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16📑La Chica del Lupanar

David entró con el alma rota. Llevaba semanas cargando un vacío que ningún trago, ni ninguna mano ocasional, lograba llenar. Aquella noche, mojado por la lluvia y por la tristeza, empujó una puerta discreta con luces rojas que vibraban como latidos. No buscaba amor, solo carne, consuelo… un cuerpo caliente donde olvidar su soledad.

La madame lo guió a un salón de espejos donde las mujeres se presentaban como joyas en vitrina. Y entre todas, la vio.

—¿Clara?

Ella parpadeó, sorprendida. La reconoció de inmediato. Su mejor amiga de la infancia. La chica con la que compartió juegos, secretos y un deseo juvenil que nunca se atrevió a explorar.

—David… —susurró, como si su nombre fuera un conjuro.

No hubo palabras después. Solo una tensión eléctrica que les recorrió el cuerpo. La madame entendió al instante y los dejó solos.

En la habitación, Clara lo miró con una mezcla de vergüenza y deseo. Él no la juzgó. No podía. La deseaba más que nunca.

—No quiero que me veas como una puta —dijo, bajando la mirada.

David se acercó y le alzó el mentón.

—Y yo no quiero que me veas como un pobre tipo roto. Pero lo estoy.

Ella sonrió con dulzura perversa y se arrodilló frente a él.

—Entonces déjame ayudarte… a mi manera.

Le desabrochó el pantalón con dedos ágiles. Sacó su pene duro, tenso por los años de soledad y deseo contenido. Lo miró un segundo, que linda pija tienes - le dijo--antes de lamerla de raíz a la cabeza, lenta, con una devoción que no parecía fingida. David se estremeció.

—Dios, Clara…

Ella se la metió entera en la boca, profunda, con ganas. Lo sujetó las caderas y empezó a mamársela con fuerza, con ritmo, tragando cada centímetro, como si fuera un premio que había esperado desde la adolescencia. Sus ojos húmedos se cruzaban con los de él, y no había pena en su mirada, solo fuego.

Él la sostuvo del cabello, sin contener los gemidos. Era como una confesión hecha carne.

—Mierda… así… no pares…

Pero ella se detuvo justo cuando él estaba por correrse. Se lamió los labios y lo empujó hacia la cama.

—Aún no, David. No vas a venírtelo así de fácil. Hoy… me vas a llenar con toda tu tristeza.

16📑La Chica del Lupanar


Se se bajó la tanga y subió sobre él, con una mano, guió su pija hasta su vagina caliente y mojada. Lo miró a los ojos mientras se lo enterraba entero, sentada en su soledad, cabalgándolo con la rabia de los años perdidos.

—Así… así te quiero… bien dentro de mí —jadeó, subiendo y bajando con fuerza, con ritmo, con hambre.

David la sostuvo de las caderas, embistiéndola desde abajo, sintiendo cómo sus cuerpos encajaban como si hubieran estado hechos para encontrarse así, tarde pero intensamente. Ella gritaba con cada sentón, mientras sus tetas rebotaban al ritmo de la pasión.

—Tócame… —le pidió él—. Hazme olvidar todo.

Y ella lo hizo. Con cada sentada, con cada gemido, con cada beso ahogado entre gemidos. Lo cabalgó hasta que él no pudo más y se vino dentro de ella con un rugido, mientras ella también se estremecía sobre su pene, derramándose con él.

Quedaron en silencio, jadeando, con el sudor pegado al cuerpo y la historia marcada en la piel.

—¿Te sientes menos solo? —preguntó ella, aún sobre él.

—No… Me siento completo.

Ella sonrió.

—Entonces, la próxima vez, no vengas por putas. Ven por mí.


Pasaron tres días desde aquella noche. David no podía sacarla de su mente: su boca hambrienta, su cuerpo salvaje, sus palabras dulces mezcladas con gemidos crudos. No sabía si había sido un sueño o un milagro en forma de mujer.

Estaba tirado en el sofá de su departamento, con una cerveza tibia y el alma aún a medio construir, cuando alguien tocó la puerta.

Abrió sin pensar demasiado.

Era ella.

Clara, con jeans ajustados, una chaqueta de cuero y la mirada decidida.

—Hola —dijo sin más—. No podía esperar una semana para volver a verte.

Antes de que él pudiera responder, ella lo empujó hacia adentro, cerró la puerta con el pie y lo besó como si la vida se le fuera en ello.

—Te extrañé —susurró, mientras le bajaba el pantalón con urgencia.

David jadeó, sin entender del todo, pero rendido.

—Clara, qué haces…

Ella se arrodilló sin responder, sacó su pija erecta, ya latiendo de ansiedad, y comenzó a mamársela como si fuera adicta. Sin miramientos. Con saliva chorreando, con gemidos entre succión y garganta profunda. Le sujetó las nalgas, obligándolo a darle todo el tronco.

—Mierda… —gimió él— Te volviste más puta desde la última vez.

Ella se rió, con la pija entre los labios.

—Solo para ti.

Se la tragó hasta el fondo, moviendo la lengua con técnica sucia, jugando con sus huevos, mientras él se retorcía entre placer y asombro. Justo antes de que acabara, volvió a detenerse.

—Ahora sí. A la cama. Me vas a romper.

Se desnudó frente a él. No quedaba nada de la niña inocente que una vez fue. Era una mujer hecha deseo. Se tiró boca abajo sobre la cama, pero luego se puso de rodillas, ofreciéndose. Mostrandole el culo 

—Primero quiero sentirte otra vez… cabalgarte como una yegua en celo.

Se subió sobre él, le agarro la pija y se lo metió en la concha con un solo movimiento. Gimió con fuerza, y comenzó a montarlo con furia. Cada sentón sonaba húmedo, brutal, delicioso.

—Así, Clara… no pares —jadeó David, agarrándole las tetas, apretándole los pezones, mientras ella brincaba sobre su pene con las piernas abiertas.

—Dámelo todo —gritaba ella—. Córrete en mí otra vez, pero no sin antes darme por el culo…

Se bajó, lo miró con picardía, y se colocó en cuatro. Se abrió las nalgas con las dos manos, dejando a la vista ese culo apretado.

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—Quiero que me lo metas por el culo, David… así sabré que me quieres solo para ti.

Él escupió en su mano, se lubricó la cabeza, y comenzó a empujar con cuidado. El gemido de ella se convirtió en gemido profundo, mezcla de dolor y placer.

—Sí… más… más fuerte… rómpeme si quieres.

Le dio por el culo con fuerza, sujetándola de las caderas, hasta escuchar cómo gemía como una puta feliz, mojando las sábanas sin tocarse. Se la cogió así hasta acabar dentro, profundo, temblando, mientras ella gemía con el rostro contra la almohada y el culo abierto.

Después, Clara se dio la vuelta, agotada, satisfecha.

—Vine por ti, David. Ya no quiero que estés solo. Y tampoco pienso dejarte ir.

Él la besó, esta vez sin palabras sucias. Solo amor.

—Entonces quédate. Esta casa ya no será la de un hombre triste.

Clara apareció al día siguiente con una mochila al hombro y una mirada decidida.

—¿Estás seguro? —le preguntó en la puerta, con media sonrisa—. Una vez que entre, ya no salgo.

David no lo dudó. La abrazó por la cintura y la besó.

—Hazme el amor como anoche… y esta será tu casa.

Ella sonrió, dejó la mochila caer al suelo y se desnudó ahí mismo, en la entrada. Sin una palabra más, se arrodilló frente a él, le bajó el pantalón tomó su pija y lo mamó con hambre, como su ritual de bienvenida.

—Así me gusta recibirte, amor —murmuró con la pija entre los labios—. Dura, tibia… mía.

Después lo arrastró a la cama, se montó sobre él y se metió la pija en su concha de espaldas, frotándose el clítoris mientras cabalgaba lento, húmeda, delirante.

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Los días pasaron con ritmo de gemidos y cuerpos desnudos. La convivencia era un juego salvaje: sexo en la ducha, mamadas antes del desayuno, cogidas en la cocina mientras se cocía el café.

Una noche, mientras David veía televisión, Clara apareció desnuda con solo una camiseta suya y sin ropa interior. Se subió a su regazo y le susurró:

—Hoy quiero que me uses como tuya… que me pongas en cuatro y no pares hasta dejarme temblando.

Él la obedeció sin palabras. La tiró sobre el sofá, le abrió las nalgas y le metió el pene en la concha de un solo empujón. Ella gritó, estremecida.

—Así… Cógeme como a una perra, amor… quiero que todo este edificio sepa que soy tuya.

Le agarró del pelo, le azotó las nalgas, se vino en su interior mientras ella se corría dos veces, goteando por las piernas.


Pero también hubo ternura. Después del sexo, ella lo abrazaba como si estuviera remendando todas las grietas de su alma.

—¿Te das cuenta? —le decía mientras se quedaban dormidos desnudos, enredados—. Ya no estás solo. Y yo… tampoco.

David la besaba en la frente y acariciaba su espalda.

—Esta casa ya no es de los focos rojos… ahora es nuestra.

Y mientras Clara dormía abrazada a él, con su cuerpo tibio y su olor entre las sábanas, David supo que no solo había encontrado una mujer que le chupaba el alma por la pija … había encontrado a la única que quería para siempre.

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2 comentarios - 16📑La Chica del Lupanar

Aceby2
Buenísimo! Van 10🤗🤗