noche, el sexo entre ellos se volvió una rutina peligrosa.
Mensajes como “¿dónde te la meto hoy?” se convirtieron en parte del día a día. No había lugar ni hora sagrada.
Una mañana, después de un parcial, Matías salió del aula frustrado. Sofía lo siguió al baño sin que él lo notara. Cerró la puerta detrás de él y lo empujó contra el muro.
—Hoy te toca en el baño —dijo, desabrochándole el cinturón.
—Sofi, ¿qué hacés? ¡Estamos en la facu!
—Me estás empapando con solo mirarte. Así que cerrá el pico.
Se arrodilló y devoró su pija sin piedad. Le chupaba la punta con movimientos circulares, le lamía el tronco con lentitud, y luego lo embestía con la boca hasta hacerlo arquear la espalda.
Él se sujetaba del muro, mordiéndose los labios para no gemir.
Sofía se paró, subió la falda y se sentó sobre él, aprisionándolo con su concha húmeda caliente y palpitante. Rebotaba con fuerza, sudando, mordiéndole el cuello, mientras él le apretaba el culo con desesperación.

—Vas a hacerme acabar… —gimió él.
—¡Adentro! ¡Quiero sentir cómo me llenás! ¡Ahora!
Se derramó dentro de ella mientras temblaba. Ella se vino segundos después, mordiéndose el hombro para no gritar.
Salieron del baño cinco minutos después, arreglándose la ropa, como si nada. Pero ambos sabían que ese juego ya no tenía frenos.
Sofía se miró al espejo una última vez. El vestido negro le apretaba las curvas como un guante. El escote era generoso, el tajo en la pierna, peligroso. Había elegido ese look por una sola razón: provocar.
Esa noche, Matías iba a una fiesta universitaria con sus amigos… y ella también. Pero no como su cita.
Él aún creía que lo suyo era solo sexo escondido.
Sofía ya no estaba tan segura.
Cuando llegó a la casa, el living estaba lleno. Música fuerte, gente bailando, alcohol. Lo vio a lo lejos, riendo con otra chica. Bonita. Peligrosamente bonita.
La sangre le hirvió.
Caminó hacia él con paso firme. No le dijo nada. Solo lo tomó de la mano, lo llevó por el pasillo y lo encerró en el primer cuarto oscuro que encontró.
—¿Qué hacés, Sofi? —susurró él, sorprendido.
Ella no respondió. Se arrodilló frente a él, le bajó el pantalón y se lo metió a la boca con una furia que lo dejó sin aire.
—¿Así que andás sonriendo con otras? —le dijo, mirándolo desde abajo mientras lo chupaba lento y sucio—. Vas a sonreír cuando te lo exprima todo.
Matías no pudo resistirse. La sujetó del pelo, la empujó suave mientras ella lo tragaba entero.
—¡Sofi, por Dios…!
Pero ella no se detuvo. Lo devoró con desesperación, salivando, gimiendo. Luego se puso de pie, se subió el vestido, se dio vuelta y se inclinó sobre la cama.

—Cogeme. Ya.
Él la tomó por detrás con fuerza, y le penetró la concha con una embestida profunda. Sofía soltó un gemido ahogado, enterrando la cara en la almohada mientras él la cogía como un salvaje. Las nalgas chocaban con sus caderas, húmedas, rítmicas.
—¿Así tratás a tu mejor amiga? —preguntó ella, jadeando.
—No. Así trato a la mujer que me vuelve loco.
Ella se giró, lo empujó sobre la cama, se subió encima y lo cabalgó salvaje, con las tetas botando, los gemidos cada vez más desesperados. Lo hizo acabar dentro suyo, mientras ella se vino temblando sobre él, con un grito ahogado.
Minutos después, aún sin hablar, se vistieron en la oscuridad. Al salir, Sofía le clavó una mirada.
—Matías, te aviso… si no me querés solo para coger, me vas a tener que demostrarlo.
Y se fue, dejándolo solo en medio de la fiesta, con el corazón latiendo más fuerte que nunca.
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